lunes, 21 de enero de 2008

EL FARO DE CARAPACHIBEY


A Rolando Téllez le faltaba visitar el faro de Carapachibey, en la Isla de la Juventud. Ya había estado en el Roncali, del Cabo de San Antonio, y en el de la Punta de Maisí. Los había prefijado como lugares, tierras sagradas, donde al llegar quemaría su culto a la geografía de la patria. Lo conocí cuando ya, como cubano devoto, había peregrinado a sus mecas. En cada sitio su imaginación, viajera hipotética, se había avergonzado. Nunca pudo columbrar con acierto, desde la distancia del deseo, la verdadera faz de sus dioses. Carapachibey, para este trabajador del Telecentro provincial de Las Tunas, era el recóndito espacio de tres casuchas y un faro cilíndrico y pequeño como un habano. Ahora lo encuentro aquí; le pregunto cómo fue el tope entre lo imaginario y lo real. "Como si entrara en un centro de experimentación: instalaciones futuristas, raras, entre las cuales el faro semeja un cohete dispuesto a ir a la Luna. El farito de Las Tunas le cabe en la barriga.".

Rolando Téllez, de 31 años, es una mención casual en este reportaje. Coincidimos porque ambos habíamos soñado el mismo proyecto, la misma forma de imbricarnos con nuestro país: conocerlo. En mi condición de periodista, al conocerlo yo, lo conocerán otros mediante mi palabra. Porque la palabra -acota Téllez, publicitario de oficio- hace ver, oír y, sobre todo, imaginar. Pude, al igual que Téllez, imaginar a Carapachibey como cualquier torre que en las costas de Cuba orientan la navegación en el mar Caribe. Erré también. Es distinta. Singular. En lo cual no fallé durante mis horas de previsión fue en la atmósfera: una soledad perfectamente definida por el mar y su sonido al desfallecer ahora o revolcarse luego sobre los arrecifes del litoral, y por las voces de los pájaros y el silbido del aire al transitar entre los pinares. Verdor variopinto abajo. Y azul arriba. Y azul también abajo. En el ocaso, el sol se enrojece y se pone a mano como una lámpara benigna. Una estampa única, a cuya luz el hombre solo puede hablar consigo mismo. Esta última visión se ve plenamente desde la altura. El faro, cilíndrico y delgado, asciende 60 metros. El mayor de América Latina, de acuerdo con el dato de Julio Suárez Acosta, uno de los tres torreros. Para alcanzar la cima, e introducirse en la cristalería del fanal alógeno que cada 7,5 segundos deletrea una señal posible de captar a 17 y media millas, hay que prepararse como alpinistas. La cuesta se empina 280 escalones. A la redonda, lo que no agua, es tierra de la Isla de la Juventud.

Estamos en el sur, cerca de Cocodrilo, el antiguo Jacksonville, donde aún radica un nieto de Jackson, el ciudadano de Gran Caimán que hace más de un siglo fundó el poblado. Hacia el norte y el este se explaya un tapiz donde prevalecen parte de los pinares y bosques que Colón vio atónito por primera vez en junio de 1494, cuando, al salir de Cortés, en el occidente de Cuba, ventoleras y marejadas del Golfo lo enrumbaron hacia la bahía de la Siguanea. Este es el punto donde al suroeste la Evangelista, nombre puesto por el Almirante, y luego la Isla de Pinos y hoy de la Juventud, se eleva en el mapa como una nariz de gancho al revés, o una cachimba con traza de saxofón. La caleta de Carapachibey y sus alrededores fue zona de aborígenes. En los residuarios, clasificados como de la cultura de Siboney Guayabo Blanco, han aparecido herramientas y despojos alimenticios, algunos de los cuales se conservan en el museo del faro. Carapachibey suena a lengua indígena, aunque Julio Suárez, medio en broma, apunta que es término derivado de carapacho. Porque como aquí caguamas y careyes vienen a desovar anualmente, y ponen en huecos centenares de huevos, tal vez por ello el paraje haya recibido ese nombre.

