Por Luis Sexto
El rechinar del cordaje y los palos se ampliaba como el único sonido bajo la comba de aquellos parajes nunca oídos, ni vistos por europeos. Tres carabelas se mecían lánguidamente sobre las aguas calientes de la ensenada que bautizarán luego de Cortés. A pesar de que las faenas menos urgentes de abordo habían recesado, la marinería sudaba. Y desde la baranda de estribor, algunos hombres deseosos de sombra y aire fresco observaban por sobre el azul, que hería como un espejo, la línea verde y suculenta de la costa. No hablaban tratando de oír algo más que no fuese el ruido metálico que saltaba como un insecto unánime del monte desconocido que enfrente los tentaba. ¿Será una ísola? A qué habrán llegado hasta estas tierras tan emparentadas con el averno por sus calores, si el Almirante ha decido orzar y enrumbar hacia el sur franco donde sólo Dios sabe qué habrían de hallar.
Los comentarios quedaban en la oscuridad de las bodegas secretas de la marinería, recatándose de los vapores del mundo viejo que trajo a estos países las máculas del pecado original. El notario real iba registrando, de boca en boca, una declaración cuyos términos se repetían exactamente: Cuba no es una isla. Porque jamás nuestros oídos se han enterado de que halla en este mundo un ísola con tanta longitud de más de 335 leguas de oriente a occidente...
El almirante, en la nao capitana, sonreía guardando los dientes. Había decidido no continuar costeando el litoral del sur. Ignoraba exactamente que unas 20 leguas hacia occidente toparía con el punto final de esta tierra que huele tan dulcemente. Pero ya sabía que no era una península asiática y que después de Cuba no aparecerá la India. Le interesaba, sin embargo, por razones de alto mando -que ahora el cronista no se entretendrá en enumerar- hacer creer que la geografía no es la que es, sino la que el Descubridor, en su segundo viaje, quería que fuese. En todo su tiempo, él había visto y puesto estudio en todas las escrituras, cosmografías, historias, crónicas y filosofía y de otras artes. Y por ende la misión que Dios le había mandado no podía reparar en torceduras de la verdad y en melindres de conciencia, si deseaba rescatar almas y hallar oro con que comprar hasta el Paraíso. Hijos somos de lo feble; nadie calla, si no se les asoma la necesidad de conservar en cofres lo sabido….
Casi dos años antes, cuando el navegar se hacía largo, casi sin fin, y la fe en el Almirante se perdía en aquel primer viaje, la tripulación le eran adversa, y un Colón manso, aparentemente sometido, congregó a sus oficiales y los nombró responsables de la decisión de seguir con la proa puesta hacia el occidente o hacer girar la flota casi media esfera. Solo restaban seis días para avistar tierra aquel 6 de octubre del año del Señor de 1492.
-¿Capitanes, qué haremos que mi gente mal me aqueja? ¿Qué vos parece, señores, que fagamos?
Vicente Yáñez habló:
-Andemos, señor, hasta dos mil leguas, e si aquí no hallaremos lo que vamos a buscar, de allí podremos dar vuelta.
Hoy, 12 de junio de 1494, la tripulación aceptó admitir cuanto Colón exigía. Saber, en verdad, los marineros y otros tripulantes no sabían, intuían tal vez, aunque Juan de la Cosa, el cartógrafo, asintió en la maroma del que calla, y promete, para sí mismo, soltarlo algún día cuando Dios provea el momento.
Todos por ahora mantendrán calladas sus dudas, o sus ciencias, porque el capitán mandaba y la marinería obedecía por real pragmática, y si no fuese así, el bellaco que se atreviere a negarlo luego de haber firmado el acta, será sometido a una multa de diez maravedíes y, sobre todo, a nunca más hablar palabra de cristiano, pues la lengua, ese instrumento de tantas tentaciones malignas, le sería cortada…
(Del libro en preparación Historias de bolsillo (Anécdotas cubanas)
domingo, 17 de mayo de 2009
jueves, 7 de mayo de 2009
COLOQUIANDO CON LUIS SEXTO
Por: Lianne Fonseca, Maylín Betancourt y Diannelis Silva
(Estudiantes de Periodismo
El II Coloquio Universitario de Periodismo con sede en la Universidad Oscar Lucero Moya, Holguín, el pasado 4 de mayo, contó con la presencia de importantes figuras del periodismo actual como Luis Sexto, Premio Nacional de Periodismo José Martí en el 2009. La ocasión fue oportuna para el intercambio mutuo.
