lunes, 15 de marzo de 2010

CRIMEN Y CASTIGO


Por Luis Sexto

A unos 600 kilómetros al este de La Habana, Camagüey discurre modernamente dentro de un cascarón de primigenia raigambre colonial: tejados bajos, aplastados, y tinajones ventrudos que memorizan en barro la escasez de agua, distintiva de la ciudad. La tradición se muestra abierta, presente, persistiendo como lo más lúcido de la historia de la antigua Puerto Príncipe, ubicada entre dos ríachos lánguidos -Tínima y Hatibonico- y oscilando entre la patriótica virtud de Ignacio Agramonte, héroe del cantar de gesta de la independencia; la caridad celestial del ya Beato Padre Olallo, y el precario crédito del epitafio de Dolores Rondón.
Antes de visitar el cementerio, el transeúnte pasa por la céntrica iglesia de Nuestra Señora de la Soledad, que se alza mostrando sus ladrillos rojos, sin repello, descascarándose en su barroquismo primigenio y secular, y la religiosidad casi inculta de sus imágenes moldeadas en la escayola rosada de la ingenuidad. Después andamos por calles estrechas, retorcidas, como trazadas a paso de borracho, por donde ni la gente ni los vehículos parecen tener prisa. En una calleja interior del camposanto se atraviesa un pequeño hito, erigido en 1933, que exhibe uno de los epitafios más famosos de Cuba.
La tumba pertenece a la hija de un catalán y una mulata criolla. Bella y pícara, alegre y adepta al lujo, se casó con un oficial español luego de despreciar y maltratar a un joven mulato, cuyo defecto principal era el de ser barbero. Dolores quedó viuda muy pronto. Y se perdió entre los pliegues incógnitos de la pobreza, hasta fallecer de tuberculosis en 1863, en el hospital del Carmen. La leyenda cuenta que el barbero, al enterarse de que la mujer había sido localizada, se ocupó de atenderla hasta el fin.
Leyenda es leyenda: la interpretación poética de los hechos sin historia. ¿Quién puso el epitafio junto a la tumba de la mujer? Dicen que el barbero. Pero también dicen que apareció en letras negras pintadas sobre una tablilla de cedro, en 1883, veinte años después de la muerte de Dolores. Y aseguran que cada vez que la madera se deterioraba, unas manos desconocidas la renovaban, hasta que el gobierno municipal construyó el monumento. La espinela está en consonancia con la delicadeza espiritual de los camagüeyanos, comarca de pastores y sombreros, según Nicolás Guillén. No creo que se haya sabido el nombre del autor de décima tan moral y filosófica. Lástima que aún no haya aparecido la saga que asegure que lo escribió el alma de Dolores Rondón, arrepentida. Sería casi imposible, pero más hermoso.
“Aquí Dolores Rondón/ finalizó su carrera/ ven mortal y considera/ las grandezas cuáles son: / el orgullo y presunción, / la opulencia y el poder, /todo llega a fenecer/ pues solo se inmortaliza/ el mal que se economiza/ y el bien que se puede hacer.”

1 comentario:

Alfonso Teijelo dijo...

Gracias, amigo Luis; por un momento me trasladaste derechito al Camagüey de mi infancia y adolescencia; al centro histórico más grande de Cuba, y al que, con mucha pena, he visto deteriorarse seriamente en los últimos años. Sería una pena perder tanta historia viva.