jueves, 27 de marzo de 2008

LA DEMOCRACIA, EL MITO Y LA POSIBILIDAD

Por Luis Sexto
Los griegos de la antigüedad llenaron el olimpo de dioses y el aire de duendes. El desarrollo social, tecnológico, científico vació el olimpo y depuró el aire. Aparentemente desaparecieron todos los mitos. Menos uno: la democracia. El demos, el pueblo, de la democracia ateniense no incluía a los esclavos, a las mujeres. Era selectiva. Como en la democracia de los padres fundadores de los Estados Unidos de Norteamérica donde tampoco los esclavos y las mujeres podían votar.
La democracia burguesa fue en sus orígenes un deslumbramiento de la libertad. Pero hoy continúa siendo el mito inventado en Atenas para predominio de una mayoría sectaria, elitista, que es, paradójicamente, minoritaria. ¿Creeremos en la ronda infantil de que es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo? Convengamos en que la democracia no puede definirse por su etimología. Esta adulterada, desacreditada, en la mayoría de las sociedades del planeta, particularmente en los países capitalistas pobres y dependientes. Por lo tanto, no existe la democracia, sino existen democracias, porque las define su aplicación, según la fórmula de Lenin: de quiénes proviene y a favor de quiénes se ejerce.
He de advertirlo. Si estos párrafos resultan excesivamente académicos, lo son contrariamente a mis propósitos. Es inevitable. Y aún me resta algo por añadir. A ese género de democracia burguesa y occidental, que pretende ser único, global, insuperable, corresponde en lo económico el régimen de propiedad privada, el principal obstáculo de la igualdad, porque tiende a dividir la sociedad en propietarios y desposeídos, en beneficiarios de la riqueza y creadores de la riqueza ajenos al reparto o receptores de la menor porción. La igualdad –concretada en la distribución armónica, equitativa, equilibrada- es el fundamento de la auténtica democracia: favorecería a todos o a la mayoría. En la situación contraria, la libertad, la democracia, en suma, agraciaría a las clases y sectores del poder económico. Estos integrarían la sociedad política. Al margen, los trabajadores y capas inermes. ¿O podremos aceptar los cascabeles publicitarios que anuncian que un carnicero tiene opciones para ocupar por cuatro años el despacho oval de la Casa Blanca? Preguntémosle a Ross Perot que, ni siendo millonario, pudo, hace varios años, como candidato independiente, agrietar las paredes de plomo de la democracia bipartidista norteamericana.
En los Estados Unidos, cuya clase gobernante propone al mundo su organización política como la más libre, eficaz y eficiente, el voto es una ilusión. Y aceptemos de paso que la acción de votar no compone la esencia de la democracia. La esencia democrática se define y se consolida en el control de los electores sobre sus elegidos. Y quién que ha sido electo rinde cuentas a sus electores. ¿Regresa acaso a exponer su fidelidad a las promesas de la campaña? Sonriamos irónicamente. El voto, sobre todo en los Estados Unidos, no significa que la voluntad del pueblo será obedecida. En las elecciones del 2000, el candidato del Partido Demócrata, Al Gore, como se sabe, ganó la mayoría de votos populares y, sin embargo, el sistema electoral norteamericano –concebido para seleccionar como ganador al que más convenga mediante el papel protagónico de los “votos electorales” de cada estado- dio su respaldo a George W. Bush, incluso con la confirmación del Tribunal Supremo, que desestimó la comisión de fraude en La Florida. Evidentemente, los fundadores de la Unión articularon una constitución y un sistema político que garantizan permanentemente el predominio burgués, aunque parece que lo disimulan con tanto acierto que hay quienes lo consideran un modelo de libertad.
En la misma línea de razonamiento, el pluripartidismo tampoco entraña la esencia o parte de la esencia de la democracia. Más bien es una forma de organizarla. En ese tipo de juego democrático, la participación se concentra y tipifica en los partidos que, por lo común, representan grupos de poder dentro de las estructuras dominantes. En los parlamentos, pues, no se halla representado el pueblo. Sí los partidos políticos. La democracia occidental ha evolucionado contemporáneamente, en casi todo su ámbito, hacia una partidocracia. El pueblo solo vota por lo que le ofrecen los partidos. Y los partidos, salvo alguna excepción, defienden sus intereses de grupo o de clase.
Y cuál, pues, será el camino político hacia ese mundo mejor cuya posibilidad convirtió en consigna el pensamiento zahorí de Ignacio Ramonet
Todo apunta, a pesar de experiencias frustradas y decepcionantes que el socialismo con su democracia participativa –al margen de los partidos o del partido único- podrá enrumbar hacia una sociedad justamente gobernada mediante el voto y la voz del pueblo, sin exclusiones o limitaciones. Pero las experiencias del siglo XX demostraron que aún las fórmulas socialistas avanzan asediadas por riesgos que no pudo evadir, al menos, en la extinta Unión Soviética y en Europa oriental. Evidentemente, una sociedad rígidamente centralizada -como lo fueron las socialistas europeas- porta en su interior las bacterias de la burocracia. Y de pronto, esta secta innombrable, que gana un inapelable crédito de infabilidad e inamovilidad, halla en sí misma, en su capacidad de control social, económico y político, los fines que la justifican. Y así la burocracia ya no está para servir, sino para ser servida. Y la participación democrática deriva, como los despojos de un naufragio, hacia el embarrancamiento en los arrecifes de las sujeciones y las prohibiciones. Todo cuanto en teoría ofrece asideros para una sociedad más justa, más gobernada por las verdaderas mayorías populares, se reduce, se debilita, en procesos maquinales, casi litúrgicos, mediante los cuales hasta los candidatos son predeterminados mediante subterfugios, para que no insurja una voz discordante en un aparente concierto de unanimidad.
La experiencia histórica del socialismo realmente conocido hasta ahora, demuestra que el problema para las clases trabajadoras no consiste en tomar el poder político. El problema primordial se define en preguntar y responder: bajo qué formas de organización de la propiedad y el gobierno, con qué leyes y mecanismos de participación, los trabajadores podrán ejercer la democracia socialista sin intermediarios, ni comisarios que, al final de los fuegos artificiales del triunfo, asumen todo el poder, y llegan a la situación de gobernar “socialistamente” por el pueblo y para el pueblo, sin el pueblo.
La democracia, que originariamente previó el sometimiento de la minoría a la voluntad de la mayoría, tiene que hallar en una sociedad plenamente humanista el equilibrio entre el nosotros y el yo; la relación equilibrada entre los derechos colectivos y las libertades individuales. Todavía las izquierdas, que piensan con el lado del corazón, no han coincidido en el esquema apropiado para un conglomerado humano que se reproduce a la velocidad del vértigo, incrementando proporcionalmente, con el volumen de las multitudes, las dificultades teóricas y prácticas de gobernar. Y, sobre todo, gobernar en justicia, en nombre de las clases más proclives a la paz, la libertad y la igualdad, inmune a la rigidez burocrática.

miércoles, 26 de marzo de 2008

BUROCRACIA: UNA ACTITUD MÁS QUE UN BURÓ




Por Luis Sexto


El juicio más común la define por el mueble que la distingue: el buró, la mesa de trabajo, y por el soporte en que habitualmente estampa sus disposiciones: el papel. Pero esas metáforas son eminentemente simplistas. Pudo Einstein pensar acodado a una mesa y hacer sus cálculos sobre papel, sin que por ella pudiéramos tacharlo de burócrata. Y si quisiéramos extender el calificativo a un médico, que oye la cantinela de su paciente sentado a una mesa, o a un escritor, que emborrona sobre el mismo mueble su novela, también erraríamos. Porque la burocracia halla su definición en una actitud que poco se relaciona con sus atributos palpables. Más bien es un mal intangible. Casi intocable por tortuoso.