Luis Sexto es un periodista-escritor que ama a su profesión. Su labor y talento lo llevó a recibir el máximo galardón que otorga la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) por la obra de toda la vida. Cada viernes nos cautiva con su sección Coloquiando en el periódico Juventud Rebelde y nos hace reflexionar sobre los problemas sociales y políticos que enfrenta el país.
-¿Cómo se inició en el periodismo?
De modo bastante accidentado. Resulta que a los 25 años yo había ejercido varios oficios. Después de ejercer de vendedor de ostiones en los portales de Cuatro Caminos, entonces esquina célebre en la Habana, y de refrescos en la calle Muralla y de haber sido trabajador de la construcción, empecé a trabajar en ingenios azucareros como medidor de tierras. Dos años después, el MINAZ me envió a una escuela para estudiar topografía; me gradué, y en 1969 pasé al ejército; me licencié en el 71, conseguí empleo en la industria deportiva como bibliotecario, pero, como se puede deducir, yo no era feliz. En 1972 pasé un curso de corresponsales voluntarios y pude cubrir los juegos escolares de ese año –muy recordados por su masividad y esplendor- y ya no regresé más a la Industria Deportiva: la dirección de Divulgación del INDER en la ciudad de La Habana consiguió mi traslado para el departamento de Prensa. Y pocos meses después, me ascendieron como redactor del Semanario Deportivo LPV. Ya empecé a ser el que había soñado. De esa publicación partió mi vida profesional. Como es natural, ingresé en la Universidad y me gradué de periodista. En fin, todo lo vivido me ha servido para escribir.
-¿Por qué el periodismo como profesión y no otra?
-Tal vez esta pregunta sea tan difícil de responder como la de por qué nací con ojos verdes. En ambos casos diría que por determinaciones genéticas. Desde niño no me recuerdo de otra manera que soñando con ser poeta, periodistas, hombre de letras y además polemista. Lo misterioso de esta vocación es que en casa no había nada que la condicionara. Mis padres eran personas con pocas letras, aunque sí con muchas luces de cordialidad y decencia. Ahora, ya terminando mi carrera, me declaro incompetente para otra actividad que no sea el periodismo y la literatura. El ejercicio de las letras ha justificado mi vida y la ha colmado de sentido, aunque yo no sea un clásico.
-¿Cuándo surge y con qué objetivo la sección Coloquiando del periódico Juventud Rebelde?
-La primera sección se publicó en junio de 2002. Y su objeto fue -y es- el de abordar, en un espacio caracterizado por la misma frecuencia semanal, el mismo día y por el mismo autor, la situación político social de Cuba. Estilísticamente me propuse escribir de modo que el enunciado pareciera una conversación íntima, en un estilo apagado. Por ello la nombré Coloquiando, es decir, hablando cercanamente al lector, como bajito, entre él y yo. Eso es lo que me preocupa: el tono conversacional, lo cual me libera de estridencias o altisonancias.
-En esta columna usted opina, juzga y analiza los problemas que afectan a la sociedad sobre todo en el plano ético. ¿Qué lo motiva a abordar estos temas?
-Me parece que puedo identificar dos razones primordiales: asumir el periodismo como un servicio social y solidario y como un ejercicio llamado a ejercer de instrumento de la conciencia crítica de la sociedad. Y si les añades mi inclinación polémica, pues tengo la fórmula que explica por qué opino sobre los problemas que afectan a nuestra sociedad, en particular en el plano ético. Si no los tuviera en cuenta para juzgarlos, creo que el periodismo no tendría sentido en la sociedad ni en mí mismo como profesional de la comunicación.
-Recientemente obtuvo el máximo galardón que otorga la UPEC, el Premio Nacional de Periodismo José Martí. ¿Cómo acogió este estímulo por la obra de toda la vida?
-Con mucha sorpresa, y luego con mucha gratitud hacia el jurado que reparó en mi obra y hacia cuantos se alegraron junto conmigo. Pero ello, como ya he dicho, no impide que yo piense más en mis insuficiencias que en mis aciertos, y salude la decisión que me premia, cuando todavía tengo una edad lo suficientemente apta como para intentar ganarlo con lo que me resta por hacer. Espero poder demostrarle al jurado que no se equivocó.
