Por Luis Sexto
El juicio más común la define por el mueble que la distingue: el buró, la mesa de trabajo, y por el soporte en que habitualmente estampa sus disposiciones: el papel. Pero esas metáforas son eminentemente simplistas. Pudo Einstein pensar acodado a una mesa y hacer sus cálculos sobre papel, sin que por ella pudiéramos tacharlo de burócrata. Y si quisiéramos extender el calificativo a un médico, que oye la cantinela de su paciente sentado a una mesa, o a un escritor, que emborrona sobre el mismo mueble su novela, también erraríamos. Porque la burocracia halla su definición en una actitud que poco se relaciona con sus atributos palpables. Más bien es un mal intangible. Casi intocable por tortuoso.
Habría, para empezar a entenderla, acudir a Max Weber en un libraco muy voluminoso, pero portador de ciertas certezas sociológicas en la interpretación de esa entidad etérea en el capitalismo. No voy ahora a levantarme para repasar sus capítulos. Este artículo pretende presentar a la burocracia como un problema práctico, aunque trasciende lo puramente técnico para insertarse en lo ideológico y dentro de ello en lo político. Prefiero acudir a otro libraco más a mano y sintonizarnos sin muchos filosofismos. Reproduzco, pues, las tres últimas acepciones del Diccionario de la Real Academia Española. Burocracia: 2) Conjunto de los servidores públicos. 3) Influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos. 4) Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. Esta última, relacionada con las anteriores, es la definición que más se aproxima a la que la experiencia me ha permitido deducir. Mi experiencia en Cuba, no otra. Porque es el papel de la burocracia en mi patria el que me interesa dilucidar y sobre el cual advertir de los peligros que entraña en el mejoramiento del socialismo. Y, desde luego, con óptica de periodista, que es observador y a veces objeto sufriente de las actitudes burocráticas.
Le mejor definición de la burocracia o de la mentalidad burocrática la leí en un breve relato de Eduardo Galeano, especie de parábola evangélica. Sin que nuestra cultura de origen grecolatino sea narrativa, como la hebrea de los tiempos bíblicos, a veces una historia ilumina los conceptos encapsulados de los analistas para que los comprendamos transparentemente Cuenta el autor de Las venas abiertas de América Latina que en una unidad militar el oficial de guardia castigó a un soldado a cumplir una posta al lado de un banco, en el polígono del cuartel. Durante horas estuvo el soldado custodiando el asiento que no necesitaba protección. El oficial cumplió el turno y se le olvidó derogar su orden, y el que llegó a sustituirlo, sin información previa, relevó al recluta castigado con otro guardia. De modo que durante 20 años, creo, se hizo “la posta del banquito”, hasta cuando alguien preguntó con qué fin, y nadie supo decirlo. Por tanto, la burocracia, necesaria en muchos aspectos de la administración pública, comienza a ser peligrosa cuando pierde el sentido de su finalidad.
José Martí, el libertador y el pensador de todos los tiempos, previó los peligros de una burocracia incontrolada, adueñada de los resortes del Poder. Tildó “la vida burocrática”de “peligro y azote” y quiso a la república cubana libre de la “peste de los burócratas”. Evidentemente, Martí intuía que la burocracia como representante de los intereses del pueblo, podría soslayar en algún momento de su ejercicio esos intereses para tener solo en cuenta los suyos como grupo o casta. Hoy por hoy, la rigidez, el papeleo, la ineficiente administración, que le atribuye el DRAE a la burocracia, ha “mediocrizado”, descontextualizado las prerrogativas del Estado socialista cubano. Ha sido una especie de Hada madrina al revés: todo cuanto su varita mágica toca se convierte en una caricatura de las aspiraciones socialistas.
En Cuba, dice la voz del pueblo, las actitudes burocráticas responden con un problema a cada solución; con un “no” a un “sí”. Y diluyen cada iniciativa en papeles y reuniones. Y ven la realidad a través de los colores de sus cristales, o el mirador de sus balcones, habitualmente altos y alejados de la calle o los talleres. O a través de informes que suelen estar adulterados por quienes no desean que la verdad se conozca. No exagero. El socialismo europeo se disolvió, como “Alka Zeltzer” en agua, gracias a las distorsiones burocráticas. Distorsiones que obligaron al discurso político a andar por los aires mientras la realidad de la gente por el fango. No inventemos enemigos. Las causas principales de la extinción del socialismo del siglo XX, el que fracasó, están dentro de sí mismo: incubó la mentalidad, por no decir la casta, que echó por la borda la correlación del predominio de clases a favor de los trabajadores.