Habría, para empezar a entenderla, acudir a Max Weber en un libraco muy voluminoso, pero portador de ciertas certezas sociológicas en la interpretación de esa entidad etérea en el capitalismo. No voy ahora a levantarme para repasar sus capítulos. Este artículo pretende presentar a la burocracia como un problema práctico, aunque trasciende lo puramente técnico para insertarse en lo ideológico y dentro de ello en lo político. Prefiero acudir a otro libraco más a mano y sintonizarnos sin muchos filosofismos. Reproduzco, pues, las tres últimas acepciones del Diccionario de la Real Academia Española. Burocracia: 2) Conjunto de los servidores públicos. 3) Influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos. 4) Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. Esta última, relacionada con las anteriores, es la definición que más se aproxima a la que la experiencia me ha permitido deducir. Mi experiencia en Cuba, no otra. Porque es el papel de la burocracia en mi patria el que me interesa dilucidar y sobre el cual advertir de los peligros que entraña en el mejoramiento del socialismo. Y, desde luego, con óptica de periodista, que es observador y a veces objeto sufriente de las actitudes burocráticas.

Le mejor definición de la burocracia o de la mentalidad burocrática la leí en un breve relato de Eduardo Galeano, especie de parábola evangélica. Sin que nuestra cultura de origen grecolatino sea narrativa, como la hebrea de los tiempos bíblicos, a veces una historia ilumina los conceptos encapsulados de los analistas para que los comprendamos transparentemente Cuenta el autor de Las venas abiertas de América Latina que en una unidad militar el oficial de guardia castigó a un soldado a cumplir una posta al lado de un banco, en el polígono del cuartel. Durante horas estuvo el soldado custodiando el asiento que no necesitaba protección. El oficial cumplió el turno y se le olvidó derogar su orden, y el que llegó a sustituirlo, sin información previa, relevó al recluta castigado con otro guardia. De modo que durante 20 años, creo, se hizo “la posta del banquito”, hasta cuando alguien preguntó con qué fin, y nadie supo decirlo. Por tanto, la burocracia, necesaria en muchos aspectos de la administración pública, comienza a ser peligrosa cuando pierde el sentido de su finalidad.

José Martí, el libertador y el pensador de todos los tiempos, previó los peligros de una burocracia incontrolada, adueñada de los resortes del Poder. Tildó “la vida burocrática”de “peligro y azote” y quiso a la república cubana libre de la “peste de los burócratas”. Evidentemente, Martí intuía que la burocracia como representante de los intereses del pueblo, podría soslayar en algún momento de su ejercicio esos intereses para tener solo en cuenta los suyos como grupo o casta. Hoy por hoy, la rigidez, el papeleo, la ineficiente administración, que le atribuye el DRAE a la burocracia, ha “mediocrizado”, descontextualizado las prerrogativas del Estado socialista cubano. Ha sido una especie de Hada madrina al revés: todo cuanto su varita mágica toca se convierte en una caricatura de las aspiraciones socialistas.

En Cuba, dice la voz del pueblo, las actitudes burocráticas responden con un problema a cada solución; con un “no” a un “sí”. Y diluyen cada iniciativa en papeles y reuniones. Y ven la realidad a través de los colores de sus cristales, o el mirador de sus balcones, habitualmente altos y alejados de la calle o los talleres. O a través de informes que suelen estar adulterados por quienes no desean que la verdad se conozca. No exagero. El socialismo europeo se disolvió, como “Alka Zeltzer” en agua, gracias a las distorsiones burocráticas. Distorsiones que obligaron al discurso político a andar por los aires mientras la realidad de la gente por el fango. No inventemos enemigos. Las causas principales de la extinción del socialismo del siglo XX, el que fracasó, están dentro de sí mismo: incubó la mentalidad, por no decir la casta, que echó por la borda la correlación del predominio de clases a favor de los trabajadores.
La burocracia, por supuesto, brotó de una sociedad rigidizada por el verticalismo, en detrimento de la horizontalidad democrática. Veamos claramente: donde falta la democracia, y el centralismo se excede a costa de los lados, prospera la burocracia. Y con esta, el dogma y la corrupción.

Cualquier proyecto de renovación y perfeccionamiento del socialismo en Cuba, además de la oposición de los Estados Unidos y su permanente guerra, y de los que dentro del país pugnan de una u otra forma por empujar a Cuba hacia el capitalismo, tendrá por principio que afrontar y anular la resistencia burocrática. Todo cuanto le parezca limitación de sus intereses, sus privilegios, su capacidad para deslegitimar toda decisión constructiva, toda libertad legítima contará con su hostilidad, traducida en indiferencia, extremismo, distorsión. Hechos que lo confirmen sobran. La agricultura, como denunció Raúl Castro el 26 de julio de 2007, se ha plagado de marabú, ese arbusto casi invencible que todo lo copa y asfixia. Y muchos años antes Fidel denunció que el campo se había colmado de oficinas.
En cualquier otro país podrá ser igual o peor. Pero en Cuba el enfrentamiento ideológico y político me parece inexcusable. Imprescindible. Se juega la supervivienda de la Revolución. Las acciones burocráticas, por engorrosas, limitadoras, enajenantes, tienden a liquidar la causa del socialismo en el corazón del pueblo. Y el antídoto es el mismo pueblo. Ampliando los usos, espacios y controles democráticos y flexibilizando las estructuras económicas, se reduce la burocracia a eso que dice el diccionario: conjunto de servidores públicos. Ese es su estado ideal. Pero ¿tendremos valor para obligarla, como el domador al tigre, a marchar cabizbaja hacia el rincón subalterno que le corresponde?

lunes, 24 de marzo de 2008

AGUA QUE HAS DE BEBER...


Por Luis Sexto

Las sucesivas culturas humanas le atribuyeron al agua el carisma de lavar las manchas del pecado o la virtud de devolver las facultades a los tullidos. Es el elemento natural con mayores créditos mágicos. El conquistador español Juan Ponce de León murió en La Florida, sin haber hallado el agua que lo había conducido a la muerte y que fluía de la fuente de la eterna juventud, antídoto de las arrugas y las caídas de ciertos órganos que suelen erguirse. Aun hoy, en el Occidente posmoderno, las aguas de Lourdes prometen milagros baratos y fulminantes, como también los prometen los manantiales sulfurosos recomendados por la balneoterapia.

Y no hemos de escandalizarnos por esas atribuciones taumatúrgicas, esotéricas y medicinales que nuestra especie le ha reconocido al agua. La civilización humana más que terráquea o terrestre es acuática en cierto sentido práctico. Las primeras ciudades y posteriormente las grandes ciudades surgieron a orillas del agua dulce. Mesopotamia –Sumer- donde, según los juicios históricos menos polémicos hasta ahora, surgió la civilización, posee una etimología griega que significa “entre ríos”: el Tigres y el Éufrates, cuyos valores naturales favorecieron el desarrollo de las primeras agrupaciones urbanas. El agua para beber y el agua, sobre todo, para irrigar las zonas agrícolas aledañas. De aquellos tiempos, más de 3 000 años antes de nuestra era, permanece la geografía y las ruinas de la obra humana. Entre esos dos ríos fundacionales, en el Medio Oriente, continúa el nombre de Mesopotamia vivo en el significado de Irak, “situado como su antecedente histórico “a las orillas”. Irak, pues, parte de aquellos orígenes, en el mismo sitio, y conserva también la fama de haber sido el sitio del bíblico paraíso terrenal, aunque los norteamericanos y sus aliados lo hayan hecho evolucionar hacia una especie de infierno.

