miércoles, 28 de mayo de 2008

DOGMA Y HEREJÍA: UNA RELACIÓN SALUDABLE


Por Luis Sexto

Ha sido una vocación inclaudicable del hombre la de actuar en contra de cuanto pretenda ser definitivo, inexorable, o le limite el pensamiento, el criterio racional, de modo que la historia de las doctrinas políticas y religiosas podría ser también la historia de la lucha entre el dogma y la herejía. Donde se plantó la cuadriculada y hermética aspiración de constituir una verdad inapelable, se irguió la heterodoxia para destapar cajas, demoler muros, deshollinar gavetas, aunque más adelante el heresiarca de hoy se convirtiera en el dogmático de mañana.
Fue contradictoriamente un religioso, un jerarca eclesiástico, pero a la vez un filósofo –quizás el más sabio, audaz y auténtico filósofo cristiano- el que legitimó la herejía y a los herejes. Conocido es el apotegma de San Agustín en que el autor de la “Ciudad de Dios” y de unas “Confesiones” en plenitud de debilidad humana, reconoce el necesario papel regulador de los herejes: “Oportet enim heresses esse”. Esto es, el hereje opera como una rendija a través de la cual se filtra la prueba que afianza y perfecciona el dogma. Desde luego, el Obispo de Hipona cocinó la idea para servirla en su mesa. No obstante, partiendo del criterio agustino de la necesaria y plausible heterodoxia, podemos emprender una aventura hacia lo profundo del dogma y sus paradojas.
Un escritor y periodista católico –periodista que punza, no complace- escribió, a fines del siglo XX, que “siempre que el hombre expone lo que ha hecho el hombre, da un juicio implícito sobre los hechos, aunque solo sea por sus omisiones o sus silencios”. Hasta aquí el francés Jean Guitton parece estar de acuerdo con casi todo el pensamiento de su época. Pero enseguida adopta una posición antidogmática: “Lo que a mi modo de ver lo deshonraría sería dar a entender que tiene la objetividad de un aparato, o que todo historiador debería interpretar los hechos de la misma manera.” Y más adelante, establece que “la fuente de todas las herejías está en concebir el acuerdo de dos verdades opuestas y creer que son incompatibles”.
Deduzco, pues, que el origen de las herejías se enraíza en la rigidez de la ortodoxia. La ortodoxia -el pensar apegado al dogma- no ha aprendido a utilizar la flexibilización como una de las fórmulas de su invulnerabilidad y, por tanto, de la perdurabilidad de las verdades que se estiman correctas. Dogma es palabra de origen griego que, teniendo una prosapia limpia, ha venido ensuciándose en su actitud irremovible e intransigente de “cosa acabada, terminada definitivamente”, que eso significa “dokein” cuando se une a un pronombre personal, yo, por ejemplo, he acabado.
El dogma carece de recursos. La razón no le es afín. Incluso el dogma la rechaza con un “odio lúcido”, y es lúcido porque posiblemente los dogmas intuyan que su caída depende, en primordial medida, de la crítica. ¿De que se sirven aquellos para apuntalar su inaccesibilidad al debate y al cuestionamiento? En la autoridad. En el poder de cuantos lo establecen, imponen y sostienen. Ha sido, así, adoptado por el autoritarismo como el garante de su poder incuestionable.
Focalizado en el plano de la religiosidad, quizás sea ahora menos dañino, aunque en una época atizó la candela bajo los pies de cuantos pretendieron removerlo o modificarlo. Y ocurrió así determinado por los vínculos e intereses comunes del poder político y las jerarquías eclesiales. Porque, cuando el dogma pasa a la política como instrumento, como piedra fundamental, comienzan los riesgos para los grupos, sociedades y Estados que lo organizan y ubican sobre un pedestal ideológico. Una de los problemas del llamado socialismo del siglo XX, el también nombrado real, fue la aplicación dogmática del marxismo. De guía para la acción, se transformó en “señor feudal” de la acción. Un rápido paneo por sobre la historia de las sociedades socialistas europeas, nos abastecería de actos tan irracionales que podrían añadir un nuevo volumen a la “Historia de la estupidez humana”, del húngaro Paul Tabori. El dogma, por insuficiencias reflexivas, es incapaz de detectar las contradicciones que se generan en su nombre. Y con estas, sobreviene la parálisis. Y con la parálisis, el lento deterioro de las sociedades dirigidas por el dogma filosóficamente político, que es el me parece más actual y peligroso. El religioso ofrece, en estos tiempos modernos, la libertad de creer o no creer. Y nada pasa por norma, al menos en las sociedades occidentales.
Pero en la política, la cerca que bordea al dogma está vidriada con picos y fondos de botellas: se hiere quien los toque. La discusión, la discrepancia, la crítica se proscriben o se toleran entre condicionamientos. Y con ello el dogma se priva de su principal aliado: los herejes. Porque los herejes anticipan con sus audacias y temeridades la verdad más completa, que ha de sobrevenir en los días próximos. Al fin llega, pero nadie reivindica a sus gestores, porque se ha de pagar el precio por anticiparse. Pagarlo asumiendo el descrédito del revisionista o del inoportuno.
En las izquierdas, a pesar de la experiencia del socialismo europeo, de tan claras moralejas acerca del destino de los cerrojos y las mordazas, y en las derechas, no obstante los fracasos de ciertas “verdades inconmovibles” que prometen un “estado de bienestar general”, aún subsiste el dogmatismo. Es un hábito cómodo. Significa decidir en las cúpulas sin el esfuerzo que implica el debate. Porque exige la unidad de los unánimes. Los dogmas no distinguen entre la necesidad y los fines, entre el derecho y la intención, entre la opinión y la oposición, la sugerencia y la impertinencia. Y por ello favorecen el desarrollo tentacular de la doble moral y sus normas éticas encapsuladas en apariencias sin esencias. Pero la unanimidad, reducida tan solo a levantar la mano, alguna vez empezará por resquebrajarse en nombre de los mismos derechos que el dogma reconoce –en apariencias- defender y garantizar: la libertad y la razón.
Parece escabroso comprender que la unidad política excluye la imposición de dogmas. Porque la unidad política se formula y reformula constantemente en torno de un programa, jamás alrededor de las abstracciones de una cosmovisión. Y su agente principal consiste en el esfuerzo de hombres libres que alcen la mano para… opinar, debatir, cuestionar sobre todo cuanto ayude a que la diversidad fortalezca la unidad. Y que debatan y opinen como herejes necesarios que impidan la dogmatización de las ideas y la burocratización de las acciones. Ah, sí. Dogma y burocracia son afines. Como el maniquí y su vestido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Concuerdo con sus planteamientos, pero se me antojan más referentes al capitalismo. No hay fanatismo más irracional que la teoría de la economía de mercado, ni dogmatismo más inflexibe que el del firme creyente en la inexorable y arcana “mano invisible”, milagrosa reguladora de supuestos mecanismos inescrutables del llamado “mercado libre”, garante de todas las inagotables riquezas de otra obscura entelequia conocida como el ”sistema capitalista”.