La burocracia, por supuesto, brotó de una sociedad rigidizada por el verticalismo, en detrimento de la horizontalidad democrática. Veamos claramente: donde falta la democracia, y el centralismo se excede a costa de los lados, prospera la burocracia. Y con esta, el dogma y la corrupción.
Cualquier proyecto de renovación y perfeccionamiento del socialismo en Cuba, además de la oposición de los Estados Unidos y su permanente guerra, y de los que dentro del país pugnan de una u otra forma por empujar a Cuba hacia el capitalismo, tendrá por principio que afrontar y anular la resistencia burocrática. Todo cuanto le parezca limitación de sus intereses, sus privilegios, su capacidad para deslegitimar toda decisión constructiva, toda libertad legítima contará con su hostilidad, traducida en indiferencia, extremismo, distorsión. Hechos que lo confirmen sobran. La agricultura, como denunció Raúl Castro el 26 de julio de 2007, se ha plagado de marabú, ese arbusto casi invencible que todo lo copa y asfixia. Y muchos años antes Fidel denunció que el campo se había colmado de oficinas.
En cualquier otro país podrá ser igual o peor. Pero en Cuba el enfrentamiento ideológico y político me parece inexcusable. Imprescindible. Se juega la supervivienda de la Revolución. Las acciones burocráticas, por engorrosas, limitadoras, enajenantes, tienden a liquidar la causa del socialismo en el corazón del pueblo. Y el antídoto es el mismo pueblo. Ampliando los usos, espacios y controles democráticos y flexibilizando las estructuras económicas, se reduce la burocracia a eso que dice el diccionario: conjunto de servidores públicos. Ese es su estado ideal. Pero ¿tendremos valor para obligarla, como el domador al tigre, a marchar cabizbaja hacia el rincón subalterno que le corresponde?
Habría, para empezar a entenderla, acudir a Max Weber en un libraco muy voluminoso, pero portador de ciertas certezas sociológicas en la interpretación de esa entidad etérea en el capitalismo. No voy ahora a levantarme para repasar sus capítulos. Este artículo pretende presentar a la burocracia como un problema práctico, aunque trasciende lo puramente técnico para insertarse en lo ideológico y dentro de ello en lo político. Prefiero acudir a otro libraco más a mano y sintonizarnos sin muchos filosofismos. Reproduzco, pues, las tres últimas acepciones del Diccionario de la Real Academia Española. Burocracia: 2) Conjunto de los servidores públicos. 3) Influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos. 4) Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. Esta última, relacionada con las anteriores, es la definición que más se aproxima a la que la experiencia me ha permitido deducir. Mi experiencia en Cuba, no otra. Porque es el papel de la burocracia en mi patria el que me interesa dilucidar y sobre el cual advertir de los peligros que entraña en el mejoramiento del socialismo. Y, desde luego, con óptica de periodista, que es observador y a veces objeto sufriente de las actitudes burocráticas.
Le mejor definición de la burocracia o de la mentalidad burocrática la leí en un breve relato de Eduardo Galeano, especie de parábola evangélica. Sin que nuestra cultura de origen grecolatino sea narrativa, como la hebrea de los tiempos bíblicos, a veces una historia ilumina los conceptos encapsulados de los analistas para que los comprendamos transparentemente Cuenta el autor de Las venas abiertas de América Latina que en una unidad militar el oficial de guardia castigó a un soldado a cumplir una posta al lado de un banco, en el polígono del cuartel. Durante horas estuvo el soldado custodiando el asiento que no necesitaba protección. El oficial cumplió el turno y se le olvidó derogar su orden, y el que llegó a sustituirlo, sin información previa, relevó al recluta castigado con otro guardia. De modo que durante 20 años, creo, se hizo “la posta del banquito”, hasta cuando alguien preguntó con qué fin, y nadie supo decirlo. Por tanto, la burocracia, necesaria en muchos aspectos de la administración pública, comienza a ser peligrosa cuando pierde el sentido de su finalidad.