No seguiremos, desde luego, descubriendo el Nilo. El agua. Siempre el agua. Desde Tales hasta George W. Bush. Aquel filósofo griego la consideró uno de los cuatro componentes primordiales de la vida. Bush, o lo que él representa: la expansión desaforada de la civilización norteamericana, signada por la metalización y la petrolización, la juzga -con alguna diferencia de época y conocimiento- en el mismo nicho básico del filósofo de Mileto, pero deficitario, como el petróleo. Esto es, el mundo se va quedando sin agua como “Madrid sin gente”. Y no exagero, ni exageran los ecólogos.
Pienso en dos puntos donde se puede llegar a consensos. El primero, el agua. Es uno de los aspectos clave de la humanidad. Sólo el 3 % de toda el agua es potable y de ese porcentaje sólo el 0,7 % es accesible al consumo humano. Y de ese mínimo, un 80 % va a la agroindustria y queda un escaso 20 % destinado a la conservación de la vida, las plantas, los animales. Un total de 15 de los 24 servicios que nos proporcionan los ecosistemas sufren una grave degradación, lo que entraña un riesgo enorme para el bienestar, no sólo del resto de las especies terrestres, sino también para la especie humana: aparición de nuevas enfermedades, pérdida de la calidad del agua, aparición de las llamadas "zonas muertas" a lo largo de las costas, el colapso de los bancos de pesca y cambios climáticos regionales, son algunos de los desajustes que se avecinan.

¿Quién está en desacuerdo?

El agua es un punto de confrontación. Hoy y ayer. Póngase en el lugar de quien carezca de agua. Olvide que a usted le llega por tuberías a la cocina, los baños, quizás la piscina. ¿Va usted a morir de sed, de hambre, de enfermedades por no tener un espejo líquido de donde abastecerse? Y así, como actuaría usted, obraron los pueblos y las tribus desde la antigüedad. Recientemente, leí un artículo que nos alerta acerca del papel del agua –recurso esencial para la vida, agotable e insustituible- en los litigios de tiempos por venir. Esta nota solo ha pretendido ser un eco de ese texto tan documentado.Pues bien: “De 1948 al 2002 –escribió el mexicano Gustavo Castro Soto- se registraron 1,831 interacciones provocadas por el agua, de las cuales 1,228 fueron de carácter cooperativo que promovieron la firma de 200 tratados de reparto de aguas y la construcción de nuevas represas. Se registraron 507 conflictos de los cuales 37 fueron violentos, 21 con intervenciones militares y 30 han sido protagonizados por Israel y sus vecinos. Se han registrado guerras y conflictos de diversa índole en Israel, Jordania, Siria, Palestina, Egipto, Yemen, Irak, Kuwait. Estados Unidos también le disputa el agua a México y lo hace en la Triple Frontera con Argentina, Uruguay y Paraguay. También hay conflictos en las cuencas del Mar Aral, Jordán, Nilo y Tigris-Eufrates. Pero de seguir la tendencia, podremos encontrar en un futuro conflictos en torno a los ríos Lempa, Bravo, Ganges, Kunene, Río de la Plata, Mekong, Orange, Senegal, Tumen, Zambeza, Limpopo, Han, Incomati, Usumacinta, Lago Chad, entre otros. Actualmente se calculan que existen 640 conflictos serios por el acceso al agua en todo el mundo.”

¿Quién se resiste a la evidencia?

La gente con la conciencia signada por la inquietud del progreso, la justicia, la solidaridad; la gente revolucionaria, verdaderamente cristiana, tiene, pues, que leer los mapas con una óptica fundamentada en el interés por la supervivencia humana. El planeta no parece tan colorido y acogedor en la realidad como en la cartografía. Ni tan rico. A mi modo de ver, lo único que abunda en los mapas son los pretextos, los móviles, las justificaciones para instalar conflictos. Los mapas surgieron coincidiendo con la expansión de los descubrimientos y la expansión comercial: están ligados también al odio, la conquista, la opresión.

Si no nos apuramos, faltará tiempo para dibujar otra versión del mapamundi.

sábado, 22 de marzo de 2008

CUBA Y EL HERMANO OLAYO


Por Luis Sexto

La noticia, difundida primeramente por la agencia Zenit, es vieja. Un cubano nacido, formado y fallecido en Cuba, subirá en noviembre próximo el penúltimo peldaño del canon de los santos: será proclamado beato de acuerdo con los documentos firmados por Benedicto XVI. Se trata de fray José Olayo Valdés, religioso de la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios.
Nació en La Habana en 1820 y murió en Camagüey en 1889. Y ello, hoy aparentemente sin importancia, poseía entonces un profundo y a veces inconsciente sentido nacional. Porque cuando aún brotes y rebrotes del regionalismo entorpecían el desarrollo de la conciencia cubana -incluso frustró la conquista de la independencia en la primera guerra durante el período de l868 a 1878-, Olayo se trasladó hacia Puerto Príncipe y allí murió, como único representante de su orden en Cuba y América. Alguno pensará que politizo o patriotizo también la santidad. Pero ¿por qué no? ¿No transita también el Padre Félix Varela por la ruta crítica del proceso canónico que juzga la heroicidad de sus virtudes cristianas habiendo sido también un cura político y un patriota, hasta anticipar incluso en América Latina a los Arnulfo Romero, los Espinal los Ellacuría? El problema no reside si se es o no político, sino cómo la política y sus afanes de este mundo se vinculan con la fe y la caridad evangélica en los cristianos y en particular en los sacerdotes y religiosos.
Evidentemente, Olayo fue a Camagüey porque cumplía el doble mandato de su voto de obediencia y su vocación hacia la caridad. Pero su acto, cuando todavía el país no se reconocía en toda su extensión y cuando aún existían camagüeyanos que visitaban a Nueva York, sin haber visitado a La Habana, el hermano Olayo, en su gesto nunca amenguado de amor a sus semejantes y también a sus compatriotas, dictó un ejemplo de integridad de índole patriótica. ¿Por qué hemos de separar la ética evangélica de la ética patriótica? Sirvió al prójimo, pero ese próximo, ese hermano enfermo y pobre a quien curaba, bañaba y le lavaba las ropas pútridas de lepra o manchadas de desechos malolientes, era también cubano. ¿O no?
Me siento sumamente feliz por saber que la Iglesia Católica beatificará a un cubano nacido, criado y muerto en la isla. Y de apellido Valdés. Porque fue aquel país colonial, donde no brillaba el “sol del mundo moral”, la justicia, donde todavía se diseminaban las secuelas de la esclavitud, el lugar en que el hermano Olayo sirvió a sus semejantes hasta hacerse santo, es decir, héroe de la virtud. ¿Quién ha dicho que a este pueblo le falta hondura, capacidad de entrega o de abnegación? ¿Quién ha podido decir que entre los cubanos la virtud no prospera? Desde hace más de un siglo, los camagüeyanos, los habitantes de la ciudad de los dos ríos, esa comarca de pastores, según Nicolás Guillén, veneran la memoria de José Olayo. Padre Olayo, como lo llamaban, aunque no aceptó las órdenes sagradas que el arzobispo de Santiago de Cuba le propuso; no aceptó por humildad, por vocación de pobreza en él, servidor de los más pobres; en él, niño depositado en el torno de la Beneficencia. Sin embargo, el pueblo lo llamaba Padre, lo cual confirma que padre es una categoría que se merece con las obras, que no es un título, que es algo más: la entrega y el desprendimiento renuentes a honores y vanidades. La entrega incondicional a quien necesita la mano que alivia y levanta.
El nuevo beato se erige hoy en un ejemplo de virtud para los cubanos de todos los tiempos, seamos creyentes, descreídos, indiferentes o ateos. Hay en su vida un gesto que lo enaltece y nos conmueve en particular por su naturaleza civil sin agravio de la acción cristiana: el hermano Olayo recogió el cadáver del Mayor Ignacio Agramonte, aquel hombre con “alma de beso”, echado como un bulto en la plaza. El pobre hermano hospitalario dio al libertador muerto su único capital: limpió aquel rostro juvenil ya circuido por la santidad de la patria. No sé si el venerable religioso simpatizaba con los insurrectos o rehuía el inmiscuirse en la política militante. Lo cierto es que aquel acto en plenitud de caridad lo ejecutó ante la ira impotente de las tropas españolas, que vengaron su rencor, su intolerancia vencida por el amor cristiano del religioso, quemando el cuerpo del mambí y dispersando sus cenizas en el viento.
El hermano Olayo nos muestra que la fe religiosa sin caridad es práctica seca. Como estéril resulta la militancia política compuesta solo de palabras bonitas sin que los principios otorguen la generosidad suficiente para no solo predicarla sino practicarla.
Admitamos que Cuba está hecha también de hombres como el beato José Olayo Valdés y enriquecida con gestos como los que justificaron su vida para la memoria eterna. Esa vida humilde, callada, abnegada, rica de pobreza -solo con lo mínimo para nutrir su empeño cotidiano de servicio- se empalma con los versos de aquel poeta comunista que cien años más tarde dijo: “Servir es más precioso que brillar”.
Cuba, hermanos, es una sola, aunque plural y diversa.
El beato José Olayo, por bueno, por pobre que dio lo único que poseía: su amor a la gente; por cubano, por solidario sin condiciones, nos pertenece a todos.