El dogma autoritario por excelencia de nuestros días es precisamente el capitalismo, inconmovible y autoritario de actual vigencia, su más célebre hereje podría haber sido un Carlos Marx, o un Fidel Castro.

Y la verdad más completa seguirá siendo, inexorablemente,el Socialismo, una de las verdades inapelables por ser verdad empírica.

Anónimo dijo...

Los pecados del vaticano
http://nobeliefs.com/nazis.htm
http://www.herenciacristiana.com/christianhorror/nazis.html
Muchos niegan y otros han pedido perdón, pero la totalidad de la verdad no es todavía completamente conocida por la mayoría. Los regímenes fascistas de Europa desde los años 20 a los 40 fueron ampliamente apoyados por la mayoría cristiana. El régimen nazi en Alemania bajo Hitler, el fascismo Italiano bajo Mussolini, el fascismo Español bajo Franco, como así también la dictadura Portuguesa de la época, el régimen clero-fascista de Tiso en Slovakia y los Ustashas de Croacia son pruebas históricas contundentes de los regímenes apoyados por el cristianismo durante el siglo XX.

Anónimo dijo...

Sr. Enrique:

El socialismo como solucion para los problemas del capitalismo?.

En teoria y en sueños es posible pero todavia no ha sido demostrado de una manera practica.

Un ejemplo:

En el socialismo el empleador (el estado) es el mismo encargado de defender los derechos de los obreros. Las fabricas bajo la administracon del estado son ineficientes. Y aqui viene el dilema: Se cierra la fabrica improductiva o se rebajan los salarios a los trabajadores?.

Con sueldos de menos de un dolar diario y precios como un litro de aceite a 2.50 o un kilo de carne entre 10 y 15 dolares es facil darse cuenta que el empleador (el estado) le ha dado prioridad a sus fabricas.

En el capitalismo el obrero tiene mecanismos como paros laborales para defenderse de su empleador.
En el socialismo ese mecanismo se ha eliminado por las buenas intenciones del empleador. Pero no se puede vivir haciendo sacrificios indefinidamente confiando en las buenas intenciones del empleador.

Las intenciones del socialismo pueden ser las mejores pero aun no se ha probado en la practica su efectividad.

El dia en que el obrero cubano reciba de parte de su empleador (el estado) un salario que le permita vivir con comodidad y decencia ese dia podremos hablar de la superioridad del socialismo.

MIentras tanto es solo una utopia de la cual muchos cubanos se estan cansando.

Saludos.