lunes, 2 de febrero de 2009

EL LENGUAJE DE LAS ESTATUAS

Por Luis Sexto
Ante la estatua de Cristóbal Colón, que se mantiene con un pie hacia delante y uno de sus brazos en alto con el índice erecto, cierto amigo en San Juan de Puerto Rico me prometió un viaje al lomerío de Aibonito, y al preguntarle cuándo me respondió:
-Cuando el Almirante baje el dedo.
Luego supe que los puertorriqueños habían convertido la imagen del marino genovés en figura indirecta para prometer lo que nunca cumplirán. Esto es, mejoraron la tradicional y pedestre fórmula de cuando la rana críe pelos o las gallinas meen que los adultos le repiten a los niños.
Este recuerdo de uno de mis viajes de encomiendas periodísticas, me ha inspirado comentar cómo el pueblo folcloriza la estatuaria que habita en calles y parques. Advierto que ese capricho de justificar los gestos inanimados de la historia, también sirvió de motivo a Alfonso Reyes, lo cual confirma que no existen temas nimios, ni rebajadores de la dignidad de los autores. Alfonso Reyes, pues, con todo el crédito de su ensayística Visión del Anáhuac, o su teatral Efigenia Cruel, o sus textos sobre la filosofía helenística, nos recuerda en una crónica de su libro Norte y Sur que en el parque Central de La Habana, la estatua de Martí, levantando el brazo, parece dictarle a la del ingeniero Francisco de Albear, casi en frente, lo que el proyectista del acueducto habanero anota en un libro.
La leyenda que la imaginería popular trazó entre ambos monumentos, y que Reyes recogió y ahora reproduzco, está exenta de irrespetuosidad. Es pura mirada amable del transeúnte, simple afán de lectura en el bronce o el mármol para echar a la vida unos granos del humor que suaviza, alivia, la excesiva rigidez. Y con intención de aportar una curiosidad, añado esto que, creo, acabo de inventar. Cuanto Albear copia dictado por Martí, a dos o tres cuadras de distancia lo intenta oír Miguel de Cervantes que, sentado en el parque de San Juan de Dios, más adentro de La Habana Vieja, ladea su cabeza hacia la izquierda, como arrimando su oreja. El también tiene una pluma en la mano.
Hace unos días conversé estas notas con el periodista Fernando Dávalos y empezamos ambos a enumerar estatuas y analogías. Y en la Plaza de Armas de La Habana, el rey Fernando VII aparenta, de perfil, el gesto del que va a satisfacer necesidades mingitorias. Y allá, en el remate de la Lonja del Comercio, el dios Mercurio, además de ser el protector de los comerciantes y los ladrones, podría amparar también angustias deficitarias de ciertos acomplejados, porque antes de treparlo tan alto, en 1908, hubo que serrucharle el órgano masculino: cierta gente se quejó de que el escultor había exagerado. Y el dios permanece en bancarrota, mocho, de acuerdo con remembranzas de viejos habaneros.
El Quijote de los Molinos, en Puerto Padre, goza también de un cuño sexual que parece hiperbólico, porque el artista lo concibió en actitud belicosa, en prolongación guerrera. No me he enterado de que hayan querido echarle el trapo de la pudibundez. Sucedió, sin embargo, que cuando entregué el fotorreportaje que adelantaba la inauguración del complejo monumentario, me rechazaron, en la revista Bohemia, las fotografías donde estallaba con todo su vigor el sexo del Caballero Andante.
Visto la sumaria mención de gestos petrificados o metalizados en nuestros parques y calles, a los cubanos nos sobran referencias para superar el dicho puertorriqueño a propósito de la estatua de Colón. Podríamos decir que pagaré o cumpliré cuando Fernando VII acabe de expulsar sus aguas, o cuando le rebrote su estatura genética a Mercurio, o se le aplaquen los signos ardientes a Don Quijote. O tal vez, señalando hacia un señor de bronce, sentado en el parque de 17 y 6 en El Vedado, podríamos asegurar el incumplimiento de cualquier promesa con una nueva condición:
-Cuando Lennon se levante...

1 comentario:

Anónimo dijo...

"a los cubanos nos sobran referencias"
Así parece, son cinco lustros (por aquello de lo quinquenal) de promesas incumplidas, planes fracasados, subdesarrollo pertinaz,afasia forzada para la libre expresión...hasta el agotamiento y cierta resignación.
Eso es lo que he intuído.
Si no estoy en lo cierto, que me corrija el autor de SIN TIEMPO PARA MORIR.