viernes, 29 de febrero de 2008

FECHA Y FLECHA


No todos los hechos, ni todos los días, son históricos, aunque nos aburramos de asignarles ese epíteto. Recuerdo que uno de mis alumnos de técnica periodística se molestó, porque le taché esa palabrita en un ejercicio informativo sobre un acto sin trascendencia. Le queda bonito, me dijo. Pero lo falsea, le argüí. Así, de tanto usar palabras donde no caben, van ellas perdiendo su influencia. Su sentido.

Los hechos y los días históricos entrañan un cambio, aunque sea mínimo. Como el día de hoy, que pertenece a la Historia. Es histórico aunque no lo digamos. Es un número rojo en el “fechario” de la patria. Todo empezó a ser distinto después del 24 de febrero de 1895. No importa qué sucedió tres, cinco, diez, 20 años más tarde. Interesa saber que nada fue igual a como era hasta el día 23.

Si ustedes supieran cuántas veces he tenido que escribir del 24 de Febrero en mi ejercicio periodístico. Pero no me canso. Ni me arredro. Hace mucho, un historiador, muy respetable, reprochó a algunos periodistas que siempre dijéramos lo mismo. Y que incluso repitiéramos a los investigadores. Y yo, que no siempre mantengo la boca cerrada, le respondí con una especie de ex abrupto que, quizás, no merecía. Le dije: Claro, no vamos, como usted, al archivo de Simancas. Desde luego, es útil y justo que los historiadores vayan a donde sea necesario para esclarecer la verdad histórica. Y que los periodistas repitamos el valor constituido de la Historia.

A ello voy. El 24 de Febrero es una fecha independentista. Y es más: una fecha antiimperialista. La guerra del 95 fue también convocada para, de acuerdo con Martí, impedir a tiempo con la independencia de Cuba que los Estados Unidos cayeran sobre nuestras tierras de América con esa fuerza más. Es decir, con el dominio de Cuba, que los americanos le arrebatarían a España. La disyuntiva continúa vigente. O independientes o dominados. Los riesgo, incluso, se han acrecido. Riesgos como dictados por intereses locos desde los Estados Unidos.

El día, pues, me parece apto para reflexionar. Son muchas las insuficiencias; mucha la ineficiencia; muchas las aspiraciones aplazadas. Pero si integramos un pueblo maduro, nuestra óptica tendrá que trascender el apetito insatisfecho, y preservar la conciencia nacional. ¿Qué vino de allá, del Norte después de 1898? Vamos a ver… Los ingenios fueron mayores, unas cuantas fábricas, la televisión. Pero, en cambio, sufrimos la dependencia, el subdesarrollo, el peculado, el analfabetismo, la insalubridad, la injerencia militar -no olvidemos que la tripulación del B29 que abatió a Hiroshima se entrenó en Cuba-…

Por lo visto, a pesar de carteles con frases célebres y aparentemente justas, gozamos en la república ficticia de muy poco de esos derechos hoy tan proclamados. ¿Y quién nos asegura que los tendremos si el péndulo vuelve a la dependencia? No existe otra opción. Si el 24 de Febrero pertenece al “fechario” de la patria, hace falta que para defender esta fecha, tengamos listo el “flechario”, es decir, las flechas a mano.

martes, 26 de febrero de 2008

EN LA RUTA


Soy un ciclista frustrado. Desde mi adolescencia he deseado alistar una bicicleta en ingerirme en Cuba, desafiando las carreteras, en el llano o la montaña, bajo el sol o la lluvia. Como un rutero de la Vuelta.

Andar, caminar, es, para mí, la suprema imagen poética del destino humano. El hombre está encadenado al camino. Unas veces se le difumina en el horizonte como la vía del progreso; otras, como el remedio contra la soledad. En todas como la promesa del cambio, la concreción del sueño, cuando no el sueño mismo.

Por esas sensaciones que anudan la ruta a la vida, el rutero repite en su itinerario el drama de la existencia: lucha y pasión, fe y esperanza. Y en el medio, más bien como síntesis, la emoción, constante, multiforme. Ahora es la angustia, luego el miedo, después el desaliento, más tarde la alegría de firmar con sus ruedas en la playa blanca de la meta. Sólo el rutero, poeta diferente, puede describir las emociones de la Vuelta. Hace falta la tinta de su fatiga. Yo, que he sido testigo, cronista, solo he podido intuirlas, presentirlas, reflejarlas en mi corazón.

Las emociones del rutero se agazapan a al vuelta de aquella curva, entre las palmadas vocingleras de un pueblo fugaz. Marchan junto al ciclista, a su rueda, impulsándose con el jadeo del pedal. Se le enciman ahora en esa pendiente. Los tubulares, tan delgados como un lápiz, se desplazan en giros que asfixian. Y más adelante, una torpeza del manubrio, o una mancha de grasa, un bache perpetuado por la desidia, engendran el caos de cuerpos y máquinas. La caída. Y sin sacudirse el polvo, o compadecer el rasguño, el rutero se hace jinete otra vez...

Una, dos, tres horas afrontando los rigores de los elementos, entre la salida del paradero donde durmió y la llegada a la próxima estación. Jamás el sol o el agua han sido generosos con el rutero. Y la sed airea su bandera roja. Y la aguja de los músculos desciende hasta el calambre. De pronto, claxons. Gritos. El pelotón se desenrosca; se alarga como un relámpago. Los asistentes, en sus vehículos de motor, se escurren hacia delante por la guardarraya que el pelotón les cede. Y se ubican a la orilla, para que, al pasar, el sediento y el hambriento recojan de un manotazo su provisión.

Fervor y gratitud hacia aquellos días de reportero, me abonan los recuerdos. En los momentos en que pude seguir la Vuelta, llegar con ella al fin de cada etapa, mi anhelo de engarzarme con la ruta y dominarla se compensaba con los dátiles de la ilusión. No estaba entre los ruteros. Pero iba detrás o delante de la caravana, humedeciéndome también, con los destellos de un beso en la meta, de un aplauso en el camino. Y experimentando riesgos. Como aquel de 1974.