viernes, 21 de marzo de 2008

ESTRELLAS ISLEÑAS EN EL EJÉRCITO MAMBÍ


Por Luis Sexto

En la historia larga y gruesa por preservar en Cuba la integridad de la justicia y la libertad, el isleño tiene un papel fundador. Desde fechas inaugurales, el pequeño agricultor canario peleó contra las mandíbulas del latifundio ganadero o azucarero que pretendían desalojarlo para explayarse o arrebatarle el patrimonio del tabaco.

Ese insumiso apego a la tierra lo mantuvo protagonizando en casi todo el período colonial lo que don Fernando Ortiz denominó contrapunteo del tabaco y del azúcar. Peleó el isleño además contra la ley real, contra el monopolio peninsular que dañaba, recortaba, el empeño económico del reducto tabacalero. Y sangre veguera y cuellos vegueros jalonaron desde el siglo XVI el martirologio de la rebeldía. Las crónicas relatan minuciosamente el litigio de 1720 a 1723. En este último año, los vegueros del sur de La Habana acometieron uno de los primeros actos insurgentes contra el poder de la metrópoli. Doce fueron ahorcados en el camino de Jesús del Monte, poblado canario por fundación. El terror impulsó a muchos a migrar hacia otros sitios. Y las vegas tabacaleras comenzaron a proliferar en la Vuelta Abajo.

José Martí, que tantas síntesis de hombres y de cosas de Cuba elaboró, condecora el espíritu rebelde, justiciero, del canario con esta caracterización:
"No hay valla al valor del isleño, ni a su fidelidad, ni a su constancia, cuando siente en su misma persona, o en los que ama, maltratada la justicia (...)".

Líneas más abajo, el Apóstol puntualiza, ubica el espacio épico: "¿Quién que peleó en Cuba, dondequiera que pelease, no recuerda a un héroe isleño?"
Se refería Martí al concurso de los inmigrantes de las Islas Canarias en la Guerra de los Diez Años. Porque, junto con el criollo — negro y blanco —, el africano, el español comprometido con la libertad, el chino y combatientes de otras nacionalidades, el canario obedeció a voces y clarines del Ejército Mambí, en la revolución fraguada en el ingenio Demajagua. Carlos Manuel de Céspedes da un testimonio parcial, pero insuperable de la militancia canaria en la manigua. Escribió en su Diario los días 25 y 27 de agosto de 1872:

"... Encontramos a la familia del teniente coronel (Pancho) Vega y hubo una escena: la reunión de todos sus miembros sanos y salvos al cabo de 4 años de guerra y en presencia de su gobierno".
Dos jornadas más tarde, precisa:

"La familia de estos Vega es toda de Canarias que vinieron aquí a buscar fortuna y han abrazado nuestra causa".

Y el isleño repite su presencia en la contienda que, preparada por Martí desde Estados Unidos, se manifestó el 24 de febrero de 1895 y terminó con la oportunista y conquistadora intervención del ejército norteamericano en 1898. Los canarios volvieron a vestir los harapos y comieron de la mesa enclenque y ocasional del mambí. Y de todos los españoles caídos sirviendo a Cuba en las filas insurrectas, el 43,2 por ciento era de origen canario. Cifra que sugiere a simple vista cierta preponderancia de los isleños sobre los oriundos de otras regiones españolas. Y sugiere cuánto de hidalguía, de arrojo, de abnegación impulsaba al isleño en la manigua. La muerte no lo detenía en el empuje o la carga mambisa frente a los cuadros peninsulares de donde partía el plomo repetido de los máuseres o asomaban los cuchillos calados de los fusiles.

Tanto coraje llamó a las estrellas. Y entre los 27 mambises que en la contienda del 95 mandaron con el grado de mayor general había un canario: Manuel Suárez Delgado, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1840 (afirman también que en 1844) y fallecido en Camagüey 77 años más tarde.
La biografía del General Suárez yace sepultada. Su nombre se menciona en memorias o diarios de campaña. Pero aún no se han sistematizado y aclarado, que yo sepa, la vida y los hechos del General. El investigador José Quintas, de Ciego de Ávila, presentó los primeros hallazgos de su indagatoria y con ellos mereció el primer premio del coloquio historiográfico canario celebrado en 1984 con los auspicios de la Asociación Canaria Leonor Pérez.

Los apuntes de Quintas favorecen hilvanar una relación sumaria del General Suárez. De joven eligió la carrera militar. Sirvió un año en Marruecos. Durante la década de los 60, lo radicaron en Cuba. Aquí abandonó el uniforme. Y se ligó a los jóvenes contestatarios de la Acera del Louvre, sitio céntrico de La Habana donde confluían las aspiraciones e inconformidades políticas y sociales de la juventud radical y beligerante. Luego del 10 de octubre de 1868, Suárez emigró a Estados Unidos. Desde allí le resultará más accesible incorporarse a los seguidores de Céspedes. Y en 1869 regresó en la expedición del Perrit, al mando de Francisco Javier Cisneros y Tomás Jordán. Era El 11 de mayo. En el estero de Canalito, bahía de Nipe, costa norte oriental, los expedicionarios desembarcaron 2 340 fusiles Springfield y municiones. De acuerdo con los historiadores fue el mayor alijo insurrecto durante la Guerra de los Diez Años.

Suárez mandaba la compañía llamada Rifleros de la libertad. Establecido en la manigua integró las fuerzas del Mayor General Ignacio Agramonte. Entre otras, y con otros jefes, peleó en las batallas de La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas, acciones que bastan para consagrar cualquier expediente patriótico.

