miércoles, 23 de diciembre de 2009

TRASTORNO CÓSMICO



Luis Sexto

Lo sentimos, no hay habitación libre, dijo el posadero a José y María. Y ya lo sabemos: el nacimiento de Jesús y las circunstancias materiales de desamparo y pobreza que rodearon su natividad son el lado opuesto de la ética utilitaria que antes como hoy orienta, en términos globales, a la humanidad. Tan extendido está ese “quid pro quo” –“esto por aquello”- que aún ciertos ricos hacen caridad para que, como recompensa, les sea devuelta en mayor riqueza.
La ética utilitaria, pues, como su afín la ética del placer por el placer, puede resumirse en un mandamiento: vive la vida. ¿Pero acaso hacemos algo distinto? Tengo vida, luego vivo. Esa es la certeza íntima e impostergable de cualquier persona. Vivir, imperativo, avalancha sucesiva de energía y conciencia. Pero la frase no es tan torpe como aparenta. Excluye el simple existir, el mero impulso de respirar y andar.
Vive la vida. Y en el horizonte de tan redundante máxima, prevalece cierta subrepticia intención. Recomienda algo más. Y lo que nos pretende sugerir en tono tan inapelable, equivale a un apartamiento de las consideraciones éticas, a un cerrar los ojos ante una disyuntiva moral. Sacrifica la honradez, la verdad, el amor. A eso apunta. Porque vivir la vida para esta frase tan recurrente implica la erupción del yo y la inmersión, el ahogamiento del él, del tú, del nosotros. Exaltación, apoteosis del egoísmo, en la trama un tanto desvergonzada de una filosofía vitalista cuyo objeto es el placer y el tener.
Vive la vida. Goza, despreocúpate, záfate. Y los principios, ah, los principios, conviértelos en tus “fines”. No partas de ellos, móntate sobre ellos. Y simúlalo. Sólo se vive una vez Y en ese ensalmo utilitario la prosperidad se transforma en un maratón por tener más. Lo apreciamos en la reciente cumbre de jefes de Estado y de Gobiernos que analizaron el cambio climático en Copenhague. Unos regatean; otros dudan, y aquellos menos influyentes son soslayados. Y la esencia del desacuerdo es una: los poderosos de la economía y los ejércitos, las empresas, los banqueros prefieren que el planeta se convierta en una olla de hormigón y aluminio, a perder su cuota de ganancia media. De modo que el Hombre, que no es Dios, a pesar de cuanto pudieron decir los emperadores romanos y luego Niesche, se erige en anti-dios e invierte el tiempo en “desconservar” el mundo ambiente.
Cristo con su vida y su muerte, y en particular con su nacimiento en una cueva vino a modificar el sentido de esa frase tan socorrida de vive la vida. Y nos abre, como luego de un baño profundo, otros espejos, otra dimensión. Y así, en vez de ser sinuosa, escabrosa norma de conducta, pasa a componer un desafío. Vive la vida. Esto es, sóplale sentido: convierte el beso en luz, el trabajo en cimiento, el deber en moral, la palabra en sinceridad, el acto en justicia, la relación en solidaridad.
Hemos de vivir nuestro sueño – el tuyo, el mío, el de aquel- pero integrados al sueño del otro. Como ha sido dicho por quien nos da la imagen más conmovedora de la Historia: un recién nacido sobre la paja de un pesebre, calentado en la madrugada fría por el aliento de la hermana oveja, el hermano burro. Y arriba, las hermanas estrellas anunciaban un trastorno cósmico de cuanto hasta ese momento los seres humanos habían creído.