El disparó resonó en el malecón de Baracoa, y la Vuelta arrancó. La Farola se erguía delante como la prueba inicial de estos argonautas que desamarraban sus piernas en busca del vellocino de la gloria. Subimos. Yo viajaba al lado del conductor del yip. Nos acompañaba el periodista mexicano Francisco Javier Carmona. Empezamos a bajar. Y de pronto, los frenos tocaron el piso sin que el vehículo aminorara su vértigo. El susto, acróbata del temblor, se colgó de nuestras gargantas. Carmona, con una serenidad que le atribuí a su sangre aborigen, me preguntó qué íbamos a hacer. Esperar a que un obstáculo o el plano nos paren. Y si nos matamos, arguyó. Nos morimos, qué otra cosa. Pero moriremos como ruteros. En el camino.

lunes, 25 de febrero de 2008

NI TRANSICIÓN, NI SUCESIÓN: CONTINUIDAD


Cuba es una especie de jardín de las especulaciones para muchos que la juzgan desde fuera. Por no ver lo que es, suelen equivocarse incluso algunos de aquellos que la juzgan con el lado izquierdo del pecho, es decir con amore. Y los que enjuician los acontecimientos cubanos con el estómago, la nostalgia del paraíso perdido o la geopolítica del hegemonismo, habitualmente distorsionan el acontecer y creen lo que intentan hacer creer a los demás. Por ello, quizás estos últimos, que revolotean en círculo sobre Cuba, esperando el último estertor de lo que presumen un “régimen herido”, han pasado casi medio siglo esperando que se cumplan los deseos de una muerte anunciada.

Hace unos días, se estremecieron los cuartos oscuros de la manipulación mediática. Qué no se habrá dicho de Fidel y el mensaje donde exponía su decisión de no permitir que lo propusieran o eligieran como Jefe del Estado. La impresión general fuera de Cuba, halló casi un calificativo unánime: inesperada. El propio Fidel Castro se encargó, en el mismo texto, de bloquear anticipadamente esa presumible opinión entre cuantos viven de las especulaciones. ¿Acaso desde hacía unas semanas él no venía diciendo con una frase aquí y otra más adelante que no se aferraría al poder, que no entorpecería el natural relevo generacional?

Por otra parte, los que creen en Fidel, los que conocen la ejecutoria política de Fidel Castro saben que el líder de la revolución pose una virtud principal: hacer lo que en cada momento estima que debe hacer después de valorar el perfil de la realidad donde cualquiera de sus decisiones podrían influir en el destino de sus compatriotas. El que esto escribe esperaba que Fidel actuara con apego a su norma ética, a su concepto de la política y a la objetividad de su visión estratégica. No soy de los que, en un exceso de filiación doctrinal o de Partido, cree que Fidel es un “superhombre”. Uno cree en él, precisamente por ser todo lo contrario: un hombre, un varón de virtudes y abnegaciones, incluso de defectos, capaz de hacerse a sí mismo la oposición si ello implica beneficiar la causa común. Para los verdaderos fidelistas – ¿Cuántos? Millones- el mensaje de Fidel conocido el 19 de febrero pasado no resultó inesperado. Porque sabíamos que él, valorando su estado físico actual, limitado en sus movimientos por la convalecencia de una grave enfermedad, no aceptaría jamás ejercer sus deberes bajo esas condiciones. Estamos hablando de un jefe de Estado y de Gobierno que cumplió su largo papel dirigente y orientador en el camino. En contacto con la vida, con la gente, con lo hecho y lo que aún faltaba por hacer. Esa es su escuela. ¿Sería consecuente consigo mismo gobernar desde la inmovilidad?

El otro calificativo que se aplica a la situación actual en Cuba, es el de transición. A la mayoría de los cubanos, y sobre todo a cuantos seguimos la política y la evaluamos primordialmente desde el apoyo militante, ese término nos advierte de cuán despistados están los analistas de ese mundo al que llaman libre y que permanece preso de sus obsesiones y sus ambiciones hegemónicas. ¿Transición? ¿Qué es eso? Preguntaría el cubano que juega dominó un domingo en la acera de su calle, o el que un parque polemiza sobre béisbol, o el que espera ansioso un ómnibus para ir a su trabajo, o se afana honradamente por adquirir algún alimento a menor precio. Los especialistas y políticos de la Norteamérica impopular o del Madrid del coqueteo con los toros que hoy pisotean las arenas de Bagdad, asumen como transición la vuelta de Cuba al rebaño estadounidense. Para los revolucionarios cubanos eso significa volver atrás; regresar al pasado de capitalismo dependiente. Y hacia el pasado no parece encajar en la semántica de la palabra transición. Ese aspecto los gobiernos de Washington, ni los más serios, lo han considerado como una legítima opción de la mayoría de los cubanos. En Cuba, la Historia es una lección vigente.

La política exterior norteamericana sigue siendo la del “big stick”, el garrote del neolítico que adquiere hoy el fuselaje misilístico de la era “tecnotrónica”. Con lo cual confirmamos que desarrollo tecnológico y científico no equivale a perfeccionamiento ético y humano de sociedades metalizadas. ¿Qué pueden ofrecer los Estados Unidos a Cuba? La dependencia y la subordinación. O qué otro destino pretende la más poderosa potencia mundial con haber nombrado un gobernador norteamericano, en ausencia, para la “transición”en la minúscula isla del Caribe, a la que llaman Llave del Golfo. Fíjense: esa es la injerencia oficializada, programada sin recato, ni respeto por el derecho internacional, ni por los cubanos que vivimos en Cuba. ¿O podemos creer que los cubanos son solos los que insultan a Fidel Castro y vaticinan catástrofes por una paga en Miami? ¿O el grupo de llamados disidentes dentro del país y que también se fajan entre ellos por los estipendios del “endowmen democracy”?

