lunes, 25 de febrero de 2008

NI TRANSICIÓN, NI SUCESIÓN: CONTINUIDAD


Cuba es una especie de jardín de las especulaciones para muchos que la juzgan desde fuera. Por no ver lo que es, suelen equivocarse incluso algunos de aquellos que la juzgan con el lado izquierdo del pecho, es decir con amore. Y los que enjuician los acontecimientos cubanos con el estómago, la nostalgia del paraíso perdido o la geopolítica del hegemonismo, habitualmente distorsionan el acontecer y creen lo que intentan hacer creer a los demás. Por ello, quizás estos últimos, que revolotean en círculo sobre Cuba, esperando el último estertor de lo que presumen un “régimen herido”, han pasado casi medio siglo esperando que se cumplan los deseos de una muerte anunciada.

Hace unos días, se estremecieron los cuartos oscuros de la manipulación mediática. Qué no se habrá dicho de Fidel y el mensaje donde exponía su decisión de no permitir que lo propusieran o eligieran como Jefe del Estado. La impresión general fuera de Cuba, halló casi un calificativo unánime: inesperada. El propio Fidel Castro se encargó, en el mismo texto, de bloquear anticipadamente esa presumible opinión entre cuantos viven de las especulaciones. ¿Acaso desde hacía unas semanas él no venía diciendo con una frase aquí y otra más adelante que no se aferraría al poder, que no entorpecería el natural relevo generacional?

Por otra parte, los que creen en Fidel, los que conocen la ejecutoria política de Fidel Castro saben que el líder de la revolución pose una virtud principal: hacer lo que en cada momento estima que debe hacer después de valorar el perfil de la realidad donde cualquiera de sus decisiones podrían influir en el destino de sus compatriotas. El que esto escribe esperaba que Fidel actuara con apego a su norma ética, a su concepto de la política y a la objetividad de su visión estratégica. No soy de los que, en un exceso de filiación doctrinal o de Partido, cree que Fidel es un “superhombre”. Uno cree en él, precisamente por ser todo lo contrario: un hombre, un varón de virtudes y abnegaciones, incluso de defectos, capaz de hacerse a sí mismo la oposición si ello implica beneficiar la causa común. Para los verdaderos fidelistas – ¿Cuántos? Millones- el mensaje de Fidel conocido el 19 de febrero pasado no resultó inesperado. Porque sabíamos que él, valorando su estado físico actual, limitado en sus movimientos por la convalecencia de una grave enfermedad, no aceptaría jamás ejercer sus deberes bajo esas condiciones. Estamos hablando de un jefe de Estado y de Gobierno que cumplió su largo papel dirigente y orientador en el camino. En contacto con la vida, con la gente, con lo hecho y lo que aún faltaba por hacer. Esa es su escuela. ¿Sería consecuente consigo mismo gobernar desde la inmovilidad?

El otro calificativo que se aplica a la situación actual en Cuba, es el de transición. A la mayoría de los cubanos, y sobre todo a cuantos seguimos la política y la evaluamos primordialmente desde el apoyo militante, ese término nos advierte de cuán despistados están los analistas de ese mundo al que llaman libre y que permanece preso de sus obsesiones y sus ambiciones hegemónicas. ¿Transición? ¿Qué es eso? Preguntaría el cubano que juega dominó un domingo en la acera de su calle, o el que un parque polemiza sobre béisbol, o el que espera ansioso un ómnibus para ir a su trabajo, o se afana honradamente por adquirir algún alimento a menor precio. Los especialistas y políticos de la Norteamérica impopular o del Madrid del coqueteo con los toros que hoy pisotean las arenas de Bagdad, asumen como transición la vuelta de Cuba al rebaño estadounidense. Para los revolucionarios cubanos eso significa volver atrás; regresar al pasado de capitalismo dependiente. Y hacia el pasado no parece encajar en la semántica de la palabra transición. Ese aspecto los gobiernos de Washington, ni los más serios, lo han considerado como una legítima opción de la mayoría de los cubanos. En Cuba, la Historia es una lección vigente.

La política exterior norteamericana sigue siendo la del “big stick”, el garrote del neolítico que adquiere hoy el fuselaje misilístico de la era “tecnotrónica”. Con lo cual confirmamos que desarrollo tecnológico y científico no equivale a perfeccionamiento ético y humano de sociedades metalizadas. ¿Qué pueden ofrecer los Estados Unidos a Cuba? La dependencia y la subordinación. O qué otro destino pretende la más poderosa potencia mundial con haber nombrado un gobernador norteamericano, en ausencia, para la “transición”en la minúscula isla del Caribe, a la que llaman Llave del Golfo. Fíjense: esa es la injerencia oficializada, programada sin recato, ni respeto por el derecho internacional, ni por los cubanos que vivimos en Cuba. ¿O podemos creer que los cubanos son solos los que insultan a Fidel Castro y vaticinan catástrofes por una paga en Miami? ¿O el grupo de llamados disidentes dentro del país y que también se fajan entre ellos por los estipendios del “endowmen democracy”?

