martes, 11 de agosto de 2009

ENRIQUE NÚÑEZ RODRÍGUEZ, LA CRÓNICA Y LOS CRONISTAS

Por Luis Sexto
A principios de este siglo, Enrique Núñez Rodríguez y yo compartíamos el espacio en la página de lectura de Juventud Rebelde: él abajo, casi en una tira; yo arriba sin merecerlo, con unos textos largo que a veces eran reportaje y otras veces crónicas. Por supuesto, Núñez era el más leído. Luego, en cierta ausencia de quien esto escribe, Ciro Bianchi se aposentó en la parte de arriba. Y un unos meses más tarde aterricé en el espacio inferior, ese que el reconocido autor de Mi vida al desnudo dejaba por enfermedad.
Mis nuevos textos discurrían bajo el epígrafe de Crónicas en primera persona. Algunos me reprocharon querer sustituir a Núñez. No acepté que a mi nombre le atribuyeran tal impudicia. Y dije entonces polemizando con tan injusta opinión: Núñez es insustituible como irrellenables son los envases de los buenos rones. O yo escribía con mi voz y convencía a los lectores del reconocido humorista y comediógrafo, o fracasaba intentando ser original. Escribí esa sección cada domingo durante tres años luego del deceso de Núñez en 2002.
Esta historia liminar aparece en mis recuerdos, porque en este año he tenido la tarea de ejercer como uno de los jurados del Premio de crónicas que enaltece a mi antiguo compañero de habitación periodística. Y aun cuando aprecio que la convocatoria es respondida por muchas manos, no pocos concursantes escriben como yo no pretendí hacerlo cuando me ubicaron en el huequito dominical que Núñez abandonaba involuntariamente. Es decir, mucha crónica leída en esta edición del concurso Enrique Núñez Rodríguez, intenta rodar sobre los carriles impuestos por el aplaudido humorista y escritor radial, y se aprecia mucha anécdota, mucho episodio con abruptos finales humorísticos.
El concurso no pretende estimular la imitación. Por el contrario, quiere azuzar la originalidad, la cultura y la emoción populares. Y para ello utiliza el nombre de uno de los autores más vinculados desde la radio, la TV y los periódicos y revistas a la gente de pueblo que dijera Onelio Jorge Cardoso. Núñez Rodríguez sabía como un doctor los secretos de enamorar y conquistar ojos y oídos. Apenas lo traté personalmente, pero nunca he dejado de agradecerle las aventuras de Leonardo Moncada, que trasegaron a mis oídos infantiles a través de la radio, hace más de 55 años, la primera lección de justicia social. Núñez, pues, estaría satisfecho si su nombre sirviera para inducir a penetrar en el alma del pueblo y registrar con la sensibilidad los valores que distinguen a personas, hechos y tradiciones.
Pero ese encargo creador necesita que la crónica sea un tanto revaluada. Puedo asegurar en mi nombre, quizás también de mis colegas en el Jurado, que por lo común los ciento y tantos textos que leímos cumplían un mínimo de calidad formal. Y algunos respondían al concepto de crónica vigente en Cuba: el mismo que nos legaron los modernistas desde Martí, y Casal, y luego, en las primeras tres décadas del siglo XX, Miguel Ángel de la Torre, Miguel Ángel Limia, Armando Leyva, Ruy de Lugo-Viñas, Rubén Martínez Villena, Jorge Mañach, Raúl Roa, y otros. La crónica, dicho en síntesis definidora, es como una visión amable de la gente y las cosas; un acercamiento desde la emoción, la subjetividad, el lirismo. Una anécdota puede ser solo una anécdota: un breve documento narrativo parecido al cuento. Pero será crónica si la historia viene envuelta en los papeles de seda de la sentimentalidad del cronista. José Antonio Benítez, un maestro del periodismo, escribió: el autor de reportajes -y también el novelista y el cuentista- encuentran su materia prima fuera de sí mismos; el cronista, en cambio, dentro de sí. Con lo cual quiso decir, que la crónica precocina las historias con el caldo de la subjetivad. Y si leemos a Núñez con detenimiento, apreciaremos que esas anécdotas que nos obligaban a la risa o la sonrisa venían maceradas en el nostálgico discurrir de un poeta en prosa.
Lo dicho puede ser verdad. Pero solo una verdad. Cuanto queda por saber y precisar se lo encomiendo a la creatividad de cuantos leyeron y quisieron a Enrique Núñez Rodríguez y sienten las urgencias de echar una flor a su recuerdo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ni ud. mismo se lo cree

José Luis del Rosario dijo...

Concuerdo plenamente con usted, Sexto. Creo que nadie como Núñez Rodríguez supo «pintar» con su prosa sana y picaresca algunos de los sucesos más sui generis de nuestra sociedad. Todos esperábamos como un regalo su habitual columna. Es una pena que la enfermedad lo haya arrancado tan de súbito de entre quienes admirábamos (y admiramos aún)su obra. Como santaclareño, me siento honrado de haber sido coprovinciano de tan ilustre quemadense.