Otra vez Mañach; quizás sirva para estimular el debate
Por Luis Sexto
Empecé a estimar tempranamente a Jorge Mañach, porque no fui su coetáneo. Incluso, quizás sienta por él alguna compasión: lo observo desde la distancia, mirador cuya visión de fondo ayuda a proscribir el prejuicio. Y me he convencido que pocos como él experimentaron con tanta lucidez reflexiva y tanto acierto estilístico el nacimiento definitivo de la nación, mediante el parto de la cultura como gestión intensa de las minorías. Y pocos también como él, en su época, sufragaron, con la incomprensión, la búsqueda de las esencias nacionales.
Quizás en apariencias asumidas como esencias por cuantos lo han juzgado, Mañach – nacido en el año definitorio de 1898 y muerto en otro con la misma condición de punto de viraje, 1961- hallaría la causa eficiente de su controvertido papel en la historia literaria y política de Cuba. No fue, si pretendemos analizarlo objetivamente, un político a la usanza republicana. Esto es, según la analogía aplicada por Enrique José Varona, no comió en las ollas de un chiquero, a pesar de acogerse a alguna toldería electoral y programática y desempeñar cargos en la administración de la república. Más bien fue político en la medida en que la cultura y la historia componen asideros de la política, estación inevitable en los procesos primordiales de la sociedad.
Vemos, pues, a Mañach, inserto en una realidad personal signada por una contradicción a veces insalvable en sus manifestaciones éticas. Entre su decir y su hacer culebrean las inconsecuencias que, en esa hora de la definición nacional, se convirtieron en traición para cuantos se adscribían a la izquierda de la soga, y en paños tibios para los suscritos a la derecha. Tal vez por la hondura de su indagación en el alma cubana, intentó asumir posiciones ideológicas y políticas más racionales –no obstante su militancia en el ultra ABC-, en una mezcla de denuncia y sujeción, audacia y pusilanimidad. Esa actitud moderada, que parecía regresión a los más renovadores, se la reprochó Juan Marinello, su contrafigura y paralelamente el intelectual de la llamada década crítica de más puntos de tangencia con el autor de Indagación del choteo, en la cultura, las inquietudes y el estilo. Marinello le exigía al Mañach secretario de instrucción pública que se apresurara en los planes de extensión educativa. Y este respondió: Juan, las cosas no pueden ir tan aprisa como tú quieres. Y Marinello replicó: Ni tan despacio como quieres tú.
Esa fue, a mi modo de ver, el drama personal de Mañach. Un drama íntimo y público superdotado de aristas. Conciente de las urgencias y defensor de las ambivalencias. Teórico pugnaz de los males y práctico inhábil de las soluciones. Escritor depurado, vigoroso, plantado en la tradición hispana y, en particular, en la herencia estilística de Martí, y escribía, sin embargo, con tino de vanguardia en un país de analfabetos, en periódicos cuya prosa semejaba mayoritariamente, de acuerdo con Miguel Ángel de la Torre, la caligrafía de un cobrador de cuentas metido a periodista. Por supuesto, Mañach no quiso sustraerse de sus ínfulas de pequeño burgués con refinamientos de aristócrata. Ni renunció a la visión de la democracia occidental vivida durante sus años de estudiante en los Estados Unidos. Y aunque hacia 1933, reconoció el daño que el Norte infería a Cuba, estorbándole el desarrollo con su injerencia multilateral, no preveía otra fórmula, en lo más distante, que el orden norteamericano.
