lunes, 3 de marzo de 2008

EL EJERCICIO DE LA OPINIÓN

Contar una historia primeramente nos precisa a tener… una historia que contar, según Perogrullo, especialista en lo obvio. Y así, para emitir una opinión hace falta, primordialmente, tener una opinión. Ahí, en el hecho de tener una opinión, descubrimos el punto más candente del ejercicio de los géneros de opinión. Por lo general, según me parece haber observado, todos queremos opinar, aparecer en la página editorial con nuestra foto al lado. De modo que para escribir un comentario o un artículo sobran profesionales en las redacciones; faltan, en cambio, para construir una noticia o indagar en la vida y luego contar una historia en el reportaje.
Me arriesgo a acotar que la opinión es la vertiente periodístico profesional por la cual debemos terminar la carrera; no empezarla. Creo verlo claro, aunque alguno se moleste: cualquier profesional no puede ejercer la opinión. Son necesarias ciertas cualidades que propicien que las opiniones del comentarista interesen, sean capaces de atraer la atención de los receptores. Contrariamente a lo que opinan otros tratadistas, creo que el comentario es un género sumamente personal. Que el lector busca al comentarista y no el comentario. Fraser Bond sostiene en Introducción al periodismo que “Todos preferimos lo personal a lo anónimo.” Por eso, el comentarista ha de ser un profesional cuyo nombre sea capaz de decirle algo al receptor antes que el contenido de su comentario. Y Charles A. Dana estableció que solo habrá periodismo personal si hay periodistas cuyos juicios interesen a los lectores, y habrá periodismo impersonal en tanto haya periodistas cuyas opiniones no interesen a nadie.
Por ello, para comentar, para enjuiciar un segmento noticioso de la realidad, es preciso tener algo que decir. No se puede comentar a base de divagaciones, frases hechas, rodeos. O de lo obvio. Un comentario necesita antes de ser escrito: 1- Conocer el ámbito en cuya órbita radica el asunto o tema del comentario.2- Poseer una base cultural que permita asociar fenómenos disímiles. Por ejemplo, ¿se puede escribir sobre el conflicto árabe israelí, sin conocer el origen histórico del diferendo, incluso sin remontarse a los tiempos bíblicos, a la dispersión judía después de la destrucción de Jerusalén por Tito? 3- Saber precisar las tendencias que influyen y modifican los hechos. En el caso de un libro o un espectáculo hemos de subrayar el conocimiento de la manifestación artística o cultural objeto de comentario. Para ejercer la crítica, aunque sea la periodística, como decía Alfonso Reyes, hay que tener 100 años de literatura detrás. Pero, sobre todo, para ejercer la opinión hace falta haber vivido y acumular un saldo de experiencias que enriquezcan con fibras de humanas sensaciones nuestra expresión y nuestros juicios.
No hablaré en estas notas del artículo. Existe a primera vista una equivalencia maquinal entre uno y otro. Y los diferenciamos por la extensión o por la profundidad: el comentario –decimos- es volandero; el artículo más hondo. A mi criterio, los determinan y definen la intención y la materia prima de cada uno: el comentario tiende a interpretar y valorar los hechos mediante el contraste con otros hechos. El artículo propone una tesis como resultante de un análisis de ideas. Resumiendo: el comentario es más hechológico; el artículo, más ideológico. El comentarista valoraría la situación actual en Palestina confrontando los últimos acontecimientos y deduciendo un pronóstico. El articulista se dedicaría a organizar, mediante ideas, una tesis sobre el papel del sionismo en el Medio Oriente y su influencia en la situación israelo palestina.
No todos los tratadistas reconocen el comentario. Ni Carlos Marín, ni Juan Gargurevich, cuyos libros de técnica periodística son muy conocidos en nuestra región. Julio García Luis lo incluye entre los géneros de opinión y lo hace afín del editorial. Martín Vivaldi, en su libro sobre los géneros periodísticos –titulado así: Géneros periodísticos-, no reconoce el comentario, aunque sí el artículo, y dice de este que es un comentario interpretativo de la realidad. Sin embargo, en Curso de Redacción admite la existencia del comentario y construye una teoría. Vivaldi define que comentar es interpretar. Y comentar exige, además de la interpretación -que equivale la revelación de causas e influencias-, un pronóstico y una solución al problema. ¿Podrá ser siempre así?
En algunos comentarios, como los internacionales, lo más hacedero será la interpretación y el pronóstico, es decir, el juicio que prevé hacia dónde se enrumbarán los acontecimientos.Podemos concluir: El comentario es un género que ayuda a entender lo que pasa, según términos del propio Vivaldi. El periodista desarma un aspecto de la actualidad para analizarla e interpretarla. Y esa interpretación está condicionada por la cultura y las facultades del autor, además de por la filiación política o clasista. Es decir, el comentarista opina, interpreta desde posiciones de partido o de convicciones políticas o ideológicas.
