domingo, 1 de agosto de 2010

LA PRESENTE AUSENCIA


Por Luis Sexto

La estatuaria vivencial del escultor José Villa Soberón puso a Ernest Hemingway como antes: acodado sobre la barra del Floridita, en su rincón predilecto, en pose de echarse hacia delante y oír cordial y socarronamente, a la cubana, a cualquier parroquiano que le haga compañía.
El gran trágico de la contemporaneidad prefería beber su daiquiri en el Floridita y su mojito en la Bodeguita del Medio. Admitía así que se había suscrito a ambos tragos de la alquimia alcohólica cubana y a esos dos restaurantes entonces y todavía célebres en La Habana. Puede parecer que el escritor, que había asegurado en Adios a las armas que no existía nada más placentero que un trago de güisqui, estuviera haciendo algo más que una elección gustativa al preferir las bebidas criollas.
Digámoslo de un golpe: estaba confesando una inclinación, un afecto, por esta isla a la cual mencionó por primera vez en 1933, en un artículo publicado en Esquire y que se tituló “Marlin Off the Morro: A Cuban Setter”. No asombra que la Isla, verde y frutal, y su mar candente aparecieran en una colaboración periodística por la cual Hemingway ganó 250 dólares. Admira, sobre todo –como ha afirmado Mary Cruz, una de las estudiosas de la obra del autor de Verano sangriento-, que el paisaje, los detalles típicos de La Habana como el Morro, el caserío portuario de Casablanca, trasciendan su naturaleza de “postal turística”, usual en cualquier visión extranjera, y sean descritos con la emotividad del que no solo ve las cosas sino que está dentro de ellas.
Son varias las obras de Hemingway donde aparecen Cuba y su gente. Aparte de los reportajes, en Tener o no tener, El viejo y el mar e Islas en el Golfo hay una imbricación cubana que reconoce que Cuba fue algo más que un escenario para un escritor cuya estética primordial, desde su aprendizaje en el Kansas City Star, le exigía encarar y reflejar la vida con una autenticidad sin fisuras. Es decir, con pasión totalizadora. Comprometida. Compacta. En El gran río azul, Hemingway confiesa algunas de las razones por las cuales radica en Cuba. Al leerlas, uno sabe que subyace algo más profundo que la simple sensación del confort y el paisaje. Pero lo calla: “Muchos le preguntan a uno por qué vive en Cuba; les contesta simplemente que le agrada vivir allí. Es difícil explicar la fresca brisa matinal que sopla incluso en los días más calurosos de estío sobre las colinas que rodean a La Habana. No es necesario explicar la posibilidad que se nos ofrece de criar gallos de pelea, adiestrarlos y participar en competiciones dondequiera que se organicen, por tratarse de un asunto lícito. Es una de las razones de vivir en aquella isla.(...) Pero hay muchas más cosas que uno no dice; (...) entonces uno les explica que la principal razón de vivir en Cuba es el Gran Río Azul, de tres cuartos a una milla de profundidad y de sesenta a ochenta millas de ancho; desde la finca y a través de un hermoso paisaje, se tardan cuarenta y cinco minutos en llegar a él, donde hay la mejor y más abundante pesca que uno ha visto en su vida.”
Cuentan crónicas noticiosas que en uno de sus regresos a Cuba, meses antes de su muerte, Hemingway besó la bandera cubana al desembarcar en el aeropuerto José Martí. Un fotógrafo quiso que repitiera el gesto para poder congelarlo en la emulsión de su película, y Papa se negó. Su acto había sido sincero y no admitía la escenificación publicitaria o periodística. Sin embargo, uno de los reportajes de la entonces naciente televisión cubana lo conserva respondiendo preguntas, luego de haber merecido el premio Nobel. Entre otras aspectos, Papa Hemingway, el que bebe su daiquirí en el Floridita y su mojito en La Bodeguita, el que reside en una colina casi al sur de la bahía de La Habana, asevera, como en una definición hecha para siempre: “Soy un cubano sato.”
¿Qué es ser un cubano sato? Debe uno adentrarse en el espíritu de la lengua, en los laberintos expresivos del pueblo, para averiguar un sentido cuya profundidad no recogen los diccionarios. Sato es una raza de perros, pequeños, de pelo fino y cuyas hembras son muy lascivas, extremosas, abiertas con el sexo opuesto. Y por extensión cubano sato es ser eso: abierto, democrático, mezclado. Esto es, la más certera definición del carácter del cubano medio.
Quiso el escritor ser asumido -según puede colegirse- como un compatriota por los cubanos. Al menos en esa época los medios culturales lo estimaban como un escritor cercano. Y la revista Bohemia dedicó un número a reproducir la traducción de El viejo y el mar, vertida al español por Lino Novás Calvo, autor de una novela ejemplar entre las novelas cubanas: Pedro Blanco el negrero.
El binomio Hemingway-Cuba se somete ahora a la discusión. He vuelto a pensar en ello. Y no creo que los cubanos sientan como un valor permanente y propio al autor de Por quién doblan las campanas. Es cierto que su casa de Finca Vigía la remozaron recientemente para agregarle más resistencia ante los agravios del mar cercano, y que su habitación en el hotel Ambos Mundos y su rincón predilecto en la ensenada de Cojímar, se mantienen como si Papa estuviera a punto de llegar para una de sus estancias definitivas. En la conservación de la presencia petrificada de Hemingway persiste el respeto, la unción, la convicción, que la libran de la profana apropiación turística, aunque los tours la ofrezcan como una insoslayable opción. Pero todo ese caudal se compone de valores tangibles, objetos materiales que cada año van decolorándose, difuminándose en la memoria y la atención general. Parece inevitable admitir que pocos de los cubanos de hoy sienten al autor de El viejo y el mar como un patrimonio espiritual, o como una herencia literaria.
Comparativamente, cuarenta y cinco años después de su deceso, el haber favorece a Hemingway: su obra literaria preserva las amorosas impresiones acumuladas por el escritor durante veinte años de residencia en la isla más fascinante del Golfo. Pero, desde dentro, eso es ya “cosa vieja”, “glorias pasadas” en las que solo algunos aún meditan. Porque la mayoría de los que podrían asistir en peregrinación a la barra del Floridita, allí donde un Papa de bronce bebe un daiquiri interminable, son también sombras, incluso algo menos. Y no eran muchos. Amigos tuvo pocos en Cuba: algún compañero de juergas habaneras como el periodista Fernando G. Campoamor, insuperable en estilo y precisión, y entretenido acompañante en una cantina. Parece una evidencia común que la fisonomía inconfundible del amigo de toreros y actores de cine desconoció en Cuba la ruta de los círculos literarios y artísticos.
Tal vez mi afirmación presuma de muy polémica o heterodoxa. A mi juicio, Hemingway fue solo un accidente, un destacado accidente, para la generalidad de los cubanos. Aquí convivir con extranjeros relevantes ha sido una gracia cotidiana. Yo mismo puedo contar que en el edificio en que vivo, residió hacia la década de 1940, el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco. Y fui vecino – a unos 200 metros- del poeta salvadoreño Roque Dalton Estudie cerca de Santiago de las Vegas donde nació Italo Calvino. Y trabajé en la revista Bohemia donde ganaron el sustento del exiliado escritores tan significativos como el dominicano Juan Bosch o el guatemalteco Manuel Galich. He de decirlo, aunque duela o mortifique: ni la medalla del Nobel, que el escritor, creyéndose en deuda con Cuba, depositó en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, pudo anudar una sentimentalidad perdurable con los cubanos: se pierde entre centenares de ofrendas parecidas, si no en el brillo, en la intención. Y si ese acto pudo significar un gesto de fraternidad en el imaginario religioso del cubano, ya es solo un dato bajo otros datos. O una curiosidad.
La cultura y la historia, a pesar de todos los vínculos, nos separan. Hemingway está muerto. Y estatuariamente vivo en Cuba. Hemos de admitirlo. Pero qué frío es el bronce…