Hombre de equilibrios y evoluciones, conservador de estilo liberal, Mañach actuó posteriormente como la mayor parte de sus colegas en los años de la década del 30. De ellos afirmó que se embarrancaban en los acantilados de La Florida, en “un ademán de avestruz”. Y él, en 1959, adoptó el exilio. Se fue, tal vez, a esperar que “los americanos” resolvieran el conflicto suscitado por la revolución cuya necesidad él mismo previo en sus artículos de el Diario de la Marina, en los meses previos al derrocamiento de la tiranía del general Gerardo Machado. Debo, sin embargo, matizar este juicio. El doctor Gregorio Delgado, historiador de la salud Pública cubana, amigo de Mañach, me reveló que el autor de Ensayo sobre Quijotismo salió en viaje académico: impartiría un curso en la Universidad de Río Piedras, en Puerto Ricos. Pensaba regresar. Ya padecía de un cáncer. Y aunque pidió al entonces presidente Osvaldo Dorticós regresar y morir en Cuba, su esposa no lo trajo. Hasta incidentes tan personales conspiraron contra el crédito de Mañach.
La apreciación exacta de su salida no estorba que aceptemos que el suyo –su obra y su conducta- es un caso de valentía estimativa, de atrevimiento profético resuelto en la pusilanimidad ejecutiva y en una rigidez ideológica que le impidió comprender las remezones sociales, políticas, culturales que un día le parecieron inevitables. Y llegó hasta ahí: hasta colaborar en hacer ostensibles los males y a convocar su cura. Jamás a participar en el remedio, distinto y opuesto, como sino, a la norma con que el mal (léase dependencia política, injusticia social) podría reformarse para proseguir perpetuándose.
A contrapelo de las aprensiones, hay que despojar a Jorge Mañach de sus estigmas. No de las llagas que él mismo se causó, sino de las que sus enemigos políticos le estamparon, con clavos que pretendieron nunca oxidarse. Nunca un despojo será tan legítimo. Porque la cultura cubana, en nombre de la política, no puede seguir prescindiendo del autor de La crisis de la alta cultura. Desde mi pequeñez empecé a reivindicarlo dos o tres años después de su deceso, sin ser consciente aún de estar asumiendo una postura ética de auténtica raíz revolucionaria: aceptar y respetar a todo hombre honrado y toda obra de valores formales y conceptuales, aunque los identificara un lema contrario al mío en lo político o filosófico.
Yo cumplía 18 años. Entré en La Moderna Poesía, entonces con los precios democráticos impuestos por la Revolución, y sobre una de las mesas, un libro de artículos ensayísticos de Mañach, impreso por la Editorial Trópico en 1939: Pasado vigente. El nombre del autor suscitaba en mí la resonancia de alguna previa información periodística o literaria. Lo compré por uno o dos pesos. Había invernado largamente en los almacenes, porque sus pliegos estaban pegados con el sello de lo virginal. Viejo y nuevo a la vez. Aun lo conservo. Sucesivas lecturas lo han subrayado, anotado y desencuadernado. Todavía esa prosa fluida, rítmica, conversacional, tramada con tuétano, me gusta y renueva la primera impresión: quien quiera escribir en Cuba, y conocer a Cuba, tendrá que cursar también un noviciado en los libros de Mañach.
De hecho el proceso de su reivindicación literaria avanza. Martí, el Apóstol, Estampas de San Cristóbal y varios de sus principales ensayos han sido publicados en los últimos diez años en Cuba. Y en las universidades, al menos en las facultades o escuelas de comunicación social ciertos profesores lo muestran como modelo clave; entree los, este anodino profesor de estilística y narrativa en la Facultad de Comunicación. El argumento parece incontestable: Estamos aún aguardando al creador de hoy, al estilista actual, que escriba sobre La Habana o sobre los cubanos y los entresijos de su conciencia, páginas iguales o mejores. ¿Quién puede oponerse? La obra carece de filiación partidista cuando, sobrada de calidad, se aleja del tiempo para estar en todos los tiempos.
domingo, 28 de noviembre de 2010
martes, 16 de noviembre de 2010
¿ESTÁ PROSCRITO MAÑACH EN CUBA?
