Por Luis Sexto
Tomado del libro inédito Memorias de un periodista en apuros
En 1975 fui a México con el propósito de entrevistar a Mario Vázquez Raña, presidente del Comité Olímpico Mexicano. Debía hacerlo hablar sobre la organización de los inminentes juegos panamericanos de ese año. México sobrenadaba en mis deseos como una referencia infantil que se había delineado en la sentimentalidad de la música ranchera y en su cine romántico, pleno de amores imposibles y de ojos entornados… Quizás la primera conmoción artística, la más fuerte y concreta la experimenté cuando entré en la plaza del Zócalo. El impacto me estremeció, tanto que me sentí reducido en mi pequeñez. Trece años más tarde experimentaré una emoción parecida cuando, en el Ermitage de Leningrado, me detuve ante un cuadro de Fra Angélico. Sentí, como aquella vez en México, lo que traduje como un “terremoto del alma”.
Poco tiempo hubo para pasear, mirar la enorme ciudad imaginada y deseada por influencia cultural y en la que incluso -como creo haber dicho en otro momento- mis letras incipientes habían debutado, gracias a la generosidad de don Alfonso Junco, en la revista Ábside cuando discurría 1968. Lo sabemos o intuimos: el periodista no viaja por placer. Y luego de mi llegada y de entregar el cuestionario en el despacho de Vázquez Raña, estuve durante una semana haciendo antesala en sus oficinas del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, conocido por su sigla de CDOM. Pocas horas antes de mi regreso, me recibió. Y no retorné vencido a la redacción del Deporte, derecho del pueblo, revista un tanto lujosa que me había señalado la misión.
No fue el único episodio en que la paciencia se alineó, como recurso invencible, junto con el periodista. Recuerdo cuando viajé a Las Tunas para entrevistar al Comandante Faure Chomón. No lo cuento para quejarme. Mantengo excelentes relaciones con Chomón, aunque nos veamos escasamente. Lo respeto y aprendí desde niño a admirarlo por su historia insurrecta, revolucionaria. Además, organizamos y escribimos juntamente en 1988 el reportaje del aniversario 20 del pacto de El Pedrero, en el Escambray. Aquella vez en las Tunas, pedí la entrevista en la sede del Partido provincial, y pasé tres días aguardando: el Comandante estaba sumamente ocupado, lo cual yo comprendía. A las seis de la tarde, tres horas antes de que despegara el avión de mi vuelta a Trabajadores, Chomón me recibió. Hecha la entrevista, me condujo en su automóvil hasta la escalerilla de la nave. A tiempo...
Admito que no soy un buen entrevistador. Pero soy persistente; no me rindo a la primera resistencia del personaje, aunque como he recordado Kid Chocolate me tumbó sobre la lona. Aún experimento cierta flojera, alguna desazón, a pesar de que he pasado la mitad de mi vida tratando de provocar lo más agudo en hombres o mujeres. Pero nunca me sentí tan desamparado que cuando me ordenaron hacer mi primera entrevista. En mí influía, además, la timidez, espantadiza reacción que hasta los 20 años me obligó a hablar en verso, porque la tartamudez me trababa la sintaxis regular, y para zafarla de aquel sofocón debía invertir el orden de la frase. Si iba a decir: cuando yo era pequeño, tenía que pronunciarlo como en un verso octosílabo, más o menos: cuando pequeño era yo.
La práctica fue lubricándome la lengua. Y con el tiempo pude acometer encomiendas que sometían a riesgo mi honor profesional. Quiero emplear una imagen exhausta, pero certera. El periodista es un soldado especial: nunca debe regresar fracasado. En una ocasión –hallándome en Puerto Rico- entre mis tareas destacaba entrevistar Al entrenador del equipo norteamericano de baloncesto. El hombre, evasivo, inconquistable, estaba decidido a obtener una prueba de mi incompetencia. Alguien me avisó:
-Está en la playa, solo.
Dejé el vestíbulo del Caribe Hilton, y me convertí en una visión escandalosa entre centenares de personas casi desnudas. La arena se ingería en mis zapatos, y la brisa me ensanchaba los pantalones. El norteamericano nadaba cerca. Me acuclillé a orillas del agua.
Yo no sabía hablar inglés... Si el personaje hubiera sido Dante quizás no me habría introducido en el infierno, porque nos hubiéramos entendido. El creador del idioma italiano me habría otorgado el mínimo de 60 puntos que me gané en la Abraham Lincoln al examinar finalmente esa lengua que es, para mí, la de la pasión: en giros italianos el insulto suena como en un aluvión, y el amor vibra más enfático.