martes, 22 de diciembre de 2009

POLÍTICA Y GRAMÁTICA


Por Luis Sexto
Apostillas ciudadanas, simplemente
Veamos este párrafo de una nota procedente de Washington, aparecida en El Nuevo Herald (digital) el 21 de diciembre de 2009:
“Estados Unidos apoya el deseo de los cubanos de determinar libremente su futuro y el de Cuba. Creemos que debemos ayudar a aquellos que están trabajando hacia un cambio positivo'', indicó el portavoz del Departamento de Estado para América Latina, Charles Luoma-Overstreet, a la AFP.”
Quiero aproximar algún criterio desde el punto de vista gramatical y enseguida nos percataremos de cómo la lengua y su gramática pueden ser utilizadas como manipuladores políticos. Fijémonos cómo el vocero, o quien cita sus palabras, usa el artículo LOS para incluir a todos los cubanos: todos, deduce el lector, son los que desean “determinar libremente el futuro de Cuba y por supuesto mediante “un cambio positivo”.
Eso podría ser verdad, pero habría que preguntar: qué significa “determinar libremente” “un cambio positivo”para el vocero del departamento de Estados de los Estados Unidos. Y, sigue deduciendo uno, actuar libremente es hacer sin injerencias extrañas, extranjeras, “los cambios positivos”, pero ahí está la propuesta tergiversada: cómo podremos realizar libremente “cambios positivos”si los Estados Unidos se mezclan, definen, discriminan, pagan, mantienen leyes contra el desarrollo de “los cubanos”. Claro, la verdad es que un cambio positivo en Cuba, es, para la Casa Blanca y su aparato, todo giro que reoriente el rumbo político de Cuba hacia la égida norteamericana: democracia occidental, es decir, una democracia que se convierte en una partidocracia, de derecha, con limitaciones casi insalvables para las izquierdas; libre mercado –el que tiene vive, el que no tiene se “jode”, según el decir popular entre cubanos-, y con una independencia formal, como fue antes de 1959; en fin, ya conocemos en qué consiste el darwinismo que permea todavía el capitalismo de los países pobres…
Aclaro, que no hablo en nombre del gobierno cubano: yo sí no cobro pensiones de los fondos federales, ni el gobierno de Cuba me paga extra por escribir estas líneas; bastante trabajo en diversos empleos –el pluriempleo funciona algunas veces en Cuba- para sobrevivir. Pero voy a defender mi derecho de cubano: yo no quepo en ese “Los cubanos” que dice el vocero del departamento de Estado. Por lo tanto, si yo no estoy en esa suma, ya no somos “todos los cubanos” los que deseamos cambios positivos a la manera de Washington y de ciertos cubanos cuya cantidad desconozco, pero no necesariamente han de ser mayoría. Yo sí quiero “cambios positivos”en Cuba, pero no los que elucubren esos que amuelan tenedores y cuchillos para ejecutar su vendetta. Yo quiero cambios positivos que alejen a mi patria de la Cuba que en Miami y Washington se diseña; la conocí en mi infancia. Yo quiero cambios positivos que conviertan el socialismo en un sociedad independiente, de ancha libertad, donde los individuos puedan satisfacer sus aspiraciones mediante el trabajo, y la convivencia social y las diferencias entre las personas sea regulada por la justicia social, esa que está excluida del caldero que se calienta en Miami. Justicia social e independencia, sobre todo, es lo que me separa raigalmente de esos “cambios positivos”que uno, que ha viajado un poco, ve con tristeza en numerosos países del tercer mundo y también del primero.
He de recordar una vez más a mis compatriotas en la emigración y a los pocos del exilio, que “todos los cubanos” no son los que viven fuera del archipiélago; que la mayoría –nueve o diez veces más- radican en Cuba. Incluso, respeto tanto la gramática, la lengua, la política y la verdad que no me atrevo a decir que todos cuantos viven en Cuba apoyan al gobierno revolucionario, pero los que lo apoyan, que evidentemente no son pocos, tienen la necesidad a defender el derecho de hacer “cambios positivos”, pero a la manera cubana, sin dineros, ni apoyos norteamericanos que lastrarían la libertad para acometerlos.
Verdaderamente, yo deseo arreglar muchas cosas deterioradas o mal hechas o mal concebidas en Cuba, pero prefiero la democracia de mi país, a veces un tanto rígida e imperfecta y sobre todo tan asediada por la hostilidad de los países poderosos, tan trajinada por la propaganda de los Heralds, los Cubaencuentros, y las decenas de blogs que compiten en ver quién escribe notas más inmisericordes, más estólidas olvidando que del lado de acá no podrán pagarles con flores.
En la escuelita humilde de mi pueblo, en 1956, una maestra que a veces no cobraba –la democracia dependiente de Batista y los americanos no le pagaba- me enseñó que desde 1902 Cuba vivía hipotecada. De verdad, no puedo yo permitir que me incluyan en ese “LOS cubanos” que tan sospechosamente le falta el respeto a la gramática y a los que queremos entrar en semejante cuartón político que no demográfico. (Foto de Kaloian)

