domingo, 10 de febrero de 2008

YO QUIERO


Cierto enfoque califica como vaguedad, bobería, el acto de pensar o de opinar. Ese bautizo implica la negación, la tacha. Porque “déjate de filosofar” o “quién más quiere seguir filosofando”, son enunciados que pretenden ridiculizar al que piensa u opina de manera original. Claro, cómo venir a hacer filosofía cuando después de Aristóteles, Kant o Marx qué falta por añadir.

El enfoque puede existir. Es su derecho. Lo que no ha de suceder es que cuantos opinen o piensen conviertan esa operación en un acto vergonzante. Durante las últimas semanas fui jurado del concurso periodístico 26 de Julio, convocado por la UPEC. Y aunque hay quien estima que no gana porque soy parte del tribunal–otorgándome un poder o una influencia que no poseo-, puedo aseverar que por momento la decisión resulta peliaguda. Ciertos competidores, ciertos textos, clasifican entre las excelencias. En particular, los trabajos de opinión. Me he fijado que los periódicos de provincia defienden, practicándolo, el derecho a opinar. Pero me intriga que algunos columnistas pidan disculpas “por filosofar”, como si a alguien molestaran. Caramba, apareció un complejo. Me dije.

La sociedad, como los individuos, necesita del aire que expele la reflexión. Y en el proceso colectivo de pensar, de contrastar, la opinión periodística, como expresión y a la vez estímulo de la opinión pública, reclama por consustancial un espacio. Es preciso que desde un periódico se advierta a los intermediarios del mercado de productos agrícolas, por ejemplo, que sus ganancias son excesivas, injustas, carentes de solidaridad, antipatrióticas; se haga recordar a determinados administradores y funcionarios que las quejas y los problemas merecen, siempre, una respuesta que no sea el silencio; o se condene en los periódicos a quienes, abusando de prerrogativas, vivan a contrapelo de las carencias del país...

La prensa es un espejo. Al despertar, el primer acto del ceremonial matutino consiste en ubicarse ante la puertezuela del botiquín. Frente a nuestra imagen duplicada, nos percatamos de las patas de gallina, de la barba tupida, del pelo chorreado. Uf, estoy horrible. Y la autocrítica funciona como un correctivo. Es elemental, en definitiva, preguntarle al espejo, y oír lo que, en verdad, dicta.

La única vez en que uno no se mira al espejo es cuando está enfermo. Pero habremos de levantarnos. Porque mayor daño que descubrir las arrugas, implica rellenarlas con polvos y cremas. Con el disimulo, como en la Televisión. Cuántas caras decepcionan al toparlas por ahí, por esas calles.

Bueno, disculpen la filosofía. Me he entretenido en comentar aspectos ya sabidos, pensados, legitimados. Pero permítanme renovar mi fe en el pensamiento, la reflexión, la opinión, la prensa. Y si estuviéramos en una reunión, y desde la mesa preguntaran después de haberme oído, quién más quiere seguir filosofando, yo levantaría la mano nuevamente, como el que quiere tres tazas: Yo, yo quiero seguir filosofando. (Publicado en Juventud Rebelde)

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