Así veo las cosas. En Cuba, con la elección de Raúl Castro a la presidencia del Consejo de Estado se ha efectuado un relevo de gobernantes. Del mismo partido, con la misma historia y con los mismos propósitos: preservar la independencia y perfeccionar la justicia social mediante el desarrollo del socialismo. Fidel, pues, no ha sido sustituido, ni sucedido. Es improcedente hablar en términos tan comunes. No me interesa la retórica, ni conceptúo la política como una religión adoradora de ídolos, ni como el método para conquistar fines espurios. Sencillamente, sirvo ideas y respeto a los hombres que las representan. Por tanto, soy objetivo cuando apunto -y sostuve en Insurgente el 15 de marzo de 2006- que “Las personalidades no son las decisivas en los procesos sociales. Pero, en ciertos momentos, se tornan imprescindibles. Sin Fidel, quizás la historia de los últimos 60 años en Cuba hubiera presentado diverso perfil. Nos hubiéramos demorado buscando el índice más correcto, más capaz. Antes de Fidel, y del Moncada y la Sierra Maestra, dudábamos y nos fragmentábamos alrededor de decenas de personajes de faroles cortos. Por eso, Fidel Castro encarna esa voluntad de independencia. Después de Fidel no habrá que inventar necesariamente un líder, un émulo. La Historia no reparte sus papeles definidores y elige sus actores con los instrumentos de las herencias o los esquemas dinásticos. Y, por tanto, para que sea posible el país sin Fidel, y el legado fidelista no retroceda sino se perfeccione y se multiplique, la compensación del poder tendrá que ejecutarse mediante un sujeto corporativo encabezado por el Partido Comunista. En las instituciones mejoradas y equilibradas multilateralmente para evitar el verticalismo y en la profundización de la democracia, parece hallarse la clave de la perdurabilidad de la Revolución y su ideario socialista de libertad, igualdad, justicia social y bienestar. Democracia participativa, en efecto, distinta a la democracia occidental, norteamericana, cuyo multipartidismo –que se presenta como modelo- se reduce al dominio alternativo de dos grupos de poder, al margen de los ciudadanos. Por tanto, en la democracia cubana no podrá haber espacio para las corrientes que miran al Norte y aspiran a sometérseles con la recurrencia al capitalismo. Ni tampoco espacio para la burocracia que pretenda erigirse en intermediaria entre el poder y la gente.”

Ahora bien, Raúl Castro, entonces primer vicepresidente del Consejo de Estado y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, habló públicamente -unos pocos meses antes del 27 de julio de 2006- de que entre todos, si el Jefe de la Revolución fallecía o enfermaba, podríamos sustituir a Fidel. Lo reiteró, incluso, el pasado 24 de febrero, en su primer discurso como jefe de Estado electo. Habrá, con Raúl, pues, un gobierno corporativo en esencia y metodología. Pero él, como figura sobresaliente de la generación que organizó, encabezó e hizo triunfar a la Revolución, posee los méritos suficientes y el carisma personal necesario para merecer la confianza del pueblo. Y de hecho posee esa confianza. Su historia insurreccional frente a la tiranía de Fulgencio Batista, su capacidad de organizador, su discreción, su ética de hablar claramente y su espíritu práctico y, sobre todo, su respeto insobornable –además del cariño fraterno- por Fidel, lo realzan ante la intuición popular.

Qué sucederá partir de ahora cuando ciertamente en Cuba la mayoría solo acepta una posible transición: esa que ha de progresar hacia un socialismo mejorado; un socialismo racional, sin dogmas, sin distorsiones burocráticas que limiten la democracia participativa y el desarrollo de la propiedad social. Consecuente con la visión del propio Fidel en su discurso del 17 de noviembre de 2005, cuando advirtió que la Revolución solo podría perecer en manos de los errores de los revolucionarios, la sociedad cubana se aplicará, sin vacíos traumáticos, sin nostalgias invalidantes, a solucionar su principal problema: una economía disfuncional, que si bien está afectada por las restricciones del bloqueo norteamericano –que intenta impedir, y lo consigue en considerable magnitud, el comercio y las inversiones en Cuba- también experimenta el deterioro causado por errores de organización y concepto. Todavía quedan en las estructuras económicas cubanas restos de la influencia del socialismo europeo fracasado hace casi dos décadas. Y a juicios de muchos especialistas, el arma más efectiva contra la hostilidad de los Estados Unidos, es cuanto hagamos dentro de Cuba para neutralizar el bloqueo económico, financiero y comercial, y anularle a la propaganda contrarrevolucionaria el argumento de nuestra pobreza y nuestras limitaciones materiales

El 26 de julio de 2007, Raúl Castro habló de la necesidad de transformaciones estructurales y conceptuales. Y en su Mensaje donde declinaba su candidatura, Fidel aludió a las grandes decisiones que habrá de adoptar el nuevo parlamento. El 22 de febrero escribió, en una reflexión que polemizaba con opiniones de personeros del gobierno y la política norteamericana, que él estaba de acuerdo con los cambios si fueran en los Estados Unidos. Pero nadie puede interpretar que es su negativa al proceso de perfeccionamiento del socialismo cuya necesidad él mismo previó. Líneas después, en ese texto, dijo: “Cuba seguirá su rumbo dialéctico”. Y qué es la dialéctica sino la negación y la afirmación chocando entre sí, depurándose, modificándose para hallar una nueva síntesis superadora y superable. La dialéctica es coherente con aquella premisa que en el año 2000, Fidel expuso como un rasgo definitorio del concepto de revolución: cambiar todo lo que tenga que ser cambiado. ¿Cambiar? Cambiar según la herencia viva de Fidel es mejorar. Es modificar cuanto estorba, limpiar cuanto está sucio, ampliar cuanto se ha estrechado.

Por supuesto, a partir de ahora Fidel no salpimentará los debates parlamentarios o en el seno del gobierno con sus juicios polémicos; no espoleará análisis que a veces se resienten de pusilánimes aprensiones y acomodamientos. No estará. Y debemos crecer, para aproximarnos a su estatura. Porque Fidel no ha “caído”, como gritan algunos por los acomodados magnavoces del extranjero. Fidel no ha “caído”, señores del más allá; Fidel se ha alzado sobre cualquier limitación humana. Y sigue siendo, simplemente, Fidel.

miércoles, 20 de febrero de 2008

INVENTARIO DE LA NOSTALGIA


Uno podrá olvidar los versos que amortiguaron las pasiones cerreras, toscas, del erotismo o la gula, la envidia o la intriga. Pero difícilmente nos desentenderemos de las canciones que colgaron del aire de nuestra juventud. Lo demostré hace poco cuando me pidieron bajo signo de confidencia que recordara alguna canción de la música más cercana en mis años de comer rositas de maíz. Y enseguida el lobo de la nostalgia comenzó a aullar ante las lunas pasadas.

