Por Luis Sexto
El jaikú, miniatura literaria japonesa, parece extender su influencia entre los poetas de Europa y América. Richard Wright, norteamericano conocido por ese libro conmovedor titulado Soy negro, llegó a escribir dos mil jaikús; fue su pasatiempo en los últimos días de su vida de 50 años. Y recogió poco más de 800 en su libro Haikú. This Other Wold, que la editorial cubana de Arte y Literatura publicó, en 2007, en una edición bilingüe con título traducido literalmente del original.
Wright tiene razón: el jaikú compone otro mundo; el mundo de lo pequeño, lo condensado, lo esencial. En muchos, el autor de Los hijos del Tío Tom logró captar un matiz sugerente de cuanto subyace en una fugaz visión del paisaje o del movimiento de las estaciones climáticas o del quehacer cotidiano de los seres humanos. En el número 148 de su libro, Wright escribe: “Como la muerte es, / Bajo un buitre que ronda, /La aldea en otoño.” En el original inglés dice: “As still as death is, / Under a circling buzzard, / An autumn village.”
El jaikú ha venido a ser la antítesis de los grandes poemas de la literatura occidental, epopeyas clásicas como La Iliada, La Odisea, Jerusalén liberada, El paraíso perdido, La Divina comedia. Y contemporáneamente algunos poemas de Pablo Neruda, por citar a un autor.
En tanta extensión, la poesía no parece concentrarse, sino dispersarse en una escala de infinitos versos. En Japón la miniatura es un arte dilecto. El jaikú significa en la poesía lo que el bonsái en la floresta: un árbol de proporciones enanas. Es decir, concentra un instante, una impresión en tres versos, según la preceptiva japonesa: el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco. Semeja un epigrama, un refrán por su capacidad de sintetizar y sugerir. Para cualquier poeta esta estrofa es un desafío de ingenio y síntesis. Ningún verso puede faltar, ni sobrar. Basho, a quien estiman como el más alto poeta de Japón, dijo que el jaikú es lo que está sucediendo en este lugar en este momento. Basho lo ejemplifica: “Un viejo estanque, / Se zambulle una rana: / Ruido del agua.” Este también con su firma: “A la intemperie, / Se va infiltrando el viento/ Hasta mi alma.”
Varios poetas cubanos también acometen esta forma grácil y estrecha para enjaular una sensación en sus líneas básicas. Ediciones Matanzas publicó hace poco La desnudez del Ángel, de José Manuel Espino, nacido en la ciduad de Colón en 1966, y cuya maestría en el jaikú lo convierten en una voz lírica muy dúctil. Entre los cientos de este libro elijo leer, por ejemplo: “Mueren las playas/ En los vidriosos ojos/ De sus ahogados”. O esta otra cápsula de un momento único: “Tanta dulzura/ Comiéndose en mis labios/ Como ciruelas. Para concluir este breve acercamiento, este otro jaikú en el que Espino se empina hacia la sutileza conceptual: “Hombre sin brújula/ Ignoras que comienza/ En ti la patria.” Como se aprecia, Espino, más que la tradición clásica del tema –la naturaleza y sus estaciones- práctica la tendencia popular de partir ingeniosamente de la impresión sobre cualquier hecho o idea..
Y cómo habrán de leerse esta monótona aglomeración de estrofas tan breves, como cortos sus versos, que parecen relampaguear. Este comentarista los lee despaciosamente, uno ahora y el siguiente más tarde, como si fueren una lectura espiritual durante la cual uno ha de detenerse para meditar o asimilar una verdad o una imagen.
El jaikú es breve, pero su lectura larga.
El jaikú, miniatura literaria japonesa, parece extender su influencia entre los poetas de Europa y América. Richard Wright, norteamericano conocido por ese libro conmovedor titulado Soy negro, llegó a escribir dos mil jaikús; fue su pasatiempo en los últimos días de su vida de 50 años. Y recogió poco más de 800 en su libro Haikú. This Other Wold, que la editorial cubana de Arte y Literatura publicó, en 2007, en una edición bilingüe con título traducido literalmente del original.
Wright tiene razón: el jaikú compone otro mundo; el mundo de lo pequeño, lo condensado, lo esencial. En muchos, el autor de Los hijos del Tío Tom logró captar un matiz sugerente de cuanto subyace en una fugaz visión del paisaje o del movimiento de las estaciones climáticas o del quehacer cotidiano de los seres humanos. En el número 148 de su libro, Wright escribe: “Como la muerte es, / Bajo un buitre que ronda, /La aldea en otoño.” En el original inglés dice: “As still as death is, / Under a circling buzzard, / An autumn village.”
El jaikú ha venido a ser la antítesis de los grandes poemas de la literatura occidental, epopeyas clásicas como La Iliada, La Odisea, Jerusalén liberada, El paraíso perdido, La Divina comedia. Y contemporáneamente algunos poemas de Pablo Neruda, por citar a un autor.
