martes, 4 de marzo de 2008
JARDÍN SIN LIBROS
Dicen que un hogar sin hijos es un jardín sin flores. Y qué metáfora se podría aplicar a aquellos hogares donde no hay un libro. Tal vez tengamos que invertir la imagen y afirmar que los libros sin casa son flores sin jardín. Y la comparación no es caprichosa. Porque hay afinidades entre hijos, libros, flores y jardines. En efecto, un hijo es una flor, fruto florecido de la pareja humana. Un libro puede ser también un hijo para el escritor. Y puede ser un jardín para los lectores, un jardín salpicado de colores y aromas.
Todo, así, dicho muy ranciosamente, muy a la antigua, porque estoy hablando de libros, y me parece que ya nada se podrá inventar para impedir la repetición de las mismas imágenes y los mismos conceptos. Y a fuer de sincero, no puedo confesar, como el poeta Rilke, que he leído mucho. No quisiera, sin embargo, que la feria del libro de La Habana concluyera su recorrido por ciudades del país sin que yo, con toda humildad, hilvane algún comentario sobre este festival de cultura impresa.
Permítanme una confesión personal: me apasionan los libros. Mi buena madre empezó a preocuparse cuando, en mi adolescencia, me olvidé de los programas del Viejito Chichí, o los muñequitos de Disney, para introducirme en los libros de Julio Verne, Salgari y compañía. Este muchacho va a enloquecer, se quejaba la vieja. Y yo me reía, porque fue entonces cuando comencé a ser un muchacho serio, influido por personajes maduros, dispuestos al bien, capaces de servir a la patria, y a los demás, aunque fuesen desconocidos.
No me gustaría ofender, pero debo decir que cuando llego a una casa y no veo libros, aunque sean libros viejos, me entristezco. Porque faltan flores al jardín, o jardín a las flores. No sé cómo podríamos aspirar a ser mejores personas, mejores padres, mejores ciudadanos, si el trato con los libros es nulo. Pero, además, cómo podríamos aspirar a ser cultos, si no leemos, si en nuestro hogar no se echa de menos ese artículo de primera necesidad. Y cómo, sobre todo, nuestros hijos podrán amar la escuela, el estudio y la lectura, si crecen en un hogar sin libros.
La Feria del Libro ha demostrado que hay infinidad de cubanos que sienten auténtica avidez por la lectura. No somos pocos los amigos del libro. Y somos muchos, porque sabemos que la relación que se establece con un libro se formaliza sobre el diálogo y, por lo tanto, nos obliga a pensar. El libro es un producto cultural que no posee un solo autor. Son muchos los autores de un título leído masivamente. El escritor dice, afirma, sostiene, cuenta. Y el lector, el otro autor del texto, contradice, refuta, enriquece. Por ello, un libro anotado en sus márgenes es un libro leído hasta el tuétano, como hasta el tuétano se come un manjar, se aspira el perfume de una flor y se ama a un hijo.
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