lunes, 21 de diciembre de 2009

EL RESCATE DEL RIGOR

Por Luis Sexto
Posiblemente nadie esté en desacuerdo con que, entre las cosas que nos faltan, se incluye el rigor. No el que se iguala con aspereza o estoicismo, como también define el diccionario, y que equivaliendo, además, a capacidad de sacrificio, nos ha sobrado. Me refiero al rigor que es sinónimo de exigencia y cuya notable ausencia ha convertido a nuestras libertades, a contrapelo de las leyes, en una relación cargada de derechos y aligerada de deberes.
¿De quién es la culpa? Si acaso tuviera sentido hallar el gesto que ahuyentó el rigor, culpables seríamos todos. O, más exactamente, es culpa del soñar con el gobierno de una justicia eminentemente ciega e inclinada por sistema hacia el lado de la benignidad. Ha sido un error de humanismo. Porque la sensibilidad revolucionaria gusta de redimir y desatar. Y de ese modo, según como lo veo, el rigor se enredó tras las sutilezas de acero del paternalismo y el igualitarismo. Ambas desviaciones, pretendiendo ser estrictamente justas, consiguen el efecto contrario al juzgar y distribuir según un rasero generalizador de normas y emparejador de personas y actos.
Las consecuencias, que quizás pudieron preverse, se acumularon. Y el auge que hoy alcanzan la indisciplina social, el parasitismo y cierta petulante mediocridad, son en parte secuelas de la mengua del rigor. Y ante esa evidencia solo tocaremos la aldaba de la rectificación si pasa a ser certeza el principio de que Cuba no podrá conquistar la eficiencia –es decir, independizarnos de la insuficiencia- si no transforma su concepción de la justicia y la atempera a las urgencias de la vida con criterio realista: con la temperatura del momento y el olfato de la meta razonable.
No se trata, desde luego, de modificar la naturaleza solidaria de nuestra sociedad. Por el contrario, tenemos que seguir empeñados en que la justicia social y penal no establezcan privilegios entre el pobre y el más económicamente holgado, el de arriba y el de abajo, el blanco y el negro, el joven y el viejo, el creyente y el ateo. Esa es la esencia que hemos de preservar de cualquier contaminación. Pero, a mi parecer, nuestras relaciones sociales deben salpimentarse con unos granos de competitividad. Y que nadie se espante. No tengamos miedo de esa palabra. Las palabras no definen el contenido. Es a la inversa. El contenido agranda o achica, purifica o ensucia las palabras. Hablo de la competitividad que permita, en rigor, que el mejor se distinga del bueno, el aplicado del indolente, el apto del incapaz, y el que yerra circunstancialmente del que delinque por apego habitual a la marginalidad.
Sin rigor no se camina lejos. Muchos se echarían a orillas del camino. Por lo tanto, el rescate del rigor implica también que la omisión sea tenida en cuenta. De omisiones está asfaltada la ruta actual de nuestra sociedad. Y habrá, pues, que llegar a la conclusión de que la indiferencia ante los fenómenos que enracen las aspiraciones de perfeccionamiento en Cuba, constituyen un acto que, si no sancionable, es evaluable. Con rigor.