3 comentarios:

https://lamedicinadecuba.blogspot.com/ dijo...

Realmente tan solo somos un destino turistico: ron,palmeras, playas y cocos mientras no estemos al nivel de Corea del Sur en numero de patentes.Al norteamericano le importa poco la ideologia y el europeo, salvo Espana, nos mira aun como negros cimarrones, esa es la verdad que yo saco cuando converso con norteamericanos y europeos sobre el caribe, aqui en Sarasota, Florida.En librerias norteamericanas sobre el caribe de los mapas y Alejo Carpentier, entre alguna gente intrascendente, en la seccion de espanol, no pasas.Esa es la realidad muy diferente a la sicologia del turista dentro de Cuba que te habla con afectividad pero que fuera de Cuba es otra cosa muy diferente, te cita a Cuba igual que te cita a Bermudas o Jamaica o el nombre de un buen restaurante donde se come bien y barato.Lo demas es pura propaganda y una forma de granjearse la mejor atencion sin gastar mas de la cuenta en propinas.Tienen que ser mas objetivos y menos sonadores en Cuba y mirar la vida tal y cual es fuera de Cuba, una especie de cuna de bebe mientras uno vive alli rodeado de inocencia y poca maldad.

https://lamedicinadecuba.blogspot.com/ dijo...

Realmente, segun lo que he sacado en conclusion para que Europa y Estados Unidos nos reconozcan con credito politico como nacion se requiere una sola estrategia:
La informatica y los polos cientificos hasta tanto podamos llegar a niveles significativos al menos parecidos a los de Corea del Sur en patentes y como base logistica informatica en America Latina de manera que el turismo pase a una fase tactica en la economia interna de Cuba. Cuando lleguemos a ese punto, comenzaremos a llamar la atencion como personas.Considero que Espana y quiza Brazil puedan ayudarnos mucho en esa gestion, si quisieren.

Anónimo dijo...

Mémoire.

Quand le son
de la nuit
m'appelle
tendrement
j'écoute la lumière
des visages
solitaires comme
le chant du
matin qui décrit
le sourire.

Francesco Sinibaldi