Por Luis Sexto
Unos lo preguntan, y otros afirman que la Actualización del modelo económico cubano es solo una decisión impuesta por las circunstancias: como las de un organismo que, falto de aire, saca la nariz por cualquier rendija. El comentarista no puede confirmarlo con estadísticas. Más bien percibe en la práctica esa corriente dentro del debate en Cuba.
Y tal opinión, libre y subjetiva como otras, afronta un peligro: derivar hacia el escepticismo, que suele resolverse en desconfianza o indiferencia ante la vida que puja y pasa. Tengamos en cuenta que en todo proceso hay actores y directores. Tal vez, si una puesta teatral fracasa se deba a que los actores no interiorizaron los resortes dramatúrgicos de la pieza, ni los directores supieron ponerlos en evidencia. Eso así: en términos extremos. Porque tanto daño podrían causar cuantos juzgan dudando de la sinceridad o la efectividad de la obra como cuantos deciden y orientan creyendo que el libreto es solo papel de emergencia; simple coyuntura que, luego de pasada, dejará las cosas en el sitio de antes.
Uno sabe que la vida –que busca salidas donde se levantan barreras- no se somete a los deseos, ni a los caprichos, ni a las mejores intenciones y teorías. Y uno sabe también que la unanimidad es por lo común una humareda tras la cual pueden enmascararse la abulia, la hipocresía, el acomodamiento. Por tanto, hemos de alegrarnos de que en Cuba haya variedad de opiniones y crezcan los espacios de debate. Ya, al menos, habremos aprendido que aun la ideología de fines más contractivos necesita disponer de una atmósfera de diversidad para concertar la unidad.
A simple vista, el proceso de Actualización es una terapéutica que por momentos habrá de tocar los extremos. El paciente -la economía cubana y por ende todo el cuerpo social- es un enfermo teratológico, es decir, marcado por la anormalidad, por el nudo ya casi inconciliable entre las fuerzas productivas y la organización productiva. Lo más complejo en estos días se refiere a la racionalización de las plantillas laborales, sobrecargadas por una política paternalista que sobredimensionó las ofertas de trabajo y devaluó el trabajo.
En el extranjero, donde suelen satanizar cuanto decide el Gobierno cubano, califican de despidos la implantación de nuevas plantillas. Hay, por supuesto, una diferencia semántica, incluso doctrinal, entre despido y racionalización. Cuba está urgida, para conseguir solventar sus necesidades de eficiencia, que en lo inmediato unos 500 mil trabajadores cambien la forma de gestión en sus empleos o se reorienten hacia otros sectores o se dediquen al trabajo por cuenta propia, que ofrece 178 actividades dispuestas a emitir licencias, aunque con una carga impositiva tan elevada que en poco tiempo tendrá que ser reducida o la estrategia fracasará al desestimular la legalidad en este tipo de ejercicio.
Ahora bien, que la propaganda anticastrista distorsione la interpretación del proceso de readecuación de plantillas redundantes en los centros de labor –común hoy a muchos países- es un percance mediático ante el cual Cuba poco podrá hacer. Pero el mayor peligro reside en que internamente los trabajadores perciban cirugía tan drástica como un acto contra ellos mismos. Como durante medio siglo el empleo o las pensiones nunca faltaron a costa de excesivos subsidios estatales, semeja una especie de acto diabólico que el rigor irrumpa aplicando un rasero nunca antes utilizado: permanecerán los necesarios; y de los necesarios, los aptos. O idóneos.
Operación tan delicada en una sociedad donde la justicia social es programa y bandera, requiere sobre todo del componente político, que va más allá de discursos o consignas. Parece cada vez más necesaria una dosis de transparencia que convierta en una especie de acción colectiva, de índole patriótica, el asumir los costos de un proceso que necesita restringir lo antes no restringido, y comprender ideológicamente que se amplíe lo anteriormente nunca o poco ampliado.