Por Luis Sexto
A guisa de rectificación
Mi país tiene áreas de luces; también de sombras. Pero a veces refulge como una luminaria solar y otras aparece como un agujero negro, según sea la mirada: o excesivamente favorable o indiscriminadamente negativa. Y lo más inquietante es que cada mirada, aunque solo perciba la oscuridad sin puntos luminosos, tiene la fuerza de Argos con sus cien ojos. Se le toma como visión unánime, globalmente única.
Lo digo porque he leído en la Internet un artículo que cuenta la siguiente anécdota: En el aula Bartolomé de las Casas, regida por los padres dominicos en la iglesia de San Juan de Letrán, el poeta Roberto Méndez dictó recientemente una conferencia en que abordaba, en comparación con Lezama Lima, a Jorge Mañach, escritor y periodista cubano, nacido en l898 en Sagua la Grande, hoy en la provincia de Villa Clara, y fallecido en San Juan de Puerto Rico en 1961. El autor del post cuenta que al salir, una señora “evidentemente culta y de buena presencia, vestida con una elegancia adecuada a su edad madura”abordó al grupo de amigos que esperaban un taxi, y sin presentaciones –tal vez ociosas entre nosotros los cubanos- dijo: “Vine a oír la conferencia porque en mis más de 40 años de vida no sabía quien era Jorge Mañach. Nunca ni en la escuela ni en la Universidad me plantearon alguna referencia sobre su persona, tampoco he leído nada al respecto de alguien que según el conferencista de hoy fue importante en nuestra historia cultural y política”
El autor del post relató el hecho para encarecer justamente el trabajo de los dominicos. Porque, al parecer, la señora había dicho una verdad incuestionable: Jorge Mañach, el reconocido biógrafo de José Martí, el autor de Indagación del choteo, el cronista de Estampas de San Cristóbal y otros libros, había sido olvidado o prohibido en Cuba… La prueba de ese entierro intelectual, de ese borrón en la historia de Cuba –la literaria y la política- del hondo ensayista y ejemplar estilista de la lengua, es solo la confesión de la aludida señora. Nunca me hablaron de Mañach, dijo. Y basta para aceptar que desde 1960, año en que viajó a Puerto Rico, el silencio cerró con plomo el nombre de Jorge Mañach.
Quizás el articulista que sintetizó la historia, no le dijo, por no lastimarla, que si la mujer, con más de 40 años de edad, no sabía quién era Mañach, la única responsable era ella. ¿Porque en verdad usted lee, usted recorre las librerías, usted atiende las convocatorias a cursos y conferencias, está al tanto del currículo académico de algunas carreras universitarias?
Hablo, ahora, desde mi experiencia. Jorge Mañach llegó a mi interés quizás en 1962 o 1963. Tendría yo unos 17 ó 18 años. Y un sábado, luego del trabajo visité a La moderna poesía, y peregrinando de anaquel en anaquel hallé Pasado vigente, colección de artículos de Mañach, publicados en Diario de la Marina entre 1930 y 1933. Yo no sabía quién era ese autor. Hojee el libro; leí unos párrafos, y desde entonces ese volumen, ya cristalizado y desencuadernado de tanto repasarlo sigue entre mis libros.
Es cierto, sin embargo, que una visión burocrática, dogmática, inflexible de la cultura y de la política creyó justo expulsar hasta el recuerdo de cuantos habían emigrado,incluso aún hoy subsiste esa torpe enfoque excluyente. Cuba así perdió la obra de numerosos escritores, una obra que no pertenecía a los individuos que las concibieron y ejecutaron, sino a la cultura nacional. Pero si ello fue lamentablemente así, no podemos olvidar que desde hace más de 25 años no es así. Y con respecto a Mañach, el Instituto del Libro, en las décadas de los 1980 y 90, publicó Martí, el Apóstol, y Estampas de San Cristóbal, y Seis ensayos, en una selección de las más clarividentes páginas del autor de Filosofía del quijotismo. Y a fines de los 90, la tesis de grado de Duanel Díaz, en la universidad de La Habana, titulada Mañach y la república.
