Un libro me acompaña desde muy joven. Tal vez los 17 años. Al verlo supe que sería decisivo para mi vida. Se titula El trabajo intelectual, de Jean Guitton, célebre, entre facetas de historiador, apologista, filósofo, por su dedicación al periodismo ensayístico; también al literario. Lo estimé decisivo porque me facilitó, a tan prematura cuanto oportuna edad, los instrumentos principales del pensar y del escribir, que ambos ejercicios han de hacerse; el primero primeramente, y luego el segundo. ¿Escribir sin meditar antes cuanto se ha de decir, o sobre qué se ha de escribir?
Entre las páginas de ese libro de Guitton fui adquiriendo algún concepto sobre el estilo. Comprendí de inicio que el uso del intelecto es, ante todo y después de todo un trabajo intelectual. ¿Inspiración? Nada de mágicos soplos, de humaredas merlinescas. Es aplicación, sudor, pasión, emoción puestos sobre la escritura o la lectura.
Lo principal de este libro fundacional en mi vocación periodística y literaria no radica solo en cuanto me reveló con la encarecida técnica francesa de lo exacto, lo racional. Más bien reside en cuanto me ha permitido deducir de sus directrices abiertas, aptas para el desvío, la curva, la marcha atrás. Por ello, a mis alumnos en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana les digo que, a mi parecer, el periodista verdadero es aquel que sabe moverse entre las cosas que ignora. De pronto, la frase ingeniosa -cápsula que pretende sintetizar una definición- nos parece un disparate, un despropósito. Y es, por el contrario, actitud culta, carisma de la asociación. Porque cómo resulta imposible saberlo todo, hemos de poseer para compensar las carencias la capacidad de vincular los conocimientos entre sí.
Ese es el signo generador de la cultura.Pero, reduciendo el campo, El trabajo intelectual de Guitton trasmite también el uso apropiado de las técnicas de pensar y, por supuesto, de expresar el pensamiento. No puedo ahora dejar de asumir cierta pose profesoral. Cuando vamos a interpretar hechos o ideas el anunciado puede desarrollarse o empezar a desarrollarse de tres maneras: A priori, A posteriori y A contrariori.Leamos lo siguiente:
El bien de un ser no puede hallarse en algo extraño a la naturaleza del hombre. Por tanto la felicidad es un estado psíquico, producto de una idea; ahora bien, la riqueza, por sí misma, es incapaz de dar esta idea. No es en modo alguno la riqueza lo que hace la felicidad, sino la idea de la riqueza…
Lo entendemos fácilmente. Con el uso del método de A priori extraemos de una idea general ya admitida, reconocida, la proposición que defendemos o queremos demostrar. Es el método socrático. Y, digo de paso, este es el método que encaja en el artículo, por su trabajo fundamental con las categorías ideológicas.Veamos otro ejemplo:
Las elecciones en España han venido a resolver, por esta vez, el antiguo litigio entre el bien y el mal. Hemos visto con frecuencia que la maldad impera sobre la bondad sin que hallemos la vindicación que una vieja fe en, premio y el castigo espera… Esta vez los malos perdieron. Y al parecer un hecho nunca previsto propició esa justicia siempre anhelada: las explosiones en la estación del metro en Atocha. Si juzgamos o evaluamos a posteriori nos percatamos que el análisis resulta más cercano, más vital, porque consiste en tomar ejemplos, casos concretos, anécdotas, experiencias, para abonar y facilitar la interpretación. Requiere un mayor esfuerzo de memoria, cultura, poder de síntesis. Propio del comentario, que suele trabajar con hechos.Este es el último ejemplo:
No creo en el ahorro. Hasta hoy he oído sin interrupción mil razones que recomiendan y encarecen el ahorro, y sin embargo continuamos uncidos al derroche. ¿Llegará a ser alguna vez el ahorro una cantidad posible, palpable? ¿Tendrán razón las cartas papales que llegan a sugerir que el que ahorra será un bienaventurado?
Hemos pensado, en ese párrafo, por el lado opuesto. Habitualmente uno ha de creer en el ahorro, que es la opinión más común, pero en el inicio del comentario, el comentarista parte de lo contrario: dice no creer en esa vieja y recomendada práctica. Este es el método de A contrariori o A contrario sensu. Y consiste en objetar, ir en contra, y discernir en el análisis la parte de verdad que contiene una proposición o un hecho y su parte de falsedad. Es, según mi experiencia, el preferido por los lectores u oyentes. Todo cuanto parezca polémico interesa. Lo que no puede interesar es lo complaciente, lo obvio, lo propagandístico. Evidentemente, líneas más abajo, el autor dirá que no cree en cierto… tipo de ahorro, porque al otro, el que no es una consigna y sí una sabia práctica, le reconoce sus valores y sus urgencias.
Este método de la polémica ha servido para desafiar a los receptores. Es el más punzante. Provocador. Atiza la curiosidad ante el probable litigio de quien anda a contracorriente. Los demás también funcionan como resortes para activar el interés. Pero todos, en suma, se adecuan a las intenciones y a la materia elegida. No siempre la polémica encaja en ciertos contenidos especulativos, ni las abstracciones sirven para afrontar el choque de lo concreto, ni lo concreto para deducir una interpretación plausible. Son fórmulas que, como las palabras, se seleccionan en la operación del estilo. Cuando convenga una u otra.
jueves, 13 de marzo de 2008
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