José Martí, el libertador y el pensador de todos los tiempos, previó los peligros de una burocracia incontrolada, adueñada de los resortes del Poder. Tildó “la vida burocrática”de “peligro y azote” y quiso a la república cubana libre de la “peste de los burócratas”. Evidentemente, Martí intuía que la burocracia como representante de los intereses del pueblo, podría soslayar en algún momento de su ejercicio esos intereses para tener solo en cuenta los suyos como grupo o casta. Hoy por hoy, la rigidez, el papeleo, la ineficiente administración, que le atribuye el DRAE a la burocracia, ha “mediocrizado”, descontextualizado las prerrogativas del Estado socialista cubano. Ha sido una especie de Hada madrina al revés: todo cuanto su varita mágica toca se convierte en una caricatura de las aspiraciones socialistas.
En Cuba, dice la voz del pueblo, las actitudes burocráticas responden con un problema a cada solución; con un “no” a un “sí”. Y diluyen cada iniciativa en papeles y reuniones. Y ven la realidad a través de los colores de sus cristales, o el mirador de sus balcones, habitualmente altos y alejados de la calle o los talleres. O a través de informes que suelen estar adulterados por quienes no desean que la verdad se conozca. No exagero. El socialismo europeo se disolvió, como “Alka Zeltzer” en agua, gracias a las distorsiones burocráticas. Distorsiones que obligaron al discurso político a andar por los aires mientras la realidad de la gente por el fango. No inventemos enemigos. Las causas principales de la extinción del socialismo del siglo XX, el que fracasó, están dentro de sí mismo: incubó la mentalidad, por no decir la casta, que echó por la borda la correlación del predominio de clases a favor de los trabajadores.
La burocracia, por supuesto, brotó de una sociedad rigidizada por el verticalismo, en detrimento de la horizontalidad democrática. Veamos claramente: donde falta la democracia, y el centralismo se excede a costa de los lados, prospera la burocracia. Y con esta, el dogma y la corrupción.
Cualquier proyecto de renovación y perfeccionamiento del socialismo en Cuba, además de la oposición de los Estados Unidos y su permanente guerra, y de los que dentro del país pugnan de una u otra forma por empujar a Cuba hacia el capitalismo, tendrá por principio que afrontar y anular la resistencia burocrática. Todo cuanto le parezca limitación de sus intereses, sus privilegios, su capacidad para deslegitimar toda decisión constructiva, toda libertad legítima contará con su hostilidad, traducida en indiferencia, extremismo, distorsión. Hechos que lo confirmen sobran. La agricultura, como denunció Raúl Castro el 26 de julio de 2007, se ha plagado de marabú, ese arbusto casi invencible que todo lo copa y asfixia. Y muchos años antes Fidel denunció que el campo se había colmado de oficinas.
En cualquier otro país podrá ser igual o peor. Pero en Cuba el enfrentamiento ideológico y político me parece inexcusable. Imprescindible. Se juega la supervivienda de la Revolución. Las acciones burocráticas, por engorrosas, limitadoras, enajenantes, tienden a liquidar la causa del socialismo en el corazón del pueblo. Y el antídoto es el mismo pueblo. Ampliando los usos, espacios y controles democráticos y flexibilizando las estructuras económicas, se reduce la burocracia a eso que dice el diccionario: conjunto de servidores públicos. Ese es su estado ideal. Pero ¿tendremos valor para obligarla, como el domador al tigre, a marchar cabizbaja hacia el rincón subalterno que le corresponde?
2 comentarios:
Conozco la anécdota de Galeano. Respecto a este tema, yo propondría hacer una separación semántica: llamar Burocracia a la función organizadora y necesaria de registrar y organizar documentos, etc. Y a la actividad creadora de trabas, de prebendas, de enredos, de dilaciones, de todas esas cosas descritas por el compañero Sexto, llamarla BURROCRACIA. Enrique R. Martínez Díaz
Si aplican en Cuba la tesis norteamericana de "costumer service" y ponen bajo obligacion juridica o ponen en vigor las leyes a esos efectos bajo escrutinio de la ciudadania y las ONG, adios burocracia. La burocracia no es mas que la edad heroica-romantica de la revolucion momificada en el proceso economico. Si no vamos a un estado legal para todos, la economia esta perdida y las conquistas se van a bolina.
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