La crónica de las revoluciones nos facilita una conclusión: casi todas han sido hábiles al conquistar el poder, pero menos hábiles al defenderlo. Pocas han perdurado sin que la restauración del “viejo régimen” haya dado una vuelta a ese ciclo que llamamos, en una imagen cómoda, “la rueda de la historia”.
Juzgar desde el presente el pasado es comúnmente fácil, opondrá alguno a mi afirmación. Pero el análisis de los hechos pasados se hace no solo para justificar las acciones de cuantos nos precedieron, sino para aprender de aquello que, aunque pueda ser explicable racionalmente, nos trasmite una especie de aviso: obrando igual podrás llegar al mismo fin, aunque sean distintas las circunstancias. Qué nos enseña, por ejemplo, el fracaso de la Revolución de Octubre, después de que el mundo que ella había generado y en apariencias consolidado hizo implosión en 1990. Primeramente, ese trágico episodio de fines del siglo XX confirma mi aserto inicial: fue muy capaz para destronar al zar y su tinglado de opresión medieval; incluso, se defendió con armas triunfales de la invasión hitleriana, pero no pudo impedir que todas sus conquistas se extraviaran en un camino de retorno. Lo que parecía imbatible, cayó; lo que reputamos de eterno, feneció.
La disolución de la Unión Soviética, el País de los Soviet, el primer país socialista de La Tierra, como llamábamos al vasto conglomerado de repúblicas socialistas surgidas a partir de Octubre de 1917 –según el calendario Juliano-, ha dejado numerosas experiencias para las revoluciones que aspiren, en el siglo XXI, a permanecer como génesis de cambios irreversibles. El tema, claro, resulta excesivo para un análisis periodístico. Pero como sólo escribo a título de periodista, con ese derecho abordo lo que, me parece, todavía no ha encontrado una juicio equilibrado y definitivo. Tal vez, deban pasar cien años para hallar el justo medio en nuestra evaluación. Por ahora, me parece que una verdad, entre muchas, asoma como la punta de un volcán desde lejos: la voluntad política de hacer la revolución necesita de la voluntad política de hacerla perdurar. ¿Y quién no tiene esa intención? No niego que la voluntad de existir perennemente anima a los revolucionarios. Sucede, sin embargo, que la voluntad política de permanecer exige vivir en dialéctica, en actuar utilizando el sí y el no, en un careo creador que evite el anquilosamiento, la rigidez de las estructuras.
En la URSS predominó un apego inflexible a los llamados principios. Nadie en 1917, ni antes, ni después, ha sabido con certeza –Fidel Castro lo ha reconocido- cómo se levanta el socialismo sobre las ruinas del capitalismo o las supervivencias de la Edad Media. Los bolcheviques creyeron haber hallado una ruta. Más tarde, Lenin se percató, al parecer, que no conducía a ningún sitio seguro, y comenzó a tantear. Para mí, la NEP fue eso: un tanteo que se frustró con la muerte del líder de Octubre y la vuelta a las posiciones originales que Stalin impuso: la propiedad estatal como ficción de la propiedad socialista. Lenin tenía razón: una sociedad, como una casa, no empieza a edificarse por el techo: se precisa fraguar los cimientos y eso no es cosa de poco tiempo, ni de pocas y primarias conquistas. Con ese modelo basado en el control de la burocracia estatal, un país tan dotado de bienes naturales solo pudo alcanzar unas ocho décadas de existencia. Y sin plenitud. Sí; desarrollo en un sector y subdesarrollo en otro. No olvido cuando, en 1988, visité la región siberiana de Sukpay, donde leñadores cubanos trabajan la madera que el gobierno soviético le concedía a Cuba, y supe que los médicos del contingente tenían que asistir, sobre todo los estomatólogos, a escolares que con su dentadura podrida acusaban la falta de ese servicio 70 años después de la Revolución.
Fue políticamente erróneo adoptar con rigidez principios a los que los fundadores del Marxismo solo calificaron de “guía para la acción”. Los principios no pueden estar separados de los fines. Si en la esfera personal el sacrificio de un hombre a sus normas puede resultar admirable, en los procesos sociales la inmolación como destino, no como accidente parcial, logra el valor del fracaso. Porque habría que preguntarse: ¿Para qué edificamos el socialismo? ¿Para acatar principios o para, mediante principios, alcanzar los fines del desarrollo, la libertad y el bienestar humano dentro de reglas de equidad, igualdad, justicia? Habrá, pues, que aceptar que los mejores principios son los que más cabalmente cumplen sus fines de transformar la vida. Socialismo que pretenda la igualdad sobre la pobreza y las restricciones, no puede llamarse así. Con lo cual uno va aceptando que más que las filosofías, los revolucionarios han de tener a la vista las tendencias de la naturaleza humana. A veces se legisla y se teoriza contra ella. Inútilmente. Porque las necesidades de nuestra especie no toleran barreras: cumplida la norma cuantitativa, las demuelen o saltan sobre ellas.
