domingo, 4 de octubre de 2009

EL DERECHO DE NO SER POBRES

Por Luis Sexto
¿Cuánto? Esa es la pregunta recurrente, arete labial, que les cuelga a quienes sopesan, miden, estiman la vida en el volumen del bolsillo o la cartera. Son como personajes de Balzac: indiferentes e inescrupulosos. Pero cuidado al hablar del dinero. Verdad que es metáfora del mal. Cumbre de la tentación. Excreta de la noche. Y estiércol del diablo, como lo tildó el ácido Giovanni Papini.
Los sabemos. El dinero financia las elucubraciones armamentistas, sufraga las guerras, paga a la prensa “napoleónica”con la cual, de haberla concebido, el Gran Corzo nunca hubiera perdido la batalla de Waterloo. Pero seamos justos: también impulsa la resistencia, sostiene a las revoluciones. Y opera como medio de relación. Signo de distribución. Todavía la sociedad no le ha hallado sustituto racional, práctico.
La culpa de sus desmanes no le pertenece únicamente. Hay responsabilidad en el que lo asume como espejo y lo pasea por la calle como suma del poder y la vanidad. El dinero es lo que vale, pregonan. Y, por supuesto, nada que no se obtenga con dinero, sirve. Para estos cajeros de la vida cotidiana, por favor, tenga usted la bondad, me podría ayudar, hermano, son fórmulas infantiles. Porque la sociedad, la vida, se entrega a los recios, a los que ponen precio a todo. Incluso a los otros. Y, desde luego, también exhiben su etiqueta de venta. ¿Cuánto me das? ¿Cuánto te doy? Esa es la consigna y su variante recíproca. Y para irse globalizando, incluso, lo mastican en inglés: How much?
Afrontemos una paradoja. Advierto que podrá disgustar, mas la experiencia social certifica que los pobres también necesitan el dinero. Y nosotros, gente que se inclina hacia la izquierda -el lado del corazón- coincidimos en defender el derecho de los pobres. Mas ¿qué derechos? Quizás estoy adentrándome en un asunto de alta o profunda teoría. Tal vez, aburra a los lectores. Es probable que a pocos les interese una reflexión un tanto abstracta. Las ideas, sin embargo, nos sirven como armas concretas. Y todos cuantos hoy pensamos, escribimos, polemizamos sobre un mundo mejor, como suele decirse, hemos de depurar las ideas que escoltan, acorazan nuestra lucha. Cuando pienso en el derecho de los pobres –los últimos, según una terminología reciente-, insisto en precisar a qué derechos nos referimos. Porque el único derecho que yo no les reconozco a los pobres es el derecho de ser pobres, a carecer de los medios que fundamenten una vida decorosa. Y defiendo, por encima de todo, el derecho a dejar de ser pobres, que no equivale a proponer que todos seamos ricos a la usanza clásica: la riqueza como resultado de la injusticia. Y erradicar la injusticia es, precisamente, la tarea de los revolucionarios.
Concuerdo con alzar la pobreza a un balcón de virtud. La pobreza como arte de humildad, antídoto del lujo, vacuna contra la prepotencia y la corrupción, diseño de la solidaridad. Estos valores espirituales o morales componen fines de un programa de mejoramiento personal, que tiende a perfeccionar la sociedad y que no incluye la pobreza como carencia, estrechez, o como dependencia de la dádiva, aunque el regalo provenga del Estado. Las lecciones de la historias están todavía muy cerca. Cierto “socialismo real y fracasado” pretendió hacer las cosas más simples, porque, cuando elegimos desde la pobreza, vestir y calzar y comer se convierten en una operación menos engorrosa, más rápida y barata. Pero también más angustiosa y frustrante. En China, por ejemplo, la pobreza empezó a recular -a pesar de las manchas que aún se dispersan por el enorme país- después de que los comunistas trascendieron el esquema del “socialismo aldeano”, comunal emparejamiento de las personas en las necesidades, los medios para resolverlas y en los resultados del trabajo.
Quién dudará de que el hombre no pueda vivir sin esperanzas. Es una virtud teologal, atributo de la conciencia religiosa. Y es además una virtud humana, natural, social, de este mundo y de hoy y de cualquier tiempo. Todo individuo es sujeto de la esperanza. Y todo régimen social, por tanto, tiene que ofrecer la esperanza como sostén. En el capitalismo una minoría la concreta, y muchos amanecen confiando en que, este día, será el de la fortuna, el del salto de la pobreza al bienestar. Esa actitud marca, orienta, hasta cierto punto, la subjetividad que a veces falta para cambiar las cosas. Es, desde luego, una esperanza engañosa y cruel, expresión de una política impolítica. Pero tan impolítica es la política que niega la esperanza o la aplaza. Un régimen con la esperanza cerrada no sobrevivirá a sus contradicciones.
Hemos de comprender, como “discípulos de la historia”, que los manuales de la experiencia del llamado socialismo real trataban más bien de acomodar la vida que de acomodarse a las normas de la vida. De ahí brota la afirmación de que es necesario inventar, o reinventar, el socialismo. Y así nuestros sueños a favor de los pobres no implican -pues nos opondríamos a las verdades de la realidad- repartir entre todos la pobreza con cuyos valores precarios se amengua también la libertad. No todos pobres, pues. Más bien, habrá que producir y distribuir equitativamente la riqueza. La igualdad ha de concurrir, generalizarse colectivamente en una cita con las oportunidades no igualitaristas de bienestar. Y aunque cualquiera podría argumentar que esta fórmula no rebasa “el derecho burgués”, yo preferiría empezar, continuar y consolidar la revolución mirando las flores que están debajo de mi ventana que añorar las que no se vislumbran en la lejanía.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Luis,