En lo que a mí respecta, hace años que en mi asignatura de la Facultad de Periodismo, aquí en la capital, establecí a Mañach como autor obligatorio, es decir, para aprobar la asignatura hay que leerlo y demostrarlo. Porque este modesto profesor estima que para escribir bien un artículo en Cuba, hay que leer primeramente los textos de Mañach. También para participar en el rescate y conservación de lo que Cuba no debe perder, publiqué en 2006, en la Editorial Pablo de la Torriente, un librito titulado Mañach periodista, con un ensayo introductorio y al final, con la mayor paginación del volumen, un florilegio de artículos del fundador de la Universidad del aire. Y como respeto tanto la acción cultural de los dominicos en Cuba, y evalúo la biblioteca de San Juan de Letrán como una de las más nutridas y diversas en La Habana, yo mismo doné un ejemplar.
Si se ignoran estos hechos, pues, no se puede confesar que me han negado a Mañach sin sugerir que las sombras que usted ve en Cuba, al menos esas sombras, solo están, señora, en sus ojos.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
AQUÍ ESTAMOS
Por Luis Sexto
No me preocupa Aquí estamos, sino lo que “está aquí”, entre nosotros. Por tanto, ante la telenovela cubana recientemente finalizada, mi sentimiento más estable es la inquietud. ¿Crítico yo? No, desde luego. Y por ello no me propongo juzgar el guión, ni las cámaras, ni las luces… No estoy dispuesto técnicamente para la crítica televisual. Pero sí puedo expresar preocupación por lo visto. Si lo que Cubavisión trasmitió con el título de Aquí estamos es una trasunto exacto de un sector de nuestra vida, lo construido es suficiente para asustarse.
Porque si directores, guionistas, actores y productores fueron verdaderamente fieles a la realidad en que estamos insertos, al incluirla como peripecia y fondo, me parece que consiguieron lo que parece evidente: mostrar a la sociedad cubana los segmentos de insuficiencia moral que la aquejan. Y vernos reproducidos, construidos en el lenguaje y la técnica del arte de la Televisión, equivale a una purga, una catarsis, una cura de caballo, para cuantos nos sentamos ante el cristal con el propósito de ver algo más que un divertimento. Y parece que la telenovela no se equivocó. Podrán algunos quejarse de este matiz, de aquella torpeza, pero sus realizadores han acertado en la apropiación estética de nuestra realidad. No ha sido un juego, una visión ficticia, solo comprometida con la imaginación de los creadores. En la práctica percibimos cierto declive, cierta superficialidad, el vaciamiento de las primordiales actitudes humanas. ¿El sexo? Para algunos un juego, cuanto más prematuro, mejor. ¿La honradez? Una propuesta antigua, ante la cual hay que dejarse de boberías. ¿La convivencia? Una relación entre garras y colmillos.
Lamentablemente, no todos los enfoques coinciden. Para unos, practicar el hedonismo como actitud vital es un "valor" actual. Y todo lo demás, la mesura, la sobriedad, el predominio de la virtud por encima del utilitarismo, es caduca moral cristiana, predominio de una tradición que ha de ser sustituida por las troneras sin obstáculos de la posmodernidad.
No dudo en afirmar que más de tres décadas de un sistema de enseñanza que, en considerable cifra, mantenía a los alumnos alejados de la influencia familiar, reblandeció ciertos valores para que cedieran el espacio a otros que han resultado nuevos desvalores. Por ejemplo, la falta de pudor, a mi juicio, está también en la base de ese jineterismo que intercambia el cuerpo por cualquier ventaja o bagatela material. Y la vida en común sin muchas exigencias, en particular en el baño colectivo, condiciona, aunque sean en adolescentes del mismo sexo, la desinhibición al mostrar habitualmente el cuerpo desnudo. Afortunadamente, las escuelas en el campo desaparecieron. Y por mucho que hayan podido hacer en un tiempo para asimilar las masivas demandas de matrícula y a favor de la instrucción del cubano medio, también dejaron un vacío en la formación de adolescentes y jóvenes. ¿Acaso no es casi general la incapacidad para sentarse a comer con un mínimo de educación? La escuela tendrá que recuperar las lecciones de urbanidad, que lo son de humanidad.