martes, 15 de diciembre de 2009

LA VERDAD SUELE SER UN PACIENTE SIN DINERO




Por Luis Sexto
Notas ingenuas sobre blogs y blogueros

Lo han condenado. Y parece morir en un proceso de agotamiento. Según los augures de una muy acatada teoría comunicacional, “el periodismo ciudadano” o cualquier otra denominación con base digital sustituirán en lo inmediato al periodismo tradicional. Pero tengo mis dudas. Porque con casi cuatro décadas de ejercicio periodístico y con más de veinte años dedicado a la enseñanza universitaria de mi profesión y por tanto obligado a consultar las diversas teorías, me he percatado de que sobre el periodismo se suele afirmar un tanto impunemente una retahíla de impropiedades sacadas como el mago sus palomas de un sombrero: con trucos.
El sentimiento de impunidad, he dicho, flota como Dios sobre las aguas primigenias alrededor de los intelectos que componen manuales sobre la técnica y la naturaleza del periodismo, como si eligieran frutas de un árbol sin saber si caen verdes, porque siempre habrá quien les agradezca y los cite como expertos frutícolas, aunque la teoría no parta de la práctica dominada y luego conceptualizada, es decir, de maestros que enseñan lo que saben hacer. La impunidad los beneficia, porque nadie muere cuando los teóricos de espejitos mágicos y vidriería colonizadora difunden sus preceptos y principios. Si los médicos se aplicaran con tanto desenfado a la teoría de su especialidad, cuanto elucubraran equívocamente iría a la cuenta de los pacientes.
No me atrinchero en un montículo espinoso. Me hago acompañar de la flexibilidad. Y me parece provechoso el llamado “periodismo ciudadano”, todos “periodistas”, asociados en redes. Las causas verdaderamente humanas –la justicia, la solidaridad, la libertad- tendrán así un cesto de ideas y noticias que circularán con rapidez. No lo considero, sin embargo, sustituto del periodismo tradicional o profesionalizado, impreso, televisual, radial, o en cristales de la web. Al ciudadano, voluntario, espontáneo, especie de reacción en cadena que parte de la masa, le faltará en su estría fundamental la legitimación que la sociedad confiere a lo que sabe especializado y obligado por una ética, un estilo y una técnica, aunque a veces técnica, estilo y ética padezcan de achaques alevosos. ¿Hace falta describir la manipulación que la noticia sufre en los desenfoques de las cadenas predominantes en el espacio cibernético y radioeléctrico?
Y al decirlo presumo que me contradigo: Cómo los medios pueden estar legitimados por el consenso social si yo mismo los deslegitimo al acusarlos de manipuladores e, incluso, de a veces ser capaces de mentir como cualquier escolar sorprendido en falta. En fin, la violación de la norma, no la invalida. A mi modo de ver, seguirá, el lector, el televidente, y el oyente y el cibernauta buscando en los medios tradicionalmente legitimados la confirmación de cuanto dicen los blogueros. Incluso, los más confiables entre estos son aquellos cuyos autores envuelven su crédito en medios profesionales. Y ofrecen confianza, porque suele el periodista profesional de honrada y heroica conducta -por una tendencia de su formación o de su ejercicio continuado para los diversos públicos- tratar de defender su prestigio cuidando cautelosamente la veracidad o la racionalidad de las informaciones y juicios que coloca on line. En esta situación ya no servirá la excusa de que el editor o el director cortó textos o imágenes, añadió tal opinión o le colgó tal incidencia. El blogger, ya lo sabemos, es también su editor…
Ahora bien, si algún gobierno o agencia de propaganda a favor de cierta democracia le paga, ya entonces empezará a adquirir la fama de los “Herald” que muchos conocemos por su liviandad en utilizar la información periodística como arma de guerra o de dominación: magnificar ciertas noticias o acallar o ignorar otras. En Cuba, algunos de los blogs personales que difunden realidades y se autodefinen como las únicas voces verdaderas y exactas, tienen mucho de calenturientos. Por ejemplo, el multipremiado –por sus “premios”los reconoceréis- blog Generación Y. ¿Puede estar el lector seguro de que Yoani Sánchez dice sin exageraciones la verdad de cuanto sucede en Cuba, cuando se manifiesta en pública pose de provocación, llamando con sus actos de travestí a lo Gunter Wallraf, la ocasión de encabezar un “martirologio” interno que la exalte a campeona de la libertad de prensa? El hombre –escribió el cubano Enrique José Varona- no tiene garras, pero cuenta con un arma más lacerante y destructiva que las uñas del tigre: la mentira. Y sus variantes, añado yo.
No me demoraré en denostar o polemizar con los nuevas oferta de la Internet. Ese es el lenguaje de la actualidad, aunque tendrá que compartir todavía el espacio con los lenguajes y medios tradicionales. Pero sugiero cautela. El porvenir, tras la marea alta, pondrá las disyuntivas y los desaciertos en la escala justa. Y por tanto seguirá el periodismo vigente como los hemos entendido desde el siglo XVIII hacia esta fecha. Persistirá con modificaciones, readecuaciones, con innovaciones, pero será una de las instituciones válidas a fines del siglo XXI, como lo ha sido el libro, tan perseguido por hechicerías y pronósticos de caducidad desde hace varios decenios.
Lo más atinado tendrá que partir de que habrá que darle a la web y al periodismo inspirado y generalizado que propone, lo que le corresponde y al periodismo profesional lo que le pertenece. Sumariamente he utilizado la duda para juzgar esa revolución periodística. Y he de decir que empecé a ser periodista cuando comencé a ponerlo todo en duda. Esa es una de nuestras características: la suspicacia. Sospechar incluso de cuanto hacemos. Porque a veces las fallas del periodismo parten del acomodamiento, de un quehacer rutinariamente desafortunado que ignora que el periodista ha de afiliarse a la dialéctica de la creatividad, la responsabilidad y la honradez.

