Por Luis Sexto
La web se ha vuelto adicta a textos, a veces menos que eso, a simple algarabía teórica, que coincide en decir que Cuba se aparta del socialismo y va hacia el capitalismo. Pero la generalidad de esas tesis, a pesar de sus diversos cromatismos de izquierda, coinciden en una omisión: ninguno dice cómo Cuba ha de solucionar su crisis estructural sin caer en el vacío de una nueva crisis o encallar en los arrecifes de La Florida.
Confluyen estos teóricos de la red –a veces impune y caótico reinado de la irresponsabilidad- en avisarles a los cubanos que Cuba tiene que volver al socialismo. ¿A cuál? ¿Al que nunca se ha probado, o si se ha probado, como en un tiempo el socialismo autogestionario de Yugoslavia, ha fracasado al igual que el socialismo real soviético? Es curioso: algunos de cuantos escriben sobre Cuba y sus problemas lo hacen desde la distancia, desde intuiciones facilitadas por los discursos o los devocionarios de la ultra izquierda o de la derecha camaleónica o amarilla; incluso, Posada Carriles declaró recientemente en Miami estar convencido de que “este año estaremos en Cuba”. “Ya nosotros ganamos”, dijo aludiendo a la supuesta vuelta de Cuba al capitalismo. Son, en suma, declaraciones de zapateros fuera de sus zapatos.
Desde ese mirador en que se confunden izquierdistas y derechistas, se gestan varios de esos artículos y declaraciones tan estrictamente doctrinarios. Y qué podría decir el cubano medio, ese que lucha su yantar y su trajín diario, ante tales reproches, formulados en nombre del dogma que en Cuba se trata de extinguir. “Bueno, mi hermano, socialismo sin comida, sin zapatos, sin transporte, no camina. O es que tú quieres ponerme en el altarcito de tus diablillos con el nombre de “San Sagunto o San Numancio”, el que resistió pa’ná”. Por lo tanto, si la estrategia de actualización económica que se aplica en Cuba ayuda a facilitar la alimentación, la ropa, el transporte, a hacer más eficaz la medicina y la escuela, y al desparecer los subsidios y las dádivas también retrocede el autoritarismo burocrático, puede ser que los cubanos veamos el inicio de una búsqueda socialista cuyo primer requisito es tener lo necesario para repartir. Porque ninguna teoría que prometa distribuir parejamente la pobreza, podría llamarse socialista.
Pero desde fuera y también desde dentro recomiendan nuevos saltos al vacío. Por ejemplo, ¿se pueden entregar empresas incompetentes a trabajadores habituados a cumplir órdenes y orientaciones encorsetados en ese socialismo burocrático en el que derivaron las mejores intenciones? Una verdad, a mi parecer, se sobrepone a las múltiples y opuestas opiniones: el país no podrá inventar, ni experimentar hipotéticos modelos. Tendrá que partir de lo conocido, o de lo más seguro, aunque los resortes de estimulación de las fuerzas productivas tengan una o dos o muchas afinidades con el capitalismo. Ahora bien, habrá que horizontalizar la dirección y la producción, porque los trabajadores tienen que ser objetos y sujetos del trabajo y también codecisores del destino político y empresarial.
Si con cuanto ha sido proyectado y escrito y aún no escrito para trascender la hostilidad de los Estados Unidos y rectificar definitivamente los errores de improvisación en el interior de la sociedad cubana, Cuba va hacia el capitalismo -como asegura una izquierda que parece ingenua y, en el peor de los expedientes, es irracional- estoy de acuerdo si en ese intento Cuba y la revolución se salvan de la catástrofe. Aunque uno a veces quisiera más claridad, más dimensión en algunos aspectos que están muy encapsulados o sudan la resequez del estilo tecnocrático en los Lineamientos de la actualización económica, es preferible ir por nuestros medios y nuestra voluntad al sitio donde parece estar, en las circunstancias presentes, la más fiable fórmula de amplitud económica y de efectivo orden social. Peor sería que los Estados Unidos, y sus intermediarios del “exilio” lleven a Cuba al capitalismo si el país no logra salvar el precipicio que, según Raúl Castro, actualmente bordea.