La nostalgia suele ser un cachorro dormido en una perrera doméstica. Despierta morosamente de vez en cuando ante un olor, un día nublado, la recurrencia de unos pasos por los mismos lugares de antaño, pero reacciona, como en un golpe de electricidad, al evocar u oír cierta música. Porque la música es un indeleble almacén de la añoranza, refugio a prueba de ganzúas y quebrantamientos ajenos. Los años y los sentimientos formadores se suceden dentro de una placenta rítmica y melódica. Enamoramos oyendo una canción, sufrimos con otra pieza rozándonos la aldaba de la intimidad zaherida. Y sueños, deseos, propósitos se nos avivan mientras escuchamos la voz y el timbre de la época –la época en que la vida es todavía una simple herramienta para bajar los mangos más jugosos y más altos- y en nuestra desnudez experimentamos que pertenecemos para siempre al momento irrepetible de la juventud, cuya música nos graba al fuego, en el anca, un círculo de propiedad.

Podría decirte –respondí a quien preguntaba por mis preferencias- que todo lo de Nino Bravo. Ese que gritaba por Noelia, o que llevaba un beso y una flor por equipaje, y de quien me dijo el barítono cubano Ramón Calzadilla que era un cantante de primera división, y “te lo aseguró yo, que canto y enseño a cantar”. Repta la nostalgia al recordar cuán dulcemente cursi fui cuando mi corazón se diluía -azúcar en la sartén- releyendo unas cartas amarillas. Y ahora, al confesarlo, no me avergüenzo. Ya me atrevo a pregonar que la cursilería es parte de la condición humana. Alguien pudo aseverarlo antes. Me sacudo, sin embargo, del plagio, porque las evidencias, como las frases populares, pertenecen a quien las necesita. Y no lamento mi gusto caótico que lloraba con O sole mio y la escena culminante de La Traviata, y se enternecía a la par con Inolvidable, el bolero de Julio Gutiérrez, noción de la fe eterna en unos labios que otros labios hacían recordar, porque “los tuyos inolvidablemente vivirán en mí”. ¿Algo más humanamente cursi?

Y qué más podré añadir de aquella música predilecta de mis 22 años, además de White, Lecuona, Ankermann, Prats, y la trova de Sindo y Delfín, y todo ese lirismo en cuyo fondo se sahúma y perdura la más cálida cubanía.

Ahora, en la contemporaneidad, carezco de preferencias. ¿Estoy viejo? Eso es verdad. Y tendría que decirte, si te interesa, que, salvo los que perviven sin fecha fija –Beethoven, y Shumann, y Mendelson y Shubert- nada mece mis días, salvo lo propio de mis días primordiales. ¿Silvio y Pablo, me preguntas? Ambos son mis coetáneos. Sus canciones acompañaron parte de mis marchas, mis aventuras, mis intentos por pisar hondo en el camino. Ya ellos no pertenecen al tiempo. Lo trascendieron. He de responderte entonces imitando a José Antonio Méndez. En una entrevista me confesó el patriarca de Novia mía, como suele decirse en las entrevistas, que entre sus canciones la que más le gustaba era aquella que aún no había compuesto. Y por tanto, las que yo prefiero ahora, en este presente que coincide con las dos terceras partes de mi existencia, son las que aún no he oído.

Y si me obligaras, rectificaría aceptando querer oír cierta música de moda entonces y que soslayé en mis juveniles campañas. ¿Cómo tildarme por aquella imprudencia? ¿De inculto? ¿Tonto? Quizás lo último. Despistado. Y solo eso. Carecí de espacio y conocimiento para rechazarla. Tampoco la condené envuelto en el saco rígido del extremismo. Pasé, simplemente, sin oídos y sin información ante aquel trastorno mundial. Y cuando tintinea hoy como chispa genial de la música de ayer, no tengo derecho a la nostalgia. Sí al bochorno. Debo, por tanto, acercarme a Lennon, en el parque de 17 y 6, en El Vedado. Y pedirle perdón. Yo no oí a Los Beatles… Y me pesa. Estaba sordo yo o qué.

lunes, 18 de febrero de 2008

RESPETO Y PALABRA

Hemos hablado alguna vez de que no hablamos bien, a pesar de que Cuba ha dado numerosos maestros de la lengua, como Martí, Heredia, o Carpentier, Guillén, Dulce María Loynaz, Lezama. Y no me refiero a nuestro hablar atropellado, vital, apasionado. Quiero, hemos querido decir que vamos reduciendo el vocabulario y deformando la prosodia. Por ejemplo, conocido es el viejo chiste en el que para pronunciar “está aquí ya”, un cubano suelta en ráfaga algo casi incomprensible: “ta qui llá”.

Como los defectos y los problemas se resuelven luego de ser reconocidos y de haber reflexionado, estamos, a mi ver, en el momento exacto para mejorar. Todos. Padres, maestros, estudiantes. Porque nadie pretenderá lograr una superación de las formas incorrectas y malsonantes con que mayoritariamente usamos el habla, si quienes recomiendan el perfeccionamiento, o lo enseñan, predican con el mal ejemplo.

Me atrevo, pues, a sugerir que nuestras escuelas exijan la expresión oral apropiada. La lengua nacional tiene que ser una asignatura rigurosamente impartida y examinada, no solo en sus reglas gramaticales; también en su empleo cotidiano. Porque si en nuestro sistema predominara el oficio de instruir por encima del de educar, con el tiempo sobrarían los letrados incultos. Sabemos que la palabra es el envase comunicable del pensamiento, ¿habrá acaso que repetir la manoseada verdad de que pensamiento carente o torpe de palabras será siempre mal o incompletamente pensado y expresado y, por ende, mal comprendido?