martes, 8 de diciembre de 2009

LA VERDAD NECESITA DE LA GLORIA

Por Luis Sexto

Uno de los hallazgos del lector que fui y soy es que el periodismo, además de objetivo y dinámico, necesita ser interesante. Acepto el criterio de que para escribir una cuartilla hay que leer diez cuartillas ajenas. Por lo tanto, antes que periodista fui lector, y nunca leí, ni leo, en un periódico o una revista, nada que no sea capaz de interesarme. Y la credencial de “lo interesante” se aprecia en las primeras líneas. Interesante, digo, no solo porque el tema o asunto lo sea, sino por la imaginación con que es construido y es trasegado a la expresión”.
No puedo excluir que cada día creo más en los vasos comunicantes del periodismo y la literatura. Como diría el catalán Alberto Chillón, entre literatura y periodismo existe una larga crónica de relaciones promiscuas. Al menos, en términos generales y en ciertos géneros. Por ejemplo, si una historia periodística me la presentan en un reportaje con la inarmónica, seca y lenta forma de un informe sindical o administrativo, colmado de obviedades, ya empiezo a desencantarme. Y si ello me ocurre a mí, que leo casi por obligación, cuántos lectores más se sentirán aburridos ante esa prosa notarial que suele creerse como la ideal para el trabajo informativo.
El periodismo es un ejercicio de cultura que parte del mestizaje cultural, es decir, no solo saber de técnica periodística, sino de todo lo demás que convierta al periodista en una especie de sujeto del Renacimiento. Por tanto, para hacer creadora la legítima promiscuidad entre literatura y periodismo hace falta un desván atestado de experiencias vitales y de lecturas. Esa ha de ser la norma profesional por una parte; por la otra, el resultado tendrá también, como es lógico, un componente personal de facultades, talento, aptitudes. Por ello, en el ejercicio del periodismo se ha de aspirar a calzar botas de siete leguas, para poder usar cómodamente los zapatos que correspondan a nuestros pies.
No me parece posible por ahora una mayor presencia del periodismo literario en los medios cubanos. Muchas barreras lo impiden. En primer término, el paternalismo. Todavía creemos que hay que atemperar el estilo y la técnica a los lectores más rezagados, como si esos “lectores” en verdad leyeran. Alguien una vez me escribió criticando que yo usaba palabras muy raras, y citaba el término peyorativo. “Yo, que tengo dos títulos universitarios —decía airadamente el lector—, no sé qué significa esa palabra”. Me parece, pues, que no hay que culpar al periodista; más bien, al lector, que no se inquieta por incrementar el saber que le validan sus títulos, y a la Universidad, que gradúa alumnos por dos veces sin que sepan qué significa peyorativo. Además, la falta de espacio ha limitado la extensión del periodismo literario. Por último, mientras tengamos una concepción del periodismo subordinado a la propaganda, y no se imponga el equilibrio entre lo importante y lo interesante, y no le sea reconocido al periodismo su papel activo en la creación de la opinión pública y como promovedor de cultura, seguirá predominando ese “espíritu de cobrador de cuentas” que decía Miguel Ángel de la Torre distinguía a sus colegas en la década de los 1920. Tengamos presente, también, que el periodismo literario es, además, signo de vocación, inquietud, talento. Es decir, es prerrogativa individual.
.El colega Enrique Milanés León me formuló recientemente una pregunta sutil: “¿Usted se atrevería a ver en el Premio José Martí que usted recibió en 2009, además de propio, como un estímulo adicional a que otros sigan un reporterismo de más vuelo?” Y Tiene razón el agudísimo y modesto Milanés. Creo que esta vez el Premio José Martí no se caracterizó tanto por premiar a un periodista como por reconocer y estimular un tipo de vocación y de ejercicio periodístico. Un periodismo negado a ser una especie de acta del acontecer; un periodismo que parte de la convicción de que debe disponer de un espacio en la sociedad, como una visión sesgada que, desde el mismo balcón, sea capaz de completar la visión frontal que suele caracterizar a la política.
