sábado, 13 de diciembre de 2008

EL ENGAÑO DEL ALMANAQUE


Por Luis Sexto
El almanaque es una convención. El año termina. Y formalmente, las cosas seguirán como las dejamos: en el mismo punto, dirigiéndose hacia superiores estadios, o dudando si evolucionar hacia lo mejor en el nuevo año. Los tiempos no se mudan de esencia y fachada así como así, bajo el dictamen de las hojas que se van en el viento de lo que pasó, mientras ocupan su sitio otras que caerán igualmente con el nuevo año que se volverá viejo.
Han de acumularse muchos días para que notemos cambios efectivos. Pero, me parece, el cambio debe efectuarse en nosotros. Al menos, ante la mudanza del almanaque uno ha de disponerse a modificar de actitud. Es un momento oportuno para los buenos propósitos. Cierto que, según una ley dialéctica, la conciencia social es más lenta en sus modificaciones que el ser, la realidad, social. Sin embargo, la conciencia tiene un papel activo en los cambios. Si usted quiere que su vida mejore, hace falta que usted verdaderamente lo desee. Por ello, algún psicólogo ha dicho: Ten cuidado con tus deseos, que los conseguirás.
Aparentemente divago. La fecha favorece hablar del tiempo, el futuro, el pasado, lo fugaz de todo. El tiempo es una categoría poética. También dramática, si uno vive con el ánimo de construir, de pisar tan hondo para que, al menos, podamos dejar obrar durable de nosotros.
Hace 50 años, nuestro país comenzó una guerra contra el tiempo. Muchos -algunos de los cuales ya no están- quisieron en pocos años recuperar los siglos de pérdidas y derroche. Y unas cosas se hicieron con raíz de ceiba, y otras de plátano. Me atrevo a decir que a partir de 1959, el tiempo nos pareció pasar más vertiginosamente. Y es comprensible. Porque el tiempo se nos va más rápidamente, cuanto más queremos hacer. Nos parece que se diluye, se pierde... Y, en efecto, el tiempo se va. El que se bota, no da frutos. Ni regresa. Es posible que, en cierto momento, nos parezca que, como reza un verso de Eliseo Diego, nos hayan legado "el tiempo, todo el tiempo". Pero convengamos en que es un espejismo. No alcanza una vida para leer cuanto de útil y bello hemos de leer, ni para obrar de modo que los actos, en vez de clamar por el arrepentimiento, nos produzcan satisfacción.
Seremos siempre una obra a medio hacer si no aprovechamos el tiempo. El país puede decir lo mismo. ¿Y qué le va a legar cada uno de nosotros al país? ¿La indiferencia? ¿La pusilanimidad? ¿La deshonestidad? ¿El egoísmo? Cada uno de estos desvalores deja al país a medias, inerme, como a medias quedaremos nosotros. El tiempo tiende primordialmente una trampa: Que así como hay tiempo para nacer y morir, lo hay también para actuar, para rectificar, para sumarse, para mirar a los lados, para ser con todos y vivir como todos. Ese es el ideal básico de estos días. Ciertas metas en la vida social necesitan de la puntualidad: si llegas temprano fallas; si llegas tarde, también.
No sé... Nada más se me ocurre hoy, 50 años después de que la Revolución, con Fidel delante, entró en La Habana. Yo era un niño. Desde entonces tuve la sensación de que los días fueron más breves. El tiempo era poco para amar. Y crecer. Hoy, también.