Pero me he propuesto evitar las visiones catastróficas, subidas en el pico del cachumbambé. Y por tanto no puedo decir que el país perviva todo en el caos. Aún sobrevive, en particular en el interior del país, el sustrato de una tradición virtuosa, fundada en la solidaridad y el decoro familiares. Esas energías son las que José Martí exaltaba cuando un periódico norteamericano nos tildaba de bárbaros. Y como a mi parecer lo más grave es que los desvalores hallan escasa contrapartida, incluso en la telenovela, no basta hoy con la denuncia o la crítica. Quizás requiramos refundarnos éticamente, limpiando la costra solidificada por las agudas carencias materiales de los últimos 20 años, y la consecuente desorientación, convivencia con la impunidad, la falta de rigor, el escaso respeto a los derechos de los ciudadanos, el menguado papel de las instituciones. Y en ese proceso de evaluación interior a que nos estimula Aquí estamos, la familia cubana tendrá que recuperar la tradición ética de Varela, Luz y Caballero, y Martí, practicados con la óptica actualizada de la virtud sin impiedad. Y estar y seguir aquí, pues, actuando.
No me preocupa Aquí estamos, sino lo que “está aquí”, entre nosotros. Por tanto, ante la telenovela cubana recientemente finalizada, mi sentimiento más estable es la inquietud. ¿Crítico yo? No, desde luego. Y por ello no me propongo juzgar el guión, ni las cámaras, ni las luces… No estoy dispuesto técnicamente para la crítica televisual. Pero sí puedo expresar preocupación por lo visto. Si lo que Cubavisión trasmitió con el título de Aquí estamos es una trasunto exacto de un sector de nuestra vida, lo construido es suficiente para asustarse.
Porque si directores, guionistas, actores y productores fueron verdaderamente fieles a la realidad en que estamos insertos, al incluirla como peripecia y fondo, me parece que consiguieron lo que parece evidente: mostrar a la sociedad cubana los segmentos de insuficiencia moral que la aquejan. Y vernos reproducidos, construidos en el lenguaje y la técnica del arte de la Televisión, equivale a una purga, una catarsis, una cura de caballo, para cuantos nos sentamos ante el cristal con el propósito de ver algo más que un divertimento. Y parece que la telenovela no se equivocó. Podrán algunos quejarse de este matiz, de aquella torpeza, pero sus realizadores han acertado en la apropiación estética de nuestra realidad. No ha sido un juego, una visión ficticia, solo comprometida con la imaginación de los creadores. En la práctica percibimos cierto declive, cierta superficialidad, el vaciamiento de las primordiales actitudes humanas. ¿El sexo? Para algunos un juego, cuanto más prematuro, mejor. ¿La honradez? Una propuesta antigua, ante la cual hay que dejarse de boberías. ¿La convivencia? Una relación entre garras y colmillos.
Lamentablemente, no todos los enfoques coinciden. Para unos, practicar el hedonismo como actitud vital es un "valor" actual. Y todo lo demás, la mesura, la sobriedad, el predominio de la virtud por encima del utilitarismo, es caduca moral cristiana, predominio de una tradición que ha de ser sustituida por las troneras sin obstáculos de la posmodernidad.