-"Solo el amor alumbra lo que perdura", al decir de Martí. ¿Continúa Luis Sexto enamorado de su carrera?
-Ya lo dije: vivo en periodismo y por el periodismo: lo asumo como una misión sacerdotal, como una orden de campaña que ha de concluir con la muerte. Deseo vivamente que, con mi último suspiro, quede en el aire la última palabra de mi último Coloquiando o de mi último poema o mi último relato. Si uno es capaz de vivir hasta el final con la primera mujer y única esposa y con la profesión soñada en la juventud, es porque perdura el amor.
-¿Qué opina del periodismo cubano?
-Al juzgarlo, me juzgo; soy parte de él, desde hace casi 40 años. En las redacciones respiran competentes periodistas: revolucionarios, cultos, con estilo; sin embargo, el periodismo no se entera, o se entera a medias. Influyen muchos factores. Uno de ellos es que la prensa, a partir de 1965. ha sido sometida a las coyunturas políticas internas y externas, y por lo tanto ha tenido que bajar la cabeza, justificadamente algunas veces y otras limitada por la acción burocrática para la cual la información periodística es una amenaza que pone en peligro sus asientos. Confío que alguna vez, nuestra sociedad socialista sea lo suficientemente racional para reconocer que la prensa, regulada desde dentro, con madura autonomía, es uno de sus principales resortes de perdurabilidad.
-A lo largo de su vida ha tenido diversas responsabilidades de dirección periodística en Trabajadores, Prensa Latina, Bohemia. ¿Se siente satisfecho con la labor que ha desarrollado hasta ahora?
-Lo único que me satisface es lo que haré mañana; lo hecho hoy ya no lo puedo cambiar, y generalmente le noto imperfecciones. Pero, siendo sensato, crecí en un país en revolución y elegí servirlo en un sector sumamente complejo. Hice, quizá lo que debía: nunca aspiré a menos y ello me conforta. Ahora bien, no soy culpable de mi baja estatura, aunque sí creo tener el mérito de soñar con las estrellas más altas. De cualquier modo, la obra de la vida ha de ser siempre provisional, hasta el último instante.
-El periódico Juventud Rebelde ya acumula casi 44 años de su fundación y tiene mucha aceptación por parte del público. ¿Cómo valora el trabajo que desarrolla este órgano de prensa?
-A Juventud Rebelde le agradezco que el último tramo de mi carrera profesional sea recorrido beligerantemente, en campaña; peleando por causas tan nobles como la independencia, la justicia social, el predominio sin manchas de la revolución. Es mérito de Juventud Rebelde nunca haber subvalorado a los periodistas mayores. Por el contrario, creo que nunca me respetaron tanto como en este periódico, a donde llegué casi con 55 años. Le pregunté entonces a Polanco si le inquietaban los viejos y él me dijo: al contrario, los necesitamos; ven para acá. Creo que con mi trabajo ayudo a Juventud Rebelde a estar cerca de la vida, y lo ayudo más que con mi presunta calidad, con mi cierta vocación juvenil por la lucha.
-¿Cuáles consejos daría a nosotros los relevos del periodismo?
-Tal vez los mismos que me daría a mí mismo. Primeramente, llenarnos de cultura, para ser capaces de asociar los fenómenos más distantes y disímiles; no escribir nada que no sepamos ni de lo cual no estemos convencidos; conceptuar la crítica como un método racional de análisis; creer que solo siendo interesantes seremos periodistas, y admitir que ser interesantes es también, entre otras calidades técnicas y estilísticas, escribir de modo que seamos claros y concisos, pero también amenos, armónicos, aceptables. Y un último consejo: poner la ética en un sitial tal alto que digan: podemos creerles porque viven y actúan como escriben.
-¿Proyectos?
-Escribir cuanto aún no he escrito, que es todo.
Por: Lianne Fonseca, Maylín Betancourt y Diannelis Silva
(Estudiantes de Periodismo
El II Coloquio Universitario de Periodismo con sede en la Universidad Oscar Lucero Moya, Holguín, el pasado 4 de mayo, contó con la presencia de importantes figuras del periodismo actual como Luis Sexto, Premio Nacional de Periodismo José Martí en el 2009. La ocasión fue oportuna para el intercambio mutuo.
Luis Sexto es un periodista-escritor que ama a su profesión. Su labor y talento lo llevó a recibir el máximo galardón que otorga la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) por la obra de toda la vida. Cada viernes nos cautiva con su sección Coloquiando en el periódico Juventud Rebelde y nos hace reflexionar sobre los problemas sociales y políticos que enfrenta el país.
