martes, 8 de septiembre de 2009

LA EDAD DE LA ROBÓTICA


Por Luis Sexto

A la humildad se le puede simbolizar con el signo de la señal de tránsito que advierte: por aquí no se pasa. Tanto se le teme que muy pocos hoy aceptan asumir el crédito bochornoso de ser humildes, salvo en las autobiografías que nos exigen para aspirar a un carné en ciertos partidos u organizaciones de izquierda, o para optar por un premio: “Nací en el seno de un hogar humilde”… Nos enaltece haber nacido humilde, en casa pobre y honrada, pero no ser humilde, porque entonces la relación es diversa, casi opuesta. El diccionario carga con un volumen de responsabilidad en esa fobia. Entre las tres o cuatro acepciones de humildad, la mayoría nos fijamos en la última: esa que nos remite a sumisión, rendimiento.

Nadie, pues, opta por la sumisión, la servidumbre y, por tanto, la humildad viene siendo una virtud maldita, bíblica, propia de “cerebros religiosos”. Yo, como me es habitual, pienso en contra de todo aquello que no tenga en cuenta las insuficiencias y las tendencias naturales de los hombres. No creo en la superioridad innata del ser humano. Sí acepto su facultad de mejorar partiendo “humildemente” de su falible condición. En este análisis la humildad se asienta como un trampolín: el de la admitir humildemente que humilde proviene de humus, en latín, y que humus es tierra, barro por extensión. Es eso, pues: reconocer nuestra poquedad, como garantía para crecer y afianzarnos.

En lo individual, de ¡cuántos disparates e injusticias nos preserva la humildad! A la inversa, no ser humilde puede implicar la altanería, la soberbia, que no significan rebeldía. Preguntémosle a la vida del Che Guevara, y nos dirá que él, hombre de combate, acostumbrado a las balas, en la guerra, según confesó en una entrevista, “tuvo miedo, mucho miedo”. Y ahí está de cuerpo entero un rebelde paradigmático atrincherado en la conciencia de su debilidad humana, para ser fuerte y, siéndolo, comprender y respetar a las personas. Y ese, pues, es el mérito. Nacer valiente no exige nada extraordinario, solo seguir el llamado de la sangre.

He querido dejar esas ideas claras. Teorías revolucionarias aparte, sociología aparte, estoy entre los que estiman que el planeta se disuelve en el caos por falta de humildad, de claridad acerca de los valores y desvalores ingénitos de nuestra especie. Todo lo que tiene fin es breve, ha dicho un poeta. Y me parece también razonable que, además de breve, sea imperfecto. Nuestra especie carece de humildad. Nos hemos creído la historia del rey de la creación, el animal superior. Y las evidencias atestiguan que creerla resultad válido: ¿Quién como nosotros? Pero esa disposición natural tiene que afincarse en la convicción de que es una superioridad latente, parcial, signada por la muerte –supremo símbolo de la fragilidad- de los individuos y, quizás, algún día, por efecto de la misma soberbia a la que el Hombre apuesta sus ilusiones, estará marcada por la probable desaparición de la especie. Admito el papel de los intereses, la función de la lucha de clases, la influencia de la cultura en la sociedad humana. Pero ya he aclarado que hablo desde la ética. Y si cultura y ética no se benefician mutuamente, una y otra se desacreditan. Lo dijo Maurice Blondel (1861-1949): “No tratemos al embrión que somos como si fuese un ser acabado”. Ahí están la ética y la cultura estableciendo el punto de partida del desarrollo humano.
Quizás solo estoy enumerando equívocos, aunque la subjetividad posee sus derechos. Bajemos, pues, al polvo. Desde hace más de un siglo –el último y cuanto va del actual-, la Tierra vive una posguerra permanente. Porque la Historia ha decursado en guerras y entre guerras. De muchas de ellas, los Estados Unidos de Norteamérica son culpables por acción u omisión. ¿Hace falta nombrarlas? La hispano-cubana-americana, la primera guerra neocolonial, imperialista. Y siguen, entre otras: Corea, Viet Nam, Irak, Irak otra vez, Afganistán… Guerras y posguerras, espacios iguales porque cuando una termina empiezan a gestar la otra. ¿No pasa ahora con Irán? ¿Cuando Irak dejará de ser la “guerra” para convertirse en la “posguerra” de la de Irán? Irak, en su turno, ha modificado parte de la teoría de la guerra y ha confirmado un principio estratégico recordado hace unos años por Fidel Castro: Se puede ocupar un país, pero es casi imposible gobernarlo ocupado. Y por parte del agresor, ya se observa nítidamente que una guerra puede ser la posguerra de la que la antecedió. Ese es un aporte imperial.

