domingo, 28 de noviembre de 2010

ENTRE LO AUDAZ Y LO PUSILÁNIME

Otra vez Mañach; quizás sirva para estimular el debate
Por Luis Sexto

Empecé a estimar tempranamente a Jorge Mañach, porque no fui su coetáneo. Incluso, quizás sienta por él alguna compasión: lo observo desde la distancia, mirador cuya visión de fondo ayuda a proscribir el prejuicio. Y me he convencido que pocos como él experimentaron con tanta lucidez reflexiva y tanto acierto estilístico el nacimiento definitivo de la nación, mediante el parto de la cultura como gestión intensa de las minorías. Y pocos también como él, en su época, sufragaron, con la incomprensión, la búsqueda de las esencias nacionales.
Quizás en apariencias asumidas como esencias por cuantos lo han juzgado, Mañach – nacido en el año definitorio de 1898 y muerto en otro con la misma condición de punto de viraje, 1961- hallaría la causa eficiente de su controvertido papel en la historia literaria y política de Cuba. No fue, si pretendemos analizarlo objetivamente, un político a la usanza republicana. Esto es, según la analogía aplicada por Enrique José Varona, no comió en las ollas de un chiquero, a pesar de acogerse a alguna toldería electoral y programática y desempeñar cargos en la administración de la república. Más bien fue político en la medida en que la cultura y la historia componen asideros de la política, estación inevitable en los procesos primordiales de la sociedad.
Vemos, pues, a Mañach, inserto en una realidad personal signada por una contradicción a veces insalvable en sus manifestaciones éticas. Entre su decir y su hacer culebrean las inconsecuencias que, en esa hora de la definición nacional, se convirtieron en traición para cuantos se adscribían a la izquierda de la soga, y en paños tibios para los suscritos a la derecha. Tal vez por la hondura de su indagación en el alma cubana, intentó asumir posiciones ideológicas y políticas más racionales –no obstante su militancia en el ultra ABC-, en una mezcla de denuncia y sujeción, audacia y pusilanimidad. Esa actitud moderada, que parecía regresión a los más renovadores, se la reprochó Juan Marinello, su contrafigura y paralelamente el intelectual de la llamada década crítica de más puntos de tangencia con el autor de Indagación del choteo, en la cultura, las inquietudes y el estilo. Marinello le exigía al Mañach secretario de instrucción pública que se apresurara en los planes de extensión educativa. Y este respondió: Juan, las cosas no pueden ir tan aprisa como tú quieres. Y Marinello replicó: Ni tan despacio como quieres tú.
Esa fue, a mi modo de ver, el drama personal de Mañach. Un drama íntimo y público superdotado de aristas. Conciente de las urgencias y defensor de las ambivalencias. Teórico pugnaz de los males y práctico inhábil de las soluciones. Escritor depurado, vigoroso, plantado en la tradición hispana y, en particular, en la herencia estilística de Martí, y escribía, sin embargo, con tino de vanguardia en un país de analfabetos, en periódicos cuya prosa semejaba mayoritariamente, de acuerdo con Miguel Ángel de la Torre, la caligrafía de un cobrador de cuentas metido a periodista. Por supuesto, Mañach no quiso sustraerse de sus ínfulas de pequeño burgués con refinamientos de aristócrata. Ni renunció a la visión de la democracia occidental vivida durante sus años de estudiante en los Estados Unidos. Y aunque hacia 1933, reconoció el daño que el Norte infería a Cuba, estorbándole el desarrollo con su injerencia multilateral, no preveía otra fórmula, en lo más distante, que el orden norteamericano.