-¿Cómo se inició en el periodismo?
De modo bastante accidentado. Resulta que a los 25 años yo había ejercido varios oficios. Después de ejercer de vendedor de ostiones en los portales de Cuatro Caminos, entonces esquina célebre en la Habana, y de refrescos en la calle Muralla y de haber sido trabajador de la construcción, empecé a trabajar en ingenios azucareros como medidor de tierras. Dos años después, el MINAZ me envió a una escuela para estudiar topografía; me gradué, y en 1969 pasé al ejército; me licencié en el 71, conseguí empleo en la industria deportiva como bibliotecario, pero, como se puede deducir, yo no era feliz. En 1972 pasé un curso de corresponsales voluntarios y pude cubrir los juegos escolares de ese año –muy recordados por su masividad y esplendor- y ya no regresé más a la Industria Deportiva: la dirección de Divulgación del INDER en la ciudad de La Habana consiguió mi traslado para el departamento de Prensa. Y pocos meses después, me ascendieron como redactor del Semanario Deportivo LPV. Ya empecé a ser el que había soñado. De esa publicación partió mi vida profesional. Como es natural, ingresé en la Universidad y me gradué de periodista. En fin, todo lo vivido me ha servido para escribir.
-¿Por qué el periodismo como profesión y no otra?
-Tal vez esta pregunta sea tan difícil de responder como la de por qué nací con ojos verdes. En ambos casos diría que por determinaciones genéticas. Desde niño no me recuerdo de otra manera que soñando con ser poeta, periodistas, hombre de letras y además polemista. Lo misterioso de esta vocación es que en casa no había nada que la condicionara. Mis padres eran personas con pocas letras, aunque sí con muchas luces de cordialidad y decencia. Ahora, ya terminando mi carrera, me declaro incompetente para otra actividad que no sea el periodismo y la literatura. El ejercicio de las letras ha justificado mi vida y la ha colmado de sentido, aunque yo no sea un clásico.
-¿Cuándo surge y con qué objetivo la sección Coloquiando del periódico Juventud Rebelde?
-La primera sección se publicó en junio de 2002. Y su objeto fue -y es- el de abordar, en un espacio caracterizado por la misma frecuencia semanal, el mismo día y por el mismo autor, la situación político social de Cuba. Estilísticamente me propuse escribir de modo que el enunciado pareciera una conversación íntima, en un estilo apagado. Por ello la nombré Coloquiando, es decir, hablando cercanamente al lector, como bajito, entre él y yo. Eso es lo que me preocupa: el tono conversacional, lo cual me libera de estridencias o altisonancias.
-En esta columna usted opina, juzga y analiza los problemas que afectan a la sociedad sobre todo en el plano ético. ¿Qué lo motiva a abordar estos temas?
-Me parece que puedo identificar dos razones primordiales: asumir el periodismo como un servicio social y solidario y como un ejercicio llamado a ejercer de instrumento de la conciencia crítica de la sociedad. Y si les añades mi inclinación polémica, pues tengo la fórmula que explica por qué opino sobre los problemas que afectan a nuestra sociedad, en particular en el plano ético. Si no los tuviera en cuenta para juzgarlos, creo que el periodismo no tendría sentido en la sociedad ni en mí mismo como profesional de la comunicación.
-Recientemente obtuvo el máximo galardón que otorga la UPEC, el Premio Nacional de Periodismo José Martí. ¿Cómo acogió este estímulo por la obra de toda la vida?
-Con mucha sorpresa, y luego con mucha gratitud hacia el jurado que reparó en mi obra y hacia cuantos se alegraron junto conmigo. Pero ello, como ya he dicho, no impide que yo piense más en mis insuficiencias que en mis aciertos, y salude la decisión que me premia, cuando todavía tengo una edad lo suficientemente apta como para intentar ganarlo con lo que me resta por hacer. Espero poder demostrarle al jurado que no se equivocó.
-"Solo el amor alumbra lo que perdura", al decir de Martí. ¿Continúa Luis Sexto enamorado de su carrera?