Los Estados Unidos defienden sus intereses hegemónicos: el petróleo aquí, su presencia allá, el control acullá. Pero éticamente hablando, los Estados Unidos pecan de soberbia. La humildad se les ha escurrido entre la casaca de la arrogancia. ¿Quién como nosotros?, pregonan alzando la espada de fuego del Ángel soberbio. Y donde los demás no pueden, porque ellos lo prescriben, los Estados Unidos sí pueden. Y si con ellos hay que ir a la mesa redonda de la discusión, el mueble no será un círculo sino un rectángulo, y habrá que discutir lo que ellos quieran. Y si te rebelas, te clavan en la cruz roja de los proscritos. Pregúntenle a Cuba.

Por ello, los Estados Unidos necesitan del miedo para mantener su coherencia interna. Su pueblo, que el monje y escritor norteamericano Thomas Merton tachó de inmaduro, se mueve por el miedo. De qué otro recurso se sirvió la administración de W. Bush para ganar tanto espacio represor de las libertades clásicas en los Estados Unidos. El “Acta patriótica” fue posible gracias al miedo. Y el miedo tiene una de sus raíces en la prepotencia. Tenemos miedo –dicta la psicología social más común en Norteamérica, condicionada por los medios- porque somos los más poderosos, los líderes del mundo: los pueblos inferiores nos envidian y por tanto todo misil que pulverice una casa o una fábrica, todo tanque que aplasté la cabeza de un niño, en el Tercer Mundo, será siempre un acto de defensa. Un remedio contra nuestro miedo. Esa es, como mínimo, la forma con que se enmascaran los intereses imperiales de hegemonismo. Subjetividad, ética, cultura y economía se interconectan y se influyen.

En el siglo XIX, un norteamericano llegó a las profundidades de la filosofía meditando sobre la naturaleza. Uno de sus primeros poemas publicados se titulaba “Simpatía”, y su doctrina política principal se llamó “resistencia pasiva”, la acción desde la humildad. Henry David Thoreau fue el precursor de Gandhi. Y cuánto de Thoreau necesita Norteamérica, sobre todo los que la gobiernan.

Posiblemente muchos sostengan la tesis de que lo subjetivo empieza y termina en el individuo. Y, por tanto, sepa, señor periodista ingenuo, que la sociedad, las masas, las clases, la especie son categorías objetivas a salvo de análisis idealistas. No me extrañaría, pues, que sigamos tratando como un ser definitivamente completo a “el embrión que somos”. Y que pronto la robótica, esa ciencia de la superioridad, comience a auscultarnos para ver si alguno de nuestros “chips” se quemó o si necesitamos un nuevo software…

3 comentarios:

Eduardo Contreras dijo...

¡QUE GRAN ARTICULO! PRECLARO EN TODAS SUS LINEAS .Una muestra más de lo potente de la intelectualidad cubana y su visión trascendente.

¿VIVA LA REVOLUCION! ¡VIVAN FIDEL RAUL Y EL CHE!

Un abrazo desde Chile.

Unknown dijo...

Que pena Luis, oia tu programa en Cuba "Hablando claro" diariamente, parece que nadie te lee, solo este periodista chileno con cerebro transplantado en el "Hnos. Amejeiras", o es que haces como Ninoska Perez, que solo deja entrar en su programa al que piensa como ella?.
No soy un intelectual, pero creo que no resistirias un debate serio de tus articulos, sin ofensas, ni insultos como adviertes en tu aviso.Es muy raro que tengas 0 comentarios en muchos articulos, de todas formas te felicito por tu blog, y espero que algun dia sea mas abierto.
saludos

Ken dijo...

¿Podemos derribar las paredes que nos separan?
¿Podemos cambiar los soldados en pacificadores?
¿Podemos aprender el uno del otro, sin importar quienes somos?
¿Pueden nacer iguales el hombre y la mujer?
¿Podemos oír al mundo muriendose?
¿Podemos dejar de destruir la vida?
¿Podemos prometer a nuestros niños, no solamente que mañana será mas brillante, sino hoy?
¿Puede el amor ser el arma más poderoso del mundo?
Dondequiera que estemos, sea lo que sea nuestro punto de vista,
¿Podemos olvidar lo que nos divide y descubrir lo que nos une?
(traducción de un anuncio de QTel)