Queremos, en efecto, transformar al hombre viejo: delinear y sustanciar al nuevo. Pero no parece plausible que en sociedades con esquemas económicos incapaces de producir riquezas y que más que con soluciones, respondan con sueños “a las necesidades siempre crecientes” de las personas, pueda surgir un hombre distinto. ¿Cuánto de lo viejo no desempolvan la pobreza y las carencias en la conciencia humana?
Vivir en dialéctica -ese gobernar previendo, según José Martí, ese obrar al tanto de lo que empieza a ser inservible para sustituirlo por una réplica creadora- resulta trabajoso. No creo que aquel ensayo del español Mira y López sobre “la psicología del revolucionario” haya perdido su vigencia. Uno ha lamentado que los revolucionarios de ayer, los hábiles, los dispuestos a destruir el viejo régimen, se hayan convertido en conservadores de su obra, conservadores renuentes a aplicar la dialéctica, ley y método que, por otra lado, pululan en sus referencias. Ese tipo de revolucionario encorsetado por la burocracia, que ha trenzado sus intereses personales con su posición en el esquema del nuevo poder, suele sustituir la visión crítica de la realidad con la autocomplacencia; la actividad política con la retórica.
Espero que nadie confunda que en estas notas abogo por los principios generales -claros, precisos y posibles- que informen la acción revolucionaria para tomar el poder, pero sobre todo, apoyo la actitud de mantenerlos siempre en posibilidad de cambiar, que no equivale a desfigurarlos, sino a adaptarlos. Mayor que el riesgo de cambiar, de responder a las urgencias de la vida modificando enfoques y tácticas, es el de no cambiar. Porque si los principios se revisten de blindaje excluyendo lo que un ideólogo cubano, muy inteligente, llama “tesis que los adecuan”, obtendremos quizás la certeza próxima de oxidarlos entre los hierros que estimamos su salvaguarda.
La historia de las revoluciones sigue dictando su cátedra de experiencia. De sentido práctico. Vivir o no vivir en dialéctica, esa es la cuestión.
Juzgar desde el presente el pasado es comúnmente fácil, opondrá alguno a mi afirmación. Pero el análisis de los hechos pasados se hace no solo para justificar las acciones de cuantos nos precedieron, sino para aprender de aquello que, aunque pueda ser explicable racionalmente, nos trasmite una especie de aviso: obrando igual podrás llegar al mismo fin, aunque sean distintas las circunstancias. Qué nos enseña, por ejemplo, el fracaso de la Revolución de Octubre, después de que el mundo que ella había generado y en apariencias consolidado hizo implosión en 1990. Primeramente, ese trágico episodio de fines del siglo XX confirma mi aserto inicial: fue muy capaz para destronar al zar y su tinglado de opresión medieval; incluso, se defendió con armas triunfales de la invasión hitleriana, pero no pudo impedir que todas sus conquistas se extraviaran en un camino de retorno. Lo que parecía imbatible, cayó; lo que reputamos de eterno, feneció.
La disolución de la Unión Soviética, el País de los Soviet, el primer país socialista de La Tierra, como llamábamos al vasto conglomerado de repúblicas socialistas surgidas a partir de Octubre de 1917 –según el calendario Juliano-, ha dejado numerosas experiencias para las revoluciones que aspiren, en el siglo XXI, a permanecer como génesis de cambios irreversibles. El tema, claro, resulta excesivo para un análisis periodístico. Pero como sólo escribo a título de periodista, con ese derecho abordo lo que, me parece, todavía no ha encontrado una juicio equilibrado y definitivo. Tal vez, deban pasar cien años para hallar el justo medio en nuestra evaluación. Por ahora, me parece que una verdad, entre muchas, asoma como la punta de un volcán desde lejos: la voluntad política de hacer la revolución necesita de la voluntad política de hacerla perdurar. ¿Y quién no tiene esa intención? No niego que la voluntad de existir perennemente anima a los revolucionarios. Sucede, sin embargo, que la voluntad política de permanecer exige vivir en dialéctica, en actuar utilizando el sí y el no, en un careo creador que evite el anquilosamiento, la rigidez de las estructuras.
