Por Luis Sexto
Unos lo preguntan, y otros afirman que la Actualización del modelo económico cubano es solo una decisión impuesta por las circunstancias: como las de un organismo que, falto de aire, saca la nariz por cualquier rendija. El comentarista no puede confirmarlo con estadísticas. Más bien percibe en la práctica esa corriente dentro del debate en Cuba.
Y tal opinión, libre y subjetiva como otras, afronta un peligro: derivar hacia el escepticismo, que suele resolverse en desconfianza o indiferencia ante la vida que puja y pasa. Tengamos en cuenta que en todo proceso hay actores y directores. Tal vez, si una puesta teatral fracasa se deba a que los actores no interiorizaron los resortes dramatúrgicos de la pieza, ni los directores supieron ponerlos en evidencia. Eso así: en términos extremos. Porque tanto daño podrían causar cuantos juzgan dudando de la sinceridad o la efectividad de la obra como cuantos deciden y orientan creyendo que el libreto es solo papel de emergencia; simple coyuntura que, luego de pasada, dejará las cosas en el sitio de antes.
Uno sabe que la vida –que busca salidas donde se levantan barreras- no se somete a los deseos, ni a los caprichos, ni a las mejores intenciones y teorías. Y uno sabe también que la unanimidad es por lo común una humareda tras la cual pueden enmascararse la abulia, la hipocresía, el acomodamiento. Por tanto, hemos de alegrarnos de que en Cuba haya variedad de opiniones y crezcan los espacios de debate. Ya, al menos, habremos aprendido que aun la ideología de fines más contractivos necesita disponer de una atmósfera de diversidad para concertar la unidad.
A simple vista, el proceso de Actualización es una terapéutica que por momentos habrá de tocar los extremos. El paciente -la economía cubana y por ende todo el cuerpo social- es un enfermo teratológico, es decir, marcado por la anormalidad, por el nudo ya casi inconciliable entre las fuerzas productivas y la organización productiva. Lo más complejo en estos días se refiere a la racionalización de las plantillas laborales, sobrecargadas por una política paternalista que sobredimensionó las ofertas de trabajo y devaluó el trabajo.
En el extranjero, donde suelen satanizar cuanto decide el Gobierno cubano, califican de despidos la implantación de nuevas plantillas. Hay, por supuesto, una diferencia semántica, incluso doctrinal, entre despido y racionalización. Cuba está urgida, para conseguir solventar sus necesidades de eficiencia, que en lo inmediato unos 500 mil trabajadores cambien la forma de gestión en sus empleos o se reorienten hacia otros sectores o se dediquen al trabajo por cuenta propia, que ofrece 178 actividades dispuestas a emitir licencias, aunque con una carga impositiva tan elevada que en poco tiempo tendrá que ser reducida o la estrategia fracasará al desestimular la legalidad en este tipo de ejercicio.
Ahora bien, que la propaganda anticastrista distorsione la interpretación del proceso de readecuación de plantillas redundantes en los centros de labor –común hoy a muchos países- es un percance mediático ante el cual Cuba poco podrá hacer. Pero el mayor peligro reside en que internamente los trabajadores perciban cirugía tan drástica como un acto contra ellos mismos. Como durante medio siglo el empleo o las pensiones nunca faltaron a costa de excesivos subsidios estatales, semeja una especie de acto diabólico que el rigor irrumpa aplicando un rasero nunca antes utilizado: permanecerán los necesarios; y de los necesarios, los aptos. O idóneos.
Operación tan delicada en una sociedad donde la justicia social es programa y bandera, requiere sobre todo del componente político, que va más allá de discursos o consignas. Parece cada vez más necesaria una dosis de transparencia que convierta en una especie de acción colectiva, de índole patriótica, el asumir los costos de un proceso que necesita restringir lo antes no restringido, y comprender ideológicamente que se amplíe lo anteriormente nunca o poco ampliado.
Entre extremos, pues, oscila la Actualización. Y si ya mencionamos el peligro de que las mejores intenciones sean confundidas con lo que no son, cierta es también la amenaza distorsionadora de un aparato administrativo muy burocratizado –con sus organigramas también en desmesura- y habituado más bien a recortar y prohibir que a facilitar la creatividad. Por ello, las fuerzas políticas tendrán que estar al tanto de los probables retorcimientos de una estrategia audaz a la vez que cautelosa, tan cautelosa que a veces quiebra lo racional al llevar las cosas solo hasta un punto, que suele quedar corto.
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sábado, 30 de octubre de 2010
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