Pero mientras la sociedad adquiere conciencia de esta deficiencia y se adoptan los criterios pedagógicos para erradicarla, hay otro asunto en nuestra habla que necesita también ser corregido. ¿Se ha fijado usted, y usted, y aquel, que también despojamos al idioma común y pasajero de sus delicadezas y ternuras? No estoy –advierto- en una posición negativa. Ni hipercrítica. Sencillamente, pulso nuestra realidad. Y echo de menos a términos como “por favor”, “gracias”, “buenos días”, “adiós”, “por nada”, en fin, esas frases que indican que las personas se toman en cuenta unas a otras, y se respetan.

Para respetarnos mutuamente no requerimos que sesudos pedagogos compongan un programa de urbanidad. Basta con saber que el amor hacia el semejante es una prolongación del amor hacia uno mismo. ¿Quién es tan ingenuo de creer que al maltratar a otro recibirá en cambio una buena acción, un gesto plausible?

Existe una ley desde hace milenios: trata a los demás como quieres que te traten. Por ello, la lengua es rica en palabras y locuciones tiernas y respetuosas. Los cubanos somos por idiosincrasia gente llana, cordial, renuente a las fronteras impuestas por rangos y desigualdades. Pero esa capacidad de emparejarnos, de sentirnos iguales, no implica la irrespetuosidad que arrasa en vez de allanar, que despoja en lugar de preservar. Vivimos en una sociedad basada en las relaciones solidarias. Y la lengua y el habla no pueden andar de espaldas a nuestro ser, ni a nuestra historia. (Publicado en Juventud Rebelde)

viernes, 15 de febrero de 2008

AMOR IGUAL A SOCIALISMO


Por Frei Betto

El fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín significaron, para el planeta, la hegemonía unipolar del neoliberalismo y el agravamiento de las desigualdades sociales. Hoy día somos 6.6 mil millones de habitantes en el mundo, de los cuales, según la ONU, 2/3 viven por debajo de la línea de pobreza, y cerca de 1.4 mil millones de personas viven en la miseria, o sea, disponen de una entrada inferior a US$ 1 por día, o US$ 30 por mes. De ellos, 854 millones sufren hambre crónica.

Bastarían US$ 500 mil millones para reducir drásticamente el número de hambrientos en el mundo. Sin embargo se gasta anualmente el doble de dicha cantidad en armamentos. Se invierte en la muerte, y no en la vida. Ésta es la lógica del sistema capitalista.(... continúa)

miércoles, 13 de febrero de 2008

CITA CON EL PASADO


Me ha llegado de Las Tunas un libro con olor a galán de noche. Y que parece haber sido escrito entre los recovecos donde los niños ocultábamos la fantasía que sacudía el pañuelo del abuelo o se iluminaba en la tardanza del amanecer. Es un libro breve. Tan breve como las memorias que trata de remitir, entre las solapas de la poesía, hacia la estación del nunca morir.

... (... continúa)

domingo, 10 de febrero de 2008

GRAMATICA POLÍTICA

Tal vez pueda parecer un juego de palabras. Me arriesgo a utilizarlo, porque, a fin de cuentas, no creo que haya otra manera de desenvolver la charla de hoy. ¿A quién no le gusta que lo convenzan? ¿A quien le gusta que lo venzan? Ese es el tema. Vencer o convencer. Y como vemos, son verbos afines, provienen de la misma raíz, aunque emplean distinta metodología en su aplicación.

YO QUIERO


Cierto enfoque califica como vaguedad, bobería, el acto de pensar o de opinar. Ese bautizo implica la negación, la tacha. Porque “déjate de filosofar” o “quién más quiere seguir filosofando”, son enunciados que pretenden ridiculizar al que piensa u opina de manera original. Claro, cómo venir a hacer filosofía cuando después de Aristóteles, Kant o Marx qué falta por añadir.

El enfoque puede existir. Es su derecho. Lo que no ha de suceder es que cuantos opinen o piensen conviertan esa operación en un acto vergonzante. Durante las últimas semanas fui jurado del concurso periodístico 26 de Julio, convocado por la UPEC. Y aunque hay quien estima que no gana porque soy parte del tribunal–otorgándome un poder o una influencia que no poseo-, puedo aseverar que por momento la decisión resulta peliaguda. Ciertos competidores, ciertos textos, clasifican entre las excelencias. En particular, los trabajos de opinión. Me he fijado que los periódicos de provincia defienden, practicándolo, el derecho a opinar. Pero me intriga que algunos columnistas pidan disculpas “por filosofar”, como si a alguien molestaran. Caramba, apareció un complejo. Me dije.

La sociedad, como los individuos, necesita del aire que expele la reflexión. Y en el proceso colectivo de pensar, de contrastar, la opinión periodística, como expresión y a la vez estímulo de la opinión pública, reclama por consustancial un espacio. Es preciso que desde un periódico se advierta a los intermediarios del mercado de productos agrícolas, por ejemplo, que sus ganancias son excesivas, injustas, carentes de solidaridad, antipatrióticas; se haga recordar a determinados administradores y funcionarios que las quejas y los problemas merecen, siempre, una respuesta que no sea el silencio; o se condene en los periódicos a quienes, abusando de prerrogativas, vivan a contrapelo de las carencias del país...

La prensa es un espejo. Al despertar, el primer acto del ceremonial matutino consiste en ubicarse ante la puertezuela del botiquín. Frente a nuestra imagen duplicada, nos percatamos de las patas de gallina, de la barba tupida, del pelo chorreado. Uf, estoy horrible. Y la autocrítica funciona como un correctivo. Es elemental, en definitiva, preguntarle al espejo, y oír lo que, en verdad, dicta.

La única vez en que uno no se mira al espejo es cuando está enfermo. Pero habremos de levantarnos. Porque mayor daño que descubrir las arrugas, implica rellenarlas con polvos y cremas. Con el disimulo, como en la Televisión. Cuántas caras decepcionan al toparlas por ahí, por esas calles.