Entre extremos, pues, oscila la Actualización. Y si ya mencionamos el peligro de que las mejores intenciones sean confundidas con lo que no son, cierta es también la amenaza distorsionadora de un aparato administrativo muy burocratizado –con sus organigramas también en desmesura- y habituado más bien a recortar y prohibir que a facilitar la creatividad. Por ello, las fuerzas políticas tendrán que estar al tanto de los probables retorcimientos de una estrategia audaz a la vez que cautelosa, tan cautelosa que a veces quiebra lo racional al llevar las cosas solo hasta un punto, que suele quedar corto.
sábado, 30 de octubre de 2010
martes, 26 de octubre de 2010
EL JUEGO DE LAS PARADOJAS
Acumulación originaria y etapa de tránsito
Por Luis Sexto
La actualidad suele demostrar que la Historia a veces aclara la perspectiva oscureciéndola. Y con esta paradoja, que nada tiene que ver con las de Oscar Wilde, intento decir que como sujetos conscientes de la Historia, somos a mi parecer demasiado conscientes de ese señorío, de modo que le cedemos demasiado espacio a la voluntad reduciendo el de la razón. Este es, por tanto, uno los riesgos de las revoluciones actuales: persistir en las rutas cerradas o pretender que impactando el vehículo contra las barreras será posible habilitar el camino.
Después de la experiencia del socialismo soviético; después de la demolición de esa fortaleza inaugural del mundo nuevo -que muchos revolucionarios adoptaron como modelo-, lo que algunos creen ver todavía claramente se ha vuelto oscuro para advertir con claridad infrarroja que las revoluciones socialistas supervivientes, o las que inician su “gran marcha”, de insistir en el mismo paradigma, podrían topar al final de túnel con la desilusión. Y también la disolución.
No siendo este articulista un teórico, sino más bien un lector de la realidad, podrá decir que lo primero que uno detecta en los acontecimientos del último medio siglo es que la vida social suele poner patas arriba a la teoría más reputada de exacta. Nada menos regular que la regularidad de los intereses humanos. Por lo cual ya vemos claro que la voluntad, principalmente la política, no siempre acierta al decidir cambios, rumbos, normas. Y dicho esto ya estamos en condiciones de afirmar que la tarea más resbaladiza y escabrosa de las revoluciones socialistas no consiste en tirar por la ventana al capitalismo, sino sustituirlo. Dicho lo cual uno pregunta: con qué esquema será acertado empezar a deconstuir y sustituir las relaciones de producción capitalistas y su esencia explotadora: ¿con el extinto socialismo soviético que en la práctica resultó una sociedad poscapitalista donde la clase obrera, clase triunfante y por ende dominante en el socialismo, tropezó con la contradicción de que siendo dueña teórica de los medios de producción continuó siendo asalariada?
Al erigirse el Estado como único socializador de la propiedad del socialismo, la así llamada construcción socialista tropezó con otra contradicción, esta vez práctica: ser incapaz de cumplir con el propósito programático de satisfacer totalmente las siempre crecientes necesidades de la sociedad y verse constreñido a organizar un orden estrechamente centralizado, que a pesar de invocar los términos de democracia y democrático, resultó por momentos autoritario y burocrático.
Demos medua vuelta a la página. Y asumamos lo que inspiran estas líneas: Cuba. En este archipiélago hierven hoy, como ayer en tiempos de José Martí, las encrucijadas. Las encrucijadas que antes de exigir a Cuba un papel de fiel o catalizador de las circunstancias fuera de sus fronteras, tendrán que actuar dentro. Porque Cuba hoy, más que candil del exterior, tendrá que iluminar en el interior. Y este poco avezado lector de la realidad entiende que el voluntarismo, ese estar por encima de la posibilidad, se va arrinconando. Y ya percibimos cómo pasan a retiros los conceptos por tanto tiempo vigentes, al ser confrontados con lo racional y posible. Para qué ser campeones olímpicos –ha sugerido el Gobierno en declaraciones recientes del vicepresidente que atiende la esfera deportiva-, para qué lugares olímpicos en la cima si todavía faltan instalaciones para practicar deportes como ejercicio de salud y recreación y las existentes necesitan remozamiento y modernización. ¿Cuánto cuesta una medalla de oro perseguida como fin sistemático propio de las potencias económicas?
Lo que pasa hoy en Cuba en el orden de la economía y en la estructura conceptual de la política solo merece un nombre: transición. Porque a mi juicio la sociedad cubana recomienza ahora la etapa de tránsito hacia el socialismo, interrupta en 1968 cuando muchos consideramos que, de un salto, el socialismo sería una certeza, incluso adelantando esa otra sociedad netamente teórica, incluso inimaginable, que recibe el nombre de comunismo, es decir, la sociedad perfecta.