En la URSS predominó un apego inflexible a los llamados principios. Nadie en 1917, ni antes, ni después, ha sabido con certeza –Fidel Castro lo ha reconocido- cómo se levanta el socialismo sobre las ruinas del capitalismo o las supervivencias de la Edad Media. Los bolcheviques creyeron haber hallado una ruta. Más tarde, Lenin se percató, al parecer, que no conducía a ningún sitio seguro, y comenzó a tantear. Para mí, la NEP fue eso: un tanteo que se frustró con la muerte del líder de Octubre y la vuelta a las posiciones originales que Stalin impuso: la propiedad estatal como ficción de la propiedad socialista. Lenin tenía razón: una sociedad, como una casa, no empieza a edificarse por el techo: se precisa fraguar los cimientos y eso no es cosa de poco tiempo, ni de pocas y primarias conquistas. Con ese modelo basado en el control de la burocracia estatal, un país tan dotado de bienes naturales solo pudo alcanzar unas ocho décadas de existencia. Y sin plenitud. Sí; desarrollo en un sector y subdesarrollo en otro. No olvido cuando, en 1988, visité la región siberiana de Sukpay, donde leñadores cubanos trabajan la madera que el gobierno soviético le concedía a Cuba, y supe que los médicos del contingente tenían que asistir, sobre todo los estomatólogos, a escolares que con su dentadura podrida acusaban la falta de ese servicio 70 años después de la Revolución.
Fue políticamente erróneo adoptar con rigidez principios a los que los fundadores del Marxismo solo calificaron de “guía para la acción”. Los principios no pueden estar separados de los fines. Si en la esfera personal el sacrificio de un hombre a sus normas puede resultar admirable, en los procesos sociales la inmolación como destino, no como accidente parcial, logra el valor del fracaso. Porque habría que preguntarse: ¿Para qué edificamos el socialismo? ¿Para acatar principios o para, mediante principios, alcanzar los fines del desarrollo, la libertad y el bienestar humano dentro de reglas de equidad, igualdad, justicia? Habrá, pues, que aceptar que los mejores principios son los que más cabalmente cumplen sus fines de transformar la vida. Socialismo que pretenda la igualdad sobre la pobreza y las restricciones, no puede llamarse así. Con lo cual uno va aceptando que más que las filosofías, los revolucionarios han de tener a la vista las tendencias de la naturaleza humana. A veces se legisla y se teoriza contra ella. Inútilmente. Porque las necesidades de nuestra especie no toleran barreras: cumplida la norma cuantitativa, las demuelen o saltan sobre ellas.
Queremos, en efecto, transformar al hombre viejo: delinear y sustanciar al nuevo. Pero no parece plausible que en sociedades con esquemas económicos incapaces de producir riquezas y que más que con soluciones, respondan con sueños “a las necesidades siempre crecientes” de las personas, pueda surgir un hombre distinto. ¿Cuánto de lo viejo no desempolvan la pobreza y las carencias en la conciencia humana?
Vivir en dialéctica -ese gobernar previendo, según José Martí, ese obrar al tanto de lo que empieza a ser inservible para sustituirlo por una réplica creadora- resulta trabajoso. No creo que aquel ensayo del español Mira y López sobre “la psicología del revolucionario” haya perdido su vigencia. Uno ha lamentado que los revolucionarios de ayer, los hábiles, los dispuestos a destruir el viejo régimen, se hayan convertido en conservadores de su obra, conservadores renuentes a aplicar la dialéctica, ley y método que, por otra lado, pululan en sus referencias. Ese tipo de revolucionario encorsetado por la burocracia, que ha trenzado sus intereses personales con su posición en el esquema del nuevo poder, suele sustituir la visión crítica de la realidad con la autocomplacencia; la actividad política con la retórica.
Espero que nadie confunda que en estas notas abogo por los principios generales -claros, precisos y posibles- que informen la acción revolucionaria para tomar el poder, pero sobre todo, apoyo la actitud de mantenerlos siempre en posibilidad de cambiar, que no equivale a desfigurarlos, sino a adaptarlos. Mayor que el riesgo de cambiar, de responder a las urgencias de la vida modificando enfoques y tácticas, es el de no cambiar. Porque si los principios se revisten de blindaje excluyendo lo que un ideólogo cubano, muy inteligente, llama “tesis que los adecuan”, obtendremos quizás la certeza próxima de oxidarlos entre los hierros que estimamos su salvaguarda.