Es decir, en lo particular he creído que yo también tengo una opinión, aunque no coincida con quienes toman las decisiones. Y como la tengo, he de decirla en el medio donde mi crédito posee franquicia. Y he de decirla, no como la dicen los políticos, sino, aunque a la larga coincidamos con aquellos, como exige la relación entre periodista y lector: una forma que interese y atraiga, despegue y se eleve. No sé… pero pensar de otra manera equivaldría a desconocer a Martí. Las ideas del Maestro son también todavía tan hermosas y verdaderas, porque aún está vigente la forma con que las arropó. Como dijo uno de mis escritores predilectos desde la adolescencia, León Bloy: la forma no es un lujo, porque la verdad necesita siempre estar en la gloria.
Hay que tener en cuenta, también, las facultades personales. Y por otra parte, cuando en las universidades se habla de periodismo literario, el alumno de pregrado ya ha asimilado un concepto tradicional del periodismo, con lo cual no hay tiempo académico para hacerle ver que el periodismo personal implica negar lo aprendido para poder enriquecerlo. Sin embargo, mi experiencia docente confirma que entre 40 alumnos, unos tres o cuatro tienen inclinación para trascender por el uso de formas más creadoras. No creo que por ahora podamos aspirar a más. No es desdeñable el valor de la individualidad. El talento parece, por momentos, una fruta en extinción
Reparo, en ese sentido, que el clima creador de una redacción depende de los editores, los cuadros. En la teoría de la dirección se establece que el 80 por ciento de lo que sucede en una empresa es atribuible a los que dirigen. Y desde Maquiavelo para acá se sabe que un conglomerado humano será lo que sus dirigentes hagan de él. Por lo tanto, a editores con un concepto plano del periodismo, ha de corresponder un periodismo plano en ese medio. Solo sobresalen los herejes que, con su obra tozuda y paciente, llegan a ser aceptados. Incluso premiados.
A veces olvidamos que el hombre como especie tiene la facultad de reconstruir lo vivido. Por ello existe la historia. Y ese privilegio de tener memoria y evaluar y reproducir lo vivido, alimenta el arte de la plástica, la literatura, incluso la música. El juglar acompañó el desarrollo de la civilización. Y entre juglar y periodista hubo poca diferencia. Por tanto, para no hacer pesadas estas palabras, el periodista ha de contar su noticia de la forma más vívida posible, cuando la noticia merezca convertirse en una novela breve y apasionante. Hoy recordamos y elogiamos a Kapuscinski, a García Márquez, a Hemingway, a Norman Mailer, a Pablo de la Torriente, a John Reed, a Alma Guillermo Prieto, a Joan Didion, porque supieron o saben “contar la historia como novela y la novela como historia”, de acuerdo con el principio de Mailer”.
Sin excusas, uno ha de imponerse modelos. Porque la originalidad en el vacío no está fuera de toda duda: yo dudo de ella. Y por lo tanto sigo deseando que mi obra tenga la pasión y la valentía de León Bloy; la precisión de Hemingway; la imaginación de García Márquez; el estilo musical de Jorge Mañach; la audacia de Pablo de la Torriente Brau. Y la sinceridad de Luis Sexto, que es el único mérito que me tolero.
Y para hablar de colegas actuales, pediría el uso de los adjetivos a Jorge Garrido; la síntesis a Argelio Santiesteban; el desenfado a Rolando Pérez Betancourt; la capacidad fabuladora a Leonardo Padura y el rigor estilístico de Eduardo Montes de Oca”. Y lo pediría por una razón principal: eso que reconozco en ellos, a mí me falta.