Hoy, en cambio, una idea parece cierta: sin nada que repartir, el socialismo nunca llegará a serlo en la praxis. La pobreza no puede ser la base de una sociedad que procura el bienestar en igualdad y equidad. Una de sus conquistas principales tendrá que consistir en resolver las urgencias de la vida cotidiana, sin acudir a la metáfora del futuro de bienestar –tantas veces aplazado por causa de acontecimientos adversos- para justificar lo que se ha vuelto precario. Por lo tanto, para distribuir en justicia habrá que generar riquezas y valores. Y si el modelo hasta ahora activo ha probado incapacidad para alcanzar la eficiencia, la eficacia y la efectividad mediante la centralización vertical, esto es burocrática, autoritaria, se precisa buscar alternativas poco ortodoxas en relación con la ideología más extendida–una economía mixta, digamos-, de modo que la sociedad revitalice sus fuerzas productivas para entonces avanzar hacia lo que llamamos socialismo, cuyos intentos se han diluido en expresiones de buena voluntad. Este período que comienza con la Actualización de la economía cubana, dicta mi ignorancia, se podría llamar aún etapa de tránsito.
De aplazar ese proceso, según lúcidas y honradas percepciones –las de Fidel Castro en noviembre de 2005, cuando aludió a los gérmenes de autodestrucción que coleteaban en la sociedad cubana-, se recalaría en una casi inevitable ruina de las aspiraciones de justicia e independencia que conquistó la revolución. A pesar de ello, varias opiniones internas están convencidas de que el país transita hacia el capitalismo, porque sospechan de que, al cederles espacios económicos a los individuos y facultarlos para que contraten a trabajadores, se dispondrían los pilotes para las bases de una pequeña burguesía, que, de acuerdo con la visión marxista o de ciertos marxistas, genera capitalismo. A esa aprensión pudiera oponérsele una pregunta: ¿Y qué generaría en nuestra sociedad, dadas sus circunstancias de iliquidez, de ineficiencia, de administravismo distorsionador, si el Estado prosiguiera ejerciendo como dispensador y controlador de lo más nimio y menos provechoso, o encomendara a los trabajadores autogestionar una empresa casi en bancarrota? A propósito, en una conferencia dictada en 1962, el Che Guevara recriminaba la hostilidad entonces creciente hacia la pequeña burguesía*, clase que en útil proporción produjo alimentos, vestido y calzado para los cubanos más pobres durante el capitalismo que la revolución se proponía dejar atrás.
En mil letras y teorías lo custodios de una presunta ortodoxia o los inquietos por el riesgo de “coquetear” con el mercado expresan su inconformidad. Y ello favorecería la diversidad de enfoques si se argumentaran sin ubicar entre la realidad y la teoría los cristales de lo absoluto. En algunos textos, incluso, el lector percibe hálitos de regodeo en la denuncia, un gusto tan pugnaz por exponer lo negativo o lo inservible que uno cree que se aproximan a una “oposición” teórica aparentemente de izquierda.
En general, las advertencias parecen amplificadas por jinetes de un Apocalipsis anunciado. Quizás hayan perdido toda su confianza en la estrategia del Gobierno y, sin percatarse, esta o aquella propuestas despiden por momentos olores tan dogmáticos como el dogma que declaran proscribir; son tan intolerantes como la intolerancia contra la cual se quejan. Y soslayan la amenaza de que si la sociedad cubana no acude a lo que más rápidamente podría afianzar las fuentes para una especie de acumulación originaria del socialismo –y en ese supuesto teórico coincido con el brasileño Emir Sader-, tal vez no haya tiempo para reconsultar manuales, ni leer directamente a los clásicos.
Concluyo esta somera aproximación a nuestros conflictos, copiando y entrecomillando la mitad de una frase breve de Che Guevara y con ella acepto que, ante estos tiempos de encrucijadas y oportunidades inapelables, “tener malanga” ahora es más urgente e importante que aplicar teorías. Y ese juicio, tan oscurantista para miradas turbias, lo aclara la Historia en esas paradojas que salen sin que el autor se las proponga.
*Escritos y discursos, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, página 218
lunes, 18 de octubre de 2010
LA JUVENTUD ES UN DEFECTO
Por Luis Sexto
Una verdad presumiblemente resabida nos advierte que solo se es joven una vez. Joven no en la actitud, que a veces resulta en adultos lastimero exhibicionismo, sino joven en plenitud de poseer, como dominadores, la facultad de enrutar el tiempo. Porque en esa edad los días vienen siendo como el vaso donde se echa el ímpetu que pareciera nunca terminar entre audacias y acometidas.