Bueno, disculpen la filosofía. Me he entretenido en comentar aspectos ya sabidos, pensados, legitimados. Pero permítanme renovar mi fe en el pensamiento, la reflexión, la opinión, la prensa. Y si estuviéramos en una reunión, y desde la mesa preguntaran después de haberme oído, quién más quiere seguir filosofando, yo levantaría la mano nuevamente, como el que quiere tres tazas: Yo, yo quiero seguir filosofando. (Publicado en Juventud Rebelde)

jueves, 7 de febrero de 2008

SOLAMENTE LA POESÍA

Por Waldo González López (Cubarte)

Dedicado a su esposa ‘Zenaida, a su hijo mayor, y a Víctor Manuel, que no está, y está entre nosotros, y a la memoria de Sigifredo Álvarez Conesa’, apareció poco tiempo atrás, por la Editorial de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), el segundo poemario del destacado cronista y profesor Luis Sexto Con luz en la ventana. En su prólogo (Este libro), el Premio Nacional de Literatura Cintio Vitier señala con justo elogio:

"Lo que tenemos en este libro no es un libro, sino un camino que se va acercando a sí mismo con su propia realización, pero no la persigue como un fin, sino como un medio para llegar a un silencio, a un instante que hubo en la vida del autor, que significa la trascendencia viva en el rostro de su hijo definitivamente callado y hablando de otro modo.

"Solamente la poesía, ese tantear de la poesía que es lo más seguro de ella, puede intentar acercarse a esa indescriptible consumación en que se abren las puertas y ventanas del alma, sin embargo caminante por la senda estrecha que da toda al horizonte.[…] Este libro pudorosamente no quiere parecer lo que es: una oración. Un libro único."

Este crítico conoció de primera mano la latencia del permanente dolor del colegamigo (porque no se puede mitigar el dolor por la muerte de un hijo, aunque pasen los años, incluso toda la vida), ya que tiempo después de fallecido el sensible adolescente Víctor Manuel (cuyo nombre debiera a la admiración del padre por el gran pintor cubano), sabe muy bien, pues leyó y opinó sobre los textos originales: de la hondura de estos versos, de su pródiga emoción contenida, de la sobriedad con que se trata el tema; que no quiso ser un flamante libro para llevarse los laureles en un concurso, sino acaso, tal dice Vitier, como un medio para llegar el silencio.

Y al centro de todo, la nostalgia, tema recurrente en el poeta. De ahí sus versos con suma melancolía, esa hermosa saudade que parte, vuela y retorna en bandadas, como el pájaro de la tristeza. Por ello, entre los varios textos de alto nivel, descuella ‘Este día’, en el que Luis Sexto despliega las alas de ese inevitable pájaro que suele regresar a sus poemas. Leámoslo:

ESTE DÍA
Cuando las horas cierren
Tus pétalos numerables
En la suerte animal
De lo que acaba,
Yo vendré a buscarte
En el vasto furor
De la vigilia.
Y volverás,
Si inútilmente te oigo,
Durante la apacible tragedia
De este día
En que ya no te hallo
Y donde sigues amando el desdén
Con que me sorprende el tiempo.

En otros momentos de su breve pero contundente poemario, Luis Sexto vuelve a la carta son ese sorprendente hálito de la saudade que ahora tras la lluvia, es aún más íntimo y recogido. Disfrutemos, pues, ‘Eco’:

Ha llovido.
Mi corazón se va
Tras el albo caer de la llovizna,
Hacia el impune sinsabor
De los charcos
Donde reposa el ausente,
Con la melancólica obstinación
Del agua.
Lo llamo aun en la incauta orfandad
De la deshora
Y sobre la teja del techo
El percutir de las gotas
Responde,
Como lenta,Atardecida resurrección.Sin duda, con su segundo poemario, Luis Sexto de nuevo penetra en el misterio del fabuloso reino de la poesía y nos entrega esta oración, un libro único por su sentir y su decir profundamente humano, demasiado humano, como quería el poeta y filósofo. (Publicado en Cubarte)

miércoles, 6 de febrero de 2008

EL MEDIO Y EL ÁRBOL


Suele el bosque ocultar los árboles, cuando el conjunto estorba reparar en lo individual. La frase, así, alude al juicio que engloba y no concreta, que masifica y no particulariza. Hoy quiero empezar poniendo esta frase al revés: a veces los árboles impiden ver el bosque. Sería entonces como decir que lo singular opaca, anula a la pluralidad.

Apartémonos, sin embargo, del intelecto y vayamos a lo físico. Los árboles ocultan al bosque cuando no abundan o no existen. Esa es la visión que me ha acompañado durante un viaje de diez días que partió en La Habana y terminó en Guantánamo. Y el recorrido, de ida y vuelta, no me hastió. Por el contrario, aparte de alegrarme por el reencuentro con colegas queridos y conocer a otros, refrescó mis ojos mediante la descripción topográfica que nos facilita un vehículo.

Yo amo el paisaje de mi tierra. Pero no vacilo en afirmar que le faltan árboles cuya repetida presencia pueda atestiguar la existencia de bosques o bosquecillos. Claro que la Autopista del Sur o la Carretera Central propician apreciar una franja del campo, y no sería justo hablar, con tan reducido cuadro a la vista, de un país en crisis forestal. En crisis permaneció hasta 1959. Entonces solo el 14 por ciento de la superficie de Cuba se cubría de bosques después de que en 1492 el 85 por ciento de nuestra tierra se sombreaba, como bajo un techo total, con especies preciosas y frutales.

El hacha de los colonizadores taló aquí la madera para la Flota Invencible, que resultó al fin vencida, y para el lujo monárquico del Palacio de El Escorial. Luego el filo de los hacendados despejó la espesura para sembrar la caña de azúcar, sobre principios agrícolas extensivos.

La Revolución ha logrado forestar hasta el 23 por ciento del país. Pero, a mi modo de ver, todavía no es suficiente. Y es más: creo que la reforestación avanza con lentitud. Hace años que yo, periodista, repito esa cifra. Hay vocación y conciencia forestal. Cierto. Mas no creo que todos los cubanos sintamos la misma inquietud por plantar un árbol o conservarlo. Fíjense si así es que solo del diez por ciento de los árboles que en la capital promueve el departamento de áreas verdes, sobrevive. El resto fenece bajo la indisciplina y la desidia.