La historia de las revoluciones sigue dictando su cátedra de experiencia. De sentido práctico. Vivir o no vivir en dialéctica, esa es la cuestión.
6 comentarios:
Luis, perdóneme si soy un tanto majadero, en mi opinión no es dialéctica o no el dilema, el dilema es socialismo o no.
Siendo el socialismo un proceso de transformaciones sociales que permita “crear” al hombre nuevo – un ser honesto, con visión social, comprometido con la humanidad toda – y por ende transformar al mundo hacia un “mejor lugar donde vivir”, me llama la atención que los discursos “revolucionarios” apunten entonces al proceso y no a la meta u objetivo. La revolución cubana debería – en mi opinión – cuestionarse si, para lograr el objetivo – de un hombre, sociedad y mundo mejor – es el camino socialista el medio, debería también evitar las frases cliché del tipo “… aquí no se rinde nadie …”, sobretodo porque otros más sesudos – y me refiero a Capablanca – preferían en ocasiones los grandes sacrificios (de una dama o posición) y varios pasos para atrás para lograr la meta (ganar el partido).
Viendo las sociedades – desde mi muy limitada visión (aclaro) – y como estas han ido evolucionando, me llama la atención que, en el mayor de los casos, son los países menos socialistas los que más se han acercado al “hombre nuevo”. Dese cuenta que en Cuba revolucionaría aún el parámetro de comparación social es el 1959 (Hace 50 años).
BUENO, CREO QUE EN ESTE TRABAJO LUIS HA FILOSOFADO BASTANTE; CREO QUE LA CONSTRUCCION DEL SOCIALISMO TIENE SUS MATICES Y CARACTERISITCAS PROPIAS DE CADA PAIS; EL PROPIO FIDEL LO HA SEÑALADO, QUE ALGUNA VEZ CREIMOS CÓMO SE HACIA EL SOCIALISMO.
DE ESTE TEMA SE HAN EFECTUADO HASTA EVENTOS CIENTIFICOS; NO COINCIDO EN QUE LOS PAISES MENOS SOCIALISTAS SE HAN ACERCADO MAS AL HOMBRE NUEVO; EL CAPITALISMO, DONDE LO QUE IMPERA ES EL INDIVIDUO POR ENCIMA DE LA SOCIEDAD, MAS OTRAS COSAS? (Y NO HAY QUIEN ME HAGA UN CUENTO PORQUE AHORA VIVO EN UN PAIS CAPITALISTA PERO REGRESO EN UN TIEMPO A CUBA).
AH, SI CREO QUE DEBEMOS TRABAJAR DURO PARA FORMAR AL HOMBRE NUEVO EN CUBA Y PARA SEGUIR DEFENDIENDONOS CON LAS ARMAS IDEOLOGICAS NECESARIAS, NO DESANIMANDONOS ANTE DIFICULTADES ECONOMICAS Y GUERRAS SUCIAS; SIEMPRE HAN EXISITDO CONTRATIEMPOS EN NUESTRA HISTORIA PERO HA EXISITDO TAMBIEN INTELIGENCIAS Y VOLUNTADES PARA VENCERLOS.
GRACIAS LUIS POR TU TRABAJO.
Bueno, cada pueblo vive su propia historia, quizás los cubanos nos merecemos nuestra historia y pesares, quizás nos merecemos esos discursos cliché...
SIEMPRE HAN EXISITDO CONTRATIEMPOS EN NUESTRA HISTORIA PERO HA EXISITDO TAMBIEN INTELIGENCIAS Y VOLUNTADES PARA VENCERLOS
Solo me cabe la pequeña duda en relación a ¿Qué es lo que se ha vencido? ¿En que momento convertimos el destino de un país en una guerra? ¿Cuál es el enemigo sino nosotros mismos? ¿Qué hemos ganado? ¿A quien?
Aún me parece necesario cuestionarse ¿Cuál es el fin de los esfuerzos revolucionarios? ¿Cuál es la meta / objetivo? Y entonces preguntarse si el camino elegido es el camino correcto. Asumir de per que se está en la senda correcta sin pararse a reflexionar quizás sea una postura muy revolucionaria, pero me parece poco sana.
