Por Luis Sexto
En estos días lentos, colmados de agua, vientos y luto, recibí un mensaje desde un punto de Norteamérica, que callo por obvias precauciones: “Por favor, no reciban nada gratis de los Estados Unidos; cualquier ayuda aparentemente desinteresada exige un precio impagable.” Quien firmaba el email, cubano asentado allí por muchos años, temía que la Historia se repitiera.
¿Y la Historia se repite? Eso afirma el refranero, la conciencia de todos los días. Más bien, se repite el tiempo, en su múltiple condición de categoría filosófica como forma de existir de la materia, en su mensurabilidad física y en su circulo vicioso como clima. La Historia, no, aunque lo parezca. “El tiempo no va a ninguna parte”, digo en un epigrama que mantengo en un libro inédito y añado: “Solo la Historia avanza”, aunque se repita. La Historia suele avanzar entre signos negativos o positivos, como el álgebra, y conducir siempre hacia delante, aunque metros más allá se halle la ignominia, el descrédito, o el aparente retroceso de la restauración. Nunca lo reimplantado será igual a cómo fue. Ni ningún acto se replicará idéntico al del pasado.
Y entonces qué se repite. Ah, vengamos a decir que se repiten las actitudes humanas maquinizadas por los hábitos, y los comportamientos políticos condicionados por los intereses Eso sucede ahora en las no–relaciones, que son una forma de relacionarse, entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba desde hace 50 años, y mucho más atrás. Los Estados Unidos repiten la misma conducta cuando la lucha de los cubanos por su independencia de España: nunca reconocieron la beligerancia del Ejército Libertador ni de su Gobierno en armas, salvo cuando, a en 1898 decidieron intervenir para alcanzar, con poco esfuerzo, la “fruta madura”. De ese modo, continuaron esbozando el lema de su política exterior en los años sucesivos: Los Estados Unidos no tienen amigos, sino intereses.
Ese compatriota inquieto –inquieto porque vive “en el monstruo y le conoce las entrañas”- nos alertaba de esa egoísta peculiaridad del gran país que comenzó, precisamente, su etapa imperialista al final de la guerra hispano cubana-americana, en 1898. ¿Cómo terminó aquel episodio? Sobra repetirlo: con Washington erigida en capital política de Cuba y el dinero yanqui dueño de las principales riquezas del archipiélago cubano. Por cualquier obra buena que hayan levantado, el precio fue criminalmente alto: de colonia, Cuba pasó a necocolonia. Del ideal de la independencia a la certeza de una nueva forma de dependencia.
Realmente todo ello es archiconocido. Pero cuando mi corresponsal en el Norte me remitía su advertencia, estaba sugiriendo muy oportunamente que miráramos atrás para recordar los antecedentes de las circunstancias actuales y la conducta del Águila. El águila, por alto que vuele, dirige su mirada abajo: hacia la próxima víctima. Claro, el águila sabe cazar. Para intervenir en la guerra entre cubanos y españoles a fines del siglo XIX, primeramente se cansaron de repetir mediante los periódicos de Hearts, que los soldados cubanos de la libertad eran salvajes, que guerreaban monstruosamente en una guerra inhumana. Después, conmovida la ingenua y manipulable opinión pública norteamericana, reconocieron el derecho de los cubanos a la independencia –que nunca antes habían hecho, repito- y declararon la guerra a España. Previamente prometieron garantizar la independencia de la Isla y cuatro años más tarde la desocuparon con los cubanos amarrados a la Enmienda Platt.
No sigo; resultaría extenso. Ahora, tras las escobas de los huracanes Gustav y Ike, ofrecen 100 mil dólares a Cuba en ayuda si una comisión de expertos evaluadores viene al terreno y confirma que Cuba no exagera sus males, ni se robará esa gran fortuna. Como lo que siempre ha habido en Cuba, hasta para exportar, es el concepto de la dignidad nacional –aunque algunos dentro y fuera la hayan cambiado por lentejas y comodidades-, el Gobierno Revolucionario dice que no acepta comisiones de inspección o de evaluación, porque entre nosotros muchos saben tasar, evaluar, y con el valor agregado del dolor y la solidaridad, y que si Washington quiere ayudar, que permita a Cuba comprar a empresas norteamericanas y obtener los crédito comunes en las operaciones comerciales, para reponer sus más de 3 mil millones de dólares en pérdidas.
¿Esa respuesta equivale acaso a negativa? ¿Es acaso un secreto que desde hace casi medio siglo los Estados Unidos mantiene una maraña de leyes y prohibiciones que impiden que llegue a Cuba un producto con componentes de empresas norteamericanas, u consiga préstamos en el FMI o el Banco Mundial, y otras restricciones que en un lenguaje envuelto en melaza llaman embargo y que el entendimiento honrado conoce como bloqueo económico y financiero, pues se alarga hacia terceros países que, al violarlo, se someten a sanciones?