Ah, cuánto perduran las herencias negativas. Con cuánta indiferencia un ciudadano cualquiera aporrea una planta, o lo corta. Cuánta insensatez e ignorancia nos abruma al no reparar que la falta de árboles nos vela la visión de los bosques. A veces incluso los culpamos de los vientos. Pero Los ciclones vienen aunque los árboles falten. Pero si faltan, la lluvia se demora. O no viene... (Publicado en Juventud Rebelde)

domingo, 3 de febrero de 2008

PATRIA Y POESÍA


Anticlerical como sabemos que fue José Martí en una época en que todavía, por obra del llamado Patronato Regio, la Iglesia Católica estuvo al servicio incondicional de la Corona de España, igualmente sabemos que su anticlericalismo no fue el del ateo sino el del cristiano escandalizado por la historia de la Iglesia (véanse en el tomo 19 de sus Obras completas las páginas 391-392), jamás negador de la tradición ético-religiosa del presbítero José Agustín Caballero, del Padre Félix Varela y de José de la Luz, a quien llamó “el padre, el silencioso fundador”, el Maestro de El Salvador, que tanto admiró y a quien tanto debió.

No menos profundos fueron sus vínculos con la catolicidad de los Siglos de Oro españoles: con la España de Santa Teresa, “que fue quien dijo que el diablo era el que no sabía amar”, y sobre cuyas afinidades estilísticas con Martí escribió Juan Marinello un memorable ensayo; la España de Quevedo, “que ahondó tanto en lo que venía, que los que hoy vivimos, con su lengua hablamos”; la España de Calderón, “gran meditabundo, gran esperador, gran triste”, único parigual, a su juicio, de Shakespeare, junto a Esquilo, Schiler y Goethe; la España de Velásquez, que “creó de nuevo los hombres olvidados”, y de Goya, a quien consideró “uno de sus maestros”, anticipadores ambos del en su tiempo incomprendido impresionismo francés; la España, en fin, de Cervantes: “aquel temprano amigo del hombre que vivió en tiempos aciagos para la libertad y el decoro, y con la dulce tristeza del genio prefirió la vida entre los humildes al adelanto cortesano y es a la vez deleite de las letras y uno de los caracteres más bellos de la historia”.

En su primer destierro de revolucionario que entregaría la vida para liberar a su pueblo del yugo colonial, reencontró al “sobrio y espiritual pueblo de España” que había conocido en el hogar habanero de sus padres, valenciano él, canaria ella; tuvo un lugar en su corazón para los comuneros de Castilla y Aragón, “franco, fiero, fiel, sin saña”, reconoció “el ente misterioso de la raza y el espíritu perdurable de la lengua”. Es ese “ente” y ese “espíritu”, renacidos a nueva luz bajo los cielos de México, Guatemala y Venezuela, los que nos convocan hoy para adentrarnos, no solo en las anticipaciones o premoniciones de su genio verbal, sino en las lecciones más altas que con ese genio y con su vida supo darnos.

Como poeta “en versos” (ya que más aún, como él quería, lo fue “en actos”) Martí descubrió antes que todos la verdadera “musa nueva” de una modernidad florecida a partir de la raíz hispánica, en Ismaelillo (1881); descubrió el verbo desnudo, visionario y “protoplasmático”, anterior a la escisión de verso y prosa, como observó Unamuno, antes que el propio Unamuno de El Cristo de Velásquez, y descubrió, antes que Antonio Machado, el uso del acento popular para la expresión alta de una concepción del mundo que vibra con todas las cuerdas del alma, y las armoniza, en Versos sencillos. Sus contemporáneos sucesivos son, después de Rubén Darío –al que llamó “hijo” y que a él lo llamó “maestro”–, Gabriela Mistral, César Vallejo y José Lezama Lima, que en 1960 dijo que es él, Martí, quien nos acompaña en esta última era, “la era de la posibilidad infinita”.Como periodista, Martí le injertó al periódico, antes que la generación del 98, la savia del ensayo, según es evidente en “Emerson”, “Darwin ha muerto” y, cenitalmente, “Nuestra América”. Abrió el compás de la crónica y el reportaje hasta dimensiones pictóricas, muralistas o de un detallismo sorprendente, e incluso pre-cinematográficas por las amplitudes panorámicas, los súbitos close-ups y el contrapunto de los tiempos. Véanse como ejemplos, entre muchos, la última crónica sobre los anarquistas de Chicago, en que su horizonte ideológico da un giro importante, y “El terremoto de Charleston”, en que asistimos, como banda sonora, al nacimiento de un “spiritual” desde la desolación y la catástrofe. No ha aparecido todavía el relevo de Martí en el periodismo hispanoamericano.

Como crítico; se adelantó más de medio siglo a la crítica llamada de participación, que propuso Leo Spitzer en su libro Lingüística e historia literaria (1955). Totalmente al margen de la crítica normativa y preceptiva, que se practicaba en su tiempo junto con la caprichosa o denigrante, Martí –observé desde 1976– se sitúa intuitivamente “dentro de la obra”, en su centro cordial, y desde allí descubre “las leyes que la rigen”, que es lo mismo que pediría Spitzer. Dos ejemplos: “El poeta Walt Whitman”, también crónica ensayística, que instaló al gran rapsoda norteamericano en nuestra lengua, y “Nueva exhibición de los pintores impresionistas”, con una comprensión artística y social de aquella escuela que no ha sido superada.

Desde el memorable estudio de Enrique Anderson Imbert en 1953, y especialmente durante la última década del siglo XX, ha crecido el interés de la crítica hacia Amistad funesta o Lucía Jerez, escrita por encargo de una amiga, Adelaida Baralt, en siete días, y calificada por el propio Martí de “noveluca”. Paradigma de novela modernista, hoy nos parece, además, que esas encantadoras páginas con la apariencia incluso de una “novela rosa”, transparenta verdaderos abismos del alma femenina y acaban siendo, junto con el retrato magistral de una endemoniada por la obsesión de los celos, la mayor incursión de Martí en el lado oscuro de la vida.