Cuando se escribe sobre la juventud, el agraciado con tal encomienda tendrá que acudir a la fraseología corregida y aumentada por tantos poetas, filósofos, sociólogos y psicólogos. Pero el periodista, que nada de aquello es, acudirá a una fórmula simple: recordar aquel tiempo feliz, la dichosa costumbre de ser joven. Y uno comprende así dos verdades también perogrullescas: que, como leí en un autor de nombre ya olvidado, la juventud es un “defecto” que se cura con los años, y además es el estado más fugaz del ser humano, en que hoy se es joven y mañana ya un poco menos. De modo que cuando se ha consumido o consumado parte abultada de los almanaques que nos tocan, hemos de evocar nuestro tránsito juvenil. Y reconocer qué tesoro qué divino tesoro tuvimos cuando la pesadumbre o el egoísmo no importunaban los sueños, ni enturbiaban la acción.
Sin embargo, lo más complicado de ese volver mediante el recuerdo a la juventud, radica en la pregunta que inevitablemente hemos de hacernos: ¿Aproveché constructivamente aquella dádiva de la vida? ¿Se acumularon los días en sucesión creadora? ¿La promesa que fui cristalizó en obra y virtud o, en cambio, mi punzada más recóndita y afilada es admitir que no me acerqué a lo soñado, en cuanto dependía de mis facultades y esfuerzos?
Este examen de conciencia puede significar una especie de harakiri en la persona honrada. Quizás en la adultez se convierta en un proceso muy embarazoso recuperar lo que no se ganó de joven, aunque mejor ejercer como bueno un día, que inservible muchos. Pero, entrando en lo práctico, lo que uno recomendaría desde la desventaja de haber envejecido consiste en ser consciente de que la juventud, a más de componer una etapa de preparación para el ejercicio del oficio de convivir, es también la estación en que pueden protagonizarse actos definitivos. ¿Acaso la revolución no resulta obra primordialmente de jóvenes, jóvenes sin tabúes conservadores, despojados de cálculos que nieguen la entrega solidaria?
A este comentarista le hubiera gustado ser joven de manera distinta a la que, le parece, informó su juventud. Ciertamente, hubiera elegido otro lenguaje: el lenguaje del sí o el no: un sí y un no que a su turno salieran de lo más personal y vívido de las convicciones. Porque si nuestras respuestas las matizáramos con la cuenta que evalúa conveniencias e inconveniencias a la hora de asumir el deber, iríamos en contra de la norma martiana que recomienda, sobre todo, cumplir con el deber de ser honrados. Por ello, yo no le pediría a ningún joven ir contra su conciencia, contra su honradez. Y no me valdría de métodos que puedan implicar la posibilidad de “vencer” las negaciones mediante un golpe sobre la mesa, sino apelaría a la sabiduría política que, respetando la libertad de decidir, aduce argumentos capaces de suscitar la sinceridad en la reflexión y el compromiso. ¿De que les vale al que pide y al que da, que lo que se entrega y recibe pueda rondar la hipocresía, eso que calificamos de doble moral?
Hoy, pues, cuando la república se adentra en un complejo universo de dificultades y tentaciones, cuando podría parecer que funciona poco de cuanto los jóvenes de ayer crearon, a mi me gustaría volver a vivir ese tiempo en que el alma navegaba en el viento de la revolución, y donde había una planta uno coadyuvaba a que brotara una flor, y donde ruina, paredes y techos, trabajo y comunión con los afanes más limpios. O qué tiempos. Nos parece que no los ha habido superiores. Pero en verdad de la vida lo que resulta mejor es el hoy, porque es el que ofrece el espacio para corregir la joroba. Y por tanto, si yo fuera joven, preferiría, más que gritarlas, vivir las consignas como si mi energía, por una vez, fuera decisiva para ir hacia adelante en medio del cosmos ardiente de la nación.
Una verdad presumiblemente resabida nos advierte que solo se es joven una vez. Joven no en la actitud, que a veces resulta en adultos lastimero exhibicionismo, sino joven en plenitud de poseer, como dominadores, la facultad de enrutar el tiempo. Porque en esa edad los días vienen siendo como el vaso donde se echa el ímpetu que pareciera nunca terminar entre audacias y acometidas.