Tras el Pacto pacificador de El Zanjón. El General Suárez puso hogar en Santa Clara. Participó en los secretos conspirativos de 1879, vinculado al abogado José Martí, entonces en pos de su historia. Fracaso. Nueva espera. Y el 16 de junio de 1895, de la ciudad se trasladó al campo de la guerra. Entre febrero y junio de 1896 fue jefe del Tercer Cuerpo del Ejército Libertador, en Camagüey. En ese cargo Suárez se aplanó en la pasividad.
"Ni dio combates ni realizó nada digno de mención", apuntó el General Loynaz del Castillo en sus memorias.

¿Por qué? Las causas siguen al parecer en la incógnita. Tal vez alguna injusticia contra sus méritos, una preterición, en fin, debilidades humanas que lo desilusionaron.
El Generalísimo Máximo Gómez lo destituyó en presencia del Ejército, luego de dirigirle violentos cargos que Suárez recibió con silenciosa resignación. Pero si no terminó brillantemente su faena militar, supo conservar la dignidad del patriota en medio de la adversidad y el bochorno. El propio Loynaz acotó:

"No por eso abandonó el campo de la Revolución, cuya suerte quiso hasta lo último compartir".
Otras estrellas distinguieron camisas canarias. General de división fue Matías Vega Alemán, nacido en Las Palmas en 1861 y fallecido en Santiago de Cuba en 1905. Y General de brigada, Julián Santana Santana. Nacido en Tenerife en 1830, murió en Las Tunas en 1931. Combatientes desde 1868, de ambos los datos son escasísimos.

Jacinto Hernández portó también las estrellas de brigadier. Fue uno de los generales veteranos de la guerra del 95 que más tiempo vivió en la República. En 1950 tenía 80 años. Entonces quedaban solo seis generales de los 140 que formaron el cuerpo de mando superior en la insurrección.

La biografía de Hernández es más conocida por causa de su longevidad. Además, fue un ciudadano destacado antes y después de la contienda. A los 12 años vino a Cuba. Precedía de Gran Canaria. Había nacido en 1863. Su padre lo aguardaba aquí. Se estableció en San Antonio de las Vegas, en el sur de La Habana. Cuando los jefes supremos del Ejército Libertador, Máximo Gómez y Antonio Maceo, invadieron esa comarca, el Generalísimo se entrevistó con Hernández, a la sazón alcalde del pueblo. Ambos acordaron que el canario se alzaría en armas. Cumplió. El 10 de febrero de 1896 se presentó en la manigua capitaneando a 400 hombres. Gómez lo promovió a comandante. Y al concluir la campaña lo ascendió a general de brigada. Don Jacinto operó en La Habana. En la paz fue el primer alcalde revolucionario de la villa de Güines. Concluido su mandato en los primeros años de la república intervenida, frustrada, por Estados Unidos, se retiró a su finca para cultivar caña de azúcar.

En mis indagaciones hallé también el nombre de José Fernández Mayato, coronel. Antes de alistarse en las filas mambisas, en Matanzas, participó en la extinción del incendio de la ferretería de Isasi, sita entonces en la esquina de Lamparilla y Mercaderes. El hecho se conserva con colores de luto en la memoria de La Habana. El fuego, que ennegreció el 17 de mayo de 1890, prendió dinamita almacenada en el establecimiento. Veintiocho bomberos perecieron. Y hoy se les venera, al igual que ayer, como mártires del altruismo, porque eran voluntarios vinculados a aquel suceso por sentimientos de generosidad y servicio público.
En 1920, el Coronel Fernández Mayato ocupó la jefatura del Cuerpo de Bomberos de la capital.

Ganó el prestigio de trabajador honrado y eficiente.

Extraviados en los anales bélicos, o sin ser recogidos por estos, pueden rutilar en la opacidad del desconocimiento otras estrellas isleñas. La historia las despejará. Queden estas menciones como un acercamiento incompleto, como un acto de gratitud a los canarios que ante el apego a la madre patria injusta, prefirieron servir a la justicia en la patria de adopción.

sábado, 15 de marzo de 2008

MUJER, MUJER DIVINA

Por Luis Sexto

Me asusta escribir sobre la mujer, porque temo escribir tonterías. Voy, no obstante, a liar algunos apuntes. Parto reconociendo que lo mejor de la pareja humana es su región femenina. Tiene ella lo que a veces falta a los varones: la sabiduría de comprender, la abnegación de tolerar y desdoblarse, y la ternura de mojar con sangre de uno de sus dedos la arcilla de la maternidad.

Lo digo, y sé que todavía el machismo cuenta con aire entre nosotros. A veces creemos que la mujer solo está llamada a ser madre y a cuidar la casa, tal como escribió el polaco Kapuschinski sobre la mujer africana: la mitad de su vida la dedica a parir y llevar los hijos sobre las espaldas y la otra mitad a rayar la yuca para la mandioca. Algunos, incluso, le asignamos un papel maligno en las relaciones amorosas. ¡Cuánto bolero melódico, cordial, intenso, compuesto por hombres, nos la describen como un ser perverso!

Afortunadamente, todo ese andamiaje costumbrista va poco a poco desapareciendo o transformándose en una relación poética más pulida, más serena. La mujer ha sabido realizar la revolución, primeramente dentro de sí, echando a un lado prejuicios de siglos. Y ha demostrado que, sin su concurso, el país y la familia andarían más lentamente, cojeando y, sobre todo, sin cumplir parte de la justicia. Lo demás, el poema o el guiño, el juramento o el desdén, corresponden a la prosa personal de lo cotidiano. Quizás al folclor de Eros.

El Día de los Enamorados o el Día de la Mujer y cualquier otra fecha componen, en síntesis, el espacio que nosotros debemos aprovechar para lavarnos las mil inconsecuencias de nuestra conducta de esposo o novio, amigo o contrapartida masculina de la mujer, y prometernos un porvenir más sensato. No veo las fechas en que recordamos a las damas de otra manera. Sé que existe una deuda de gratitud y reconocimiento que aún continúa mostrando sus cifras sin cancelar. Y urgimos, por ello, releer hoy a uno de los autores más agraciados en sus páginas sobre la mujer. Recuerdo una frase de José Martí que ha llegado a ser como la síntesis de la doctrina revolucionaria acerca de la participación de la mujer en la sociedad. Sin su concurso, afirmó el Apóstol, las campañas de los pueblos son débiles. Porque, desde luego, les faltaría el complemento que fortalece y tonifica.

Martí fue un enamorado. Pero no un enamorado feliz. Pudo quejarse justamente de carecer del pecho femenino que le sirviera de sostén, al menos en su matrimonio, y sin embargo, calló. Porque –decía- “de mujer puede ser/ que mueras de su mordida, / pero no manches tu vida/ diciendo mal de mujer.” Ahondando en la intimidad martiana, no he hallado, entre tantas de tantos, carta de amor más intensa en su brevedad, más viril en su percusión, ni más respetuosa y comedida en su apasionada expresión que aquella dirigida por el joven Martí a la mexicana Rosario de la Peña, y cuyo resumen puede hacerse en una frase: Tengo frío y estoy pensando en usted.

