lunes, 18 de febrero de 2008

RESPETO Y PALABRA

Hemos hablado alguna vez de que no hablamos bien, a pesar de que Cuba ha dado numerosos maestros de la lengua, como Martí, Heredia, o Carpentier, Guillén, Dulce María Loynaz, Lezama. Y no me refiero a nuestro hablar atropellado, vital, apasionado. Quiero, hemos querido decir que vamos reduciendo el vocabulario y deformando la prosodia. Por ejemplo, conocido es el viejo chiste en el que para pronunciar “está aquí ya”, un cubano suelta en ráfaga algo casi incomprensible: “ta qui llá”.

Como los defectos y los problemas se resuelven luego de ser reconocidos y de haber reflexionado, estamos, a mi ver, en el momento exacto para mejorar. Todos. Padres, maestros, estudiantes. Porque nadie pretenderá lograr una superación de las formas incorrectas y malsonantes con que mayoritariamente usamos el habla, si quienes recomiendan el perfeccionamiento, o lo enseñan, predican con el mal ejemplo.

Me atrevo, pues, a sugerir que nuestras escuelas exijan la expresión oral apropiada. La lengua nacional tiene que ser una asignatura rigurosamente impartida y examinada, no solo en sus reglas gramaticales; también en su empleo cotidiano. Porque si en nuestro sistema predominara el oficio de instruir por encima del de educar, con el tiempo sobrarían los letrados incultos. Sabemos que la palabra es el envase comunicable del pensamiento, ¿habrá acaso que repetir la manoseada verdad de que pensamiento carente o torpe de palabras será siempre mal o incompletamente pensado y expresado y, por ende, mal comprendido?

Pero mientras la sociedad adquiere conciencia de esta deficiencia y se adoptan los criterios pedagógicos para erradicarla, hay otro asunto en nuestra habla que necesita también ser corregido. ¿Se ha fijado usted, y usted, y aquel, que también despojamos al idioma común y pasajero de sus delicadezas y ternuras? No estoy –advierto- en una posición negativa. Ni hipercrítica. Sencillamente, pulso nuestra realidad. Y echo de menos a términos como “por favor”, “gracias”, “buenos días”, “adiós”, “por nada”, en fin, esas frases que indican que las personas se toman en cuenta unas a otras, y se respetan.

Para respetarnos mutuamente no requerimos que sesudos pedagogos compongan un programa de urbanidad. Basta con saber que el amor hacia el semejante es una prolongación del amor hacia uno mismo. ¿Quién es tan ingenuo de creer que al maltratar a otro recibirá en cambio una buena acción, un gesto plausible?

Existe una ley desde hace milenios: trata a los demás como quieres que te traten. Por ello, la lengua es rica en palabras y locuciones tiernas y respetuosas. Los cubanos somos por idiosincrasia gente llana, cordial, renuente a las fronteras impuestas por rangos y desigualdades. Pero esa capacidad de emparejarnos, de sentirnos iguales, no implica la irrespetuosidad que arrasa en vez de allanar, que despoja en lugar de preservar. Vivimos en una sociedad basada en las relaciones solidarias. Y la lengua y el habla no pueden andar de espaldas a nuestro ser, ni a nuestra historia. (Publicado en Juventud Rebelde)

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