No dudo en afirmar que más de tres décadas de un sistema de enseñanza que, en considerable cifra, mantenía a los alumnos alejados de la influencia familiar, reblandeció ciertos valores para que cedieran el espacio a otros que han resultado nuevos desvalores. Por ejemplo, la falta de pudor, a mi juicio, está también en la base de ese jineterismo que intercambia el cuerpo por cualquier ventaja o bagatela material. Y la vida en común sin muchas exigencias, en particular en el baño colectivo, condiciona, aunque sean en adolescentes del mismo sexo, la desinhibición al mostrar habitualmente el cuerpo desnudo. Afortunadamente, las escuelas en el campo desaparecieron. Y por mucho que hayan podido hacer en un tiempo para asimilar las masivas demandas de matrícula y a favor de la instrucción del cubano medio, también dejaron un vacío en la formación de adolescentes y jóvenes. ¿Acaso no es casi general la incapacidad para sentarse a comer con un mínimo de educación? La escuela tendrá que recuperar las lecciones de urbanidad, que lo son de humanidad.
Pero me he propuesto evitar las visiones catastróficas, subidas en el pico del cachumbambé. Y por tanto no puedo decir que el país perviva todo en el caos. Aún sobrevive, en particular en el interior del país, el sustrato de una tradición virtuosa, fundada en la solidaridad y el decoro familiares. Esas energías son las que José Martí exaltaba cuando un periódico norteamericano nos tildaba de bárbaros. Y como a mi parecer lo más grave es que los desvalores hallan escasa contrapartida, incluso en la telenovela, no basta hoy con la denuncia o la crítica. Quizás requiramos refundarnos éticamente, limpiando la costra solidificada por las agudas carencias materiales de los últimos 20 años, y la consecuente desorientación, convivencia con la impunidad, la falta de rigor, el escaso respeto a los derechos de los ciudadanos, el menguado papel de las instituciones. Y en ese proceso de evaluación interior a que nos estimula Aquí estamos, la familia cubana tendrá que recuperar la tradición ética de Varela, Luz y Caballero, y Martí, practicados con la óptica actualizada de la virtud sin impiedad. Y estar y seguir aquí, pues, actuando.
lunes, 8 de noviembre de 2010
FILOSOFÍA DE LOS OLORES
Por Luis Sexto
Lo político pudiera ser un detalle vinculado al olfato si reconociéramos que a Cuba se le puede percibir en diversos olores. Los emigrantes que se paran sobre el punto que marca las noventa millas entre Cuba y los Estados Unidos en Cayo Hueso, al olisquear el aire creen sentir el olor de la nostalgia. Y si fuera solo la morriña gallega, la añoranza por el país de origen, los amigos, la lengua, no fuera peligrosa; quizás anticipara un estado poético. Pero muchos de cuantos se recuestan del lado de los recuerdos, añoran la Cuba sin revolución. Y ese sentimiento de vacío se convierte en violenta potencialidad, en peligroso deseo de revancha.
Parejamente, en La Habana, muchos de cuantos se suben en el muro del Malecón a pasar las horas frescas de la noche, y tantean con la nariz el norte, reciben el olor de la desconfianza o de la esperanza, dependiendo el primero de la actitud política favorable a la revolución y el segundo, en un apreciable grado, de las aspiraciones económicas. Tal vez esos tres -nostalgia, desconfianza y esperanza- sean los olores básicos que el aire del mar ofrece a los cubanos del lado de allá del estrecho de la Florida y del lado de acá, desde donde escribo.
Al llegar a tal conclusión, uno lamenta la azarosa providencia geográfica que puso a la Isla de Cuba a emerger en esta posición tan crucial, fiel de América que dijera Martí, crucero entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Es fácil reconocerlo: ha sido un incómodo destino existir tan solo a cuatro brazadas del país que alcanzaría tanta influencia y poder como para que los cubanos lo viéramos, unos, como la "tierra prometida" y, otros, como el sitio de donde dimanan toda amenaza y todo riesgo.
Parece claro: la fase violenta, vengativa de la nostalgia en Miami, influye directamente en el olor de la desconfianza que muchos cubanos huelen, ayer y hoy, en el lenguaje agresivo de los medios del llamado exilio y, por supuesto, de las instituciones de Washington. Con cincuenta años de argumentos, está justificada la sospecha acerca de qué se puede esperar de esa ciudadela de la contrarrevolución en que se convirtió Miami desde 1959. Y así, mientras el conflicto ideo político esté planteado en términos hostiles, a los cubanos que respiran en la isla les resultará fácil defenderse: reconocen al enemigo; coliman el blanco, y hallan en la posibilidad de la agresión las justificaciones para la resistencia numantina.