Noté el desconcierto de mister Davis. Él, con el agua a media pierna; yo, con la libreta abierta para... resumir una entrevista muda. Obré prestamente. Pasó un bañista.
-Por favor, tradúzcame...
Y acerté. En Puerto Rico el castellano es un habla colonialmente subordinada. En los baños se lee Gentlemen, Ladies, y abajo, como alternativa secundaria, Caballeros, Damas.
Mi primera entrevista fue, sin embargo, un chasco. Poco antes había ingresado como aprendiz en una redacción. Debía interrogar al jefe de una delegación deportiva panameña. Después de una década de separación –obvio, por conocida, la historia-, Panamá empezaba a reencontrarse con Cuba. Era una nimia entrevista informativa.
Lo busqué en el hotel: no estaba; tampoco en un restaurante turístico de La Habana Vieja. En el palacio ecléctico que en el Paseo del Prado accedía entonces a servir como centro de entrenamiento de esgrima, me informaron:
-Es aquel.
Saludé. Y olvidando detalles esenciales, desenvolví apresuradamente mi cuestionario. Al marcharme, ya menos tenso por lo sencillo que había resultado el trance, le pregunté a modo de confirmación:
-¿Usted es Cristóbal Díaz?
-No; yo soy Celestino Ordóñez.
Poco tiempo hubo para pasear, mirar la enorme ciudad imaginada y deseada por influencia cultural y en la que incluso -como creo haber dicho en otro momento- mis letras incipientes habían debutado, gracias a la generosidad de don Alfonso Junco, en la revista Ábside cuando discurría 1968. Lo sabemos o intuimos: el periodista no viaja por placer. Y luego de mi llegada y de entregar el cuestionario en el despacho de Vázquez Raña, estuve durante una semana haciendo antesala en sus oficinas del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, conocido por su sigla de CDOM. Pocas horas antes de mi regreso, me recibió. Y no retorné vencido a la redacción del Deporte, derecho del pueblo, revista un tanto lujosa que me había señalado la misión.
No fue el único episodio en que la paciencia se alineó, como recurso invencible, junto con el periodista. Recuerdo cuando viajé a Las Tunas para entrevistar al Comandante Faure Chomón. No lo cuento para quejarme. Mantengo excelentes relaciones con Chomón, aunque nos veamos escasamente. Lo respeto y aprendí desde niño a admirarlo por su historia insurrecta, revolucionaria. Además, organizamos y escribimos juntamente en 1988 el reportaje del aniversario 20 del pacto de El Pedrero, en el Escambray. Aquella vez en las Tunas, pedí la entrevista en la sede del Partido provincial, y pasé tres días aguardando: el Comandante estaba sumamente ocupado, lo cual yo comprendía. A las seis de la tarde, tres horas antes de que despegara el avión de mi vuelta a Trabajadores, Chomón me recibió. Hecha la entrevista, me condujo en su automóvil hasta la escalerilla de la nave. A tiempo...
Admito que no soy un buen entrevistador. Pero soy persistente; no me rindo a la primera resistencia del personaje, aunque como he recordado Kid Chocolate me tumbó sobre la lona. Aún experimento cierta flojera, alguna desazón, a pesar de que he pasado la mitad de mi vida tratando de provocar lo más agudo en hombres o mujeres. Pero nunca me sentí tan desamparado que cuando me ordenaron hacer mi primera entrevista. En mí influía, además, la timidez, espantadiza reacción que hasta los 20 años me obligó a hablar en verso, porque la tartamudez me trababa la sintaxis regular, y para zafarla de aquel sofocón debía invertir el orden de la frase. Si iba a decir: cuando yo era pequeño, tenía que pronunciarlo como en un verso octosílabo, más o menos: cuando pequeño era yo.
La práctica fue lubricándome la lengua. Y con el tiempo pude acometer encomiendas que sometían a riesgo mi honor profesional. Quiero emplear una imagen exhausta, pero certera. El periodista es un soldado especial: nunca debe regresar fracasado. En una ocasión –hallándome en Puerto Rico- entre mis tareas destacaba entrevistar Al entrenador del equipo norteamericano de baloncesto. El hombre, evasivo, inconquistable, estaba decidido a obtener una prueba de mi incompetencia. Alguien me avisó:
-Está en la playa, solo.