El ciclón de 1944 arrambló con el faro metálico existente en Carapachibey, punto más estratégico del sur pinero para enviar al mar los guiños de la costa. En 1949 se irguió uno de hormigón, cilíndrico, pintado de rayas blancas y rojas, con unos 27 metros de altura y con una potencia de 11,000 bujías. A 16 millas de distancia se apreciaban sus destellos, y los navegantes, mirando la carta, podían decir: pasamos Carapachibey. Esa franja marina ha sido habitualmente ruta de transporte. En la actualidad, unos ocho o nueve buques cada día se atienen a la posición del nuevo faro que en 1983 se estrenó en el servicio. También de hormigón, con el doble de altura que el anterior. Y con las viviendas más confortables, fabricadas en una unidad arquitectónica que, entre el bosque tupido y solitario, y el mar desierto, asoma como un toque de novedad extraterrestre. Las edificaciones requieren aquí solidez. El mar y los vientos del sur pregonan enemistad, garra. A tres o cuatro metros de la costa, las aguas ya se hunden 10 ó 12 brazas; a veinte, 60 ó 70, y a 200 metros la profundidad baja 300 ó 400 brazas. Al voltear la vista, el mar puede convertirse en una mano gigantesca con los dedos de espuma.

Julio Suárez recuerda el ciclón Lily. El mar estaba en fuerza tres, y de súbito, se encaramó en fuerza doce. Las olas medían 12 metros de altura. Todavía las paredes, los techos, conservan las heridas de los palmetazos del mar. El agua entró en las viviendas. Destruyó colchones, televisores, refrigeradores. Y dejó, cerca, las ruinas de una casa de dos plantas donde operaba una cafetería del Poder Popular. El mar creció hasta el segundo piso. Salvo esos momentos, la vida en Carapachibey navega lentamente en la placidez. Usted se pone a dormitar al mediodía y no oye el claxon de un carro, aunque el ómnibus de Cocodrilo a Nueva Gerona pasa por el faro; ni el grito de un vecino. Silencio. El propio Julio Suárez llegó aquí con 54 años, hace tres, padeciendo una hipertensión que paraba en 190 de mínima y 220 de máxima. Como para morirse. Ya oscila en la normalidad de esta existencia apacible, sedada, sin que por ello tanta paz aburra. Además de la responsabilidad de trabajar 24 horas seguidas, de una a una, que implica actividad y tensión, la naturaleza sorprende a los torreros y su familia con la visita inesperada de un venado, un puerco jíbaro, un caguayo, una caguama...

Han visto caguamas presilladas en Jamaica, Haití, Puerto Rico. ¿Presilladas? Sí, como las palomas mensajeras: una presilla en una pata para saber cuánta distancia recorren, qué edad tienen... Cuba presilla (cerca de aquí hay un centro de quelonios), y presilla Japón, aunque no hemos visto ninguna presillada allí. Tendrían -digo- que cruzar el Canal de Panamá. Y lo cruzan -dice Julio Suárez. Me han contado que en el Canal las caguamas parecen piedras cuando descansan de su travesía. Recorremos las instalaciones. Subimos la torre. Abajo, mientras observamos con los prismáticos hacia el mar y tratamos de identificar una embarcación en lontananza, comento: qué lugar para un escritor. A mi comentario, Julio Suárez asiente y añade: y para leer. ¿Usted lee? Sí, libros, memorias de campaña; fui militar. ¡Ah! ¿Y periódicos? No, aún no nos llegan. Pues pídanlos. ¿Cómo leerán el reportaje sobre el faro? Y cuenta Julio que antes los leía. Antes, cuando no estaba en sitio tan remoto, y antes de venir a la Isla de Pinos hace 37 años. Porque nació en Pedro Betancourt, en Matanzas, y estudió agronomía. Y aquí está. Como navegando en el mar sin ser marino y caminando por el campo sin cultivarlo, aunque es agrónomo. Claro, ya ve usted las vueltas que da la vida, musita Julio dirigiendo los anteojos hacia una mancha blanquecina, allá, lejos, en el cuchillo del horizonte...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querido abuelo contaba mucho una historia de un gallego que fué a Carapachibey, y que al salir dijo así "Adios Carapachibey, adios carbones, si regreso por aquí, que me corten los cojones"
¿Saben algo mas sobre esta historia?

Saludos.

Anónimo dijo...

Saludos, hola.

Mi curiosidad es saber si ahi existe alguna persona o familia
de apellido, Soto.?
Gracias.

Anónimo dijo...

Bueno esa en realidad no, aunque de carbones si se mucho alli, fui a tener cuando aun tenia unos dias de nacido, 40 dias para ser mas exacto, de ahi como hasta los 7 a~os fui vecino del lugar, regrese
al lugar como a los 20 a~os y fue la ultima vez que vi al faro en una noche oscura como a 20 millas de distancia un dia 10 de noviembre de 1969, yo iba rumbo Sur
navegando hacia Islas Gran Cayman.
El dia 13 de el mismo mes a la 1AM llegamos a la Isla de Gran Cayman por el lugar conocido como South South, en la Capital de la Isla George Town.
Capitan Pantoja.