jueves, 3 de diciembre de 2009

AGUAS DE AMOR Y PAZ







Por Luis Sexto
Notas de viaje por la Isla de la Juventud
Varios nombres y sobrenombres recibió la Isla de la Juventud: de Pinos, del Tesoro, de las Cotorras, la Evangelista. Ninguno, sin embargo, se asoció a la calidad y la abundancia de los manantiales de Santa Fe. Quizás sólo el escritor Raimundo Cabrera, que abrió la primera escuela para niños pobres en Nueva Gerona, apuntó en sus memorias que al desembarcar allí confinado llegaba a “la isla de los baños termales”.
En esos días de 1869 en los que el estudiante, luego autor, entre otros, de un libro útil titulado Mis buenos tiempos, afrontaba su destierro por infidencia, Isla de Pinos permanecía deshabitada. Unas 800 personas se concentraban primordialmente en Nueva Gerona, fundada en 1834. Muchos eran patriotas deportados o delincuentes comunes. Isla de Pinos se empleaba entonces como campo de concentración, émula caribeña de la Siberia de los zares.
Ya existían los baños de Santa Fe. Desde 1826, cuando de La Habana llegó el doctor José de la Luz Hernández y probó el agua y puso en práctica un proyecto terapéutico, pacientes de la Isla grande empezaron a salvar la travesía por el golfo de Batabanó para encontrar la curación que les negaba, por otros medios, la medicina. Peregrinos en busca de milagros relativamente baratos. Hasta 1848 pagaban, además, los tres reales fuertes que el gobierno español exigió como impuesto para bañarse allí. Favorecía a los viajeros que los últimos piratas acababan de extinguirse. José Rives, apodado Pepe el mallorquín, murió en 1827, en brazos de Rosa Vinajeras, su mujer, en una casa de Santa Fe. Había sido un pirata contradictorio: robaba y también defendía los intereses de los pineros. Dieciocho años después, Juan Manuel Calvo, vasco emprendedor, estableció la primera línea de vapores entre Batabanó, Júcaro y Nueva Gerona.
El doctor De la Luz y el señor Calvo acordaron asociarse, y construyeron las primeras piscinas e instalaciones. Se empezó a edificar una Santa Fe nueva, higiénica, al lado de la antigua que databa de 1809. Ninguna bestia de tiro o monta tenía permiso para pisar las calles del poblado. Pero la pareja de socios no podía con aquel plan de desarrollo. Y fundaron la Sociedad de Fomento Pinero. Vendieron acciones. El propósito de mejoramiento convenció a figuras como Rafael María de Mendive y Cirilo Villaverde.
Samuel Hazard, viajero al que tanto le debe en difusión la Cuba del siglo XIX, pasó por los baños en 1866. Divulgó las medidas de las piscinas, que aún se mantienen. Y escribió sobre las propiedades de las aguas, que hoy se definen, con toda ciencia, como bicarbonatadas cársicas magnesianas, con flora no patógena que produce antibióticos, y que poseen incluso cierta radioactividad inocua para el ser humano.
APARECE UNA COTORRA
A principios del XX, Claudio Conde Cid embotelló el agua potable bajo el membrete de la Cotorra. La extrajo del manantial que aún se nombra Del Pueblo, y que se ubica en la orilla del río Santa Fe. Lo estableció Sánchez Amat, ex ayudante del general Antonio Maceo, que al terminar la guerra de independencia en 1898, fue a isla de Pinos y ocupó la alcaldía en nombre de la revolución. Se adelantó a los americanos. Y prometió que nunca esa fuente dejaría de abastecer al pueblo. Todavía llenan allí sus vasijas los santafecinos, que el doctor Waldo Medina, antiguo y ya fallecido juez de la Isla y promotor de la primera biblioteca en Santa Fe, calificó como “la mejor gente del mundo”. La Cotorra alcanzó el crédito de ser el agua más salutífera para beber. Cimentada la marca, el propietario pudo después abastecer sus botellas y garrafones con otras aguas en La Habana. Aún se conservan protegidos los manantiales originales.
