martes, 8 de abril de 2008

“É o último monstro sagrado vivo” de una generación

Por Jorge Garrido

La noticia llegó como un golpe seco, desprevenido, a través de un breve y urgente email, enviado en portugués, por una amiga: “el nuestro grande periodista Sergio de Souza se murió esta semana...”

Y Vanessa, joven aprendiz de periodismo, respiraba conmovida ante un gigante que acababa de perderse para siempre. Aún atónita, agregaba: “La importancia de Serjão” para el periodismo brasileño es la de una “figura e incomensurável como seu tamaño”.
Me tomó de sorpresa. La primera imagen que me vino a la mente después de leer la “má noticia” que enviaba Vanessa a toda prisa es la de su rostro traslúcido, cristalino, y a la vez grave y profundo.

Los periodistas brasileños lo calificaron como “el último monstruo sagrado vivo” de la generación que se nucleó alrededor de la revista "Realidade", y más adelante fundaba la revista quincenal de contracultura O Bondinho. También trabajó en el programa "90 Minutos", de la TV Bandeirantes, entre otros medios.

Finalmente, hace 11 años, fundó junto a otros notables periodistas la revista Caros Amigos (http://www.carosamigos.com.br/), acaso la mejor publicación intelectual de izquierda de Brasil, crítica, vigilante, exenta de fanatismo, siempre marcada por el rigor profesional y la posición responsable hacia los acontecimientos sociales.
Allí escriben otros grandes del periodismo brasileño, Emiliano José, Mylton Severiano, Chico Alencar, Marcelo Salles, Juca Kfouri.

De Souza tenía 73 años al morir y la última vez que lo vi, en Sao Paulo, lucía palpitante, vital, siempre con su rostro severo y afable a la vez. No sé cómo se las arreglaba para doblar esa sensación raramente juntas.

“O Brasil perde um grande homem e otimo profissional. Lastimo muito”, me enviaba un mensaje consternada mi amiga Sônia Maria Haas, una profesora universitaria desde el lejano Salvador de Bahía. Seguramente que todo Brasil despide hoy al querido Sergio, un admirable hombre, entregado al periodismo a tiempo completo.

Leía en internet otros apuntes sobre la factura humana y el talento de Sergio: tenía una “palavra seca, cortante, exata” y estaba hecho de “um caráter íntegro e de um senso jornalístico próprio dos gênios”. Dedicó 50 años a la profesión en la cual fue avanzando en diversos medios desde un simple reporter, hasta redactor, subeditor, jefe de arte, en el departamento comercial, jefe de redacción, hasta director.

Sin embargo, una de las notas sobre este hombre me llamó la atención: Sergio no dejó “muitas pistas” sobre su vida particular, no se conocía dónde estudió, sus preferencias personales “e outras trivialidades” para armar una nota necrológica. Dicen, también, que era tímido. Raro hombre, discreto, pero siempre trabajador, lleno de invenciones, creativo. Quizás una de sus mejores piezas era su cordialidad y humanismo. No por gusto tanta conmoción a su alrededor a la hora de su muerte.

De Souza era un paulista (Sao Paulo, la ciudad más grande de Brasil) de pura cepa. Nació en 1934 en Bom Retiro, un barrio tradicional en el centro de la ciudad. Allí está enclavada la revista Caros Amigos. Dirigía además la editorial Casa Amarella que publicaba libros de literatura, política, y editó a un cubano, Luis Sexto, hace 4 años, por mi sugerencia, en su magnífica pieza, lamentablemente poco conocida, El Cabo de las mil visiones (O cabo das mil visoes)
Ahora rememoro las veces que lo vi. Me lo presentó Chico Vasconcelos, uno de los organizadores de la editorial Casa Amarella. La visión fugaz que tuve de él, con su sonrisa amable, de pie ante su escritorio, aquel hombre tan alto y delgado inspiraba la seriedad más grande. Nos fuimos a almorzar a una vieja quinta paulista atravesando el corazón de Sao Paulo para devorar una comida tradicional. Sergio apenas habló durante la larga travesía de una hora. Parecía que meditaba profundamente, dejaba que aquel auto repleto de redactores vibrara velozmente en diálogos por sí solo. El se entregaba a un silencio que todos toleraban acostumbrados a su postura.