Ahora, termino. Me doy cuenta de que, después de Martí, el riesgo de decir boberías se multiplica.

jueves, 13 de marzo de 2008

EL TRABAJO DEL PENSAMIENTO

Un libro me acompaña desde muy joven. Tal vez los 17 años. Al verlo supe que sería decisivo para mi vida. Se titula El trabajo intelectual, de Jean Guitton, célebre, entre facetas de historiador, apologista, filósofo, por su dedicación al periodismo ensayístico; también al literario. Lo estimé decisivo porque me facilitó, a tan prematura cuanto oportuna edad, los instrumentos principales del pensar y del escribir, que ambos ejercicios han de hacerse; el primero primeramente, y luego el segundo. ¿Escribir sin meditar antes cuanto se ha de decir, o sobre qué se ha de escribir?

Entre las páginas de ese libro de Guitton fui adquiriendo algún concepto sobre el estilo. Comprendí de inicio que el uso del intelecto es, ante todo y después de todo un trabajo intelectual. ¿Inspiración? Nada de mágicos soplos, de humaredas merlinescas. Es aplicación, sudor, pasión, emoción puestos sobre la escritura o la lectura.

Lo principal de este libro fundacional en mi vocación periodística y literaria no radica solo en cuanto me reveló con la encarecida técnica francesa de lo exacto, lo racional. Más bien reside en cuanto me ha permitido deducir de sus directrices abiertas, aptas para el desvío, la curva, la marcha atrás. Por ello, a mis alumnos en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana les digo que, a mi parecer, el periodista verdadero es aquel que sabe moverse entre las cosas que ignora. De pronto, la frase ingeniosa -cápsula que pretende sintetizar una definición- nos parece un disparate, un despropósito. Y es, por el contrario, actitud culta, carisma de la asociación. Porque cómo resulta imposible saberlo todo, hemos de poseer para compensar las carencias la capacidad de vincular los conocimientos entre sí.

Ese es el signo generador de la cultura.Pero, reduciendo el campo, El trabajo intelectual de Guitton trasmite también el uso apropiado de las técnicas de pensar y, por supuesto, de expresar el pensamiento. No puedo ahora dejar de asumir cierta pose profesoral. Cuando vamos a interpretar hechos o ideas el anunciado puede desarrollarse o empezar a desarrollarse de tres maneras: A priori, A posteriori y A contrariori.Leamos lo siguiente:

El bien de un ser no puede hallarse en algo extraño a la naturaleza del hombre. Por tanto la felicidad es un estado psíquico, producto de una idea; ahora bien, la riqueza, por sí misma, es incapaz de dar esta idea. No es en modo alguno la riqueza lo que hace la felicidad, sino la idea de la riqueza…
Lo entendemos fácilmente. Con el uso del método de A priori extraemos de una idea general ya admitida, reconocida, la proposición que defendemos o queremos demostrar. Es el método socrático. Y, digo de paso, este es el método que encaja en el artículo, por su trabajo fundamental con las categorías ideológicas.Veamos otro ejemplo:

Las elecciones en España han venido a resolver, por esta vez, el antiguo litigio entre el bien y el mal. Hemos visto con frecuencia que la maldad impera sobre la bondad sin que hallemos la vindicación que una vieja fe en, premio y el castigo espera… Esta vez los malos perdieron. Y al parecer un hecho nunca previsto propició esa justicia siempre anhelada: las explosiones en la estación del metro en Atocha. Si juzgamos o evaluamos a posteriori nos percatamos que el análisis resulta más cercano, más vital, porque consiste en tomar ejemplos, casos concretos, anécdotas, experiencias, para abonar y facilitar la interpretación. Requiere un mayor esfuerzo de memoria, cultura, poder de síntesis. Propio del comentario, que suele trabajar con hechos.Este es el último ejemplo:

No creo en el ahorro. Hasta hoy he oído sin interrupción mil razones que recomiendan y encarecen el ahorro, y sin embargo continuamos uncidos al derroche. ¿Llegará a ser alguna vez el ahorro una cantidad posible, palpable? ¿Tendrán razón las cartas papales que llegan a sugerir que el que ahorra será un bienaventurado?

Hemos pensado, en ese párrafo, por el lado opuesto. Habitualmente uno ha de creer en el ahorro, que es la opinión más común, pero en el inicio del comentario, el comentarista parte de lo contrario: dice no creer en esa vieja y recomendada práctica. Este es el método de A contrariori o A contrario sensu. Y consiste en objetar, ir en contra, y discernir en el análisis la parte de verdad que contiene una proposición o un hecho y su parte de falsedad. Es, según mi experiencia, el preferido por los lectores u oyentes. Todo cuanto parezca polémico interesa. Lo que no puede interesar es lo complaciente, lo obvio, lo propagandístico. Evidentemente, líneas más abajo, el autor dirá que no cree en cierto… tipo de ahorro, porque al otro, el que no es una consigna y sí una sabia práctica, le reconoce sus valores y sus urgencias.

Este método de la polémica ha servido para desafiar a los receptores. Es el más punzante. Provocador. Atiza la curiosidad ante el probable litigio de quien anda a contracorriente. Los demás también funcionan como resortes para activar el interés. Pero todos, en suma, se adecuan a las intenciones y a la materia elegida. No siempre la polémica encaja en ciertos contenidos especulativos, ni las abstracciones sirven para afrontar el choque de lo concreto, ni lo concreto para deducir una interpretación plausible. Son fórmulas que, como las palabras, se seleccionan en la operación del estilo. Cuando convenga una u otra.

domingo, 9 de marzo de 2008

LUIS SEXTO NO DEBIO DE "MORIR"

Por Emir García Meralla.

En honor a la más estricta verdad estuve mucho tiempo pensando en como titular esta nota y que los prejuicios o las emociones no me dominaran. Tengo en mi mesa de un ejemplar del libro El día en que me mataron, del periodista cubano Luis Sexto.

Cuba vive aires de libros, la 17 Feria Internacional del Libro de La Habana aún no ha concluido y se esparce por la Isla. Comencemos por el principio. El autor de esta pieza que tengo entre mis manos se llama Luis Sexto, por lo que uno imagina que se trata de un miembro de la nobleza francesa del siglo X y que de alguna manera esta emparentado con el Rey Sol y con la decapitada Maria Antonieta; a sea que es historia. El título del ejemplar no puede ser más acorde al nombre: El día en que me mataron; en pocas palabras, pueden ser los detalles de una investigación emprendida para aclarar las causas, antecedentes y consecuencias de un magnicidio.

No es ni lo uno ni lo otro.

Este Luis es Cubano, con mayúscula, y su profesión es el sacerdocio de la palabra y la información: periodista; él no es culpable de llevar tal apellido, pero todos los que le conocen le suelen llamar: Sexto. El libro en cuestión es una recopilación de algunas de sus crónicas y anécdotas escritas con la regularidad proverbialmente necesaria para los domingos en un periódico cubano: Juventud Rebelde, en el que sus crónicas dominicales durante años corrieron el riesgo de hacernos pensar y reflexionar, si fuera el caso, y reír en no pocas ocasiones.

Escribir, dijo alguien una vez, es el más solitario de los artes y el más apasionante de los suicidios; este libro puede ser la cronología de un hermoso suicidio. Durante años el espacio de lectura reposada de los domingo en los periódicos ha sido una de las grandes ambiciones y sueños de todos los periodistas y escritores, tener una columna fija el único día de asueto es la coronación profesional más alta. Garantiza la regularidad de los lectores permite al escritor disponer de un corpus creativo inagotable; es también un gran reto, pues se trata de demostrar hasta que punto se puede ser creativo, original y mas que todo imaginativo.