No resulta tan simple, en cambio, anular o disminuir la intensidad del efluvio de "esperanza” que otros cubanos creen sentir cuando abren las ventanas de su olfato con un ademán también nostálgico, pero de una nostalgia distinta: la que añora lo que no conoce y estima como el sésamo ábrete que decretará la prosperidad personal. La emigración, legal o ilegal, pues, se erige en fórmula básica para que los que aspiran a vivir presumiblemente mejor, toquen su "sueño americano".
¿Cómo habrá de impedir la Cuba socialista los olores que, envueltos en blanco de nubes, llegan tentando a muchos, en particular a jóvenes, en cifras inquietantes? En esta faceta de las hostilidades entre ambas orillas, los cañones no resuelven. No soy el primero que lo afirma. Y me parece que, a pesar de cualquier aparente duda de los habitantes del archipiélago cubano que no hayan tenido oportunidad de asumir otra posición que no sea la del "espectador crítico", las ideas más lúcidas en Cuba tienden a percatarse de que para reducir el trasiego clandestino de personas y los efectos de la ley de ajuste migratorio que lo estimula, lo primordial será cuanto se haga dentro del país, para que nadie tenga que buscar en el extranjero lo que podría tener, aun más modestamente, en el interior. Y sin esperar a que la racionalidad germine entre los asesores y ejecutivos del poder político en Washington.
Hasta ahora, en los últimos 20 años, Cuba ha resistido siguiendo una estrategia que ha apostado mayormente al tiempo, al tiempo que depare un golpe de suerte, toque mágico que haga brotar el subsuelo la riqueza que pueda financiar necesidades e incluso ineficiencias. Pero el tiempo suele también no traer lo que esperamos. Y con notoria ansiedad ante las posibilidades de desarrollo interno, percibimos un nuevo olor: el de modificar, ahora, estructuras económicas que promuevan una respuesta creadora a las urgencias presentes. En Cuba, como dije una vez, las cosas a veces se conciben, maduran y pasan soterradamente. No olvidemos que la desconfianza en los actos procedentes de los Estados Unidos y sus adeptos condiciona cualquier movimiento interior. Aparte de las trabas y distorsiones burocráticas, que son otro tipo de enemigo, las cautelas rodean las decisiones que a veces creemos demasiado lentas. ¡Cuidado!, dice un combatiente suspicaz: el enemigo está al tanto de cualquier grieta. Pero la sociedad cubana, por muchos años rigidizada, sacude el almidón que la inmovilizaba en su lealtad a un paradigma socialista ya descalificado por la historia. Y aclaro: No es que el socialismo haya fracasado, sino que el modo de implantarlo fue el que se frustró en Europa por su incapacidad de autorregularse.
Cuba, en efecto, sigue moviéndose, aunque lentamente, dentro de la lógica de su olfato político: cambiar lo caduco sin comprometer la solidez del poder de la Revolución. Con los nuevos decretos y resoluciones laborales, si la burocracia no nos entretiene, el individuo tendrá mayor espacio para decidir y definir su situación doméstica. Ya no habrá que esperar la mano dadivosa del Estado para un aumento de suelto o de pensión, que por momentos hay que aplazar. Si usted lo necesita o si quiere vivir más holgadamente podrá trabajar más. Por primera vez el principio de que el trabajo sea la verdadera fuente de riqueza y bienestar, empieza a formalizarse en un cuerpo social y jurídico, sin más limitaciones que las que tiendan a preservar la legalidad escoltada por la razón.
Tal vez exagero, o quizás soy, por esta vez, demasiado optimista, pero mi olfato cree que el desencanto equivaldría a la ruina.
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