Insisto, quizás nos merecemos nuestra historia, nuestra realidad.
Amigo y compañero Luis Sexto, permítame y/o perdóneme que me refiera a usted con tanta libertad y familiaridad. Un día leí de alguien famoso cuyo nombre no recuerdo, cosa frecuente en mí, que el éxito de un gobernante, en nuestro caso puede ser extendido a Ideología, se media por el grado de felicidad que le diera a sus gobernados. Es indiscutible ese principio sin duda, porque para eso se hacen y se hizo la revolución, también es el objetivo del socialismo en su construcción y cuando a el llega una sociedad, sino de que hablamos cuando nos referimos a satisfacer las necesidades crecientes de la sociedad, la libertad, la igualdad y solidaridad entre los hombres, la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, el acceso a la cultura, las artes, el deporte etc.etc. En el caso de Cuba hay muchos atenuantes que impidieron lograr avanzar de forma integral y progresiva en su marcha hasta alcanzar estos objetivos en el tiempo, es algo que no se puede negar y exonera en gran medida a nuestros dirigentes, pero margen queda a la falta de dialéctica y pragmatismo, aceptando como forma de sobrevivencia el apego a los principios, y a los dogmas principalmente en el área económico -productiva, lo cual califico como el aspecto mas débil del socialismo en general, incapaz de crear riquezas y satisfacer las necesidades básicas del hombre, también aplicable a la calidad de la producción y los servicios. Sobre la Unión Soviética también tengo una anécdota, visite en septiembre de 1978 cuatro repúblicas, pero el impacto más negativo lo tuve en el aeropuerto de Moscú, baje del avión apresurado, tanto que no recuerdo nada de los tramites de ingreso, y corrí en busca de un baño, el asunto era apremiante, cuando entre un anciano, quizás retirado combatiente de la segunda guerra mundial, cuidaba el baño, pero al entrar a todos los sanitarios fue enorme la deseccion, sino desesperación que sufrí, era imposible hacer en ellos mi imperiosa necesidad, regrese al salón con los erizamientos que el caso provoca, y le dije a mi hermana, aquí ya se callo el socialismo y aun no lo saben, hasta ese momento no había leído nada sobre pronósticos de esa índole, por lo que me gusta pensar que fui el primero que predijo el derrumbe del campo Socialista o de la URSS.
Hoy pienso que las causas de este desastre que daño la multipolaridad, la construcción del socialismo en Cuba, y a todas las fuerzas progresistas en el mundo, no es suficientemente estudiado o se publica poco de ello con espíritu autocritico y critico ya que en nuestra patria aun subsisten muchos de los errores allá cometidos, y aun dudamos o tememos acometer los cambios necesarios, cuando el asunto es precisamente de vivir o no vivir en la dialéctica.
Una vez más, respetado Luis, expresa usted con claridad ideas que, a muchos que amamos con sinceridad nuestro proyecto revolucionario, nos preocupan. A veces percibo que, junto con el cuerpo, les han envejecido las ideas a algunos de nuestros dirigentes y, si bien es cierto que el imperio está ahí, como hace mucho, no solo pendiente de lo que pueda ocurrir en nuestra patria, sino haciendo todo lo posible por frustrar el proceso, también lo es que esa realidad funciona como un perfecto comodín para aquellos que no quieren oír, ni en sueños, la más humilde crítica -especialmente los que, a la sombra del poder, se han hecho de privilegios y prebendas que, nos guste o no, no están al alcance de todos-. A veces me asusta pensar que la inercia patriotera de algunos nos conduzca a un desastre. También es lamentable que palabras honestas y profundamente revolucionarias como las suyas, solo las podamos encontrar aquellos que tenemos la posibilidad de leer un blog en Internet (muy pocos). Gracias por su paciencia. Aunque supongo que su tiempo está bien enmarañado, me gustaría que pudiéramos intercambiar ideas en estos temas que me interesan profundamente. Supongo que mi correo electrónico quede a su disposición junto con este comentario. Una vez más, gracias
Voy a dar mi explicación con las palabras del hombre de la calle, casi obligado porque no alcanzo el nivel intelectual de Luis.
La URSS fracasó porque tuvo como lider, no un revolucionario, mas bien un dictador, que en muchas ocasiones asesino a gente brillante, autenticos revolucionarios y todo para perpetuarse el mismo en el poder. Ricardo.
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