lunes, 16 de marzo de 2009

PALABRAS DE LUIS SEXTO AL RECIBIR EL PREMIO JOSÉ MARTÍ

En estos momentos, para mí cobran particular certeza los versos bíblicos que afirman que la vida humana dura lo que un suspiro y pasa como una sombra. Ahora, cuando recibo el Premio José Martí por la obra de la vida, que intenta hacerme ver que mi existencia no ha sido estéril, me percato, al sacar las cuentas, de que el tiempo ha sido poco y lamento que no me haya alcanzado para acumular las obras que tranquilizaran mi autocrítica y me justificasen ante mi profesión y ante mis compatriotas.
No han de tomarse mis palabras como una manifestación de modestia excesivamente interesada en remarcar una humildad tan vanidosa que satisfaga su egolatría en la imagen de una pequeñez artificial. Pero, aparte de cualquier embarazo íntimo, de cualquier autoexigencia que afinque mis pies en el suelo, debo agradecer al Jurado, cuya integridad ética y profesional se libra de cualquier sospecha, que me haya elegido, que haya reparado en mi obra para destacarla, en esta ocasión, sobre la obra de numerosos colegas. Agradecido y honrado estoy. Y también más comprometido con mi país y con mi deber.Sí, compañeros y colegas: en momentos como estos -nunca previstos en medio de la campaña del trabajo- es cuando uno siente e identifica la dimensión total de ser miembro de un cuerpo, del cuerpo de la patria. Tal vez no haya mayor gloria que admitir desde la natural y común poquedad humana, que uno ha sido una pieza, una misma pieza, con la que también ha contado el engranaje de la nación y sus causas primordiales.Cuantos me conocen saben que no me place separar trabajo de individualidad, ética de conocimiento, debate de sensibilidad y letra de convicción. No he asumido el periodismo como un casual atraque en el primer espigón que se me presentó en la travesía. Desde mi juventud temprana intuí que solo podía vivir en plena consonancia con mis compatriotas mediante el periodismo entendido como una vocación de servicio. Martí estuvo rondando con su influencia esa mi juvenil aspiración. Y hoy, cuando me premian en la base de este monumento al Fundador, lugar que se erige como el corazón del país, confieso que si un mérito pudiera yo reclamar, en justicia, sería el de haber intentado ejercer el periodismo como un empeño de construcción cultural y política, y de creer, a prueba de decepciones, que cuanto se dice, se defiende, se sostiene, se informa en un medio de prensa, es tan básico para la sociedad como el arado o el torno, como la escuela o el discurso, o como el fusil que preserva, en extrema circunstancia, nuestra independencia y nuestros sueños de igualdad, libertad y solidaridad.
Si han de premiarme, pues, que sea por esa fe en cuanto escribo en periódicos o cuanto digo en radioemisoras Si han de castigarme -digo, si ello fuera imaginable- también deberían hacerlo por insistir mantener beligerante nuestro papel de periodistas, por pretender consolidar, responsablemente, la función que las sociedades humanas, y sobre todas la socialistas, le asignan a la prensa. Como el violín no es la orquesta, tampoco la prensa es el ombligo de la sociedad. Pero de la misma manera que la orquesta no suena completamente sin el violín, la sociedad sin la prensa carecería del cordón umbilical que le suministrara aire y alimento. Y lo confieso con honradez: entre mis convicciones defiendo la que me confirma solo como un instrumento de la conciencia crítica de la sociedad. Y como ello, como instrumento voluntario, he recibido respeto y reconocimiento
Concluyendo: si alguna duda enfrió mis horas en algún instante triste, si alguna vez la depresión me insinuó entrever que cuanto yo hacía era inútil, hoy adquiero la noción de que si la vida humana es breve como un suspiro, no he pasado como una sombra. Junto a miles de colegas y millones de compatriotas he tenido la fortuna de militar en la épica de la Revolución, conciente de que el guijarro de un arroyo apenas advertido integra también la base de la patria. Al finalizar, creo expresar el sentir de los premiados con el Juan Gualberto Gómez por la obra de un año, jóvenes todos llamados a mayores cristalizaciones; creo, repito, expresar en su nombre la gratitud por este momento único que, como diría un hombre que nos sirve de modelo -Che Guevara- compensa con creces cualquier desgarradura, en este largo aprendizaje de ser útil en una vida que se nos queda corta. (11 de marzo de 2009, Memorial José Martí, Plaza de la Revolución, La Habana)