Resumiendo, los 100 mil dólares que ofrece la Casa Blanca –precio del ridículo- contrastan con las decenas de millones que la Nacional Endowmen Democracy trasiega a los grupúsculos que viven, dentro y fuera de Cuba, aparentando una resistencia al comunismo que ya deriva hacia lo patético, luego de agotarse en la retórica de los manuales de la CIA para la guerra política y psicológica.
Me pregunto: Si alguien me aprieta el cuello por décadas y cuando nota que por falta de oxígeno me pongo morado -como los ornamentos de Semana Santa- me ofrece una bolsita de oxígeno, una de esas que venden en Tokio para depurar los pulmones contaminados por el smog, qué le respondo. Bueno, los cubanos tendríamos, en el gráfico y vivaz lenguaje diario, una sola respuesta: Vete al carajo. Porque podremos sufrir carencia y pobrezas, incluso miserias, ahora agigantadas por el paso de dos huracanes que, coincidentemente, no han sido bautizados en español, pero sabemos que el bloqueo estadounidense y toda su perenne amenaza de subversión económica y militar también las han generado. No, señores del lado de allá y a algunos de lado de acá: si alguien me aprieta el cuello, mi nariz habitualmente tupida no es la causante principal de que el oxígeno no llegue a mis pulmones.
Ah, compatriota de ese punto que callo de los Estados Unidos, gracias por su mensaje de alerta. Martí ya nos advirtió del precio de ciertas deudas. Y Máximo Gómez pronosticó que los americanos no dejarían en Cuba ni un adarme de simpatía. En fin, la Historia no se repite, avanza, pero se mantienen a veces las mismas actitudes de ciertos protagonistas, en un relevo generacional de causas e intereses: Los “americanos” y sus meteoritos satelitales intentando dominar y los cubanos, al menos lo mejor de ellos, negándose. A mí, por lo menos, la oferta de un donativo de 100 mil dólares no me convence de la buena voluntad de los gobernantes de Washington, y mucho menos me convence –al contrario, aumenta mi suspicacia- que al gobierno de Cuba se le exija lo que nunca se le pidió a Somoza, a Pinochet, a Trujillo, a Batista, registrados exponentes en el aún inexistente récord Guinnes del crimen y el latrocinio ejecutados desde el poder político.
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En estos días lentos, colmados de agua, vientos y luto, recibí un mensaje desde un punto de Norteamérica, que callo por obvias precauciones: “Por favor, no reciban nada gratis de los Estados Unidos; cualquier ayuda aparentemente desinteresada exige un precio impagable.” Quien firmaba el email, cubano asentado allí por muchos años, temía que la Historia se repitiera.
¿Y la Historia se repite? Eso afirma el refranero, la conciencia de todos los días. Más bien, se repite el tiempo, en su múltiple condición de categoría filosófica como forma de existir de la materia, en su mensurabilidad física y en su circulo vicioso como clima. La Historia, no, aunque lo parezca. “El tiempo no va a ninguna parte”, digo en un epigrama que mantengo en un libro inédito y añado: “Solo la Historia avanza”, aunque se repita. La Historia suele avanzar entre signos negativos o positivos, como el álgebra, y conducir siempre hacia delante, aunque metros más allá se halle la ignominia, el descrédito, o el aparente retroceso de la restauración. Nunca lo reimplantado será igual a cómo fue. Ni ningún acto se replicará idéntico al del pasado.
Y entonces qué se repite. Ah, vengamos a decir que se repiten las actitudes humanas maquinizadas por los hábitos, y los comportamientos políticos condicionados por los intereses Eso sucede ahora en las no–relaciones, que son una forma de relacionarse, entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba desde hace 50 años, y mucho más atrás. Los Estados Unidos repiten la misma conducta cuando la lucha de los cubanos por su independencia de España: nunca reconocieron la beligerancia del Ejército Libertador ni de su Gobierno en armas, salvo cuando, a en 1898 decidieron intervenir para alcanzar, con poco esfuerzo, la “fruta madura”. De ese modo, continuaron esbozando el lema de su política exterior en los años sucesivos: Los Estados Unidos no tienen amigos, sino intereses.
Ese compatriota inquieto –inquieto porque vive “en el monstruo y le conoce las entrañas”- nos alertaba de esa egoísta peculiaridad del gran país que comenzó, precisamente, su etapa imperialista al final de la guerra hispano cubana-americana, en 1898. ¿Cómo terminó aquel episodio? Sobra repetirlo: con Washington erigida en capital política de Cuba y el dinero yanqui dueño de las principales riquezas del archipiélago cubano. Por cualquier obra buena que hayan levantado, el precio fue criminalmente alto: de colonia, Cuba pasó a necocolonia. Del ideal de la independencia a la certeza de una nueva forma de dependencia.