Cuando se escribe sobre la juventud, el agraciado con tal encomienda tendrá que acudir a la fraseología corregida y aumentada por tantos poetas, filósofos, sociólogos y psicólogos. Pero el periodista, que nada de aquello es, acudirá a una fórmula simple: recordar aquel tiempo feliz, la dichosa costumbre de ser joven. Y uno comprende así dos verdades también perogrullescas: que, como leí en un autor de nombre ya olvidado, la juventud es un “defecto” que se cura con los años, y además es el estado más fugaz del ser humano, en que hoy se es joven y mañana ya un poco menos. De modo que cuando se ha consumido o consumado parte abultada de los almanaques que nos tocan, hemos de evocar nuestro tránsito juvenil. Y reconocer qué tesoro qué divino tesoro tuvimos cuando la pesadumbre o el egoísmo no importunaban los sueños, ni enturbiaban la acción.
Sin embargo, lo más complicado de ese volver mediante el recuerdo a la juventud, radica en la pregunta que inevitablemente hemos de hacernos: ¿Aproveché constructivamente aquella dádiva de la vida? ¿Se acumularon los días en sucesión creadora? ¿La promesa que fui cristalizó en obra y virtud o, en cambio, mi punzada más recóndita y afilada es admitir que no me acerqué a lo soñado, en cuanto dependía de mis facultades y esfuerzos?
Este examen de conciencia puede significar una especie de harakiri en la persona honrada. Quizás en la adultez se convierta en un proceso muy embarazoso recuperar lo que no se ganó de joven, aunque mejor ejercer como bueno un día, que inservible muchos. Pero, entrando en lo práctico, lo que uno recomendaría desde la desventaja de haber envejecido consiste en ser consciente de que la juventud, a más de componer una etapa de preparación para el ejercicio del oficio de convivir, es también la estación en que pueden protagonizarse actos definitivos. ¿Acaso la revolución no resulta obra primordialmente de jóvenes, jóvenes sin tabúes conservadores, despojados de cálculos que nieguen la entrega solidaria?
A este comentarista le hubiera gustado ser joven de manera distinta a la que, le parece, informó su juventud. Ciertamente, hubiera elegido otro lenguaje: el lenguaje del sí o el no: un sí y un no que a su turno salieran de lo más personal y vívido de las convicciones. Porque si nuestras respuestas las matizáramos con la cuenta que evalúa conveniencias e inconveniencias a la hora de asumir el deber, iríamos en contra de la norma martiana que recomienda, sobre todo, cumplir con el deber de ser honrados. Por ello, yo no le pediría a ningún joven ir contra su conciencia, contra su honradez. Y no me valdría de métodos que puedan implicar la posibilidad de “vencer” las negaciones mediante un golpe sobre la mesa, sino apelaría a la sabiduría política que, respetando la libertad de decidir, aduce argumentos capaces de suscitar la sinceridad en la reflexión y el compromiso. ¿De que les vale al que pide y al que da, que lo que se entrega y recibe pueda rondar la hipocresía, eso que calificamos de doble moral?
Hoy, pues, cuando la república se adentra en un complejo universo de dificultades y tentaciones, cuando podría parecer que funciona poco de cuanto los jóvenes de ayer crearon, a mi me gustaría volver a vivir ese tiempo en que el alma navegaba en el viento de la revolución, y donde había una planta uno coadyuvaba a que brotara una flor, y donde ruina, paredes y techos, trabajo y comunión con los afanes más limpios. O qué tiempos. Nos parece que no los ha habido superiores. Pero en verdad de la vida lo que resulta mejor es el hoy, porque es el que ofrece el espacio para corregir la joroba. Y por tanto, si yo fuera joven, preferiría, más que gritarlas, vivir las consignas como si mi energía, por una vez, fuera decisiva para ir hacia adelante en medio del cosmos ardiente de la nación.
miércoles, 13 de octubre de 2010
EL ESCRIBIDOR Y EL TÍO NOBEL
A propósito de Vargas Llosa
Por Luis Sexto
El premio Nobel es como el invento primordial del millonario que le cedió nombre y dinero: dinamita. Y cada año, en particular en los acápites de literatura y el relativo a la paz, estalla echando a los aires anuencias y desavenencias; rara vez la convergencia. Mario Vargas Llosa no podía ser la excepción. Más bien el otorgamiento del Nobel lo confirma en una especie de trono del debate que habitualmente atiza con sus ideas y posiciones políticas conservadoras, por momentos aberradas, de acuerdo con quienes sostienen ideas opuestas.