Hombre de equilibrios y evoluciones, conservador de estilo liberal, Mañach actuó posteriormente como la mayor parte de sus colegas en los años de la década del 30. De ellos afirmó que se embarrancaban en los acantilados de La Florida, en “un ademán de avestruz”. Y él, en 1959, adoptó el exilio. Se fue, tal vez, a esperar que “los americanos” resolvieran el conflicto suscitado por la revolución cuya necesidad él mismo previo en sus artículos de el Diario de la Marina, en los meses previos al derrocamiento de la tiranía del general Gerardo Machado. Debo, sin embargo, matizar este juicio. El doctor Gregorio Delgado, historiador de la salud Pública cubana, amigo de Mañach, me reveló que el autor de Ensayo sobre Quijotismo salió en viaje académico: impartiría un curso en la Universidad de Río Piedras, en Puerto Ricos. Pensaba regresar. Ya padecía de un cáncer. Y aunque pidió al entonces presidente Osvaldo Dorticós regresar y morir en Cuba, su esposa no lo trajo. Hasta incidentes tan personales conspiraron contra el crédito de Mañach.
La apreciación exacta de su salida no estorba que aceptemos que el suyo –su obra y su conducta- es un caso de valentía estimativa, de atrevimiento profético resuelto en la pusilanimidad ejecutiva y en una rigidez ideológica que le impidió comprender las remezones sociales, políticas, culturales que un día le parecieron inevitables. Y llegó hasta ahí: hasta colaborar en hacer ostensibles los males y a convocar su cura. Jamás a participar en el remedio, distinto y opuesto, como sino, a la norma con que el mal (léase dependencia política, injusticia social) podría reformarse para proseguir perpetuándose.
A contrapelo de las aprensiones, hay que despojar a Jorge Mañach de sus estigmas. No de las llagas que él mismo se causó, sino de las que sus enemigos políticos le estamparon, con clavos que pretendieron nunca oxidarse. Nunca un despojo será tan legítimo. Porque la cultura cubana, en nombre de la política, no puede seguir prescindiendo del autor de La crisis de la alta cultura. Desde mi pequeñez empecé a reivindicarlo dos o tres años después de su deceso, sin ser consciente aún de estar asumiendo una postura ética de auténtica raíz revolucionaria: aceptar y respetar a todo hombre honrado y toda obra de valores formales y conceptuales, aunque los identificara un lema contrario al mío en lo político o filosófico.
Yo cumplía 18 años. Entré en La Moderna Poesía, entonces con los precios democráticos impuestos por la Revolución, y sobre una de las mesas, un libro de artículos ensayísticos de Mañach, impreso por la Editorial Trópico en 1939: Pasado vigente. El nombre del autor suscitaba en mí la resonancia de alguna previa información periodística o literaria. Lo compré por uno o dos pesos. Había invernado largamente en los almacenes, porque sus pliegos estaban pegados con el sello de lo virginal. Viejo y nuevo a la vez. Aun lo conservo. Sucesivas lecturas lo han subrayado, anotado y desencuadernado. Todavía esa prosa fluida, rítmica, conversacional, tramada con tuétano, me gusta y renueva la primera impresión: quien quiera escribir en Cuba, y conocer a Cuba, tendrá que cursar también un noviciado en los libros de Mañach.
De hecho el proceso de su reivindicación literaria avanza. Martí, el Apóstol, Estampas de San Cristóbal y varios de sus principales ensayos han sido publicados en los últimos diez años en Cuba. Y en las universidades, al menos en las facultades o escuelas de comunicación social ciertos profesores lo muestran como modelo clave; entree los, este anodino profesor de estilística y narrativa en la Facultad de Comunicación. El argumento parece incontestable: Estamos aún aguardando al creador de hoy, al estilista actual, que escriba sobre La Habana o sobre los cubanos y los entresijos de su conciencia, páginas iguales o mejores. ¿Quién puede oponerse? La obra carece de filiación partidista cuando, sobrada de calidad, se aleja del tiempo para estar en todos los tiempos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que el sólo hecho de que en un periódico cubano aparezca un análisis como este, es un gran paso de avance, en lo que a eliminar tabúes y temas prohibidos se refiere.