Lecturas de domingo durante años ha tenido nombres ilustres en el periodismo cubano. En ese olimpo entró, por sus propios méritos y pies Luis Sexto.Contadas con un estilo directo, con un despliegue adecuado de recursos literarios, haciendo uso del lenguaje coloquial, el autor nos conduce por su vida, su profesión, sus miedos, sus tristezas y hasta nos muestra a su familia tal y como es; cada una de las crónicas o Crónicas en primera persona, como se llamó la columna, es un fresco de la vida cubana de los años iniciales del Siglo XXI; de una aventura así estaba urgido el periodismo nacional y los lectores mismos.

Debo confesar mi preferencia por el trabajo Traído por los pelos, tal vez por solidaridad capilar más que por valores literarias o periodísticas; quizás sea por la sencilla razón de que me obligó a reflexionar más de lo que esperaba… en fin que de un solo golpe me bebí este discreto tratado de filosofía urbana.Al fin y al cabo soy humano y la pasión brotó en estas líneas, inobjetable verdad. Las cifras de libros vendidos, durante estos días de Feria, pueden ser inusitadas si se tiene en cuenta el hecho de que los libros por obra y gracia del mercado cada día son más caros y cada día se deja de escribir con el corazón.

A esta hora mis preferencias como lector las tomo por Luis Sexto. Me alegro sobremanera que la obra suya no me conduzca por el laberinto detectivesco de la historia ni las calles y los salones palaciegos de Louvre o los sótanos de las Tullerias. Esta historia es la de un hombre cubano de carne y hueso al que pienso un día estrechar la mano… digo si no lo matan nuevamente antes de que escriba otras líneas.

martes, 4 de marzo de 2008

JARDÍN SIN LIBROS


Dicen que un hogar sin hijos es un jardín sin flores. Y qué metáfora se podría aplicar a aquellos hogares donde no hay un libro. Tal vez tengamos que invertir la imagen y afirmar que los libros sin casa son flores sin jardín. Y la comparación no es caprichosa. Porque hay afinidades entre hijos, libros, flores y jardines. En efecto, un hijo es una flor, fruto florecido de la pareja humana. Un libro puede ser también un hijo para el escritor. Y puede ser un jardín para los lectores, un jardín salpicado de colores y aromas.

Todo, así, dicho muy ranciosamente, muy a la antigua, porque estoy hablando de libros, y me parece que ya nada se podrá inventar para impedir la repetición de las mismas imágenes y los mismos conceptos. Y a fuer de sincero, no puedo confesar, como el poeta Rilke, que he leído mucho. No quisiera, sin embargo, que la feria del libro de La Habana concluyera su recorrido por ciudades del país sin que yo, con toda humildad, hilvane algún comentario sobre este festival de cultura impresa.

Permítanme una confesión personal: me apasionan los libros. Mi buena madre empezó a preocuparse cuando, en mi adolescencia, me olvidé de los programas del Viejito Chichí, o los muñequitos de Disney, para introducirme en los libros de Julio Verne, Salgari y compañía. Este muchacho va a enloquecer, se quejaba la vieja. Y yo me reía, porque fue entonces cuando comencé a ser un muchacho serio, influido por personajes maduros, dispuestos al bien, capaces de servir a la patria, y a los demás, aunque fuesen desconocidos.

No me gustaría ofender, pero debo decir que cuando llego a una casa y no veo libros, aunque sean libros viejos, me entristezco. Porque faltan flores al jardín, o jardín a las flores. No sé cómo podríamos aspirar a ser mejores personas, mejores padres, mejores ciudadanos, si el trato con los libros es nulo. Pero, además, cómo podríamos aspirar a ser cultos, si no leemos, si en nuestro hogar no se echa de menos ese artículo de primera necesidad. Y cómo, sobre todo, nuestros hijos podrán amar la escuela, el estudio y la lectura, si crecen en un hogar sin libros.

La Feria del Libro ha demostrado que hay infinidad de cubanos que sienten auténtica avidez por la lectura. No somos pocos los amigos del libro. Y somos muchos, porque sabemos que la relación que se establece con un libro se formaliza sobre el diálogo y, por lo tanto, nos obliga a pensar. El libro es un producto cultural que no posee un solo autor. Son muchos los autores de un título leído masivamente. El escritor dice, afirma, sostiene, cuenta. Y el lector, el otro autor del texto, contradice, refuta, enriquece. Por ello, un libro anotado en sus márgenes es un libro leído hasta el tuétano, como hasta el tuétano se come un manjar, se aspira el perfume de una flor y se ama a un hijo.