Dejé el vestíbulo del Caribe Hilton, y me convertí en una visión escandalosa entre centenares de personas casi desnudas. La arena se ingería en mis zapatos, y la brisa me ensanchaba los pantalones. El norteamericano nadaba cerca. Me acuclillé a orillas del agua.
Yo no sabía hablar inglés... Si el personaje hubiera sido Dante quizás no me habría introducido en el infierno, porque nos hubiéramos entendido. El creador del idioma italiano me habría otorgado el mínimo de 60 puntos que me gané en la Abraham Lincoln al examinar finalmente esa lengua que es, para mí, la de la pasión: en giros italianos el insulto suena como en un aluvión, y el amor vibra más enfático.
Noté el desconcierto de mister Davis. Él, con el agua a media pierna; yo, con la libreta abierta para... resumir una entrevista muda. Obré prestamente. Pasó un bañista.
-Por favor, tradúzcame...
Y acerté. En Puerto Rico el castellano es un habla colonialmente subordinada. En los baños se lee Gentlemen, Ladies, y abajo, como alternativa secundaria, Caballeros, Damas.
Mi primera entrevista fue, sin embargo, un chasco. Poco antes había ingresado como aprendiz en una redacción. Debía interrogar al jefe de una delegación deportiva panameña. Después de una década de separación –obvio, por conocida, la historia-, Panamá empezaba a reencontrarse con Cuba. Era una nimia entrevista informativa.
Lo busqué en el hotel: no estaba; tampoco en un restaurante turístico de La Habana Vieja. En el palacio ecléctico que en el Paseo del Prado accedía entonces a servir como centro de entrenamiento de esgrima, me informaron:
-Es aquel.
Saludé. Y olvidando detalles esenciales, desenvolví apresuradamente mi cuestionario. Al marcharme, ya menos tenso por lo sencillo que había resultado el trance, le pregunté a modo de confirmación:
-¿Usted es Cristóbal Díaz?
-No; yo soy Celestino Ordóñez.
2 comentarios:
Rumiando recuerdos,ya muy avanzado el camino,del largo camino que le resta,con valor viril,vencida ya la timidez, o temor ante el paso siguiente que la vida le imponía,cual un Ciceron que vence la timidez y un demóstenes venciondo la tartamudez,se forjó en la lucha con golpes de paciencia,en Puerto Rico,Las Tunas y quien sabe en cuantos otros lugares,para dar cumplimiento a sus tareas y sueños.Es imposible que la magestuocidad de el Zócalo de Mexico,o la Plaza de Lenigrado pueda sobrepasar el fuego interno de un periodista que no viaja por placer sino por impulsos de metas en la vida.
Cara a Cara ya no en un espejo a lo paulino cuando aún era un simple Saulo...
Es la historia que se repite en la vida de los demas seres humanos que tambien tienen su historia y sus particulares vivencias.
Es el dulce relato de una experiencia y un regalo de luz para los que pretenden seguir el caamino de los ya realizados.
Rev Leonides Penton
Me consta la alta preparacion de los periodistas cubanos, pero veo que aun nuestra prensa no ha alcanzado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en Cuba, todavia la veo desvinculada de una conciencia cientifica de la realidad objetiva debido a que prevalece en los jefes de medios una concepcion romantica idealista de la literatura de prensa, por ejemplo, una debilidad que noto en los rotativos es el poco uso de los fotorreportajes, la poca profundidad en las entrevistas. Un sintoma de debilidad es la critica de cine y literatura donde por lo general se ve que el periodista no esta especializado en el tema sino que lo desarrolla como un trabajo asignado por la redaccion, cuando lees te das cuenta que lo mismo hubiera sido si le hubieran asignado un accidente de trafico. Digo todo esto porque la prensa es el instrumento en la conducta de masas y estos senalamientos desvinculan a la prensa de la masa que la lee pero no cree en ella o sencillamente la obvia porque la ve como quien mira una planilla para llenar una solicitud. Comprobadamente, el deporte es lo que mas llama la atencion del lector, sin embargo, miras "JR" y el deporte no aparece en primera, siendo un periodico de la juventud, no tiene fotorreportajes, y, si critican cine te das cuenta que el periodista no domina el lenguaje cinematografico, ni mucho menos la historia del cine, o sea, no es un critico especializado en cine de manera que recurre a una pancarta politica para explicarte la pelicula, cuando hablan de arte dan ganas de llorar, se quedan en tierra, no vuelan literariamente.
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