En tanta extensión, la poesía no parece concentrarse, sino dispersarse en una escala de infinitos versos. En Japón la miniatura es un arte dilecto. El jaikú significa en la poesía lo que el bonsái en la floresta: un árbol de proporciones enanas. Es decir, concentra un instante, una impresión en tres versos, según la preceptiva japonesa: el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco. Semeja un epigrama, un refrán por su capacidad de sintetizar y sugerir. Para cualquier poeta esta estrofa es un desafío de ingenio y síntesis. Ningún verso puede faltar, ni sobrar. Basho, a quien estiman como el más alto poeta de Japón, dijo que el jaikú es lo que está sucediendo en este lugar en este momento. Basho lo ejemplifica: “Un viejo estanque, / Se zambulle una rana: / Ruido del agua.” Este también con su firma: “A la intemperie, / Se va infiltrando el viento/ Hasta mi alma.”
Varios poetas cubanos también acometen esta forma grácil y estrecha para enjaular una sensación en sus líneas básicas. Ediciones Matanzas publicó hace poco La desnudez del Ángel, de José Manuel Espino, nacido en la ciduad de Colón en 1966, y cuya maestría en el jaikú lo convierten en una voz lírica muy dúctil. Entre los cientos de este libro elijo leer, por ejemplo: “Mueren las playas/ En los vidriosos ojos/ De sus ahogados”. O esta otra cápsula de un momento único: “Tanta dulzura/ Comiéndose en mis labios/ Como ciruelas. Para concluir este breve acercamiento, este otro jaikú en el que Espino se empina hacia la sutileza conceptual: “Hombre sin brújula/ Ignoras que comienza/ En ti la patria.” Como se aprecia, Espino, más que la tradición clásica del tema –la naturaleza y sus estaciones- práctica la tendencia popular de partir ingeniosamente de la impresión sobre cualquier hecho o idea..
Y cómo habrán de leerse esta monótona aglomeración de estrofas tan breves, como cortos sus versos, que parecen relampaguear. Este comentarista los lee despaciosamente, uno ahora y el siguiente más tarde, como si fueren una lectura espiritual durante la cual uno ha de detenerse para meditar o asimilar una verdad o una imagen.
El jaikú es breve, pero su lectura larga.
4 comentarios:
Estimado Luís ha sido un placer leer su artículo. Coincido con usted y también he sido cautivado por "El Bonsai de la poesía. Le envío un poemita mío dedicado a Usted muy sinceramente:
Periodista es
Artesano de letras
Palabras teje
Hasta siempre!
Por tercera ocasión escribo mi comentario. Parece que soy neófito en estas lides. Aprovecho para destacar que su trabajo coincide con mi pensamiento al respecto desde que descubrí "El Bonsai de la poesía" por eso quiero dedicarle este poemita mío:
Periodista es
Artesano de letras
Palabras teje
Hola, Luis.
Me alegró mucho leer este comentario sobre Richard Wright y la expansión del haiku más allá de Japón. Desde hace varios años me esfuerzo por divulgar el haiku en Cuba. La selección y traducción de los haikus de R.W. forma parte de esta "cruzada". En el 2008, para celebrar el centenario del nacimiento de Wright, organicé una muestra de varios artistas cubanos que se expuso en la Galería Fayad Jamís de Alamar.
Desde hace unos meses escribo un blog que se llama: "En clave de haiku. Vislumbres del haiku en Cuba". (jorgebraulio.wordpress.com) Me alegraría mucho que te dieras una vueltecita por él.
Volviendo a tu comentario, creo que los ejemplos que utilizas de José Manuel Espino no son haikus en realidad. Se trata, eso sí, de hermosísimos poemas. ¿Por qué llamarlos haikus? Digamos que coinciden con el haiku por el número de sílabas (aunque también en la literatura española hay formas poéticas que utilizan la estructura 5-7-5). El haiku supone una percepción de la realidad en la que prima lo sensorial, no lo racional. No es sólo un problema relacionado con la "tradición clásica del tema", sino que atañe a la misma médula de este género. Si en un poema predomina el sentido epigramático, las metáforas o, simplemente la naturaleza es el marco y no la sustancia del texto, difícilmente podemos decir que se trata de un haiku. Los japoneses inventaron otro género para abordar temas humanos en los que la naturaleza no es la protagonista: el senryu.
Reitero que con esto no estoy haciendo un juicio crítico de los poemas de Espino. No estoy capacitado para ello. ¡Y además, me gustan mucho como poemas! Sólo que no creo que haya que llamarlos haikus. En este sentido, el haiku se parece a algunos géneros poéticos tradicionales en Occidente. No puedo decir que escribo poesía pastoril si no aparecen en ella los elementos que caracterizan a este tipo de poesía.
Ojalá que esta nota, realizada de prisa sirva, como tu comentario, para promover al haiku en nuestro país.
Saludos desde La Habana,
Jorge Braulio
La escuela tenía
risas y alegría
un Martí en su centro.
saludos,
José C.
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