miércoles, 6 de febrero de 2008

EL MEDIO Y EL ÁRBOL


Suele el bosque ocultar los árboles, cuando el conjunto estorba reparar en lo individual. La frase, así, alude al juicio que engloba y no concreta, que masifica y no particulariza. Hoy quiero empezar poniendo esta frase al revés: a veces los árboles impiden ver el bosque. Sería entonces como decir que lo singular opaca, anula a la pluralidad.

Apartémonos, sin embargo, del intelecto y vayamos a lo físico. Los árboles ocultan al bosque cuando no abundan o no existen. Esa es la visión que me ha acompañado durante un viaje de diez días que partió en La Habana y terminó en Guantánamo. Y el recorrido, de ida y vuelta, no me hastió. Por el contrario, aparte de alegrarme por el reencuentro con colegas queridos y conocer a otros, refrescó mis ojos mediante la descripción topográfica que nos facilita un vehículo.

Yo amo el paisaje de mi tierra. Pero no vacilo en afirmar que le faltan árboles cuya repetida presencia pueda atestiguar la existencia de bosques o bosquecillos. Claro que la Autopista del Sur o la Carretera Central propician apreciar una franja del campo, y no sería justo hablar, con tan reducido cuadro a la vista, de un país en crisis forestal. En crisis permaneció hasta 1959. Entonces solo el 14 por ciento de la superficie de Cuba se cubría de bosques después de que en 1492 el 85 por ciento de nuestra tierra se sombreaba, como bajo un techo total, con especies preciosas y frutales.

El hacha de los colonizadores taló aquí la madera para la Flota Invencible, que resultó al fin vencida, y para el lujo monárquico del Palacio de El Escorial. Luego el filo de los hacendados despejó la espesura para sembrar la caña de azúcar, sobre principios agrícolas extensivos.

La Revolución ha logrado forestar hasta el 23 por ciento del país. Pero, a mi modo de ver, todavía no es suficiente. Y es más: creo que la reforestación avanza con lentitud. Hace años que yo, periodista, repito esa cifra. Hay vocación y conciencia forestal. Cierto. Mas no creo que todos los cubanos sintamos la misma inquietud por plantar un árbol o conservarlo. Fíjense si así es que solo del diez por ciento de los árboles que en la capital promueve el departamento de áreas verdes, sobrevive. El resto fenece bajo la indisciplina y la desidia.

Ah, cuánto perduran las herencias negativas. Con cuánta indiferencia un ciudadano cualquiera aporrea una planta, o lo corta. Cuánta insensatez e ignorancia nos abruma al no reparar que la falta de árboles nos vela la visión de los bosques. A veces incluso los culpamos de los vientos. Pero Los ciclones vienen aunque los árboles falten. Pero si faltan, la lluvia se demora. O no viene... (Publicado en Juventud Rebelde)

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