Por otra parte, qué poco se ha logrado saber del capitalismo. Porque a cualquier intento de azuzar, mediante algún resorte regulado de mercado, a fuerzas productivas inmovilizadas y dependientes de subsidios, lo tildan de capitalista sin conocer cabalmente, o conociendo al menos con intenciones limpias, la situación interna y sus perentorias demandas de crear y acumular la riqueza suficiente para progresar en el socialismo. ¿Podrán fracasadas interpretaciones del marxismo componer el mágico manual de “hágase así” porque lo dice el libro? Es, por tanto, preferible que el zapatero vaya a sus zapatos…
Este articulista, al menos, está en los zapatos que le corresponde: vive en Cuba, y aunque reconoce, y admite y haber sido víctima de errores domésticos, también ha sufrido el daño que ha echado sobre Cuba el inodoro enorme, hegemónico y cruel de los Estados Unidos de América, además de haber crecido, con carencias, insuficiencias y letreros de “no tresspasing” en el capitalismo dependiente cubano previo a 1959. Advirtamos que mucho de lo fallido en Cuba durante el mimético socialismo cubano -aunque hayan sido decisiones individuales o colectivas- sufrió la distorsión de la guerra pública y secreta delineada por Washington. Ah, si Allan Dulles, Kennedy, Nixon, los Bush y la nómina engordada por los fondos federales en Miami, se sentaran a una mesa redonda para decir la verdad de cuánto han gastado por derrocar al gobierno de Cuba, ya veríamos que los yerros de los revolucionarios pertenecen en parte a la política de cerco establecida y aún mantenida por los Estados Unidos, a pesar de las recientes aperturas políticas de Obama, cuyos propósitos no buscan ahorrar el dinero de los contribuyentes, sino hacer más eficaz la estrategia tradicional de la Casa Blanca.
Hace años escribí en Bohemia o en Juventud Rebelde, que ya no me acuerdo, que el dilema de Cuba no era básicamente entre socialismo o capitalismo, sino entre la nación o la anexión. Hoy me parece que el dilema continúa expresándose así: una nación justa y próspera que sepa equilibrar los espacios democráticos y las capacidades de sus ciudadanos o la dependencia de los Estados Unidos. Por ello, el destino de muchos triunfa o se frustra con todo cuanto hoy en Cuba está concibiendo para no embarrancarse, como una vez previó Jorge Mañach, en los acantilados de La Florida.
martes, 22 de febrero de 2011
sábado, 5 de febrero de 2011
LA VERDADERA CAUSA DE LA MUERTE DE PEDRO JUNCO
(Este reportaje se publicó el 4 de febrero en el espacio digital de Juventud Rebelde, la Habana, bajo el crédito de "Autores varios". En realidad, los autores son los abajos mencionados.)
Por Luis Sexto y Viñas Alfonso
Documentos hasta ahora no considerados parecen decir la última palabra sobre el deceso del joven y célebre autor de “Nosotros”
A esa hora, el silencio se acentuaba en el Vedado. Sobre las 11 de la noche del 25 de abril de 1943, en la habitación que Pedro Junco ocupaba en la clínica Damas de la Covadonga, en 17 número 253, esquina a y J, en el Vedado, se oía suavemente “Soy como soy” en la voz de René Cabel, que la estrenaba, de acuerdo con el dato de amigos muy cercanos. El enfermo acababa de quedarse solo. La frecuencia respiratoria había aumentado: el tórax del enfermo subía y bajaba velozmente. María Antonia, su hermana, salió a buscar al facultativo de guardia. De pronto, la música continuó sonando en el cuarto ya vacío… Pedrito falleció casi silenciosamente, como dispersándose en el aire tras las notas de la canción que él mismo había compuesto.
Desde entonces, prensa y biógrafos han descrito la muerte de Pedro Junco Redondas como la de un paciente aquejado de tuberculosis, incurable todavía en aquellos días: “Entre lágrimas, toses y vómitos de sangre”. El mito, que envuelve la breve vida del autor de “Nosotros”, también adulteró el instante de su muerte. ¿No parece una coincidencia excesivamente oportuna el minuto de su deceso y el estreno radial de una de sus mejores canciones -“Soy como soy”-, que aparentemente lo define como artista y persona; no parece un artilugio escenográfico, un aderezo de la fantasía para introducir al ídolo, al joven querido y prometedor, en la gruta del Olimpo? ¿De qué otro mal podía alimentarse el mito de “Nosotros” e, incluso, qué otra enfermedad podría afectar a los pulmones de quien falleció “consumido por fiebres de amor”? Resulta un deceso excesivamente aparatoso; casi fílmico o propio de una ópera. Pero quién negaría que funcione dentro del patetismo con que se ha aderezado el mito de Pedro Junco y su bolero “Nosotros”.