-Ya lo dije: vivo en periodismo y por el periodismo: lo asumo como una misión sacerdotal, como una orden de campaña que ha de concluir con la muerte. Deseo vivamente que, con mi último suspiro, quede en el aire la última palabra de mi último Coloquiando o de mi último poema o mi último relato. Si uno es capaz de vivir hasta el final con la primera mujer y única esposa y con la profesión soñada en la juventud, es porque perdura el amor.
-¿Qué opina del periodismo cubano?
-Al juzgarlo, me juzgo; soy parte de él, desde hace casi 40 años. En las redacciones respiran competentes periodistas: revolucionarios, cultos, con estilo; sin embargo, el periodismo no se entera, o se entera a medias. Influyen muchos factores. Uno de ellos es que la prensa, a partir de 1965. ha sido sometida a las coyunturas políticas internas y externas, y por lo tanto ha tenido que bajar la cabeza, justificadamente algunas veces y otras limitada por la acción burocrática para la cual la información periodística es una amenaza que pone en peligro sus asientos. Confío que alguna vez, nuestra sociedad socialista sea lo suficientemente racional para reconocer que la prensa, regulada desde dentro, con madura autonomía, es uno de sus principales resortes de perdurabilidad.
-A lo largo de su vida ha tenido diversas responsabilidades de dirección periodística en Trabajadores, Prensa Latina, Bohemia. ¿Se siente satisfecho con la labor que ha desarrollado hasta ahora?
-Lo único que me satisface es lo que haré mañana; lo hecho hoy ya no lo puedo cambiar, y generalmente le noto imperfecciones. Pero, siendo sensato, crecí en un país en revolución y elegí servirlo en un sector sumamente complejo. Hice, quizá lo que debía: nunca aspiré a menos y ello me conforta. Ahora bien, no soy culpable de mi baja estatura, aunque sí creo tener el mérito de soñar con las estrellas más altas. De cualquier modo, la obra de la vida ha de ser siempre provisional, hasta el último instante.
-El periódico Juventud Rebelde ya acumula casi 44 años de su fundación y tiene mucha aceptación por parte del público. ¿Cómo valora el trabajo que desarrolla este órgano de prensa?
-A Juventud Rebelde le agradezco que el último tramo de mi carrera profesional sea recorrido beligerantemente, en campaña; peleando por causas tan nobles como la independencia, la justicia social, el predominio sin manchas de la revolución. Es mérito de Juventud Rebelde nunca haber subvalorado a los periodistas mayores. Por el contrario, creo que nunca me respetaron tanto como en este periódico, a donde llegué casi con 55 años. Le pregunté entonces a Polanco si le inquietaban los viejos y él me dijo: al contrario, los necesitamos; ven para acá. Creo que con mi trabajo ayudo a Juventud Rebelde a estar cerca de la vida, y lo ayudo más que con mi presunta calidad, con mi cierta vocación juvenil por la lucha.
-¿Cuáles consejos daría a nosotros los relevos del periodismo?
-Tal vez los mismos que me daría a mí mismo. Primeramente, llenarnos de cultura, para ser capaces de asociar los fenómenos más distantes y disímiles; no escribir nada que no sepamos ni de lo cual no estemos convencidos; conceptuar la crítica como un método racional de análisis; creer que solo siendo interesantes seremos periodistas, y admitir que ser interesantes es también, entre otras calidades técnicas y estilísticas, escribir de modo que seamos claros y concisos, pero también amenos, armónicos, aceptables. Y un último consejo: poner la ética en un sitial tal alto que digan: podemos creerles porque viven y actúan como escriben.
-¿Proyectos?
-Escribir cuanto aún no he escrito, que es todo.
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LIBROS PUBLICADOS EN CUBA (1)
Por Luis Sexto
Al leer Julián de Zulueta y Amondo, promotor del capitalismo en Cuba, de Eduardo Marrero Cruz, cualquier lector reflexivo se preguntará: ¿Acaso las biografías solo pueden escribirse de los personajes que consideramos buenos, generosos, patriotas, o también nos interesaría conocer la vida de quienes, juzgados desde la ideología dominante en la actualidad, los clasificamos entre los personajes negativos?
Si creyéramos que la historia ha de ser el resultado de la propaganda, tendríamos que admitir que hoy en Cuba la biografía de Julián de Zulueta y Amondo no interesaría a nadie. Pero la Historia no es la que se sintetiza e interpreta solo con el criterio de hacer resaltar lo que más conviene en el presente. Y aunque ante la Historia se adoptan ineludiblemente posiciones de partido con cuanto se dice o se omite, para ser justo y exacto habrá que establecerse en el medio, que es el punto donde se conserva el equilibrio sin caer hacia uno de los lados.