Así veo las cosas. En Cuba, con la elección de Raúl Castro a la presidencia del Consejo de Estado se ha efectuado un relevo de gobernantes. Del mismo partido, con la misma historia y con los mismos propósitos: preservar la independencia y perfeccionar la justicia social mediante el desarrollo del socialismo. Fidel, pues, no ha sido sustituido, ni sucedido. Es improcedente hablar en términos tan comunes. No me interesa la retórica, ni conceptúo la política como una religión adoradora de ídolos, ni como el método para conquistar fines espurios. Sencillamente, sirvo ideas y respeto a los hombres que las representan. Por tanto, soy objetivo cuando apunto -y sostuve en Insurgente el 15 de marzo de 2006- que “Las personalidades no son las decisivas en los procesos sociales. Pero, en ciertos momentos, se tornan imprescindibles. Sin Fidel, quizás la historia de los últimos 60 años en Cuba hubiera presentado diverso perfil. Nos hubiéramos demorado buscando el índice más correcto, más capaz. Antes de Fidel, y del Moncada y la Sierra Maestra, dudábamos y nos fragmentábamos alrededor de decenas de personajes de faroles cortos. Por eso, Fidel Castro encarna esa voluntad de independencia. Después de Fidel no habrá que inventar necesariamente un líder, un émulo. La Historia no reparte sus papeles definidores y elige sus actores con los instrumentos de las herencias o los esquemas dinásticos. Y, por tanto, para que sea posible el país sin Fidel, y el legado fidelista no retroceda sino se perfeccione y se multiplique, la compensación del poder tendrá que ejecutarse mediante un sujeto corporativo encabezado por el Partido Comunista. En las instituciones mejoradas y equilibradas multilateralmente para evitar el verticalismo y en la profundización de la democracia, parece hallarse la clave de la perdurabilidad de la Revolución y su ideario socialista de libertad, igualdad, justicia social y bienestar. Democracia participativa, en efecto, distinta a la democracia occidental, norteamericana, cuyo multipartidismo –que se presenta como modelo- se reduce al dominio alternativo de dos grupos de poder, al margen de los ciudadanos. Por tanto, en la democracia cubana no podrá haber espacio para las corrientes que miran al Norte y aspiran a sometérseles con la recurrencia al capitalismo. Ni tampoco espacio para la burocracia que pretenda erigirse en intermediaria entre el poder y la gente.”

Ahora bien, Raúl Castro, entonces primer vicepresidente del Consejo de Estado y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, habló públicamente -unos pocos meses antes del 27 de julio de 2006- de que entre todos, si el Jefe de la Revolución fallecía o enfermaba, podríamos sustituir a Fidel. Lo reiteró, incluso, el pasado 24 de febrero, en su primer discurso como jefe de Estado electo. Habrá, con Raúl, pues, un gobierno corporativo en esencia y metodología. Pero él, como figura sobresaliente de la generación que organizó, encabezó e hizo triunfar a la Revolución, posee los méritos suficientes y el carisma personal necesario para merecer la confianza del pueblo. Y de hecho posee esa confianza. Su historia insurreccional frente a la tiranía de Fulgencio Batista, su capacidad de organizador, su discreción, su ética de hablar claramente y su espíritu práctico y, sobre todo, su respeto insobornable –además del cariño fraterno- por Fidel, lo realzan ante la intuición popular.

Qué sucederá partir de ahora cuando ciertamente en Cuba la mayoría solo acepta una posible transición: esa que ha de progresar hacia un socialismo mejorado; un socialismo racional, sin dogmas, sin distorsiones burocráticas que limiten la democracia participativa y el desarrollo de la propiedad social. Consecuente con la visión del propio Fidel en su discurso del 17 de noviembre de 2005, cuando advirtió que la Revolución solo podría perecer en manos de los errores de los revolucionarios, la sociedad cubana se aplicará, sin vacíos traumáticos, sin nostalgias invalidantes, a solucionar su principal problema: una economía disfuncional, que si bien está afectada por las restricciones del bloqueo norteamericano –que intenta impedir, y lo consigue en considerable magnitud, el comercio y las inversiones en Cuba- también experimenta el deterioro causado por errores de organización y concepto. Todavía quedan en las estructuras económicas cubanas restos de la influencia del socialismo europeo fracasado hace casi dos décadas. Y a juicios de muchos especialistas, el arma más efectiva contra la hostilidad de los Estados Unidos, es cuanto hagamos dentro de Cuba para neutralizar el bloqueo económico, financiero y comercial, y anularle a la propaganda contrarrevolucionaria el argumento de nuestra pobreza y nuestras limitaciones materiales

El 26 de julio de 2007, Raúl Castro habló de la necesidad de transformaciones estructurales y conceptuales. Y en su Mensaje donde declinaba su candidatura, Fidel aludió a las grandes decisiones que habrá de adoptar el nuevo parlamento. El 22 de febrero escribió, en una reflexión que polemizaba con opiniones de personeros del gobierno y la política norteamericana, que él estaba de acuerdo con los cambios si fueran en los Estados Unidos. Pero nadie puede interpretar que es su negativa al proceso de perfeccionamiento del socialismo cuya necesidad él mismo previó. Líneas después, en ese texto, dijo: “Cuba seguirá su rumbo dialéctico”. Y qué es la dialéctica sino la negación y la afirmación chocando entre sí, depurándose, modificándose para hallar una nueva síntesis superadora y superable. La dialéctica es coherente con aquella premisa que en el año 2000, Fidel expuso como un rasgo definitorio del concepto de revolución: cambiar todo lo que tenga que ser cambiado. ¿Cambiar? Cambiar según la herencia viva de Fidel es mejorar. Es modificar cuanto estorba, limpiar cuanto está sucio, ampliar cuanto se ha estrechado.

Por supuesto, a partir de ahora Fidel no salpimentará los debates parlamentarios o en el seno del gobierno con sus juicios polémicos; no espoleará análisis que a veces se resienten de pusilánimes aprensiones y acomodamientos. No estará. Y debemos crecer, para aproximarnos a su estatura. Porque Fidel no ha “caído”, como gritan algunos por los acomodados magnavoces del extranjero. Fidel no ha “caído”, señores del más allá; Fidel se ha alzado sobre cualquier limitación humana. Y sigue siendo, simplemente, Fidel.

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