España, al iniciarse la guerra de 1868, despojó a De la Luz del balneario por patriota e infidente. El balneario osciló posteriormente entre el olvido y la precaria memoria de pocos clientes. En 1941, el padre de Jesús Montané, uno de los asaltantes del cuartel Moncada en 1953, publicó un artículo en el periódico Los Pinos Nuevos en el que profetizaba que algún día Santa Fe tendría un gobierno astuto, inteligente y patriota que lo condujera a tener el mejor balneario de Cuba, como en los tiempos del doctor De la Luz Hernández. Decursaron 14 años, y se convirtió en efecto en el mejor centro termal del país. Pero no había un gobierno astuto ni inteligente, y menos patriótico. El dictador Fulgencio Batista asistió a la inauguración de la obra modernizadora que Francisco Cagiga, dueño de la Isla, levantó: un motel, y una clínica, en cuyo techo armó un solario que fue uno de los tres mejores del mundo. En 1958 Santa Fe acumuló visitantes como para sumar cifras correspondientes al tercer polo turístico de Cuba. Un baño de 30 minutos valía entonces cinco dólares.
APARECIÓ EL DIABLO
La historia de los baños no se completa sin el episodio de la aún renombrada con respeto Vieja Gorda. La señora Virginia Hernández viajó a Santa Fe en 1939. Padecía de una afección renal. Apenas podía moverse. Su hijo, que en 1920, con seis años, se había curado allí del estómago, alquiló un avión a la Panamerican, y solicitó permiso en la ciudad militar de Columbia para aterrizar en el aeropuerto del Presidio Modelo. Lo tacharon de loco. “No lo sé, respondió el doctor Silvestre Pujol, “pero tengo a mi madre enferma.” Y también - cuenta ahora- la corazonada de que el vuelo terminaría en fortuna.
Santa Fe entonces languidecía entre ruinas. El hotel negó el hospedaje a la enferma. La vivienda de un vecino sirvió de albergue. La señora bebió agua, mucho agua, y a las pocas horas sus riñones la despidieron como en un manantial de inmundicias. Se curó.
Agradecida, Virginia Hernández, de acendrada fe religiosa, edificó una casa para vivir en ciertas temporadas, y detrás, una capilla de dos plantas dedicada a Nuestra Señora de las Mercedes. Y propuso talar la esquina de unos pinares para una pista de aterrizaje que propiciara a otros pacientes volar desde La Habana. Pidió permiso a mister Robert Irving Wall, gerente de la Santa Fe Land Company. Y pagando de su peculio a unos, y convocando al trabajo voluntario a otros vecinos, la señora consiguió alistar la pista para el 24 de febrero de 1940, cuando aterrizó la primera nave, un Ford trimotor. Agustín Parlá, pionero de la aviación cubana, había aprobado dos días antes la aptitud del aeropuerto. Pronunció también el discurso inaugural delante de una enorme bandera que hoy guarda la familia que reside en la casa de la Vieja Gorda, madrina de una de las muchachas, y también de más de 500 ahijados y ahijadas en el pueblo.
Un guajiro, apodado Corico, que vivía cerca de la pista y a la cual había puesto escasa atención, cuando oyó el trueno largo de los motores y vio la nave posarse en la tierra, corrió aterrorizado. Otro guajiro, Cecilín Pantoja, mal improvisador, pero con lengua picante, compuso una décima que conserva las incidencias de aquel día único. “La primer vez en llegar/ el avión a Santa Fe/ Corico corriendo fue/ al cuartel de la rural./ Al verlo el oficial/ al que asustado llegó,/ enseguida le preguntó:/ paisano que a usted le pasa,/ ay guardia que allá en mi casa/ el diablo se me aposó.”
Toda esta historia, en parte, me la cuenta Wilse Peña, culto administrador del balneario donde ahora el gobierno de la Isla de la Juventud se empeña en rescatar la casi bicentenaria fama de unas aguas cuyo origen no se liga a otros baños del archipiélago cubano, fundados sobre negros esclavos que curaron, casualmente, sus laceraciones en aguas sulfurosas. Sobre las de Santa Fe, la historiadora norteamericana Irene Wrigt recogió en su libro Isla de Pinos, gema del Caribe la leyenda de Auki Himario, hijo del cacique de la Siguanea. Siendo joven, lo enviaron a Cuba a demostrar en la guerra si estaba apto para heredar el mando. En vez de pelear propuso la amistad a sus rivales. Presentado ante el cacique como un traidor, le sugirió: Padre, el hombre en paz es como un árbol en tierra llana: crece vigoroso. Encolerizado, guiado por el orgullo y el prejuicio, el jefe clavó la lanza en el costado cordial de su hijo. Pocas jornadas más tarde, en el lugar donde cayó el cuerpo del joven aborigen con vocación de amistad universal, surgió un surtidor de agua, caliente como la sangre y buena como los dioses para curar.