Vivaldi parece tener soluciones para todo. Y afirma que las notas esenciales de todo auténtico comentario son: el análisis científico y la síntesis artística. De acuerdo con la posición casi polémica que he adoptado, estimo que no es necesario que el comentarista sea un especialista. Especialista, en última instancia, de la comunicación, de la técnica y el estilo del comentario. Basta, pues, que posea cultura y conocimientos particulares de los hechos que le permitan opinar objetiva y rigurosamente, con flexibilidad y sensatez. Estas son, a mi parecer, dos de las virtudes primordiales del comentario: flexibilidad y sensatez. Flexibilidad para rehuir el juicio absoluto y sensatez para no apartarse demasiado de lo más plausible y racional, que suele lindar con “lo científico”. Estas técnicas, que se mezclan en el enunciado, no nos impiden afrontar un peligro: el absolutismo del criterio. La generalidad de nosotros, según observo, no sabe debatir. Usualmente intentamos anular al contrincante, invalidarlo. Y ese es el fin de toda polémica, pero la anulación del oponente ha de conquistarse con la certeza y adecuado manejo de los argumentos. Y a veces nos basta, para quitarle la razón al otro, decir que no la tiene, porque “yo soy el dueño de todo lo razonable”. Supone un mal paso en toda discusión decir: “No estoy de acuerdo contigo”. O espetarle: “Estás equivocado”. De ese modo estamos poniendo al otro en la posición de declararse enemigo de nuestros criterios. ¿Y es ello inteligente? Existe una vieja norma táctica: crear enemigos… sólo si es necesario. Por lo tanto, para oponerse a otras opiniones lo conveniente es intervenir diciendo: “Yo tengo otro punto de vista.”
Esa técnica, que tiende a evitar cuerdamente que los demás se nos pongan en contra o nos rechacen, porque nosotros aleguemos que somos los únicos que pensamos correctamente, o somos los que nunca nos equivocamos; esa técnica integra una categoría llamada estilo apagado. Y puede definirse como la modulación que rompe la tendencia absolutista en la expresión del pensamiento. Esta técnica del francés Jean Guitton posee una consonancia con ideas de Benjamín Franklin. En su autobiografía el norteamericano nos recomienda que, al polemizar, nunca digamos: “Yo discrepo”, o “estoy en desacuerdo”, sino “yo tengo otro punto de vista”, para que así nuestro contendiente no sea sienta menospreciado, rebajado, y esté dispuesto a analizar nuestra posición que, dicha de modo tan cauteloso, no se opone explícitamente a la otra. Ejemplifiquemos el estilo apagado: "Cuanto vamos a decir tiene solo un valor relativo y aproximado. A veces hemos creído que pintábamos en el agua, queriendo imponer reglas a lo que se burla de las reglas. La técnica de la novela ha dado ocasión a mil estudios, siempre más afortunados los menos rigurosos y estrictos, y siempre más objetables los que pretendían sujetar con el freno de los preceptos a este potro brioso y rebelde. Sin entrar en teorías comprometedoras ni querer contribuir con un cadáver más para la fosa común de las hipótesis inútiles, todos convendrán en que, de un modo sumario, y sobre todo hasta antes de las catástrofes –o sea antes de 1914, la primera Guerra Mundial- siempre esperábamos que la novela contuviese dos elementos principales: personajes y trama."
Lo apreciamos exactamente, Alfonso Reyes no desea echarle encima al lector su crédito pesado como crítico, ensayista, culturólogo de acatamiento mundial. Y empieza por abajo, restándole tamaño a su juicio sobre la novela policial. El efecto, uno y rápido: nos gana.En el estilo apagado, además de admitir la propia insuficiencia o las dificultades del tema, el autor puede matizar el enunciado mediante ciertos modalizadores: “quizás, tal vez, posiblemente, prácticamente, de acuerdo con un criterio común, como cualquier otro”, etcétera. Puestos así, de vez en cuando como para recordar que somos falibles. Con ello evitamos el estilo asertivo, es decir, un texto compuesto con afirmaciones inapelables. Tajantes. Matizando, el enunciado se personaliza de modo que usted, el comentarista, parezca un ser que piensa, pero deja pensar a los demás.
Y qué habremos de suscribir sobre la “síntesis artística” que impone Vivaldi, ese maestro de todos, al comentario. Con ella, el periodista se diferencia del especialista “puro”. Hemos probado alguna vez llevar académicos e investigadores al periódico, y las conclusiones no han sido muy alentadoras. Pueden saber mucho, y quizás por ello, por esa carga de conocimientos, pierden la síntesis y la forma. Ahora me viene a la mente un libro de Alexis Carrel, médico, premio Nobel, que escribió un libro famoso en un tiempo titulado La incógnita del hombre. El que recuerdo es su Diario. Y en esas páginas dice él, especialista en histología, que la mentalidad más ancha pertenece a los que no son “especialistas”. No pretendo escribir contra los especialistas: son útiles, necesarios; ejercen funciones insustituibles. Pero estamos hablando de periodismo y periodistas. Y nuestros análisis se han de caracterizar por un ancho universo de referencias, cuyo alcance permita asociar los hechos más lejanos o más disímiles entre sí. La síntesis artística falta, por lo usual, en textos destinados a la prensa y que resultan “sumamente especializados” y, por tanto, divorciados de la correspondencia dialéctica entre la forma y el contenido La síntesis artística se traduce en la esencia, lo típico, del fenómeno y en una expresión que discurra a través de formas que, exaltando el contenido, no solo persuadan sino -como le gusta decir al español Alex Grijelmo- seduzcan. Seduzcan por su organización armónica. Somos periodistas. Y nadie, por tanto, está obligado a leernos o a oírnos. Ley elemental que, a menudo, algunos pretendemos violar. La forma, o el gusto por la forma, no es un lujo; está entre las necesidades primarias del trabajo con las ideas y la información.
Perdónenme, al finalizar, que yo, tan inhábil químico, no haya podido mostrarles otra cosa que la fórmula del agua tibia.

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