Vargas Llosa gusta de oscilar en la paradoja. Su conducta política es contradictoria, pues de la izquierda, con evidente inclinación hacia el extremo, pasó al extremo de la derecha, cuyo ideario ha defendido con tozudez intestinal. Paradójica resultan también, a simple vista, su obra y sus ideas políticas. Porque si se juzgan desde los conceptos del autor, la obra no admite la acusación de retardatario que le encaja a aquel. Su periodismo es otra cosa. Los académicos suecos no debieron tener en cuenta los artículos o ensayos periodísticos de Vargas Llosa. El propio autor de La ciudad y los perros se encargó de decir hace unos años en Madrid que él no cuidaba la forma de sus textos para periódicos, que solo decía lo que debía decir, sin inquietarse por lo estético. Y ello es otra paradoja. Porque pocos escritores por grandes o pequeños que hayan sido descuidaron esos enunciados urgentes, escritos usualmente para ganar el sustento. Nombremos, como referencia más a mano, a García Márquez, cuyas crónicas y reportajes ilustran una lección de estilo original, convincente y conmovedor. O a Hemingway…
Lo principal en la obra literaria de Vargas Llosa es la altísima condición artística que exaltó “la cartografía de las estructuras del poder y su reflejo agudo de la resistencia del individuo, de su revuelta y de su fracaso”, según la frase textual del acta del Jurado, que no se hizo el “sueco” ante el expediente de Vargas Llosa, sino fue de verdad sueco premiando quizás al más literariamente iluminado de los escritores latinoamericanos.
Parece lógico que desde las izquierdas se haga notar la discordancia entre la posición política y la técnica y la verdad literaria del escritor, pues seguimos utilizando lo político como rasero de la calidad literaria, artística o humana. De la misma manera a veces también confundimos ideología y política. Y como en la práctica se puede ser ideológicamente retrasado y políticamente adelantado en lo coyuntural, lo táctico referido a lo ideológico, se puede ser un escritor excepcional y un político degradado, o mal esposo o mal padre. O viceversa: un escritor inferior puede contener a un excelente político demócrata o revolucionario. Esas analogías, esos engarces no parecen cuadrarle a la vida, más compleja que concebir una historia y vestirla de palabras. Y eso último le exijo a los escritores como característica primordial: usar la palabra, mediante la voluntad de estilo – y todo cuanto de artístico esta categoría implica- como instrumento de reconstrucción ético-estética del ser humano.
Qué tendrá que hacer, pues, un concurso literario, sino premiar la efectividad de la palabra, salvo que el pensamiento, imbricado como tesis en la obra, vaya contra la causa del hombre al promover la violencia o justificando la explotación, exaltando los desvalores que empobrecen la condición humana. ¿Son esos los propósitos que definen la obra del escritor Mario Vargas Llosa? No me parece.
De cualquier manera, lleva en el pecado la penitencia. Por mucha telaraña que envuelvan la militancia e ideas políticas del escritor, por mucho que la ciudadanía española encubra el origen de aquel y el afecto servil por los Estados Unidos pretenda lavar la condición de latinoamericano del autor de La fiesta del Chivo, la obra de Vargas Llosa y el premio Nobel lo desmienten. Y mientras el libro de Introducción a la geografía de las escuelas norteamericana enseña a los niños que en América Latina se ubican muchos de los países más miserables e ignorantes del planeta, la sangre, la lengua, la formación de Mario Vargas Llosa no pueden negar que este escritor pertenece a la región donde en los últimos 60 años se han escrito libros que han marcan la vanguardia literaria en el orbe hispánico. Posiblemente, por ello también lo premiaron.
RESUMEN BIOBIBLIOGRÁFICO
Nacido en la sureña ciudad peruana de Arequipa el 28 de marzo de 1936 en una familia de clase media, fue educado por su madre y sus abuelos maternos en Cochabamba (Bolivia) y luego en Perú. Tras sus estudios en la Academia Militar de Lima, obtuvo una licenciatura en Letras y dio muy joven sus primeros pasos en el periodismo.
Con su obra traducida a 30 lenguas, Vargas Llosa ha sido galardonado con los premios Cervantes, Príncipe de Asturias de las Letras, Biblioteca Breve, el de la Crítica Española, el Premio Nacional de Novela del Perú y el Rómulo Gallegos.
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