En otra obrita más ocasional aún, el drama indio Patria y libertad, escrito para una representación escolar sobre la independencia de Guatemala, puede hallarse la anticipación de un cristianismo revolucionario que en nuestros días se ha manifestado como Teología de la Liberación. Véase en la escena II del Acto Segundo la confrontación del indio Martino con el Padre Antonio. La primera intuición de estas ideas se halla en la identificación de Cristo con el desvalido y sufriente, según la versión del Juicio Final de Mateo 25, ante la imagen del torturado anciano Nicolás del Castillo, en el presidio político.Con sus cuentos, versos, semblanzas y evocaciones, como jugando, La Edad de Oro quería ser, nada menos, una narración pedagógica del mundo y una invitación a mejorarlo. El enlazamiento de ternura, ética, historia, imaginación y ciencia en que consiste su argumento, con ser tan precioso, no sería el milagro que es si no fuera por la gracia de la forma, a la vez conversacional y escrita de modo indeleble. Desde “Los tres héroes” (Bolívar, siempre el primero) hasta “Un paseo por la tierra de los anamitas”, el universo se abre para el niño y el adolescente como la granada de la sabiduría. En cada grano distinto brilla la unidad del hombre. La fantasía ilustra a la historia. Pilar se despoja de “los zapaticos de rosa”; todo es lámina y lección; El Padre Las Casas contempla desolado “Las ruinas indias”; los pueblos reunidos en la Exposición de París echan a andar como en un desfile, cada uno con su rostro único, hacia la coralidad unitiva del amor. Esta es, definitivamente, la pedagogía de la libertad americana.

Mucho más habría que decir, y mucho seguramente será dicho en este Coloquio, de la insólita, perenne contemporaneidad de los discursos fundadores de Martí.; o de su prodigioso epistolario, poliédrico como las imágenes de sus destinatarios, y dirigido siempre, en secreto entrañable, a cada uno de nosotros; o de sus Diarios finales, como dijera Lezama, “uno de los más misteriosos sonidos de palabra que están en nuestro idioma”. O de tantas sorpresas que guarda siempre su polifacética obra.

Hace dos milenios, el que había ofrecido la mayor de las bienaventuranzas a “los que padecen persecución por causa de la justicia”, no tuvo a mal que María Magdalena derramara sobre sus pies “una libra de ungüento de nardo puro”, y, rechazando la hipócrita protesta de Judas Iscariote, dijo: “Dejadla que lo emplee para honrar de antemano el día de mi sepultura” (Juan, 12, 1-9). También Martí quiso honrar el día de su sepultura con el poema titulado “Muerto”, que publicó en la Revista Universal, de México, en el período más anticlerical de su vida, el 25 de marzo de 1875, próxima ya la Semana Santa de aquel año; poema en el que leemos:

¿Quién sabe cuándo ha sido?

¿Quién piensa que él ha muerto?¡Desde que aquel cadáver ha vivido,

El Universo todo está despierto!

Y desde que a la luz de aquella frente

Su seno abrió la madre galilea,

Cadáver no hay que bajo el sol no aliente

Y eterno vivo en el sepulcro sea!

Eterno vivo es para nosotros José Martí.
(Palabras en la inauguración del Coloquio “José Martí y las letras hispánicas”, Centro de Estudios Martianos, 16 de mayo de 2007, publicado en Cubarte)

sábado, 2 de febrero de 2008


Yo también estoy preocupado. Sí, le respondo a usted mismo, colega, que hace unas semanas preguntaba desde su revista si alguien más vivía inquieto por el predominio del mal gusto en ciertas zonas de la música popular cubana. En particular las letras. Sí, apúnteme entre cuantos se agobian por el temporal de vulgaridad que nos empapa.

Como me he negado suscribir mis opiniones con el presuntuoso NOS –firma de los reyes-, no puedo asegurar que todos estemos insatisfechos. Al parecer, el uso del plural necesita de una indagatoria. Y por simple inspección se nota que autores, orquestas y cuantos las difunden por los medios, no se preocupan por la calidad estética y moral de esas piezas que pomposamente se inscriben dentro de los géneros populares.

Estoy, lo advierto, incapacitado para juzgar la música. Unos dicen que hay música culta y popular; otros defienden una clasificación que la divide en buena y mala. Yo, zurdo en solfeo y armonía, creo en dos tipos de música: la que me gusta y la que no me gusta. Pero, al analizar la parte literaria -que para mí incluye también el contenido: lo que dicen; no solo cómo lo dicen-, puedo reclamar un título de aptitud. No abundaré. Carezco de espacio para reproducir algunos versículos que ilustran el predominio de la trivialidad y la grosería en ciertos exponentes de la música más masiva. El lector sabe. Puede imaginar esos textos que rebajan la dignidad de la mujer llamándola loca, bruja, o convirtiéndola en un objeto, en un cuerpo subastado sobre una cloaca para ver “cómo le gusta la bolá”.

Las mujeres están peleando por mayores grados de igualdad. A debate han llevado el presunto machismo de la lengua al establecer las concordancias mixtas en el masculino. Por ello, a algunas les disgusta que digamos cubanos, incluyéndolas también. Exigen que digamos cubanos y cubanas. Quizás demore. La lengua suele procurar las fórmulas más breves y cómodas y, por lo tanto, solo se impone determinado uso cuando el uso justifica una modificación. Mas, no creo que ese capítulo idiomático –a pesar de su justicia- sea el más importante. Primordial es erradicar la visión denigrante que de la mujer pintarrajean en la conciencia colectiva las canciones que, envueltas en un ritmo seductor, inducen a una filosofía descocada de las relaciones entre los sexos.

Debo admitir que algunos músculos del rigor están jubilados. Incluso existen quienes defienden en nombre de lo popular –así, enfrentándolo a lo culto- esa tendencia a la banalidad y la vulgaridad. Desde luego, no sobra recordar que lo popular es una categoría donde radica los más limpio, sagrado, valedero de la cultura. Lo ideal es que lo culto sea popular y lo popular culto. Porque lo contrario es lo populachero, esto es, las bolitas de fango que salpican al arte. Y la ética. Según Martí, el arte avanza al triunfar la ética.

¿Es mucho pedirle a la cultura que defienda su pureza e integridad? Si unos libros se rechazan en las editoriales, y ciertas obras de teatro no se representan, y este o aquel cuadro no se promueve, habrá que exigir una cuota de respeto a las letras que desafinan en un concierto donde la cultura es condición enaltecedora del hombre y la mujer. Y no república de mediocridades. (Publicado en Juventud Rebelde)