Una persona puede vivir prácticamente sin nada, pero hay algo fundamental que no le puede faltar: Esperanza.

El Comunismo en Europa Oriental colapsó porque el ciudadano medio veía que su vida estaba destinada a convertirse en una lista interminable de privaciones materiales, sin que acabase de llegar el prometido paraíso material del proletariado donde no habría explotación del hombre por el hombre.

En Cuba existe una proporción creciente de la población que está convencida de que con el estatus político actual es imposible que la población cubana se libere de las carencias materiales a las que está sometida. Parece que toda mejora tiene que esperar a que se levante un bloqueo al que no se le ve un final en esta generación.

Esos cubanos, en cuanto vean la mínima esperanza de que el estatus político se pueda modificar, se lanzarán con todas sus fuerzas a luchar por el cambio.

Conviene ir preparando las cosas con mucho diálogo entre toda la familia cubana; no vaya a ser que en la vorágine del cambio inevitable alguna gente resulte lastimada y se pierdan cosas buenas que tiene la revolución.

No sería nada bueno para Cuba que se produjese un cambio a la rumana.

Gabriel

100 % Gusan@ dijo...

Me gustaría hablar sobre el deber de no ser pobres. La obligación de cada uno de romper con el círculo de la pobreza.
Pienso en personas y países.
No se trata de tener o no tener más o menos dinero. Eso siempre termina siendo circunstancial. Hay muchos que han tenido nada-mucho-poco-nada....
Romper con la pobreza es una actitud ante la vida.
Es algo que te determina, te hace pararte de la cama y salir a la calle a vender limonada y hacer que tu limonada sea la mejor del mundo y cambiar la limonada por café cuando viene un aire frío.
Ser pobre también es una actitud ante la vida. Te hace levantarte, mirar el plato vacío y lamentarte de que por culpa del gobierno o de los americanos o del vecino rico no tienes con qué comer, pero eso no te impide tener otro hijo o comprarte un par de cervezas.

Anónimo dijo...