Demetrio Peralta dijo...

Ya leí sus dos artículos sobre Jorge Mañach, y siempre me hago la misma pregunta ¿que le molesto tanto en 1959? y quien lo perseguía y porque para irse al exilio, que supongo en esa fecha fue exilio político debieron existir fuertes causas, seria el mal olor de los mau-mau bajados de la Sierra, o la irreverencias de los negros y los oprimidos que dejaban a el la acera de sombra para ellos caminar por el sol, o la tristeza de no poder disfrutar de su superioridad cultural y social o le falto algunos exquisitos avituallamientos que empezaron a escasear. No puedo recordar que pudo molestarle tanto en 1959, o ya no existía el diario de La marina donde acostumbraba a escribir no logro entenderlo, tampoco entiendo su esfuerzo por rescatarlo, el no hizo nada para que la cultura popular lo aceptara, creo siempre comprender los que se fueron por los privilegios perdidos, pero en el 59 creo no sabíamos nada de lo que paso después.

Luis Sexto dijo...

Peralta: Sin ánimo de ser irónico, tal vez el que mejor pudiera responder su pregunta sería el propio Mañach. Puedo creer que la suya es una pregunta que llevba en sí misma la respuesta. ?Cuántos intelectuales no se marcharon dwe Cuba solo por discrepancias ideológicas o políticas sin que se hubieran metido con ellos? Pero, según he podido averiguar en los últimos tiempos, Mañach fue en 1960 a Puerto Rico a dictar unas conferencias en la Universidad de Río Piedras, y allí se le diagnóstico el cáncer que en 1961 pondría fin a la vida del gran escritor. Dice el doctor Gregorio Delgado, historiador de la salud pública cubana, que lo conoció, que al saberse enfermo pidió regresar, y el presidente Dorticós lo autorizó, pero la esposa de Mañach no quiso. Eso es lo que sé. Por otra parte, me parece que Mañach, tarde o temprano, se hubiera sumado al éxodo precisamente por haber estado en desacuerdo con que el mundo hasta entonces conocido se viniera abajo. Era su mundo. Y quizás no cabría por sus filiaciones políticas y clasistas en el de la revolución.Es cierto, que el Diario de la Marina despareció y sus propietarios y cuadros principales emigraron o se exiliarion, que no es lo mismo. Ahora bien, mi empeño personal en rescatarlo, como es también empeño del Ministerio de Cultura y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, responde a que Mañach es un escritor cuya obra no puede permanecer echada a olvido. Déjeme decirle que a pesar del alto nivel estilísticio y conceptual de Mañach, su obra es eminentemente popular, porque busca enaltecer al pueblo, a los lectores. Shakespeare perten4cer a la cultura popular en su alcance humano; ahora bien, Corín Tellado no es popular, más bien comercial. He de aclararlo porque cuando se dice cultura popular parece que se quiere decir cultura de abajo, de menos nivel. En arte y estética, según he aprendido, popular es lo más alto, lo que dignifica al pueblo. Y me parece que cuando Mañach escribe Indagación del choteo o Filosofía del quijotismo, o sus artículos en el Diario de la Marina o El País, está haciendo cultura y literatura que pertece al pueblo, porque lo enriquece, porque engrandece a nuestra nación, y por ende integra la cultura nacional.

Luis Sexto dijo...

Peralta: Sin ánimo de ser irónico, tal vez el que mejor pudiera responder su pregunta sería el propio Mañach. Puedo creer que la suya es una pregunta que llevba en sí misma la respuesta. ?Cuántos intelectuales no se marcharon dwe Cuba solo por discrepancias ideológicas o políticas sin que se hubieran metido con ellos? Pero, según he podido averiguar en los últimos tiempos, Mañach fue en 1960 a Puerto Rico a dictar unas conferencias en la Universidad de Río Piedras, y allí se le diagnóstico el cáncer que en 1961 pondría fin a la vida del gran escritor. Dice el doctor Gregorio Delgado, historiador de la salud pública cubana, que lo conoció, que al saberse enfermo pidió regresar, y el presidente Dorticós lo autorizó, pero la esposa de Mañach no quiso. Eso es lo que sé. Por otra parte, me parece que Mañach, tarde o temprano, se hubiera sumado al éxodo precisamente por haber estado en desacuerdo con que el mundo hasta entonces conocido se viniera abajo. Era su mundo. Y quizás no cabría por sus filiaciones políticas y clasistas en el de la revolución.Es cierto, que el Diario de la Marina despareció y sus propietarios y cuadros principales emigraron o se exiliarion, que no es lo mismo. Ahora bien, mi empeño personal en rescatarlo, como es también empeño del Ministerio de Cultura y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, responde a que Mañach es un escritor cuya obra no puede permanecer echada a olvido. Déjeme decirle que a pesar del alto nivel estilísticio y conceptual de Mañach, su obra es eminentemente popular, porque busca enaltecer al pueblo, a los lectores. Shakespeare pertenece a la cultura popular en su alcance humano; ahora bien, Corín Tellado no es popular, más bien comercial. He de aclararlo porque cuando se dice cultura popular parece que se quiere decir cultura de abajo, de menos nivel. En arte y estética, según he aprendido, popular es lo más alto, lo que dignifica al pueblo. Y me parece que cuando Mañach escribe Indagación del choteo o Filosofía del quijotismo, o sus artículos en el Diario de la Marina o El País, está haciendo cultura y literatura que pertenece al pueblo, porque lo enriquece, porque engrandece a nuestra nación, y por ende integra la cultura nacional.

Ken dijo...