Realmente todo ello es archiconocido. Pero cuando mi corresponsal en el Norte me remitía su advertencia, estaba sugiriendo muy oportunamente que miráramos atrás para recordar los antecedentes de las circunstancias actuales y la conducta del Águila. El águila, por alto que vuele, dirige su mirada abajo: hacia la próxima víctima. Claro, el águila sabe cazar. Para intervenir en la guerra entre cubanos y españoles a fines del siglo XIX, primeramente se cansaron de repetir mediante los periódicos de Hearts, que los soldados cubanos de la libertad eran salvajes, que guerreaban monstruosamente en una guerra inhumana. Después, conmovida la ingenua y manipulable opinión pública norteamericana, reconocieron el derecho de los cubanos a la independencia –que nunca antes habían hecho, repito- y declararon la guerra a España. Previamente prometieron garantizar la independencia de la Isla y cuatro años más tarde la desocuparon con los cubanos amarrados a la Enmienda Platt.
No sigo; resultaría extenso. Ahora, tras las escobas de los huracanes Gustav y Ike, ofrecen 100 mil dólares a Cuba en ayuda si una comisión de expertos evaluadores viene al terreno y confirma que Cuba no exagera sus males, ni se robará esa gran fortuna. Como lo que siempre ha habido en Cuba, hasta para exportar, es el concepto de la dignidad nacional –aunque algunos dentro y fuera la hayan cambiado por lentejas y comodidades-, el Gobierno Revolucionario dice que no acepta comisiones de inspección o de evaluación, porque entre nosotros muchos saben tasar, evaluar, y con el valor agregado del dolor y la solidaridad, y que si Washington quiere ayudar, que permita a Cuba comprar a empresas norteamericanas y obtener los crédito comunes en las operaciones comerciales, para reponer sus más de 3 mil millones de dólares en pérdidas.
¿Esa respuesta equivale acaso a negativa? ¿Es acaso un secreto que desde hace casi medio siglo los Estados Unidos mantiene una maraña de leyes y prohibiciones que impiden que llegue a Cuba un producto con componentes de empresas norteamericanas, u consiga préstamos en el FMI o el Banco Mundial, y otras restricciones que en un lenguaje envuelto en melaza llaman embargo y que el entendimiento honrado conoce como bloqueo económico y financiero, pues se alarga hacia terceros países que, al violarlo, se someten a sanciones?
Resumiendo, los 100 mil dólares que ofrece la Casa Blanca –precio del ridículo- contrastan con las decenas de millones que la Nacional Endowmen Democracy trasiega a los grupúsculos que viven, dentro y fuera de Cuba, aparentando una resistencia al comunismo que ya deriva hacia lo patético, luego de agotarse en la retórica de los manuales de la CIA para la guerra política y psicológica.
Me pregunto: Si alguien me aprieta el cuello por décadas y cuando nota que por falta de oxígeno me pongo morado -como los ornamentos de Semana Santa- me ofrece una bolsita de oxígeno, una de esas que venden en Tokio para depurar los pulmones contaminados por el smog, qué le respondo. Bueno, los cubanos tendríamos, en el gráfico y vivaz lenguaje diario, una sola respuesta: Vete al carajo. Porque podremos sufrir carencia y pobrezas, incluso miserias, ahora agigantadas por el paso de dos huracanes que, coincidentemente, no han sido bautizados en español, pero sabemos que el bloqueo estadounidense y toda su perenne amenaza de subversión económica y militar también las han generado. No, señores del lado de allá y a algunos de lado de acá: si alguien me aprieta el cuello, mi nariz habitualmente tupida no es la causante principal de que el oxígeno no llegue a mis pulmones.
Ah, compatriota de ese punto que callo de los Estados Unidos, gracias por su mensaje de alerta. Martí ya nos advirtió del precio de ciertas deudas. Y Máximo Gómez pronosticó que los americanos no dejarían en Cuba ni un adarme de simpatía. En fin, la Historia no se repite, avanza, pero se mantienen a veces las mismas actitudes de ciertos protagonistas, en un relevo generacional de causas e intereses: Los “americanos” y sus meteoritos satelitales intentando dominar y los cubanos, al menos lo mejor de ellos, negándose. A mí, por lo menos, la oferta de un donativo de 100 mil dólares no me convence de la buena voluntad de los gobernantes de Washington, y mucho menos me convence –al contrario, aumenta mi suspicacia- que al gobierno de Cuba se le exija lo que nunca se le pidió a Somoza, a Pinochet, a Trujillo, a Batista, registrados exponentes en el aún inexistente récord Guinnes del crimen y el latrocinio ejecutados desde el poder político.
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