Pedro Junco se enfermó por primera vez en septiembre de 1942; los médicos le recomendaron reposar por unos tres meses. Pero no parece haber sido un asunto excesivamente público. Hasta algunos amigos ignoraban sus dolencias. ¿Quién podría saberlo? “En Pedrito no podías presumir la tuberculosis. No mostraba el genotipo del tísico. Tenía la piel rosada, los labios rojos, un aspecto sano, buena dentadura. Nadaba mucho” (1).
Pedrito tuvo la certeza –testimoniada por su prima Teresita Junco- de que iba a morir cuando enfermó gravemente en septiembre de 1942. Sus familiares y algunos de los amigos más íntimos pudieron creer por un tiempo que padecía de tuberculosis, considerando, además, según se afirmaba, que Pedro Junco, padre, presentaba antecedentes del bacilo de Koch. El doctor Pedro González Batlle, médico y amigo de la familia Junco Redondas en Pinar del Río, al menos, no creyó que fuese tuberculosis, porque nunca pudo detectar el bacilo de Koch en la saliva de Pedro Junco, aunque la radiografía revelaba “una sombra” pulmonar. Y fiel a su principio de no atender a ningún paciente de quien él no hubiese podido emitir un diagnóstico preciso -según nos relató su hijo Pedro González Márquez- aconsejó el traslado hacia La Habana, para que especialistas de la capital intentaran un diagnóstico exacto de una enfermedad cuya naturaleza no le resultaba clara a su ciencia y experiencia.
No hemos de dudar de la competencia del doctor González Batlle. El periódico Defensa Social le dedicó un editorial el 17 de marzo de 1944. Entre sus párrafos, decía: “Ya en La Habana se sabe que en Pinar del Río(…) contamos con un tisiólogo de probada capacidad y profundos conocimientos cuyas opiniones pesan en el Consejo Nacional de Tuberculosis(...).”
El 10 de octubre de 1942, Vocero Occidental publicó un nota redactada por Juan P. González Clemente, director y propietario del periódico. Con este suelto, confirmamos que la primera enfermedad del autor de “Me lo dijo el mar” le sobrevino en septiembre de ese año, y probablemente la nota haya sido difundida luego de regresar el paciente de su primer internamiento en la clínica Damas de la Covadonga. Fíjense, sin embargo, que lo atinente a cualquier afección pulmonar se trataba en esos años con cautela. “Desde hace varios días guarda cama en su lujosa residencia de la calle Maceo, víctima de un fuerte ataque gripal (subrayado de los autores), Pedrito Junco, mi dilecto amigo. Porque pronto se halle completamente restablecido el valioso compositor y músico pinareño hago fervientes votos al altísimo.”
El l4 de febrero de 1943, el propio Pedro Junco niega la posibilidad de que la tuberculosis fuera el mal que lo aquejaba. Fue enfático. Se encargó de sugerirlo con los eufemismos con que la lengua corriente se refería a la tuberculosis, en una carta a la poetisa Eduvita Barroso del Valle, que se había dirigido al director de Vocero Occidental, alarmada por los rumores de que el popular compositor, conocido y querido por sus comprovincianos, había estado enfermo. Clemente le pasó la misiva a Pedrito. Y de primera mano tenemos una prueba que anula lo que aún se sigue creyendo y dramatizando entre sábanas humedecidas por las hemotisis.