Demetrio, es probable que tenga Ud. razón; a Mañach no le pareció bien ya no poder escribir en el Diario de la Marina. Quizás ya presintió que pronto no podría nisiquiera publicar una obra que careciera de filiación partidista. Puede ser que no creyó lo que Fidel Castro publicó en el Diario el 23 de Enero de 1959: "¿Hay libertad de prensa allí? ¿Hay libertad de reunión de civiles y políticos en ese país?"
"…Quiero aclarar aquí que yo no soy comunista, porque estoy seguro que lo primero que van a querer decir después de esta campaña es que nosotros somos comunistas."
"...por la fuerza no haremos nada; nunca, jamás se hará nada por la fuerza contra el pueblo."
"Pues sencillamente a ellos ahora les hemos dicho escriban lo que quieran, pueden escribir contra nosotros y hacernos crítica; ya después nos reuniremos aquí y trataremos esos problemas porque todos son problemas de Cuba."
"…es necesario sentar bases reales para el desenvolvimiento futuro del país, que quede sentado definitivamente que a una persona no se le puede pegar, que una persona no puede ser maltratada en ninguna circunstancia…"

Anónimo dijo...

Si es cierto que la chispa se origina en la fricción, hasta el punto que hubo necesidad del "abogado del diablo" para que ésta se expandiera y comenzara el fuego de la discución,entonces estamos en el camino correcto,al comenzar el debate sobre una figura para muchos conocida y para otros no tanto.
El hombre ha de ser visto y juzgado en el cotexto situacional en el cual ha vivido y,partiendo de esa premisa fundamental, ha de buscarse las motivaciones y las razones de su conducta en las diferentes etapas de su vida.
En ciertas ocaciones el eclecticismo es el camino más justo cuando la definición social no se presenta tan fácil como se pudiera pensar.Ese estar en la cerca, hasta cierto punto, es el resutado natural de la conformación del ser social en una cultura dominante.
Si la cultura es la siembra de conocimientos útiles al hombre y, si restrasmitirlos es la obra pedagógica del que los recibe, entonces, se hace más importante cuando se baja rodilla en tierra para tomar el agua que bebe diariiamente el llamado hombre del pueblo. Esto es,el hombre que pone su impronta de cultura aún sin haber escrito dos cuartillas.
Esa cultura popular, innata,es sábia que muy bien sabe metabolizar intelectualmente el que sabe oir hasta los refranes y los choteos del campesino y el negro cubano , en este caso en particular.
El error más grande que se comete es tratar de ligar indisolublemente, el ser intelectual al ser político,error que llevó al nefasto realismo socialista que trató de matar la cultura cubana en cierto período de la história, y que produjo dos resultado negativos,la doble moral de algunos de los que se quedaron y el exilio de aquellos que no querian irse pero que le hiceron ir por la intolerancia,de otros ,que como se ha dicho, más tarde, tambien se fueron.
Hoy ya no es necesario ir al rescate de Sanguily ni de lamentarse sobre la viñas muertas, ni seguir criticando que mientras el "marabuzal se come los campos, el campesino, guitarra en mano canta: Cuba es un jardin"!No,es tiempo de ir al rescate de aquellos que se fueron o lo hicieron ir.La Patria no puede ser edificada sobre ajenos fundamentos.En Cuba sobran las piedras capaces de ser las píedras angulares de la nación de todos y para el bien de todos.Nadie puede justamente quitar el puesto de Mañach en el fundamento de la cultura cubana.

Rev Leonides Penton Amador

Demetrio Peralta dijo...

Realmente no me refería a Corintellado, pero me recordó que existía, sin ser irónico me refería a José Martí, Juan Nápoles Fajardo, Nicolás Guillen, Pablo Neruda, Víctor Hugo, Gabriel García Márquez, Horacio Quiroga, Eduardo Galeano, Benito Pérez Galdo, Tolstoi, Miguel de Unamuno, La hermanas Bronterh, Félix de Samaniego, Edgar Alan Poe, (El autor del viejo y el mar y Por quien doblan las campanas) y otros, discúlpeme si algún nombre no escribí bien. Es extraño, no encontré nada de Jorge Mañach, tampoco es que sea culto o erudito, pero tengo una biblioteca digital con tres mil ejemplares, aunque pocos e leído. En Cuba es el país del mundo donde más se lee, lo veo como una respuesta a una llegada tarde de la tecnología y el precio de los libros.
Fuera del tema le voy a confesar algo, prepárese para el futuro, vamos a extrañar la libreta de consumo. Nos aproximamos al modelo Chino, y los que están en el caballo montaran adelante. Alguien lo mato, y ahora quieren que el pueblo lo entierre.

luis dijo...

Estimado tocayo lo felicito por este brillante escrito sobre manach,aounqe confieso que no lo he leido,yo era medico cuando vivia en Cuba,pero si me felicito por haber encontrado su blog,que me permitira tener la realidad cubana presente de la mano de una persona cuyas ideas son en la mayoria de los casos contrarias a las mias,pero en eso estriba la riqueza de este intercambio