lunes, 3 de marzo de 2008

EL EJERCICIO DE LA OPINIÓN

Contar una historia primeramente nos precisa a tener… una historia que contar, según Perogrullo, especialista en lo obvio. Y así, para emitir una opinión hace falta, primordialmente, tener una opinión. Ahí, en el hecho de tener una opinión, descubrimos el punto más candente del ejercicio de los géneros de opinión. Por lo general, según me parece haber observado, todos queremos opinar, aparecer en la página editorial con nuestra foto al lado. De modo que para escribir un comentario o un artículo sobran profesionales en las redacciones; faltan, en cambio, para construir una noticia o indagar en la vida y luego contar una historia en el reportaje.
Me arriesgo a acotar que la opinión es la vertiente periodístico profesional por la cual debemos terminar la carrera; no empezarla. Creo verlo claro, aunque alguno se moleste: cualquier profesional no puede ejercer la opinión. Son necesarias ciertas cualidades que propicien que las opiniones del comentarista interesen, sean capaces de atraer la atención de los receptores. Contrariamente a lo que opinan otros tratadistas, creo que el comentario es un género sumamente personal. Que el lector busca al comentarista y no el comentario. Fraser Bond sostiene en Introducción al periodismo que “Todos preferimos lo personal a lo anónimo.” Por eso, el comentarista ha de ser un profesional cuyo nombre sea capaz de decirle algo al receptor antes que el contenido de su comentario. Y Charles A. Dana estableció que solo habrá periodismo personal si hay periodistas cuyos juicios interesen a los lectores, y habrá periodismo impersonal en tanto haya periodistas cuyas opiniones no interesen a nadie.
Por ello, para comentar, para enjuiciar un segmento noticioso de la realidad, es preciso tener algo que decir. No se puede comentar a base de divagaciones, frases hechas, rodeos. O de lo obvio. Un comentario necesita antes de ser escrito: 1- Conocer el ámbito en cuya órbita radica el asunto o tema del comentario.2- Poseer una base cultural que permita asociar fenómenos disímiles. Por ejemplo, ¿se puede escribir sobre el conflicto árabe israelí, sin conocer el origen histórico del diferendo, incluso sin remontarse a los tiempos bíblicos, a la dispersión judía después de la destrucción de Jerusalén por Tito? 3- Saber precisar las tendencias que influyen y modifican los hechos. En el caso de un libro o un espectáculo hemos de subrayar el conocimiento de la manifestación artística o cultural objeto de comentario. Para ejercer la crítica, aunque sea la periodística, como decía Alfonso Reyes, hay que tener 100 años de literatura detrás. Pero, sobre todo, para ejercer la opinión hace falta haber vivido y acumular un saldo de experiencias que enriquezcan con fibras de humanas sensaciones nuestra expresión y nuestros juicios.
No hablaré en estas notas del artículo. Existe a primera vista una equivalencia maquinal entre uno y otro. Y los diferenciamos por la extensión o por la profundidad: el comentario –decimos- es volandero; el artículo más hondo. A mi criterio, los determinan y definen la intención y la materia prima de cada uno: el comentario tiende a interpretar y valorar los hechos mediante el contraste con otros hechos. El artículo propone una tesis como resultante de un análisis de ideas. Resumiendo: el comentario es más hechológico; el artículo, más ideológico. El comentarista valoraría la situación actual en Palestina confrontando los últimos acontecimientos y deduciendo un pronóstico. El articulista se dedicaría a organizar, mediante ideas, una tesis sobre el papel del sionismo en el Medio Oriente y su influencia en la situación israelo palestina.
No todos los tratadistas reconocen el comentario. Ni Carlos Marín, ni Juan Gargurevich, cuyos libros de técnica periodística son muy conocidos en nuestra región. Julio García Luis lo incluye entre los géneros de opinión y lo hace afín del editorial. Martín Vivaldi, en su libro sobre los géneros periodísticos –titulado así: Géneros periodísticos-, no reconoce el comentario, aunque sí el artículo, y dice de este que es un comentario interpretativo de la realidad. Sin embargo, en Curso de Redacción admite la existencia del comentario y construye una teoría. Vivaldi define que comentar es interpretar. Y comentar exige, además de la interpretación -que equivale la revelación de causas e influencias-, un pronóstico y una solución al problema. ¿Podrá ser siempre así?
En algunos comentarios, como los internacionales, lo más hacedero será la interpretación y el pronóstico, es decir, el juicio que prevé hacia dónde se enrumbarán los acontecimientos.Podemos concluir: El comentario es un género que ayuda a entender lo que pasa, según términos del propio Vivaldi. El periodista desarma un aspecto de la actualidad para analizarla e interpretarla. Y esa interpretación está condicionada por la cultura y las facultades del autor, además de por la filiación política o clasista. Es decir, el comentarista opina, interpreta desde posiciones de partido o de convicciones políticas o ideológicas.
Vivaldi parece tener soluciones para todo. Y afirma que las notas esenciales de todo auténtico comentario son: el análisis científico y la síntesis artística. De acuerdo con la posición casi polémica que he adoptado, estimo que no es necesario que el comentarista sea un especialista. Especialista, en última instancia, de la comunicación, de la técnica y el estilo del comentario. Basta, pues, que posea cultura y conocimientos particulares de los hechos que le permitan opinar objetiva y rigurosamente, con flexibilidad y sensatez. Estas son, a mi parecer, dos de las virtudes primordiales del comentario: flexibilidad y sensatez. Flexibilidad para rehuir el juicio absoluto y sensatez para no apartarse demasiado de lo más plausible y racional, que suele lindar con “lo científico”. Estas técnicas, que se mezclan en el enunciado, no nos impiden afrontar un peligro: el absolutismo del criterio. La generalidad de nosotros, según observo, no sabe debatir. Usualmente intentamos anular al contrincante, invalidarlo. Y ese es el fin de toda polémica, pero la anulación del oponente ha de conquistarse con la certeza y adecuado manejo de los argumentos. Y a veces nos basta, para quitarle la razón al otro, decir que no la tiene, porque “yo soy el dueño de todo lo razonable”. Supone un mal paso en toda discusión decir: “No estoy de acuerdo contigo”. O espetarle: “Estás equivocado”. De ese modo estamos poniendo al otro en la posición de declararse enemigo de nuestros criterios. ¿Y es ello inteligente? Existe una vieja norma táctica: crear enemigos… sólo si es necesario. Por lo tanto, para oponerse a otras opiniones lo conveniente es intervenir diciendo: “Yo tengo otro punto de vista.”
Esa técnica, que tiende a evitar cuerdamente que los demás se nos pongan en contra o nos rechacen, porque nosotros aleguemos que somos los únicos que pensamos correctamente, o somos los que nunca nos equivocamos; esa técnica integra una categoría llamada estilo apagado. Y puede definirse como la modulación que rompe la tendencia absolutista en la expresión del pensamiento. Esta técnica del francés Jean Guitton posee una consonancia con ideas de Benjamín Franklin. En su autobiografía el norteamericano nos recomienda que, al polemizar, nunca digamos: “Yo discrepo”, o “estoy en desacuerdo”, sino “yo tengo otro punto de vista”, para que así nuestro contendiente no sea sienta menospreciado, rebajado, y esté dispuesto a analizar nuestra posición que, dicha de modo tan cauteloso, no se opone explícitamente a la otra. Ejemplifiquemos el estilo apagado: "Cuanto vamos a decir tiene solo un valor relativo y aproximado. A veces hemos creído que pintábamos en el agua, queriendo imponer reglas a lo que se burla de las reglas. La técnica de la novela ha dado ocasión a mil estudios, siempre más afortunados los menos rigurosos y estrictos, y siempre más objetables los que pretendían sujetar con el freno de los preceptos a este potro brioso y rebelde. Sin entrar en teorías comprometedoras ni querer contribuir con un cadáver más para la fosa común de las hipótesis inútiles, todos convendrán en que, de un modo sumario, y sobre todo hasta antes de las catástrofes –o sea antes de 1914, la primera Guerra Mundial- siempre esperábamos que la novela contuviese dos elementos principales: personajes y trama."
Lo apreciamos exactamente, Alfonso Reyes no desea echarle encima al lector su crédito pesado como crítico, ensayista, culturólogo de acatamiento mundial. Y empieza por abajo, restándole tamaño a su juicio sobre la novela policial. El efecto, uno y rápido: nos gana.En el estilo apagado, además de admitir la propia insuficiencia o las dificultades del tema, el autor puede matizar el enunciado mediante ciertos modalizadores: “quizás, tal vez, posiblemente, prácticamente, de acuerdo con un criterio común, como cualquier otro”, etcétera. Puestos así, de vez en cuando como para recordar que somos falibles. Con ello evitamos el estilo asertivo, es decir, un texto compuesto con afirmaciones inapelables. Tajantes. Matizando, el enunciado se personaliza de modo que usted, el comentarista, parezca un ser que piensa, pero deja pensar a los demás.
Y qué habremos de suscribir sobre la “síntesis artística” que impone Vivaldi, ese maestro de todos, al comentario. Con ella, el periodista se diferencia del especialista “puro”. Hemos probado alguna vez llevar académicos e investigadores al periódico, y las conclusiones no han sido muy alentadoras. Pueden saber mucho, y quizás por ello, por esa carga de conocimientos, pierden la síntesis y la forma. Ahora me viene a la mente un libro de Alexis Carrel, médico, premio Nobel, que escribió un libro famoso en un tiempo titulado La incógnita del hombre. El que recuerdo es su Diario. Y en esas páginas dice él, especialista en histología, que la mentalidad más ancha pertenece a los que no son “especialistas”. No pretendo escribir contra los especialistas: son útiles, necesarios; ejercen funciones insustituibles. Pero estamos hablando de periodismo y periodistas. Y nuestros análisis se han de caracterizar por un ancho universo de referencias, cuyo alcance permita asociar los hechos más lejanos o más disímiles entre sí. La síntesis artística falta, por lo usual, en textos destinados a la prensa y que resultan “sumamente especializados” y, por tanto, divorciados de la correspondencia dialéctica entre la forma y el contenido La síntesis artística se traduce en la esencia, lo típico, del fenómeno y en una expresión que discurra a través de formas que, exaltando el contenido, no solo persuadan sino -como le gusta decir al español Alex Grijelmo- seduzcan. Seduzcan por su organización armónica. Somos periodistas. Y nadie, por tanto, está obligado a leernos o a oírnos. Ley elemental que, a menudo, algunos pretendemos violar. La forma, o el gusto por la forma, no es un lujo; está entre las necesidades primarias del trabajo con las ideas y la información.
Perdónenme, al finalizar, que yo, tan inhábil químico, no haya podido mostrarles otra cosa que la fórmula del agua tibia.