La Historia no es un pasquín. Es más bien multiplicidad de ingredientes, diversidad de ángulos, profusión de engarces. ¿Cómo llegaríamos a entender el pasado, incluso el presente, si borráramos una parte del escenario y de los personajes que intervinieron en el gran drama histórico de nuestro país. Julían de Zulueta y Amondo, fue comerciante de víveres y tratante de negros y de chinos; dueño de ingenios –El España y el Álava, entre otros; Zulueta; fue, en suma, empresario de éxito y promotor de la modernidad capitalista en Cuba. Pero al leer esta biografía, compuesta por Eduardo Marrero Cruz, agudo y flexible historiador, nacido en Colón en 1962, uno empieza a comprender que la Historia resulta de la conjunción de numerosas complejidades y que las raíces de la nación se nutren de variadas y a veces contradictorias aguas.
¿Cómo podremos comprender que nadie haya podido conseguir que Zulueta, pueblo azucarero de Villa Clara, vuelva a ser llamado Coloradas, como una vez en sus orígenes, o que la calle de Zulueta en La Habana sea conocida como Agramonte, nombre que la república le dio? Cuando leamos a Julián de Zulueta y Amondo, promotor del capitalismo en Cuba, con cuyo libro Eduardo Marrero Cruz ganó el concurso de biografía de la UNEAC en el 2005, empezaremos a entender que en la Historia -laberíntica red de intereses y voluntades- también cuentan los antihéroes, aunque nos parezca injusto. Tal vez lo injusto sea excluir a aquellos que con sus impulsos aceleraron el desarrollo de la sociedad cubana, a pesar de que, aparentemente, lo retardaron.
Al leer Julián de Zulueta y Amondo, promotor del capitalismo en Cuba, de Eduardo Marrero Cruz, cualquier lector reflexivo se preguntará: ¿Acaso las biografías solo pueden escribirse de los personajes que consideramos buenos, generosos, patriotas, o también nos interesaría conocer la vida de quienes, juzgados desde la ideología dominante en la actualidad, los clasificamos entre los personajes negativos?
Si creyéramos que la historia ha de ser el resultado de la propaganda, tendríamos que admitir que hoy en Cuba la biografía de Julián de Zulueta y Amondo no interesaría a nadie. Pero la Historia no es la que se sintetiza e interpreta solo con el criterio de hacer resaltar lo que más conviene en el presente. Y aunque ante la Historia se adoptan ineludiblemente posiciones de partido con cuanto se dice o se omite, para ser justo y exacto habrá que establecerse en el medio, que es el punto donde se conserva el equilibrio sin caer hacia uno de los lados.
La Historia no es un pasquín. Es más bien multiplicidad de ingredientes, diversidad de ángulos, profusión de engarces. ¿Cómo llegaríamos a entender el pasado, incluso el presente, si borráramos una parte del escenario y de los personajes que intervinieron en el gran drama histórico de nuestro país. Julían de Zulueta y Amondo, fue comerciante de víveres y tratante de negros y de chinos; dueño de ingenios –El España y el Álava, entre otros; Zulueta; fue, en suma, empresario de éxito y promotor de la modernidad capitalista en Cuba. Pero al leer esta biografía, compuesta por Eduardo Marrero Cruz, agudo y flexible historiador, nacido en Colón en 1962, uno empieza a comprender que la Historia resulta de la conjunción de numerosas complejidades y que las raíces de la nación se nutren de variadas y a veces contradictorias aguas.
¿Cómo podremos comprender que nadie haya podido conseguir que Zulueta, pueblo azucarero de Villa Clara, vuelva a ser llamado Coloradas, como una vez en sus orígenes, o que la calle de Zulueta en La Habana sea conocida como Agramonte, nombre que la república le dio? Cuando leamos a Julián de Zulueta y Amondo, promotor del capitalismo en Cuba, con cuyo libro Eduardo Marrero Cruz ganó el concurso de biografía de la UNEAC en el 2005, empezaremos a entender que en la Historia -laberíntica red de intereses y voluntades- también cuentan los antihéroes, aunque nos parezca injusto. Tal vez lo injusto sea excluir a aquellos que con sus impulsos aceleraron el desarrollo de la sociedad cubana, a pesar de que, aparentemente, lo retardaron.
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