sábado, 2 de febrero de 2008


Yo también estoy preocupado. Sí, le respondo a usted mismo, colega, que hace unas semanas preguntaba desde su revista si alguien más vivía inquieto por el predominio del mal gusto en ciertas zonas de la música popular cubana. En particular las letras. Sí, apúnteme entre cuantos se agobian por el temporal de vulgaridad que nos empapa.

Como me he negado suscribir mis opiniones con el presuntuoso NOS –firma de los reyes-, no puedo asegurar que todos estemos insatisfechos. Al parecer, el uso del plural necesita de una indagatoria. Y por simple inspección se nota que autores, orquestas y cuantos las difunden por los medios, no se preocupan por la calidad estética y moral de esas piezas que pomposamente se inscriben dentro de los géneros populares.

Estoy, lo advierto, incapacitado para juzgar la música. Unos dicen que hay música culta y popular; otros defienden una clasificación que la divide en buena y mala. Yo, zurdo en solfeo y armonía, creo en dos tipos de música: la que me gusta y la que no me gusta. Pero, al analizar la parte literaria -que para mí incluye también el contenido: lo que dicen; no solo cómo lo dicen-, puedo reclamar un título de aptitud. No abundaré. Carezco de espacio para reproducir algunos versículos que ilustran el predominio de la trivialidad y la grosería en ciertos exponentes de la música más masiva. El lector sabe. Puede imaginar esos textos que rebajan la dignidad de la mujer llamándola loca, bruja, o convirtiéndola en un objeto, en un cuerpo subastado sobre una cloaca para ver “cómo le gusta la bolá”.

Las mujeres están peleando por mayores grados de igualdad. A debate han llevado el presunto machismo de la lengua al establecer las concordancias mixtas en el masculino. Por ello, a algunas les disgusta que digamos cubanos, incluyéndolas también. Exigen que digamos cubanos y cubanas. Quizás demore. La lengua suele procurar las fórmulas más breves y cómodas y, por lo tanto, solo se impone determinado uso cuando el uso justifica una modificación. Mas, no creo que ese capítulo idiomático –a pesar de su justicia- sea el más importante. Primordial es erradicar la visión denigrante que de la mujer pintarrajean en la conciencia colectiva las canciones que, envueltas en un ritmo seductor, inducen a una filosofía descocada de las relaciones entre los sexos.

Debo admitir que algunos músculos del rigor están jubilados. Incluso existen quienes defienden en nombre de lo popular –así, enfrentándolo a lo culto- esa tendencia a la banalidad y la vulgaridad. Desde luego, no sobra recordar que lo popular es una categoría donde radica los más limpio, sagrado, valedero de la cultura. Lo ideal es que lo culto sea popular y lo popular culto. Porque lo contrario es lo populachero, esto es, las bolitas de fango que salpican al arte. Y la ética. Según Martí, el arte avanza al triunfar la ética.

¿Es mucho pedirle a la cultura que defienda su pureza e integridad? Si unos libros se rechazan en las editoriales, y ciertas obras de teatro no se representan, y este o aquel cuadro no se promueve, habrá que exigir una cuota de respeto a las letras que desafinan en un concierto donde la cultura es condición enaltecedora del hombre y la mujer. Y no república de mediocridades. (Publicado en Juventud Rebelde)

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