Repasemos los detalles antes de reproducir la misiva. En esos días ha terminado su convalecencia y ha viajado a La Habana. Y en la capital “me ocupé bastante de la música”. Al regresar a su ciudad natal, dejó –ese es el verbo que utiliza en una carta a Rosa América Cohalla- varias canciones en el aire. En radio Lavín, a las 3 de la tarde, difundían más números de Pedrito según su popularidad se intensificaba. René Cabel le estrenó otra pieza, y el llamado “Tenor de las Antillas” le prometió montar algunas más. Ese viaje a la capital estaba previsto desde el 30 de diciembre de 1942. Una carta del cantante Mario Fernández Porta reconoce también que la salud de Pedrito mejora y sobre todo confirma el ascenso de la obra del músico pinareño en los medios de difusión. “Yo siempre pregunto por tu salud y según tengo entendido estás mucho mejor. ¡Dios quiera que pronto estés bien, para que puedas venir a esta a reunirte un rato con nosotros…”
En consecuencia, la respuesta de Pedro Junco a Eduvita Barroso del Valle, vecina del poblado de Alonso Rojas, está signada por los colores más vivos del optimismo que generan esos aciertos artísticos y el restablecimiento de su salud. La paz que pinta de blanco el presente de Pedrito, no admite asumirla como una pose, o una esquiva de la verdad:
“Debo decirle que yo, hace unos meses, estuve bastante mal por causa de una congestión pulmonar (subrayado de los autores) que me retuvo dos meses y pico haciendo reposo. Pero ya, gracias a Dios, desde diciembre estoy completamente bien. Nunca supe antes lo que era estar enfermo, por eso me sorprendió enormemente cuando por órdenes del médico me indicaron lo que tenía y que debía acostarme. Lo motivó algún disparate mío que aún no recuerdo. Al principio estuve algo pesimista pero después me halagó mucho ver lo favorable que fue la reacción hasta que desapareció todo. No sé que le habrán informado de lo que yo tuve. Aunque cuando el asunto es de pulmones cada uno dice lo que cree, pensando tal vez que el enfermo no quiere decir lo que tiene (Subrayado de los autores) Yo tuve lo que antes le dije, sin más ni menos. Creo que nadie podía haber aclarado esto mejor que yo, ¿no?”.
También el 14 de febrero de 1943 le advierte a Rosa América Cohalla: “Yo sigo perfectamente, gracias a Dios. (…) No me será fácil ir a Colón, no precisamente por mi salud.” Pero, de pronto, Pedrito se enfermó nuevamente, tal vez a finales de febrero o a principios de marzo. Antes, el 25 de febrero, Rosa América le ha escrito invitándolo a una fiesta, puesto que ya la salud de su amante no era una preocupación. Y Gladys, otra de las mujeres que lo amó insistentemente, le envió una carta el 18 de marzo de 1943: “Vida mía, me ha dado mucha alegría saber que estás bien, con el favor de Dios pronto te levantarás…”
¿Qué ha pasado? ¿Otro disparate, como aquel de 1942 que él no recordaba y que los amigos más cercanos atribuyen a haber permanecido bajo un aguacero en la azotea de su casa, cuando realizaban ejercicios físicos? Ahora, en la recaída, sucedió lo mismo. Alguien lo ha visto andar bajo la lluvia una noche de esos meses iniciales de 1943. Delante de un grupo de muchachas, caminaba un joven, alto, elegantemente vestido. Una de ellas, que lo reconoce, comenta: “Si la familia se entera: ¡mojándose con lo enfermo que ha estado!” Otra, que no sabe de quién se trata, preguntó, y le respondieron: “Muchacha, ese es Pedrito Junco, el compositor…” (2)
Si acaso faltara una prueba máxima para descartar la tuberculosis como la enfermedad que ultimó a Pedrito Junco; si faltare para despejar dudas, fantasías, aportes ficticios, el certificado de defunción nunca considerado para hablar o escribir sobre la muerte del autor de “Nosotros”, dice en una copia en poder de los autores: “Pedro Junco Redondas, natural de Cuba, de veinticuatro años de edad (exactamente 23, nota de los autores) hijo de Pedro y María Regla, ocupación estudiante, de estado soltero, falleció en diecisiete número doscientos cincuenta y uno en el día de ayer a las once y cincuenta y ocho de la noche a consecuencia de Anoxemia, Bronconeumonía según resulta del Certificado Médico y su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio de Pinar del Río”…
Tal vez saber la causa de su muerte, no suprima el perfil mítico que envuelve la vida de Pedro Junco. Quizás la clarifique y lo admiremos, más que desde la leyenda, desde la verdad.
(Resumen de un capítulo del libro de próxima aparición Nosotros, que nos queremos tanto, de los autores de esta página)
__________
(1) Testimonio de Raúl García y Antonio Alonso.
(2) Testimonio de la señora Melba Hernández, citado por Amado Martínez-Malo, en Pedro Junco, viaje a la memoria, Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2000.
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