Otra vez lo vi en La Habana, quejoso, perturbado, por tropezar a la puerta del hotel Copacabana, mientras me esperaba, con una bella muchacha que le propuso trocar sexo por dinero. Sergio estaba indignado, frenético, no podía entender “que eso pasara en Cuba”. Tuvimos una larga charla, la vida es más compleja que las consignas, los manuales y los discursos.
No salía de su asombro, no pensaba encontrar en Cuba “infortunios como estos”, y mientras cenábamos, junto a varios brasileños, entre ellos el compositor y cantante Ivan Lins, se entregó nuevamente al silencio, casi soliloquio, sin abandonar su mirada cordial y grave a la vez, con la que eventualmente recorría los rostros de la mesa, mientras todos, amantes incondicionales de Cuba, relataban “sus peripecias” en la Isla. Lins lucía espléndido, flotaba de satisfacción, sonreía y contaba las delicias de la noche anterior en un largo concierto que había dado en el Teatro Nacional.

Sin embargo, la última vez que vi a Sergio de Souza, fue en diciembre del 2003. Lo visité en su despacho montado en una nave en la ciudad de Sao Paulo en la cual desplegaba su trabajo la revista Caros Amigos y la editorial Casa Amarella. Era un hervidero de periodistas corriendo de un lado para otro. Sergio, impertérrito, grave, frente a su escritorio repleto de papeles disgregados. Su pequeño caos creativo.

No le llevaba buenas noticias a Sergio de Souza: mi libro “Los Picassos negros cubanos” no podía publicarse. Una desgracia había caído sobre la obra. Por intromisiones ajenas, la pieza debía quedar inédita en una gaveta o algo peor y más recomendable: mandarla al basurero para siempre. Sergio estaba rabioso, me habló siempre de pie, mas trataba de ocultar su tormento. Me mostró la portada diseñada por un gran artista brasileño, las pruebas de galera del libro traducido al portugués, la campaña de publicidad a punto de dispararse para respaldar su lanzamiento. Sin embargo, el libro no podría publicarse, aunque un popular programa de O Globo decidiera transmitir una entrevista que me hiciera en Cuba la reportera brasileña Cristina Serra acerca de la obra que ya no saldría nunca a la luz. La historia de los Picassos negros cubanos se enturbiaba cada vez más y aumentaba su misterio.

Me acompañó hasta la puerta amable pero rectamente. Me tendió la mano como si fuera a ser la última vez, y realmente fue la última vez. Los dos sufríamos por la tragedia. Casa Amarella había perdido sus recursos en tratar de publicar la pieza y yo había perdido mi tiempo y todas mis ilusiones de publicar el libro. Salí aquella tarde a una avenida de Sao Paulo con las manos vacías y una gran pesadumbre. Había viajado desde La Habana a publicar la historia de los Picassos negros cubanos y regresaría sin la obra impresa. No había nada que hacer, pero de Souza me había transmitido esa lección de severidad y aplomo que siempre inspiraba en los peores momentos. El tiempo, me dijo, se encargará de poner las cosas en su lugar.
Después, durante los últimos cuatro años intercambiamos algunas llamadas. Me pidió que ayudara a algunos amigos que viajaban y necesitaban apoyo cubano en su trabajo reporteril en la Isla, entre ellos, Sergio Kalili, unos reporteros de O Globo, el infatigable Mylton Severiano, o Vanessa y Silvia, dos estudiantes de periodismo. Hace un par de semanas nos cruzamos email por última vez.

Mi último recuerdo fugaz: “el último monstruo” que acaba de fallecer me dijo al oído aquella noche de 1998, mientras cenábamos en La Habana: “quiero escribir un buen reportaje de Cuba, un largo reportaje, insistió, pero quiero siempre decir la verdad, y lo que más me preocupa en nuestra profesión es no perder nunca mi capacidad de asombrarme. Si me pasa alguna vez es que debo estar muerto ya”.

Sergio de Souza debió haber muerto el pasado 25 de marzo sin perder esa actitud, quizás una actitud lacerante que debemos tener los periodistas, o quizás, probablemente, murió batallando épicamente, enfrentado a los demonios que se le acercaban, porque la rutina se le abalanzaba, a última hora, y dejaría de sentirse vivo.
Una frase mortuoria de sus compañeros de trabajo ilustra mejor el suceso: Los que trabajamos en Caros Amigos, tenemos la desmedida tarea de homenajear su memoria “fazendo das vísceras coragem e coração para tocar o barco em frente”.
Ojalá que Caros Amigos no desaparezca con la muerte de Sergio de Souza. Sería la última revista brasileña de su estatura y perfil y el peor homenaje a este gran hombre.

(*El autor es el director de Cubanow.)

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