Querido Luis,

Le agradezco mucho que permita la publicación de mis alegatos en su blog.

Entiendo que, en ocasiones, tiene que ser difícil cuadrar la defensa de la revolución, con la lucha por la unidad de la familia cubana, que tan importante es recomponer.

Gabriel

Anónimo dijo...

Yo he nacido en el Tercer Mundo y he observado a lo largo de medio siglo como mi país se levantaba hasta convertirse en uno de los más próperos del mundo. Hablo de España. Viví la post-guerra, cuando la gente pasaba hambre. Recuerdo que en el invierno en el colegio teníamos que frotar los bolígrafos porque dejaban de funcionar por el frío. No había dinero para calefacción. Había gente descalza por las calles. Algunas personas recogían colillas por las calles para reunir suficiente tabaco para fumar. Era una pobreza extrema.

Prácticamente de la nada, después de una Guerra Civil que lo arrasó todo y provocó un millón de muertos, el país fué avanzando, y ahora hemos alcanzado unos niveles de prosperidad que jamás habíamos soñado.

Entonces viene la gran pregunta ¿por qué hay pobreza?

No creo que los ricos tengan la culpa de que existan pobres. Eso sería tanto como decir que la gente alta tiene la culpa de que exista gente baja. El simple reparto de la riqueza no resuelve el problema de la pobreza. El traslado de renta de los ricos a los pobres produce un efecto inmediato pero engañoso, porque no es duradero. Si no se crea riqueza, se acaba consumiendo la riqueza que tenían los ricos y después no queda nada.

Cuba nos ofrece un magnífico ejemplo para ilustar ese punto. En los primeros años de la revolución se confiscaron las casas de los ricos, que en gran medida huyeron al extranjero. Eso debío de haber producido un efecto inmediato y perceptible en la calidad de las viviendas de los pobres. Sin embargo, al no renovarse el parque de vivienda el efecto rápidamente desapareció y ahora los cubanos sufren unas carencias habitacionales extremas. Se consumió la riqueza que se le quitó a los ricos, y no se creó riqueza nueva.

Todo esto nos enseña que, a la larga, inevitablemente, la única manera de alcanzar la prosperidad es creando riqueza. Por que la riqueza no es constante. Crece cuando la creamos y desaparece cuando la destruímos.

Para que el pobre se haga rico, simplemente tenemos que darle libertad. Entonces el pobre buscará donde y como generar riqueza. Eso lo vemos todos los días con los millones de trabajadores que se desplazan —cuando los gobiernos les dejan— a los lugares donde les dan los mayores salarios.

Gabriel

tato dijo...

Sr Sixto---no veo otra forma de acabar con la pobreza que creando riquezas...(y eso creo que va en contra de los principios de la revolucion pues a todo el qu quiere levantar cabeza se la cortan).....(solo basta mirar quienes son los unicos que viven como ricos alla).....
otra cosa porque hay que reinventar algo que se ha probado dentro y fuera de la isla que ha sido un rotundo fracaso???....el sueno de la razon porduce monstruos...medio siglo de experimentos creo que son suficiente
un abrazo

La Mano Amiga Internacional Inc dijo...

Toda esperanza es factible si es racional y se concibe como una necesidad del ser.Pero esta esperanza puede ser impedida en los individuos, cuando todo lo han recibido de cualquier ente paternalista que le toma su iniciativa creadora.
El mejoramiento humano se ha de dar en tesitura de una esperanzas propia no adjetivizada y despoeseida de compromisos ideologicamente impuestos.
El ser humano tiene en si y de por si toda la potencialidad necesaria para salir hacia adelante en todo lo que espera como realizacion válida para su plena identificacion personal dentro de la sociedad.
Creo que es posible bajo esta consideracion,cambios sustacniales,dentro de la unidad y la soberania,que coadyuven al logro de la esperanza realizada para el bien integral del individúo,

Rev Leonides Penton Amador