sábado, 5 de septiembre de 2009

EL PIROPO, FUEGO QUE NO QUEMA

Por Luis Sexto
El piropo estalla, porque es artillería, cañón, salva. Desde su raíz griega se emparienta con el fuego, y la palabra, en la misma lengua, significa sonrojo. O lo que es igual: calor y color de la llama. En Cuba, el varón se define usualmente extravertido en lo atinente a su condición sexual. No se amordaza cuando alguna dama merece el ditirambo, como si experimentara una obligación prevista en un código caballeresco y primitivo a la par. Y en su expresión es aparatoso, descoyuntado, teatral. Máximo.
El piropo llegó a Cuba principalmente en los labios jaraneros, ocurrentes e incisivos de los andaluces. Más tarde el criollo, de cierto modo réplica andaluza en el carácter, fue poniendo su particular gracejo y vivacidad, su autónoma capacidad para improvisar un chuchazo verbal: frase chispeante, urticante, temeraria hasta rondar la ofensa, quedándose al fin, con frecuencia, en un aguaje ingenioso.
La relación erótica callejera, diríamos que a distancia, impersonal, ha colmado sus alforjas con flores etéreas, de levedad en sus pétalos, aunque a veces se haya colado sin boleto alguna piedra, alguna hierba de baja estirpe. Sin embargo, algunos folcloristas, en particular Samuel Feijoo, creen que el piropo se extingue en Cuba, como afirman que se ha extinguido hace mucho en Maracaibo, ciudad venezolana célebre por la piropomanía de sus habitantes. Lo mató, según ciertas crónicas, la vulgaridad. Allí se aplebeyó, Y tanto se degradó que el alcalde de entonces dictó una ordenanza que multaba con 100 bolívares a quien disparara un piropo. La prohibición azuzó la creación de un nuevo requiebro, fino, sutil esta vez: Niña, si yo tuviera 100 bolívares...
En nuestras calles, a pesar de los augurios pesimistas, todavía se oyen piropos propios de balcones idílicos. No sé si usted calificará de original a este: Muchacha, me recuerdas a la mujer que no he tenido, o En el lago de tus ojos me ahogaría, o Cosas de la vida, tú existías y yo no te había echado de menos. También este: Mentirosos son los que dicen que a la Venus le faltan los brazos. El catálogo exhibe otros de menor vuelo, más populares, pero clasificables para cualquier torneo: Nunca pasan tus carnavales, negra, o Estás como la locomotora, por la línea. O este: Que pan más duro y yo sin dientes.
Los que predominan hoy se han despojado de su exquisitez, de su complejidad creativa, y se encapsulan, se encogen en una síntesis que, por excesivamente ceñida, les resta delicadeza y les añade tosquedad. Abundan frases unimenbres: ¡Bárbara!, ¡matahombres!, ¡Azúcar!
Al piropo, tal vez lo salven las mujeres. Ellas han conquistado varios derechos en Cuba: componen el 65 por ciento de la fuerza técnica y científica, y los esposos -algunos, claro- las ayudan a lavar la loza, incluso a cocinar. Y podrían, por audaces y persistentes, preservar el buen gusto en la expresividad amatoria y transeúnte, si se decidieran a piropear a su contrafigura sexual. Yo aguardo confiadamente ese regalo a los oídos masculinos. ¡Cuánta verdad dirían! Cuánta poesía deambularía por esas calles ya tan pocos imaginativas...

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